viernes 29 marzo 2024

WikiLeaks y el derecho a saber

por María Marván Laborde

Hoy nos preguntamos si las filtraciones del Departamento de Estado, aparentemente robadas por un analista de información norteamericano, Bradley Manning, tendrán grandes consecuencias tanto en la diplomacia como en el derecho de acceso a la información gubernamental. El fenómeno es fascinante, hay que ponerlo en su justa dimensión.

Esta fuga de información nos habla de la vulnerabilidad del Estado Nación más seguro. Al igual que en 2001, sabemos que a pesar de todo el gasto en seguridad nacional e inteligencia, Estados Unidos puede ser burlado. La infidelidad de Manning nos recuerda a Timothy Mc Veigh quién atacó con una bomba casera el edificio federal de Oklahoma, en 1995. Otra vez, un ciudadano del que se esperaría actitud cívica ejemplar, vulnera a su propio país para demostrar su rebeldía.

Las comunicaciones diplomáticas escritas en la confianza del secreto generacional revelan las opiniones subjetivas y las preocupaciones objetivas que tienen los embajadores de Estados Unidos. Hablan de la política interior de cada país, de su economía, de negocios, marcan el tono de las relaciones bilaterales y regionales. Es decir desnudan el quehacer de la diplomacia. Cada país habrá de analizar si las opiniones de E. U fueron sólo opiniones o en algún punto se convirtieron en una acción ilegal e intervencionista; en su caso decidirá si puede y le conviene hacer algo o no. Pero ese es otro problema.

La diferencia, que no es pequeña, es que todas esas opiniones y acciones han sido reveladas, de manera no voluntaria y cuando las diversas coyunturas son el presente. Las comunicaciones diplomáticas tradicionalmente han sido conservadas, clasificadas y después de tres o cuatro décadas de reserva se van dando a conocer. Suelen ser los mejores archivos de política y casi todo historiador, reconocido como buen investigador, ha utilizado estos archivos de relaciones exteriores para la reconstrucción de un evento o de una época. Todo lo que hemos conocido a través de WikiLeaks son conflictos y preocupaciones de hoy; eso encanta, eso molesta, eso preocupa. Eso tiene un gran valor periodístico.

Más allá del entusiasmo y curiosidad por WikiLeaks, es preciso reconocer que las filtraciones poco o nada tienen que ver con el derecho a saber que anima a las Leyes de Transparencia y Acceso a la Información. La filtración es fortuita, su divulgación no es exigible, normalmente es y ha sido arma de chantaje político. Suponer que la “audacia” de Manning en combinación con la “generosidad” de Julian Assange, provocarán que el derecho a la información sea transformado, me parece un argumento grotescamente naïf. Hacer de Assange el héroe de la transparencia es una desproporción. Por un golpe de suerte se hizo de mucha información que ahora nos distribuye bajo los criterios de su incuestionable discrecionalidad. Ningún ciudadano de ningún país, podrá exigir, conforme a derecho, que nos entregue el resto de la información. No tenemos siquiera idea de que tanto es el resto. Assange se ha nombrado a sí mismo el “informador de los ciudadanos” distribuye información robada y graciosamente nos la entrega a los que no sabemos, porque de acuerdo con sus convicciones, tenemos el derecho a saber.

Pensar que gracias a él se consolidará el derecho a la información, desaparecerá el secreto de Estado y los ciudadanos del mundo tendremos, en tiempo real, toda la información gubernamental de todos los Estados Nación, sería tanto como afirmar que Robin Hood fue el fundador del estado de bienestar por haber inventado una forma eficiente y ciudadana de distribución de la riqueza. La información gubernamental debe llegar a los ciudadanos por vía del derecho para que haya una verdadera rendición de cuentas. No podemos atenernos a la casualidad.

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