viernes 29 marzo 2024

Una radio para el territorio liberado

por Roberto Alarcon Garcia

 


“He dedicado a construir esas oscuridades,

como a usted le consta. Porque sólo en

las oscuridades puede existir luz.”

Héctor. Aguilar Camín en La Guerra de Galio


“Desde territorio liberado ‘Radio ENEP-Acatlán’ informa…”, así se podía escuchar en la trompeta amplificada por un viejo equipo Radson instalada en el estacionamiento de la Escuela Nacional de Estudios Profesionales, la ENEP Acatlán. Caseta de vigilancia habilitada como cabina, ubicada frente al comedor y contigua al espacio recreativo llamado “Tercer Mundo” o “El Tercio”, covacha que proveía de pulque y cervezas al personal que se atreviera a traspasar la frontera escolar y que ahora lucía desértica.


Una radio casetera blanca ¡de doble casetera!, que recién había adquirido mi padre y que por el bien de la causa requisé para ponerla al servicio de una inexistente pero eficaz radio estudiantil, de la que yo era comentarista, lector de noticias y programador musical.


Entre el 20 y 24 de octubre de 1986 el movimiento estudiantil más importante desde el 68 y el 71 reclutaba para las causas de lo que llamábamos izquierda un alma, una vida y todo el caudal de sueños por mejorar las condiciones de vida de la gente. Para fortuna del país no fui el único.


El Movimiento Estudiantil del CEU-1986 rompió mitos y miedos originados por las respuestas represivas del Estado frente a movimientos anteriores. Sin temor a equivocarme, es este movimiento el que abre las puertas a la participación social masiva en eventos políticos contrarios al sistema y es, al mismo tiempo, generador de confianza en las salidas políticas negociadas a partir de las razones. Con ello dimos vida a un concepto añejo y polvoriento pero útil: “La Democracia”.


Saber que se puede ganar no es lo mismo que ganar. Con el Movimiento aprendimos que era posible ganar, y ganamos, aunque nos costó mucho más tiempo asimilar nuestro triunfo.


Provenientes de diferentes afluentes y encauzados a vertientes distintas, al final no importaba si eras Trotskista, Leninista, Línea de Masas o Proguerrilla, el fin común nos unía. La gran discusión era una palabra y su significado en el contexto del respectivo volante a distribuir. A partir de esas asambleas interminables pero nunca estériles, aprendimos a dialogar, a ser distintos y discrepar, a aceptar que no teníamos la verdad absoluta aunque al calor de las decisiones pecamos también de autoritarios.


1988 no se puede entender sin la experiencia estudiantil que dota al Movimiento Democrático de activistas, pensadores y organizadores. Jóvenes que incursionamos en la política electoral a pesar de no creer en los partidos políticos, y con ello refrescamos la vida institucional del país. La represión selectiva se hizo presente y al mismo tiempo la creatividad de esos noveles dirigentes para avanzar en las conquistas sociales que requería la población.


De aquellos momentos rescato una de las múltiples propuestas que alrededor de la academia nos unía: “La tesis común para titularse debería ser sustituida por un estudio multidisciplinario en campo que promoviera el desarrollo de una comunidad y que dotara a los futuros profesionistas de una visión amplia; de la experiencia del trabajo en equipo; del contacto directo con la problemática específica del país y que al mismo tiempo presentara alternativas de solución”.


Ese fue el tipo de Movimiento que se originó en el 86-87. Sin duda los dirigentes juveniles que surgieron de esa experiencia son todo terreno. Lo mismo redactores de consignas y documentos que oradores elocuentes; organizadores de movilizaciones que funcionarios de gobierno; pero creo que el mayor aporte en este momento histórico podría ser, el de fungir como puente generacional entre aquellos que vivimos la última etapa de los sueños revolucionarios de izquierda y los ahora jóvenes sin perspectiva ideal-ideológica ni materiallaboral.


Los todo terreno tuvimos condiciones para serlo. Con la caída del Muro de Berlín del 89 nos vimos desprovistos de los planos que nos guiaban en eso que llamábamos “la construcción del socialismo” y tuvimos que improvisar nuevos planos, nuevas construcciones y nuevos análisis. Ahí precisamente nos alcanzó el futuro: No hubo nuevos análisis, no hubo más formación política y la desesperanza de no tener una alternativa global ante la embestida del capitalismo globalizador nos llevó a la impasividad teórico-conceptual. La izquierda perdió cuando se creyó eso del “fin de la historia”.


La inmediatez, la coyuntura sin mayor análisis, el pragmatismo ramplón y la comodidad que ello trajo consigo, nos ganó en la vida política cotidiana. Por eso hoy vemos enquistados en los partidos todos políticos, a una burocracia joven ensimismada en los prodigios de la tecnología como si de ahí provinieran las buenas nuevas de la transformación política y social que requiere el país. Se intentan y se practican esquemas de dirección empresarial encubiertos de proyectos políticos. La política se traduce en “entregables” sin importar mucho el impacto social que tendrán, sino la cantidad de recursos que se pueden ahorrar.


“Profesionalizamos” la política priorizando el currículo académico sin importar que la realidad no se adapte. Lo peor es cuando intentamos adaptar la realidad a nuestros planes y proyectos.


En aquel Movimiento Estudiantil de 86-87 la materia prima era la realidad; la comprensión de ella era un ejercicio colectivo; lo colectivo era una necesidad del sentido de pertenencia; éramos agentes históricos porque nos entendíamos en un momento y en una circunstancia que pretendíamos transformar.


Hubo compromiso, lealtad, convicción, coraje, entrega y mística. De todo eso se nutrieron los movimientos democráticos que surgieron poco tiempo después. El desarrollo y crecimiento de los movimientos sociales que se vivió a finales de los 80’s y hasta la mitad de los 90’s no se podría entender. CONAMUP, UPREZ, Asamblea de Barrios, etcétera. fueron en mayor o menor medida canales de participación de aquellos que participamos en el Movimiento Estudiantil.


De ese momento, de aquél lugar y de aquellas experiencias tengo presente a los amigos entrañables que fueron tan benévolos con ese joven de Tercer semestre de la carrera de Relaciones Internacionales, que fueron pacientes y grandes maestros: José Luis Alvarado, El Pato, Melchor, Adriana, Alberto, Marco, las compañeras de pedagogía, los de MAC, los del Chingadazo, los compas de Derecho. Fueron tantos y tan mala es mi memoria que no recuerdo los nombres pero sí los acontecimientos: Los periódicos murales, las playeras serigrafiadas que nos servirían para presentarnos a recibir los diplomas de buenos promedios y romperlos ante la autoridad, los volantes y el mimeógrafo, las tocadas en el comedor, el boteo en los camiones, el traslado de los víveres del mercado del Molino, los autos que llegaban con despensa para “apoyar al Movimiento”, las marchas y las consignas. Algo aprendí de todo eso: Si nos unimos podemos ganar una mejor posibilidad para nuestros hijos.


Parafraseando a Kundera: “La Historia es una eterna lucha contra el olvido”.

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