viernes 19 abril 2024

Un ‘tweetcadáver’ exquisito

por Fedro Carlos Guillén

El cadáver exquisito es una técnica de ensamble de palabras o imágenes. Es usada con frecuencia para construir relatos en los cuales un participante aporta un texto, el siguiente involucrado lo complementa y así sucesivamente hasta el final. La idea ha sido explorada en muchos formatos incluido Twitter a iniciativa de José Cohen (@jcohen77), quien presentó una novela “colaborativa” en agosto de 2009. El 2 de enero de este año, un grupo de twitteros barajamos la idea de hacer un relato breve y nos dimos a la tarea de explorar opciones operativas: se abrió un blog de registro a cargo de @mariana_war y los interesados se anotaron; hubo 141 personas registradas.

Arrancamos el 6 de enero en una Babel twittera. Pronto se dieron los primeros obstáculos (algunos no estaban cuando les correspondía, enviaban a destiempo o no seguían las instrucciones, lo que simplemente replicó la tendencia nacional-congénita para hacer un desmadre).

Después de ajustes, pérdida de cabello y muchas risas, se logró un relato razonable armado por estos 113 compañeros: ada85, aklastorta, alaurita, albertoserdan, alemonroyv, Ale4356, Alletta, almarazkari, arelipineda, Arrucha, aurex, avengerowl, beckerg123, benjasgto, bribon20, brujamota, burdolab, CachacuasMX, caherzo, Candymasblog, camilana07, CarlosAntonioMZ, carloslz, carretoso, Chris_madrigal, chrismtz, cisnerosmtz, CRYIZTAL, cinicohipocrita, cruzfashion, Cuervosabio, daliaperk, DarkByteMX, darthcrowley, davidlh, Diosalso, druiztv, dodosito, DonRul, Donvix, eddymad, edgarios, eimilove97, el_Andrei, el_Barto__, El_Enigma, el_sexy, elrudolph, erfonseca, esdrujula1, Erume, eseMendiola, evelymmm, fernandorar, flor_hdz, foreingaffairs, gerardoglezgz, Gpo_Juanitos, Heler, huichol19, HuevoM, IngeLinux, ilse_comunica, ishadesu, ivansioux, jcromero, jaguileramx, Jan_Herzog, JesusGar, jfantillon, jluisro, jmazpiroz, JorgeSanchezO, jsbadillo, kamuscdt, Karina750901, kechuy, _kyovo, la_alice, lasrejassonasi, logan_howlett, luislamz, MalaCalania, Malena21, manoloch, mariana_war, marthatagle, MekishikoNoNeko, milyunamascaras, mmdelc, Monica- MateosV, Mujerdepocafe, mute_ghost, NaborGarrido, nenamounstro, Nipon_Gamer, nostromo100, noeg2, nuevosrucos, Nunez_MD, orfa, Ouroboros_Mex, Oscar_G_Campos, PacoSaiso, pabloeduardo, pablotrillo, pepillocordoba, ponfelipon, pum4, proxstar, pvmona, Qfbcufo, ragtime, RafaValdivia, RaulLuna, RodolfoLopex, RodrigoAzc, rosemcid, roycampos, RoyerSol, rphuacuja, ruizmatus, Ruvall, sandritacanita, sarahilezama, saulsb9, SeldonRaven, Serjikl, sergiozaragoza, silencioloco, SrValladares, sr_pepino, SUHEYL_, surfertheone, terezavh, theDwarf, unojoalgato, victellez, viriwonder, Xtratocaster y zuum_zaam.

Tuitrelato

—P a t r ó n , v e n g a a v e r l o q u e agarramos. Los motores del atunero ronroneaban afónicamente. “Carajo”, pensó Incháustegui. Se acercó, era increíble lo que veían: esa cálida tarde en la costa él y sus 36 hombres. Decidió no regresarlo al mar, calculó rápidamente y en silencio el tamaño de la osadía antes de gritar.

Con ojos nublados se reprochó su distracción de pensar en la eternidad cada domingo. La cruda realidad estaba frente a él; la inevitable sensación de matar para vivir. La criatura era imponente, bella y luchaba con todo para liberarse; no podía dejarla ir. Estaba librando una doble lucha, la física y la interna, y aun cuando era corpulento y podría vencerla, algo le dijo que debía soltarla. Así lo hizo.

El mar vio con sorpresa la reacción humana ante la debilidad de su criatura, sin embargo la naturaleza ya preparaba castigo. Muy pronto Incháustegui se dio cuenta de que había cometido un grave error; la desgracia se cernía sobre él y sintió que las fuerzas lo abandonaban. Una gran ola engullía al atunero. A pesar de los intentos que hacían por mantener a flote la embarcación, ésta volcó arrojándolos en el espumoso caos.

Por un instante se miró en los ojos del asediado animal y entendió lo que ese día temprano le había dicho su padre:

—Hijo, cada hombre siempre encuentra la bestia y la ola a su medida. Ponte abusado.

El pescador sabía que el tiempo se le estaba fugando, quería aferrarse a la vida y sacó fuerzas desde sus entrañas, logrando reconocer que la bestia representaba el gran temor que desde niño había sentido por la inmensidad del mar, que la bestia era en sí el derrotero hacia su nuevo horizonte: plenilunios —acaso perennes— que sus ojos volverían a gozar una vez que emergiera de esa última prueba de su equivocada vocación. Si le ayudaban la fuerza y la suerte de salir vivo, volvería a su casa de cal y adobe. Cuando inició el ataque repentino de la bestia, despertó y se dio cuenta de que estaba soñando…

Todo había sido un sueño, pero el más real posible. Despertó sobresaltado, y en sus manos encontró vestigios de la lucha encarnizada, dudó por unos segundos y se dio cuenta de que en la mano tenía la red y el cuchillo que su padre le había entregado desde niño. Volteó hacia la derecha sobresaltado por el silbato de una embarcación que se acercaba. Todos sus pensamientos se agolpan en la cabeza.

“Si doy la espalda a la bestia para nadar al navío salvador, seré presa fácil. No tengo opción. Debo luchar hasta que esté a bordo”. Se convenció de enfrentar a la bestia hasta ganar o morir en el intento. Había llegado el momento de ver de qué estaba hecho, en ese momento sabía que el miedo sería su aliado o su peor enemigo; en ese instante decidió atacar, atacar sin misericordia. Enfrentar sus ataduras, los temblores que sentía desde tiempo atrás, justo el día en que abandonó su vocación de sacerdote por seguir a aquella hermosa judía de ojos azules. Era el momento de dejar todo y forjarse un nuevo futuro.

Pero antes había que destruir a esa bestia emanada de lo más profundo del infierno, si no, el fin de su vida sería evidente. Tenía que actuar rápidamente. Tomó con fuerza el cuchillo y se lanzó sobre la bestia, clavándolo con la fuerza que da la herencia de seres frustrados. Sus antepasados ya habían purgado la condena. A él le tocaba elegir y seguiría a Lea.

Despertó, en la bañera había una botella de ajenjo vacía y frente a él la silueta de una mujer desnuda que terminó por despabilarlo.

—¡Chingao! Es lo malo de cenar así. Será mejor abrazarla antes que preguntar le su nombre, as í podré… —

¿Otro sueño húmedo, sargento? —preguntó Karina, que con sonrisa irónica escrutaba su ridícula y húmeda desnudez.

—¡Húmedas tienes las narices! Pásame esa toalla y vístete, que hoy nos vamos a almorzar al puerto. —¿Otra vez al puerto? Al puerto, donde esperaba Masiosare, su fiel compañero, aquel que le avisó de los motores y que se encontraba haciendo malabares con su cuchillo ucraniano en espera de que la tropa de mercenarios terminara de estibar las armas.

Masiosare, al ver a su amigo de tantos años con aquella bella mujer, recordó que era la misma que los había distanciado.

Después de esa noche de aguardiente, Incháustegui miró en los ojos de su amigo al mismo monstruo, bajó la mirada y le dijo a Karina:

—¿Así que por fin te decidiste por esta basura? ¿No decías que era un mal escritor y un pésimo amante?

—¡Basta, hijo de puta! Además hay algo que debemos hablar, tuve el sueño de nuevo y esta vez olí la sangre, como si estuviera sobre mí, clavándome las uñas y los dientes; sentía su mirada. Carajo, tenemos que regresar.

Karina lo vio como quien ve al pasado.

—Incháustegui —dijo—, sigues sin recordar. Pero ahí está, tan claro, como la mañana frente al mar. —No puedo escapar a mi destino, Karina, y lo he evadido demasiado. Tengo que enfrentar a la bestia, mi bestia, aunque muera. Esa bestia, que cuando miro de frente a los ojos me sorprende y me arrastra hacia lugares tan desconocidos que…

Yo, Borges leo el relato en este tomo de la inmensa Biblioteca de Babel donde encuentro que faltan tres personajes importantes por describir. Uno de ellos soy yo, el lector, el que los imagina a todos y los juzga. Los ama o los odia. El otro, llamado “la Bestia”, aunque de acuerdo a la Enciclopedia Británica de 1913, era una langosta gigante. El tercero, que describe el autor: mi miedo. Si mi padre hubiera estado esa noche conmigo, ni mis hombres ni Lea hubieran tenido que pasar por lo que pasaron.

Los tres personajes se miran confundidos. Karina pregunta: —¿Son otros los que imaginan? O somos nosotros los que los imaginamos a ellos.

—Nosotros somos dueños de su historia —contestaron al unísono el Lector, la Bestia y el Miedo, relamiendo la victoria.

Mientras tanto, uno de esos 36 hombres que arribaron en la nave miraba lleno de envidia a su alrededor, estaba pensativo. Maquinaba volver a pelear con los tres dueños de la historia. No podía fallar ahora porque era mucho lo que perdería, era el líder ahora. Cómo hacerse del tesoro que supuestamente Incháustegui había encontrado en alguno de sus viajes. Lo envidiaba de tal modo que saberse cerca de tierra le atemorizaba y vigorizaba a la vez. Valoró cuidadosamente su extremidad perdida en aquel accidente que envolvió todo con dolor, atrapando mentes y cuerpos en una espiral caótica que marcó el cambio de personalidad de ambos en el pasado.

Incháustegui miró de reojo a Karina. En su brazo, cerca del tirante de su vestido había una marca. La marca frenaba la pasión que sentía por ella, una luz le aclaró los pensamientos; la marca de la Bestia, la misma del atunero.

Ocurría en su mente: espacios, tiempo, Bestia y amor de aquella mujer, todo conducía a tomar una decisión. Él simplemente optó por el amor. El miedo era más fuerte. Por eso la necesidad permanente de mirar al mar. Para no girar atrás y ver a los ojos las marcas del miedo que mata en vida si no se le respeta. Incháustegui dio un paso adelante y dijo en calma:

—Vayan a casa; esta es mi guerra. No puedo pedirles otro sacrificio; si alguien debe sufrir las marcas en su cuerpo, he de ser yo, y la victoria de todos.

Dicho esto, Incháustegui apresuró a sus camaradas a retirarse para enfrentar ese miedo que no le permitía pensar con claridad. Rondaba por su mente a pesar de las ganas que tenía de estar con Karina y cumplir con ella, cumplir con él mismo y tal vez, sólo tal vez, dejar de ser eso en lo que nunca se quiso convertir y que hoy mira en el espejo.

No puede dar marcha atrás. Él sabe que es muy tarde pero no se lamenta; todo lo que ha vivido tiene un objetivo que es dejar de ser la sombra de quien fuera su mentor, la sangre que los unía se había vuelto un pesado yugo que quería romper.

Incháustegui respiró profundo. Dudó un momento pero después tomó a Karina del brazo en el que tenía la marca, y le dijo:

—Te reconozco, sé que eres la Bestia que me atormenta, en el fondo siempre lo supe.

Karina se quedó en silencio. Al momento, ráfagas de recuerdos en desorden le azotaron el alma. No podía perdonarse la traición y en sus sueños se dio cuenta de lo que sus palabras habían provocado. Karina había perdido su aura y sus ojos se habían convertido en el océano más negro y salvaje, nada quedaba de la judía de ojos azules y manos cálidas, ni siquiera los suspiros. Ni siquiera la certeza de lo que era real y lo que era una creación de su mente confusa, apasionada. Acaso la mujer que él moldeaba en sueños se esfumó. Aparecieron en su lugar el Lector y la Bestia.

—Sólo quedamos dos, ¿con quién quieres luchar? —

¿Luchar? ¿Por quién? ¿Para qué? He perdido mil batallas; hoy sólo soy un nombre embarrado de ceviche en la agenda de alguien. Ni la Bestia ni el Lector me quieren como adversario. Ya lo único que hago es reírme de mí mismo y de la condición antisemita que por herencia de mi padre he llevado casi a hurtadillas, pero con orgullo, y así, cargando una hipotética cruz a mis espaldas. Abro los ojos un instante, miro el cuarto moderno y gente a mi alrededor, soy consciente de ambas realidades que me aíslan del mundo.

Toma el cuchillo que lleva en el cinturón y medita, en ese momento se escucha un ruido detrás que lo hace sudar. Esta vez no es miedo; es excitación ante lo inevitable. Sabe lo que se aproxima. Piensa que el cuchillo pesa más que el cabrón que lo está viendo, que lo ha seguido, siempre. Se escucha un grito ensordecedor que lo hace vacilar y, temblando, Incháustegui clava el cuchillo en Masiosare mientras aparta a Karina, que trata de impedirlo. Ella lo mira impávida.

Un torbellino revuelve las páginas. El Lector suelta el libro. No es el viento lo que lo asusta, sino el dolor en su vientre, la sangre tibia que recorre su cuerpo frágil y la sensación de un último suspiro que no termina por llegar… Se aferra con dolor. Ese dolor que adivinó en la piel, la mente y el alma de Incháustegui. Se dió cuenta de que el dolor es la bandera universal del humano, la herencia que nadie puede rechazar, lo que te hace igual que tu enemigo. Ya en el suelo, alcanzó a ver. Es la Bestia, ha cambiado, sintió una especie de déjà vu. Cree reconocerla y, ya desparecido el miedo, comprende que sigue la lucha, así que se apresura en alcanzar el libro, pues a pesar del dolor tiene que continuar.

Masiosare se agachó sobre el cuerpo dormido de Karina. Le arrancó la parte superior del vestido, y así pudo ver la marca completa: un extraordinario vértigo lo regresó a la cama del hospital en que se debatía entre la vida y la muerte. Su final estaba cerca, lo sabía. Ahí recostado, sin abrir los ojos, estiró los brazos queriendo descubrir a Karina frente a él, no logró sino abrazar el vacío. Sintió que el vacío también se apoderaba de él, que lo engullía como al perderse en el mar en una noche oscura. Sin embargo, aunque parecía brillar la desgracia, milagrosamente se tornó en buena fortuna y una tremenda nostalgia lo atrapó. Lo trasladó hasta aquel pequeño pueblo en el que, siendo apenas un niño, se dejaba llevar por…

Cuando el tiempo es de los dioses el movimiento es de los astros, con ese recuerdo miró a su alrededor percibiendo su ausencia, la muerte lo acechaba. Mas no se rendiría fácilmente, en su interior moraban la potencia de las olas y el indómito mar. Se irguió, tomó con la mano un bastón y con su aliento dos respiros. Dio un paso que parecía eterno, como aquel instante en que apuñaló al farero, amante de Karina. El farero, en contubernio con Tritón, le mandó al Leviatán que lo acechaba: la culpa.

Muy debilitado para seguir peleando por su vida, Incháustegui, comprendió la trampa que los 36 hombres del atunero le tendieron. Recordó aquel juramento que se hizo la primera vez que sintió miedo: moriría luchando. Su diestra buscó el arma, pero al momento de empuñarla comprendió que los hombres planearon la pelea con M, su amigo, el Lector, por quien seguía a pesar de todo, luchando en esa su historia. Laberinto del que aún no sabía cómo saldría y una nueva fuerza lo poseyó: apretó el arma y de repente se paró y una fuerza descomunal lo poseyó. Provenía directamente de las entrañas del mar. Levantó su mirada y ahí estaba el Lector, a quien en realidad debía enfrentar. No había marcha atrás, era la hora de la verdad, tenía que dar el primer golpe, olvidarse de la misericordia, ¿quién la había tenido con él?

El Lector cerró el libro, ya no tenía intención de continuar la lectura, lo lanzó a la chimenea. ¿Cómo vencer al Lector? Lo adivinó, le describió a la Bestia y le proyectó su miedo. Sin el lector, la historia era suya. Sí, suya. El twittero manda a la jodida al lector y sus fobias, decide regresar a la cama y soñar con Incháustegui, su héroe. Apareció Incháustegui sujetando a la Bestia por el cuello. ¡Su cabeza no merece un cuerpo! El miedo quiere un rostro, no quiere más de 100 tratando de demostrarle que no hay que temer, que si se unen podrán derrotarlo y vencer a las bestias. Poco a poco, aun en la oscuridad del sueño distinguía un rostro que, aunque le era familiar, no lograba recordar su nombre.

Era Karina, tal como era antes, sin el Miedo que la engullía. Se creyó victorioso al darse cuenta de que lo miraba y le sonreía fijamente. Ahora lo comprendía todo, los tres personajes siempre habitaron en ella. A cada una de sus pieles había traicionado y alimentado. Al apuñalar a la Bestia que le habitaba, resucitó su femineidad, que…

—Sr. Incháustegui, soy Karina, su psiquiatra. La sesión de hoy mejoró, le recomiendo comer su ensalada, aún me quedan 36 pacientes.

Tenía con Karina su anhelo de felicidad, misma que no creía merecer. Por fin comprendía que su peor enemigo era él mismo y abrazándola dijo:

—Se han ido los demonios y la niebla ha desaparecido, sólo queda mi cuerpo y tu belleza que juntos forman un cadáver exquisito.

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