martes 16 abril 2024

Textoservidores, la plaga

por Aurelio Contreras Moreno

Amanuenses. Corifeos. Escribanos. Portavoces. Desde siempre, quienes ostentan el poder de cualquier clase, ya sea político, religioso o económico, han contado con gente a su servicio que realiza la labor de difundir, propalar, alabar y defender sus actos e intereses.

En los regímenes totalitarios, dicha práctica, de tan común, tomó carta de naturalización hasta hacerla casi normal, so pena de enfrentar la represión de los gobiernos en cuestión que, en nombre de revoluciones y supuestos ideales, aplastan la libertad de expresión y a quienes se atreven a ejercerla.

El periodismo, desde que se estableció como oficio y más tarde como profesión, siempre ha estado en medio de la disyuntiva entre servir como contrapeso o como comparsa de los poderosos; entre cumplir con su función social de informar o ser un mero puente propagandístico de la clase gobernante.

Luis María Anson, miembro de la Real Academia Española, afirma que “la brusquedad totalitaria se hace sutileza en las democracias, pero en ellas el juego de la publicidad, las exclusivas, las habilidades de la banca y las empresas, los favores de los políticos, contribuyen a que, en muchas ocasiones, el periodismo se traicione a sí mismo y no cumpla con su misión sustancial de informar y también de ejercer el contrapoder, es decir, elogiar al poder cuando el poder acierta; criticar al poder cuando el poder se equivoca; denunciar al poder cuando el poder abusa”.

Vemos esto todos los días en México, antes y ahora. Medios y periodistas que pretenden esconder la realidad, que publican patrañas con tal de apuntalar a un gobierno, a un empresario o a un político. Y sucede en todos los ámbitos ideológicos.

La izquierda, la derecha, el llamado centro y los que se dejan llevar para donde sople el viento. Todos cuentan con sus voceros, que recientemente han sido motejados con el calificativo de “textoservidores”, en alusión a la prestación de sus servicios a cambio de un pago, ya sea económico, a manera de prebenda o de favores alejados de la ética que debiera acompañar al ejercicio periodístico legítimo.

Los textoservidores se presentan ante la opinión pública disfrazados de periodistas, pero en realidad son solo -en el mejor de los casos- publirrelacionistas de funcionarios, candidatos o negociantes; o bien, sicarios de la pluma que se venden al mejor postor para hostigar, desacreditar, y difamar a los que estorban a los intereses de quienes los contratan.

Medallas de oro

De 2004 a la fecha, en estados como Veracruz, donde buena parte de los dueños de los medios de comunicación decidieron asesinar al periodismo libre para convertirse en vergonzantes paleros de los gobiernos en turno, existe una plaga de textoservidores que pueblan las páginas de los diarios, los espacios radiofónicos y televisivos, así como los portales informativos en la web.

La mayoría de ellos se presenta bajo el “aura” del columnismo, de los artículos de opinión en los que, sin aplicar el rigor que exige el periodismo serio, disparan lo mismo elogios descarados que infundios grotescos. Pero cínicamente arguyen que no están “vendidos”, sino que llevan una “relación profesional y de respeto” con quienes les compran e incluso les dictan los textos que firman y publican.

Dos claros y recientes ejemplos de ello han sido la cobertura de los Juegos Centroamericanos y del Caribe Veracruz 2014, así como la pretensión del gobernador veracruzano, Javier Duarte de Ochoa, por reformar la Constitución del estado para que su sucesor gobierne únicamente por un periodo de dos años.

En el segundo caso, los textoservidores dan por hecho no solo que la próxima gubernatura durará solo 24 meses -como si no tuviera que someterse a consideración del Congreso veracruzano-, sino que no falta quien se atreve a ponerle nombre al “seguro” beneficiario de la enmienda y “próximo gobernador”, como si el voto de los ciudadanos no contara ni valiera para nada.

Con los Centroamericanos, los amanuenses del duartismo cerraron los ojos ante la gran cantidad de irregularidades en la organización previa de las competencias e incluso las justificaron. Elogiaron la inauguración de la justa deportiva como si con ello se borraran la rapiña y la incompetencia demostradas durante los cinco años anteriores, y repitieron hasta la ignominia la cantaleta de los “mejores juegos de la historia”, ordenada desde la oficina del Gobernador.

La cúspide de su desvergüenza llegó cuando varios de ellos le “concedieron” en sus textos “medalla de oro” a Javier Duarte y lo llamaron “uno de los mejores gobernadores que ha tenido Veracruz”, sin asomo de pudor ni respeto por sí mismos.

La defensa de la verdad contra la mediocridad

Decía el periodista Manuel Buendía, en su libro Ejercicio periodístico, que “los tres males del periodismo mexicano son la impunidad, la solemnidad y la mediocridad. No hay enemigo más peligroso que la secreta fraternidad de los mediocres”.

El periodismo en Veracruz vive, con sus honrosas excepciones, una crisis de credibilidad que es atizada por la proliferación de textoservidores, que precisamente por no tener ni un ápice de principios deontológicos -y muchas veces ni gramáticos- que respalden lo que publican, han devaluado y vuelto repugnantemente mediocre la práctica periodística en la entidad. Cualquiera que tenga un “padrino” que lo recomiende en algún medio puede encontrar espacio para unirse al ejército de corifeos de uno u otro bando que se dispute el poder.

En su libro Periodistas sometidos. Los perros del poder, el periodista Francisco Rubiales señala que “los periodistas, como todas las personas, tienen derecho a defender sus propias ideas. Pero, en el periodista, esa defensa tiene un límite, que es la verdad. La defensa de la verdad es la norma superior del periodismo. El periodista que miente, aunque lo haga por fidelidad a sus ideas o con aparente buena intención, traiciona a su profesión y se transforma en un esbirro. No existen las mentiras piadosas ni las verdades a medias”.

Y la verdad, al final, termina por imponerse. Aunque los textoservidores juren que no.

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