viernes 19 abril 2024

Tenis, para no hablar de futbol

por Iván de la Torre

No soy un deportista. Eso está clarísimo desde mi ya lejana infancia de “gordito al arco”. Sí, era el gordito que iba, patética y resignadamente, al arco. Con esos antecedentes, que mi mujer me haya descubierto mirando los canales deportivos fue una sorpresa para ella, una deportista multiterreno que sabe de mi desconocimiento enciclopédico sobre el tema y mi desinterés aparente por cambiar tal situación.

Aun como televidente, mi rango es muy limitado: hace meses que sólo veo tenis; no entiendo de futbol, rugby, golf, carreras de motos, autos o caballos, aunque los canales especializados han logrado interesarme en programas de variedades más centrados en la vida personal -y sexual- del deportista que en el juego en sí.

Lo que más veo, repito, es tenis, gracias a los triunfos de la muy mediática legión argentina encabezada por David Nalbandian quien, por alguna razón desconocida, me da la sensación del gordito vengativo, ese que llegó más lejos que todos sus compañeros de generación pero, también, al que todo le costó mucho, porque el físico no lo acompañaba.

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Y hablando de tenis argentino no puedo dejar de mencionar a Gabriela Sabatini, una de las pocas mujeres que logró igualar, al menos en popularidad, a los varones, situación que no volvió a repetirse tras su retiro a mediados de los 90. Esto quedó demostrado en Roland Garros 2005, cuando Paola Suárez, por entonces jugadora número uno del mundo en dobles, recibió una atención mucho menor que sus compañeros Gastón Gaudio, Guillermo Coria y David Nalbandian.

Según la Fundación para el Deporte Femenino, las mujeres reciben entre el 6 y 8% de la cobertura periodística, a pesar de representar casi el 42% del total de participantes en el deporte mundial.

Lo que interesa del tenis femenino es la belleza de sus participantes y no la calidad de su juego, por lo que las chicas suelen revertir a su favor la balanza a la hora de los ingresos por publicidad.

En el tenis las chicas son, por alguna extraña bendición genética, cada vez más bonitas y sus contratos suelen ser altos, significativos, demostraciones palpables de que pueden usar su belleza para ganar el dinero que se les niega en las canchas.

La libido no define partidos pero genera millones en ingresos por publicidad, por eso Kournikova no necesitó ser la número uno del mundo para hacerse rica, sino sólo usar su talento como plataforma de despegue, rápido y triunfal, hacia un cielo lleno de contratos millonarios que generó una furiosa nota del The New York Times pidiendo “que se deje de alabar a una deportista que no ha ganado nada”.

La línea entre negocios y principios sigue siendo muy fina y no parece existir una posición definitiva: Jelena Dokic renunció a posar para la revista GQ porque “no me gusta la parte frívola del tenis. Me repugna”; mientras que Ashley Harkleroad dejó que Nike la convenciera de salir a la pista con una minifalda dos tallas inferior a la suya gracias a la cual los organizadores del Abierto de Los Ángeles reprogramaron su partido en la pista central y la CBS lo transmitió.

María Sharapova combinó ambas caras del negocio: la chica no sólo juega bien sino que se ve bien y a los 9 años ya había conseguido un contrato millonario con el International Management Group que dejaba adivinar un futuro multimillonario en ingresos paralelos; futuro que confirmó hace dos años al firmar con Pepsi para representar dos de sus productos más populares: la bebida Gatorade y el jugo de frutas Tropicana. Por si esto fuera poco, Sharapova tiene contratos con Canon, Colgate, Nike, Tag Heuer, Land Rover y Prince.

La pelea, como se ve, sigue librándose en público, con periodistas renuentes a tomar a las chicas en serio y publicistas que piensan en ellas más como un negocio redituable que como deportistas a la que se debe respetar.

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