jueves 28 marzo 2024

Televisa y TV Azteca: el duopolio contraataca

por Mónica Mendoza Madrigal

Quizá por ese innegable afán de llevar a la práctica medidas que en poco tiempo son rebasadas por su funcionalidad, dejando de lado la intención original que les dio origen, o porque en aquellos años era verdaderamente imposible prever hacia dónde se dirigiría la industria, una vez que se trajo a México el invento, lo cierto es que la televisión en nuestro país hoy cruza ríos complejos que hacen a nuestro sistema de medios, constituirse como un problema público.

La historia comienza en los 40, cuando Guillermo González Camarena y Salvador Novo recibieron la encomienda de parte del entonces presidente Miguel Alemán Valdés de formar una comisión (con financiamiento del Instituto Nacional de Bellas Artes) para analizar los dos sistemas de televisión que predominaban en ese momento: el monopolio-estatal inglés y el comercial-privado estadounidense.

En 1949 se inician transmisiones, primero a control remoto y cuatro años más tarde se otorga la primera concesión televisiva bajo la premisa de que el espectro radiomagnético desde el cual se transmiten las señales es propiedad de la nación.

Rómulo O’Farril, González Camarena y Emilio Azcárraga Vidaurreta (hasta entonces dueño de una zapatería) fueron los primeros empresarios de medios que invirtieron capital en la naciente industria con los canales 4, 5 y 2, respectivamente, que operaron de manera independiente hasta 1955, cuando se fusionaron para lograr una televisión de alcance masivo, que permitió que la industria que hasta entonces tenía un crecimiento limitado tanto por razones de señal, como de consumo de aparatos receptores que entonces eran muy caros pudiera masificarse.

Telesistema Mexicano operó casi en completa exclusividad en el mercado durante casi 20 años. Salvo otra red de televisión instalada en el norte del país denominada Televisión Independiente de México (TIM) que operaba el canal 8 (propiedad de la familia Garza Sada) se fusionaron en 1973 para fundar Televisa, única empresa de televisión de México y una de las más fuertes de América Latina.

La televisión no fue el único objetivo en la mira de Televisa, que hoy controla según información disponible en su portal: televisión de paga (Sky, Cablevisión, Televisa Network), futbol (equipos América, Necaxa y San Luis, además de la administración del Estadio Azteca), editorial (Grupo Editorial Televisa e Intermex), Televisa Radio, Videocine, Televisa Home Enterteinment, Televisa Música e Internet (a través de su portal esmas.com además de alianzas con Ocesa, TuTV, La Sexta y EMI Music, así como Teletón, Fundación Cultural Televisa y Fundación Televisa.

Un negocio jugoso, al frente del cual se sitúa Emilio Azcárraga Jean, a quien le correspondió dirigir el emporio en una circunstancia muy particular: tras casi 50 años de historia de la televisión en México, por primera vez en nuestro país su empresa tuvo competencia.

En 1993 la que hasta ese momento había sido televisora estatal de México iniciando como Canal 13 y más tarde como Imevisión, fue subastada, primero mediante concurso (mismo que fue descalificado) y después licitada entre los interesados, de los cuales se encontraba Grupo Prisa, propietarios de El País; Rupert Murdoch, de News Corp. y Ted Turner, de CNN; así como un banco suizo que manifestó su interés a través de Coca Cola.1

De acuerdo con Alejandro Olmos, al interés mostrado por empresarios extranjeros, se sumaron los capitales de Ricardo Salinas de Elektra, Javier Sánchez Campuzano de Grupo Siete, Horacio Altamirano de Videomax, Aurelio López de Calzado Canadá, Francisco Ibarra de Grupo Acir, Francisco Aguirre de Radio Centro, y Alfonso Romo de Pulsar, entre otros.

No obstante, para la concesión del paquete de medios solamente se enlistaron cuatro grupos empresariales: Geo Multimedia, Radio Televisión del Centro, Corporación de Medios de Comunicación y Fideicomiso BCH.2

Con una oferta de 645 millones de dólares, la Secretaría de Hacienda dio a conocer que el ganador de la concesión era Ricardo Salinas Pliego, quien superó en 150 millones la oferta de su más cercano competidor; misma que por lo elevado de su monto, desencadenó una investigación en la que se involucró al hermano del entonces presidente Carlos Salinas de Gortari y que atrajera a los involucrados repercusiones legales que tendieron una densa niebla sobre la legalidad y transparencia en el proceso de adjudicación.

Así fue como a partir del 18 de julio de 1993 opera en México Televisión Azteca, que entró al escenario mediático con dos elementos que fueron parte importante de su estrategia: una distinta manera de comercializar los espacios televisivos (adiós al Plan Francés y bienvenido el informecial3) y el acceso a productores independientes (Argos), que aportaron en un inicio una programación distinta en forma y contenido a la tradicional existente.

Hoy TV Azteca controla Azteca América, Azteca Móvil, Azteca Music, Banco Azteca, Elektra, Fundación Azteca, Vive Sin Drogas, Fuerza Monarca, Grupo Salinas, Iusacell, Todito, Unefon, entre otros.

Si recordamos los comentarios de los líderes de opinión, y hasta algunos encabezados de los diarios de esas fechas, encontraríamos frases como “por fin habrá competencia”, “ya va a haber más variedad”, “ya no veremos sólo las noticias con Jacobo”, lo cual hacía suponer que con la llegada de un nuevo grupo, nosotros los televidentes saldríamos ganando.

De 1993 a la fecha han pasado 14 años y no sólo no ganamos como televidentes, sino que hasta la “competencia” quedó reducida a una mediocre batalla por el rating que ha generado ya ni siquiera la mejora en la calidad de las producciones, sino la piratería y la duplicidad en las mismas, de tal forma que en algunas ocasiones una televisora lanza un nuevo programa que inmediatamente es copiado por la otra y viceversa. En efecto hoy ya no nada más Televisa es la que rige el espectro televisivo, también está TV Azteca, pero lo cierto es que el único cambio es que en lugar de un monopolio tenemos un duopolio igualmente pobre en oferta y muy enriquecido.

Problema ¿público?

Cuando no existe una libre competencia entre quienes proveen un servicio, se propicia una innegable concentración de dinero y poder que daña al mercado, pues limita sus propias posibilidades de desarrollo.

Este problema es en cierta medida constante en una economía de libre mercado, pero en materia de televisión el asunto merece una atención particular debido a que aquello con los que comercian los empresarios es un bien público, considerado en el artículo 42 de la Constitución como territorio nacional.

La existencia de un duopolio televisivo en México, obliga a considerar como unas de las principales consecuencias la no competencia, el manejo en los contenidos, así como la definición que ellos hacen a la agenda pública.

Evidentemente no se trata de todas las consecuencias, sin embargo la delimitación de estos tres aspectos permite concentrar el análisis, proponiendo como posibles alternativas: la apertura a la competencia, la autorregulación y la construcción de una agenda participativa.

Respecto de la competencia se debe señalar que las condiciones en que se encuentra la industria no brindan un panaroma halagador, sobre todo ante la aprobación de la denominada Ley Televisa que aporta una serie de ventajas a ese corporativo y en general a los grandes grupos de medios, por encima de canales y radiodifusoras locales que son los que en todo caso han hecho propuestas alternativas de contenidos.

Esta ley que fuera tan ampliamente cuestionada, se aprobó al vapor, en un año electoral, en el que la administración federal que durante todo el sexenio se caracterizó por su abierto énfasis hacia la exposición pública capitalizó sus negociaciones con las televisoras, luego de una campaña altamente mediática y que a la hora del gobierno, pasó su factura con un muy elevado precio.

A este respecto valga aportar un dato que evidencia esta relación. En su edición de noviembre de 2006, etcétera da a conocer un informe denominado “La prioridad, Televisa” donde especifica la inversión que el gobierno federal realizó en medios durante todo su sexenio (2000-2006) mil 711 millones 409 mil 966 pesos en dicha televisora.

Esta estratosférica cantidad puede ser contrastada con los 916 millones 642 mil 884 pesos invertidos en TV Azteca que es el siguiente grupo de medios al que se destinaron mayores recursos, mientras que al Imer y a Radio Educación, Canal 11 y Canal 22 (medios públicos) se les destinó tan sólo 286 millones 360 mil 956.34 pesos, lo que evidencia “discrecionalidad y concentración de recursos”.

En ese sentido, es necesario referir un acontecimiento ocurrido en los últimos meses de 2006 y que se ha convertido en práctica común entre Televisa y TV Azteca. Ambos unieron esfuerzos para bombardear con notas periodísticas sembradas y presuntos reportajes de investigación sobre el monopolio ejercido por Grupo Casa Saba, la culpable de que el precio de los medicamentos sea tan caro y por lo cual Doña Lupita no puede comprar sus medicinas para la presión.

Esta estrategia que inició con ciertas sutilezas y que en poco tiempo se convirtió en una repetición absurda en cuanta emisión noticiosa tienen ambas televisoras, pretendió generar un efecto de desprestigio con un afán nada humanitario, pues la finalidad de Azteca y Televisa era atacar a un grupo empresarial que manifestó ante las autoridades su interés por obtener una concesión para operar una televisora y así, ampliar la competencia que hoy cómodamente aparentan compartir dos, y que no están dispuestos a dividir sus ganancias entre tres.

Esta estrategia mediática no es nueva. Ya la han utilizado antes. Hace menos de dos años, cuando los propietarios de CNI Canal 40 buscaron capital para rescatar su televisora, la empresa General Electric se mostró interesada, ante lo cual los lazos políticos de los Azcárraga movilizaron sus influencias, apelando a la imposibilidad de que capital extranjero operara medios nacionales, olvidando que en Televisa ciertas acciones del grupo empresarial son de capital extranjero.

De la misma manera que los empresarios se han unido para evitar una competencia auténtica (la suya no es competencia, cuando ambos hacen lo mismo), también lo han hecho para impedir modificaciones legales que les perjudiquen en su cuantioso negocio.

La segunda alternativa propuesta se refiere a la autorregulación, que debería ser una posibilidad para limitar la voracidad de los dueños de los medios, que no están dispuestos a elevar el nivel de los contenidos de su programación, pues recordando la frase pronunciada por el extinto Emilio Azcárraga Milmo “hacemos televisión para jodidos”.

Y aunque desde hace 47 años (según su sitio oficial de Internet) opera un organismo denominado Consejo de la Comunicación que se plantea promover la autorregulación, es necesario comentar que éste está conformado por los principales empresarios de México, lo que cuestiona la finalidad que persiguen, pues buscan defender sus beneficios, opinando sobre aquellos contenidos que les son contrarios e incluso ejerciendo su influencia económica cuando no son de su agrado. Como el caso de Lorenzo Servitje, propietario de Bimbo, quien es uno de los principales benefactores de los Legionarios de Cristo y que ejerció un poderoso bloqueo comercial contra CNI Canal 40, cuando difundió un reportaje en el que se abordó el tema de la paidofilia del dirigente de esa congregación religiosa, Marcial Maciel.

A su vez, una de las campañas que el Consejo de la Comunicación lleva a cabo (entre otras) defiende el valor de la marca, instando a los consumidores a adquirir aquellos productos que están avalados por las marcas de sus compañías, situación que puede ser ampliamente cuestionada, pues deja en mayor desventaja a pequeños productores.

En todo caso, la Secretaría de Gobernación a través de la RTC ha promovido la conformación de un órgano que integra a la sociedad civil y a instituciones académicas a participar como parte del Consejo Nacional de la Radio y la Televisión, sin embargo estos representantes carecen de voto en la toma de decisiones que rigen las directrices del sistema de medios nacional, lo que plantea la necesidad de modificar los mecanismos de participación ciudadana, para incorporar a quienes pueden ejercer un contrapeso en una discusión que se encuentra abiertamente polarizada.

La tercera y última alternativa presentada se refiere a la consolidación de una agenda participativa, misma que reclama la existencia de un receptor crítico, hoy ausente. La Encuesta de Consumo Cultural de Conaculta revela que “96% de las personas mayores de 15 años, ven televisión”,4 sin embargo este dato contrasta con lo revelado por el productor estadounidense Paul Jay, quien afirma que “entre 40 y 60% de la población de Estados Unidos e India desconfían de la información que ven en la televisión”.5

Esta aparente dicotomía pone en evidencia un problema central: vemos una televisión, en la que no creemos. Entonces, ¿para qué la vemos?

1 Alejandro Olmos, “Del Canal 13 a Tv Azteca”, en Apuntes para la Historia de la Televisión Mexicana, pp. 99-142, México, 1998.

2 Geo Multimedia estaba encabezada por Raymundo Gómez y Carlos Cabal Peniche; Radio y Televisión del Centro, por Ricardo Salinas y Francisco Aguirre; Corporación de Medios de Comunicación, por Adrián Saba, Joaquín Vargas y Clemente Serna; Fideicomiso BCH por Javier Sánchez, William Karab y Javier Pérez de Anda.

3 El Plan Francés fue la forma institucionalizada por Televisa para vender publicidad a los anunciantes en paquete y por anticipado, cosa que en Azteca se abatió, brindando facilidades a los anunciantes para armar sus propios paquetes publicitarios. El informecial es la posibilidad de incluir anuncios publicitarios como parte del contenido de la programación.

4 Citada en Otto Granados, “Y la trancisión en los medios, ¿cuándo?”, en etcétera, noviembre 2006.

5 Marco Lara Klahr, “Hacia una nueva ilustración”, en etcétera, noviembre 2006.

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