miércoles 24 abril 2024

Pornocedades

por Julio Chávez Sánchez
Lo único malo de ver algo de porno es que después uno puede querer seguir viendo porno, y al final no querer ver nada sino porno

Gore Vidal



De no haber sido por Miss July 80, hermosa playmate que entre sus recuerdos tenía haber pasado unas vacaciones en Careyes, México, mi madre no me hubiera pillado haciendo las de Onán justo mientras desplegaba el póster de páginas centrales. Cuando uno tiene 13 años las urgencias del cuerpo no pueden esperar demasiado. Había llegado presuroso de la secundaria, y como marcaba la costumbre, tenía que cambiarme el uniforme escolar y bajar lo más rápido posible a comer. Sin embargo, esa tarde la señorita Teri Peterson, desde debajo del colchón, invocó mi libido y ni tardo ni perezoso acudí a su llamado. Del bochorno y la regañada… mejor no platico.

Esa edición de Playboy no era mi única fuente de inspiración. Una de las poquísimas ventajas de tener hermanos mayores, es que ellos también iban confeccionando su propio acervo; el único inconveniente era descubrir el lugar secreto donde guardaban sus tesoros. Una vez superado ese escollo, lo demás era pasar ávido las páginas de aquellas publicaciones que iban de Caballero, él, una que otra Playboy (gringa, por supuesto), hasta Picante y Picosas (especie de fotonovelas subidas un poco de tono), y ya para la sala de urgencias estaban los cuentitos con las aventuras de Aniceto Platanares y Hermelinda Linda. Quizá la principal ventaja de ser el hermano menor es que durante un tiempo me libré de plantarme con mi cara de circunstancia en los expendios que vendían esas revistas sin cuestionamiento alguno, salvo la sonrisa socarrona del dependiente. (Sufría cuando en mis expediciones, quien atendía era una mujer… ni modo, tenía que regresar con las manos vacías y esperar una nueva oportunidad.)

Al sexenio de Miguel de la Madrid se le ha criticado mucho, y con razón, que con él iniciaron las políticas neoliberales, que su reacción ante los sismos de 85 fue desastrosa, que la inflación se disparó como nunca antes… en fin, una tragedia. Sin embargo, en descargo de esos años, lo único bueno que se hizo fue terminar con la censura que hasta entonces se aplicaba al vello púbico. Era una verdadera tragedia abrir las páginas de Club Privado, Mr, Oui o del Interviú y ver a Natiuska, Ornella Mutti y tantas otras con unos patéticos calzones pintados a mano. Lo que entonces no se podía vaticinar es que con el paso de los años la moda iba a imponer la reducción hasta casi su desaparición de esa ahora añorada pilosidad.

Por esas fechas también estaba la alternativa de los cines. No sé cómo sea ahora, espero que haya mayores controles, pero a fines de los 70 y principios de los 80 la exhibición de materiales soft porno era abundante y permisiva en muchas salas (álex Philips, Alfa, Omega, Régis, Coronado, Juárez, Mitla, Popotla, Estadio, México…). Cualquier estudiante de secundaria, como era mi caso, podría entrar a éstas para contemplar a Edwige Fenech y su Cuerpazo de policía o disfrutar sus aventuras como La maestra enseñante, o a las nunca bien ponderadas Isela Vega, Sasha Montenegro, Angélica Chaín, Rebeca Silva y muchas más que con sus naturales encantos dieron lustre al cine de ficheras tan socorrido en esos años. También me llevé mis fiascos, he de reconocer, recuerdo por ejemplo que muy entusiasta fui a ver El apando, evidentemente no sabía quién carambas era José Revueltas y sólo me dejé llevar por los stills que se colocaban a la entrada de los cines. Salí perturbado por las escenas finales. Algo similar pasó con Gabriela, interpretada por Marcello Mastroianni y Sonia Braga, demasiado rollo para esos años.

Pero no todos los cines eran así en ese tiempo; en la cartelera, al final, había una barra que indicaba “Sólo para mayores de 21 años” que casi siempre hacía referencia a filmes que se proyectaban en lo que por esos años se autollamaban “salas de arte”, como la Godard, Chaplin, Bergman, Buñuel, etcétera. Por esa razón, me perdí en su momento de Historia de O, La canción de Bilitis, Les valseuses, Portero de noche… y que ya con unos años más pude saldar ese déficit.

En casa, hasta ya entrados los 80, tuvimos videocasetera y jamás contamos con proyector, así que al hard le entré un poco tarde.

Y de ahí en adelante, como dice Vidal, he querido seguir viendo porno

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