domingo 19 mayo 2024

El periodista explotado

por Juan Manuel Alegría

A mis alumnos de la preparatoria, siempre les recomendé que no estudiaran ciencias de la comunión o periodismo. Que si querían ejercer en ese rubro deberían estudiar economía, derecho, ciencias políticas, sociología o alguna carrera de este tipo, porque aprender a entrevistar y a redactar era más sencillo que estudiar después esas ramas que son auxiliares del periodista. Además, así sería más fácil combinar su gusto por el periodismo con otro ingreso, ya que el periodismo era mal pagado.

Pintura de Armando Eguiza

Esas recomendaciones obedecían a la opinión de Manuel Buendía, quien hace más de cuarenta años sugería a los jóvenes que se especializaran, porque eso mejoraría el periodismo que practicaban los de su generación, la mayoría, improvisados. Ese concepto también lo compartía Federico Campbell: “[…] hoy más que nunca, no sólo se juzga indispensable una formación metodológica universitaria sino además una especialización en alguna de las áreas de la sociedad en que se genera información”.

Hoy podemos decir que sobran egresados de las carreras de periodismo (así utilicen rimbombantes nombres para denominarla) y hay un panorama general de frustración porque no están realizando lo que visionaron en la Facultad. Para empezar, son muchos los que desde su etapa de estudiantes laboraron como “becarios” sin recibir emolumentos o, si acaso, una “compensación” para pasajes. Y no son pocos los casos de quienes, al abandonar el medio que los “becó”, narran que no obtuvieron la experiencia que esperaban, que no se les entregaron las herramientas adecuadas, que su creatividad fue limitada por los editores o que se les obligara realizar “publirreportajes”.

Después, quienes pudieron acceder a la plantilla profesional de un medio, se percataron de los bajos salarios, de que trabajan tiempo extra que no se les pagaba dignamente, de la carencia de prestaciones y lo precario de la estabilidad laboral, en que podían ser despedidos a la menor provocación sin las indemnizaciones que marca la ley para otras profesiones. También se quejaron de la autocensura o de inclinarlos a sesgarse hacia la línea que marcaba el jefe editorialista.

Hace años, sugerí a un reportero que realizara reportajes. “¿Y cómo? —me respondió— ¡Si me piden cinco notas diarias! Y me pagan cinco mil pesos”. Pero el dueño del medio cobraba cientos de miles por un “paquete” para una campaña política.

Y eso era cuando aún estaba en pañales el tema del periodismo que utiliza varias plataformas para publicar. Sin embargo, si de por sí la situación del periodista era crítica, se volvió peor con la era de Internet.

Hago una digresión. Desde siempre, quien se hizo rico, vivió de las prebendas y usufructuó las relaciones que le dio (da) el poder, ha sido el dueño de un medio (que generalmente no es periodista, sino empresario), no sus reporteros; alguno de estos, no obstante, sobrevivían mejor cobrando en alguna oficina, institución u organismo ligado al poder, muchos eran “jefes de prensa” en alguna secretaria o dependencia gubernamental. Eso no era mal visto, esos directores de “comunicación social” seguían siendo considerados periodistas; tampoco era mal visto que recibieran obsequios de políticos en su onomástico o a fin de año. Pero con la nueva conciencia periodística, donde la ética ha sido incisiva, impulsada por organizaciones críticas y por los mismos periodistas (aunada la percepción de las audiencias que han ido abandonando a los medios tradicionales), esas prácticas se pretenden proscribir.

Retornando al tema del periodista digital, con el auge increíble de las redes sociales, la multimedialidad y la hipertextualidad, lo que para la mayoría de usuarios significa simplificar su vida, su trabajo o su comunicación con el mundo, para el periodista es una sobrecarga de trabajo, y lo peor: sin mejorar sus ingresos. Porque ahora, además de obtener la información, el periodista debe tomar fotos y videos (a veces con su teléfono, que no le paga la empresa), hacer la nota para el medio digital, otra para la radio; una más para la televisión, y más tarde, otra nota para el medio que se imprime por la noche, todo con el mismo salario. Así, el medio se ahorra al fotógrafo y al camarógrafo. También se le exige que sepa algo de diseño y edición… Y nadie lo defiende.

Sostiene Javier Darío Restrepo: “Una de las vulneraciones más frecuentes es cuando al periodista le pagan salarios de hambre y lo ponen al borde del soborno o de hacer trampas. Una persona con un salario de hambre tiene que luchar por su supervivencia y entonces es cuando se vuelve más vulnerable a las tentaciones de recibir dinero de donde no debe recibir, eso se convierte en una violación radical, no sólo del derecho de justicia, sino a la dignidad profesional.

Por ello, un buen número de periodistas en el mundo se ha convertido en “freelance” (independiente). Sin embargo, para algunos, este tipo de periodista no es “tan” independiente. Entrevistado por Enric Llopis en agosto de 2015, el escritor y periodista español Javier Mestre señaló que “la precariedad laboral es un instrumento para el control de la línea editorial”. Y abundó:

Por ejemplo, mediante la utilización del periodista “a la pieza”, que es creciente y actúa como una de las formas más sangrantes de precariedad laboral. Consiste en que el periodista se declara como trabajador “por cuenta propia” (“falso autónomo”), y establece una relación laboral con la empresa, con la salvedad de que el medio no está obligado a aceptar el producto elaborado por el periodista. El medio de comunicación compra la ‘pieza’ informativa. Así, el profesional sabe que tiene que escribir las ‘piezas’ de una determinada manera si quiere que el medio se las compre. De ese modo, el control ideológico es total. No hace falta reñir ni censurar, basta con no comprar. El periodista ya sabe que si quiere comer tiene que seguir los dictados de la línea editorial. Yo sería partidario de que los profesionales de la información tuvieran una seguridad laboral “funcionarial”. Por mucha vocación que exista, tiene que haber unas condiciones laborales dignas y libertad de expresión.

En muchos medios es normal pagarle (mal) a los reporteros pero no pagar nada a los columnistas o articulistas. En los últimos tiempos, desde hace poco más de dos décadas, abundan en los medios los “analistas”, la mayoría son profesionales en diversas áreas que opinan de lo que saben o creen saber. Otro tanto son políticos (y en gran parte de los medios no lo aclaran a su audiencia) y, en menor medida, son periodistas profesionales que empezaron como reporteros y opinan con el conocimiento que les da la experiencia de reportear la información. Se comprende que la mayoría acepte trabajar sin remuneración ya que viven de otra ocupación; pero el medio no es ético si no paga por un trabajo.

Pintura de Armando Eguiza

Otra forma velada de explotación ocurre cuando la radio o la televisión invita a los periodistas para que opinen de tal tema en lo que son expertos (aunque, al parecer, en varios medios radiales o televisivos, consideran que los periodistas son expertos en todo y se omite invitar a los profesionales en los temas que proponen) en donde no se les paga nada por su participación.

Con estas condiciones es entendible que un periodista ético busque ocupaciones alternas: imparte clases, corrige, tesis, trabaja en editoriales o en intuiciones culturales, es decir, en zonas donde no se le ligue al poder o donde su labor no pueda incidir en el periodismo que practica.

Todo lo enumerado por supuesto que influye en la calidad del periodismo, afecta la libertad de expresión y el derecho de las audiencias a la información. Y en gran medida tiene que ver con el descrédito de la prensa para que esas audiencias se retiren de los medios tradicionales y se reduce el papel del periodismo de su verdadera función: servir a la sociedad.

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