jueves 18 abril 2024

Perfil del periodismo y la cultura en México

por Ariel Ruiz Mondragón

Al mismo tiempo que ha sufrido los embates de la crisis económica, el periodismo cultural ha logrado ciertos avances gracias a la democratización del país y a las oportunidades que brindan las nuevas tecnologías. Asimismo, mientras se exigen mayores espacios para la información y la difusión de la cultura, existe también un déficit de diversidad, imaginación y profesionalización entre quienes a ellas se dedican.

Esos son algunos de los problemas y posibilidades que presenta actualmente el periodismo cultural en nuestro país, sobre los que etcétera consultó a un grupo de conocedores del quehacer informativo de la cultura en México.

Los participantes en esta encuesta son, por orden alfabético: Ricardo Cayuela Gally, jefe de redacción de Letras Libres; Sergio González Rodríguez, escritor y colaborador de El Ángel, de Reforma; José Luis Martínez S., director de Laberinto, de Milenio; Malena Mijares, directora de Este País; Julio Patán, escritor y coconductor del programa Final de partida, que se transmite por Foro TV; Miguel Ángel Quemain, periodista y organizador del Primer Encuentro de Revistas Culturales, realizado este año en Querétaro, e Ilán Semo, director de Fractal.

A cada uno de ellos se le presentó un cuestionario cerrado de cinco preguntas, con total libertad de opinión y de extensión. Aquí presentamos sus respuestas.

¿Cuál es la importancia que los medios de comunicación dan hoy a la cultura?

Ricardo Cayuela Gally: Realmente dan una importancia mínima, un espacio muy restringido y, además, no hacen bien su trabajo. Cuando hablan de cultura no hablan de cultura sino de la sociedad del espectáculo que ha dicho Mario Vargas Llosa. Es decir, les importan de la cultura las adherencias que están alrededor de ella: premios, prestigios, fallecimientos, efemérides, y en ese sentido ven a la cultura simplemente como un espacio de lo noticioso, y no tienen interés en profundizar de ninguna manera. Entonces, me parece que la cultura no sólo tiene poco espacio en los medios, sino que el que tiene es muy superficial y limitado exclusivamente a lo noticioso; además, lo noticioso no sólo en un sentido inevitable (un fallecimiento, un premio Nobel, una efeméride) sino incluso al servicio de ciertos intereses. Por ejemplo, en España, en donde sucede más o menos lo mismo que en México, todo el mundo sabe que el premio Planeta es entregado de antemano, que no es transparente y que es una forma que tiene esa editorial (tan prestigiosa, por otra parte, en la que yo publico), para fichar autores. Y, sin embargo, todos los medios de comunicación, una vez al año, cuando se da ese premio, juegan al simulacro del jurado, la revelación del manuscrito, de cuál era el seudónimo que usó, transmiten en vivo la ceremonia de premiación, etcétera. Entonces, hay una cultura del espectáculo y una cultura del simulacro en la forma en que los medios de comunicación cubren la cultura.

Sergio González Rodríguez: Para responder la pregunta, es necesario distinguir entre el ámbito mediático (prensa, radio, televisión, etcétera) y el transmediático (Internet, nuevas tecnologías y plataformas). Asimismo, se debe entender que lo que está de por medio en este momento no sólo es la presencia o cuota del tema cultural en dichos ámbitos, sino la propia idea de cultura. Si observamos el concepto de cultura en su circunscripción tradicional o humanista, la que refiere al papel de la centralidad libresco-literaria en la civilización, tal concepto ha llegado a su fin. La época poshumanística ha impuesto otra idea de la cultura, inserta, al menos por ahora, en el eje del infoentretenimiento. Los medios convencionales en México oscilan entre aferrarse al modelo humanístico, cada vez menos atendido y ya casi rechazado por el público y los anunciantes, y volcarse en la actualidad más urgente, que establece una obediencia a lo divertido. Algunos, los menos, efectúan un papel crítico al atender ambos extremos y situarse en una zona de atención múltiple y de indagaciones al respecto. Es obvio que en el ámbito transmediático la importancia del infoentretenimiento es dominante.

José Luis Martínez: Es cierto que la cultura ocupa cada vez menos espacio en los medios de comunicación tradicionales. Sin embargo, los nuevos medios —Internet, redes sociales, etcétera.— ofrecen muy amplias posibilidades para la información cultural no sólo en México sino en todas partes. En nuestro caso, ante la difícil situación económica, publicaciones que se editaban en papel —como Replicante o el Periódico de Poesía— han encontrado viabilidad y posibilidades de crecimiento en sus versiones digitales. Hay otras, como Antídoto, que desde su origen han apostado por la red.

Ahora, si bien en algunos medios tradicionales el periodismo cultural tiene una presencia precaria (existen periódicos que no cuentan siquiera con una página dedicada a la cultura), hay otros —como El Universal— en donde se han echado abajo decisiones editoriales absurdas y la cultura vuelve a estar presente en su oferta editorial con materiales de muy buen nivel: investigaciones, entrevistas de fondo, reportajes. En la televisión comercial, la cultura se abre camino con secciones como la de Nicolás Alvarado en Primero Noticias; son, tal vez, espacios mínimos, pero sin duda significativos. Mención aparte merecen Canal 11 y Canal 22, o Radio Educación, cuya vocación cultural se mantiene a pesar de los vaivenes administrativos.En la prensa de la Ciudad de México, lo he dicho en otras ocasiones, tenemos sólo tres suplementos culturales: El Ángel, en Reforma; La Jornada Semanal y Laberinto, en Milenio, insuficientes, sin duda, pero inscritos en una tradición que es importante conservar. En este contexto, en esta lucha por mayores espacios para el periodismo cultural, los periodistas, sobre todo quienes participamos de esta especialidad, tenemos el compromiso de ofrecer materiales a la vez trascendentes y atractivos. Hay que luchar contra el prejuicio de que el periodismo cultural es solemne o aburrido, o que sólo se ocupa de cosas incomprensibles. No es cierto, el periodismo cultural debe ser —como lo ha sido durante tanto tiempo— un mediador entre los creadores y la sociedad, un divulgador de las ideas, del pensamiento, de las obras que circulan en este mundo globalizado; no detenerse en el presente sino reflexionar con las herramientas que proporciona la historia.

Malena Mijares: Me parece que hoy como antes los medios le dan una importancia menor que la que¡ deberían dedicarle. En mi opinión la cultura es un asunto crucial, importantísimo en la vida del país, y que acaso por la situación trepidante en la que vivimos se ha relegado en los medios en general, particularmente en los medios impresos a posiciones finales, en secciones no tan centrales o vistosas.

Hay que señalar la pérdida de unos años para acá de algunos suplementos literarios y culturales de los periódicos, y que han hecho de las culturales secciones prescindibles, o que son parte de otras; ya son pocos los medios que tienen propiamente una sección cultural fuerte, y creo que ésa es una apuesta equivocada, que va en detrimento de los mismos medios y también de la percepción que tenemos de lo que nos rodea. Pienso que eso no está bien; en mucho nos ayudaría darle a la cultura el papel que se merece, ya que en ella está una buena parte de la riqueza de este país.

Julio Patán: Ambivalente, creo. Los suplementos culturales viven una decadencia notoria: quedan pocos, pagan poco si pagan; en una palabra, no son suficientes para dar cabida a los escritores emergentes, que tradicionalmente han encontrado ahí un “servicio militar” importantísimo para desarrollarse profesionalmente. Tampoco las secciones culturales son tan extensas como solían serlo. En cambio, la televisión, aunque sea muy incipientemente, empieza a dar cabida a otro tipo de programación. No me refiero a las televisoras del Estado, que siempre han cumplido con este papel, sino incluso a algunos esfuerzos en las televisoras privadas, como los que se pueden ver en el Canal 40 o en Foro TV, donde trabajo.

Miguel Ángel Quemain: Aparentemente hay una distinción entre lo que suele llamarse “el ambito mediático” y el “transmediático. La distinción fundamental que veo es que los grandes grupos de medios han creado un terreno para la expresión de la gente en general y de artistas, militantes y activistas que supusieron que nunca tomarían el micrófono. En los países con dictaduras y protodictaduras, como Cuba y Venezuela, como Estados Unidos (su conservadurismo tiene aspectos innegablemente dictatoriales) se busca afanosa y obsesivamente (y se ha logrado en buena parte) controlar el flujo de la información a través de la web y de las redes sociales. Han colocado buscadores (les llaman “inteligentes”, pero son en realidad bastante estúpidos porque encuentran palabras que les preocupan a los censores pero tal vez jamás podrán descifrar su sentido).

Insisto en que la única diferencia que encuentro es la del acceso. En el marco de la libertad hay mucha estupidez y basura que podemos considerar que se produce en nombre de la libertad y de la democracia. Nuestro problema es distinguirla y evidenciarla. Hay una idea que predomina y que consiste en afirmar que el concepto de cultura con el libro y lo libresco como su ámbito central ha llegado a su fin, y yo creo que ésto es falso y que es peligroso considerar cultura y civilización como sinónimos: no lo son. La gran cantidad de conocimiento que se produce en las universidades del mundo está enmarcada en la gran tradición que va de Grecia y Roma y así llega a nuestros días. Pero la pregunta parecía ser sobre la importancia de la cultura en los medios y creo que tiene una escasa importancia. Saca la estadística sobre el lugar que ocupa. Y eso también habría que compararlo con la difusión que se la da a la cultura que se produce en los estados del interior del país, donde ni los periodistas ni los funcionarios le dan importancia a lo que se hace, aunque en ello se gasten sus propios presupuestos que gustosamente se gastarían en conciertos públicos de Thalía, Shakira y toda esa basura musical que reune masas que se la pasan tragando y con ganas de ir al baño, que no tienen nada mejor que hacer en sus casas (a menos que esté la Eurocopa, la Latincopa y la municipiocopa de futbol) y por eso “participan” de las políticas populacheras de las entidades de cultura repartidas en el país.

Ilán Semo: Creo que los actuales medios de comunicación se han convertido en una suerte de intermediarios entre la cultura y el mercado. Si sigues las transformaciones muy radicales que ha sufrido la cultura dentro de los medios, el mayor cambio que ha sucedido en los últimos 15 años es que los medios están dedicados a transformar a la cultura en un objeto de los mercados. Esto es, para mí, el centro del problema.

La impresión que dan los principales medios de comunicación es que hay muy pocos que han cuidado los dilemas que trae consigo ese cambio, hay poquísimos que estén realmente dedicados a rescatar las reflexiones, las experiencias y el mundo de la producción cultural a partir de la manera en como se produce ese mundo desde su interioridad; a lo que están dedicados es a construir ese mundo allí donde sucede la presencia de ese mundo en el mundo del mercado. Las secciones culturales, por ejemplo, están dominadas por las grandes casas editoriales, que a su vez están interesadas en las grandes ventas de libros; la programación televisiva está dominada por las grandes televisoras, y por ejemplo, las secciones culturales no hacen ningún esfuerzo por hacer una labor crítica de lo que es la televisión (con excepción de algunos autores aislados).

No hay que generalizar, por supuesto; tienes que cada uno de los periódicos hoy en día (que son lo menos relevante en el mundo de los medios masivos de comunicación, pero cuya relevancia viene de que siguen siendo textuales), tiene muy diferentes aproximaciones a la cultura: El Financiero tiene una extraordinaria página, Reforma acierta de vez en cuando, Milenio tiene un suplemento cultural muy importante. Segundo: la que es obvia es la gradual erosión de lo que fueron las grandes mafias, esas grandes pirámides que dominaron a la cultura mexicana más o menos en la época en que la gobernó el PRI, y que fue lo que surgió a partir de los años cuarenta, esencialmente, con esa peculiar forma de organizar a la cultura desde ventrículos hasta cortes guiadas por esa suerte de caudillos culturales como fueron Alfonso Reyes y después Octavio Paz, ligados por mil puentes hacia el poder político. Entonces, lo que se observa y que es extraordinariamente saludable, es una erosión absoluta de esa forma de cómo la cultura devenía una suerte de experiencia compartida por grupos que se definían por posiciones político-culturales.

Pero es una lástima que ese fenómeno no haya sido contrarrestado por la calidad que habían dejado esas que en un principio fueron vanguardias culturales, y que después se convirtieron en formas casi amafiadas de la intervención en el mundo y la organización de objetos, sitios, presupuestos, intenciones, propuestas e identidades culturales.

Yo veo esos dos movimientos simultáneos. Si antes, básicamente, el tema central de los medios de comunicación fue ser una suerte de grandes ventrículos de lo que era una cultura hecha en el seno del Estado, esa experiencia mexicana tan particular donde el Estado sirvió como una gran fábrica de la producción cultural más o menos hasta los años ochenta, en los noventa tienes cómo ese proceso de definir y construir la idea de que la cultura está dedicada a vender, a alimentarse y a financiarse a sí misma.

¿El periodismo expresa la pluralidad y diversidad cultural del país?

Ricardo Cayuela Gally: Creo que no, y se desprende de mi primera respuesta. México es un país de una enorme riqueza cultural, de muchas capas y culturas distintas —cultura tanto canónica de las siete artes establecidas, como la no canónica de muchas otras manifestaciones tanto populares como de creación de muy diversas formas, de artistas, performanceros, teatreros callejeros, etcétera—, y desde luego que los medios (y en esto incluyo autocríticamente a Letras Libres) no somos el buen espejo que deberíamos ser de esta riquísima realidad cultural del país.

Sergio González Rodríguez: Ni el periodismo cultural ni el de información general refleja la pluralidad o diversidad del país. La prensa —y también los otros medios tradicionales— siguen un esquema centrípeto de presencia y evolución reproducido a escala en cada caso. Esto es parte de la cultura colonial del país, que se fundó sobre las bases de un imperio militar y teocrático. Los siglos XIX y XX apenas modificaron este rasgo. México es un país centralista y como Estado-nación creció ante el mundo con la mira puesta en otro centro de aspiraciones: las metrópolis. El desarrollo de la cultura regional en el Occidente (Jalisco-Michoacán), en el Golfo (Veracruz), en el Surponiente (Oaxaca), en el Norte (Nuevo León-Tamaulipas), en el Centro (Puebla), en el Bajío-Norte (Guanajuato-Querétaro, San Luis, Zacatecas), o en el Norponiente (Sinaloa-Sonora) siempre se vinculó con la capital del país, excepto en fronteras como Tijuana o Ciudad Juárez, que crecieron más bien de cara al conflicto cultural entre México y Estados Unidos. El periodismo de cultura tendió a regirse por la centralidad humanística, por los valores y prestigios que emanaban del centro del país o de las metrópolis. La cultura regional en México, y con ella su periodismo, reprodujo tal tendencia en sus propias élites de creadores y difusores culturales. Puede haber excepciones, desde luego, pero carecen de peso e influencia que contrarreste dicha tendencia.

José Luis Martínez: Si pensamos en el periodismo cultural desde una posición centralista, como aquel que sólo se produce en la Ciudad de México, la respuesta es inmediata y contundente: no. Pero tenemos que ver que hay muchos otros medios en los más diversos lugares del país que desde luego atienden y muestran su diversidad y, en conjunto, ofrecen un mosaico de lo que somos como país. Yo tengo la oportunidad de viajar con cierta frecuencia a otras ciudades de la República, y en todas veo revistas, periódicos, fanzines, publicaciones en Internet, que muestran el trabajo que se está haciendo, que es de una gran riqueza, sobre todo por su carácter independiente. Pero si bien todos estos esfuerzos son importantes, no son suficientes y en ello tienen responsabilidad los medios de mayor circulación, con mayor audiencia, cuando privilegian los deportes o los chismes de la farándula en detrimento del espacio dedicado a la cultura. Ahora bien, quienes trabajamos en medios empresariales, tenemos la obligación de que nuestro trabajo sea “rentable”, que sea atractivo para los lectores, no caer en un presunto y ridículo elitismo. Creo que, en ocasiones, la culpa de que el periodismo cultural sea desplazado por otro tipo de información, somos quienes lo hacemos. A veces carecemos de imaginación y caemos en un trabajo rutinario, adscrito únicamente a las agendas de las instituciones públicas o privadas; apostamos poco por la originalidad y menos aún por los nuevos autores o por las cosas que no conocemos.

Malena Mijares: Creo que no a cabalidad. El periodismo cultural intenta dejar una huella y tomar la palabra en algunos aspectos de la cultura; cada medio se crea un perfil, y entre todos acaso se componga un rompecabezas. Pero en definitiva la pluralidad y la diversidad de las manifestaciones culturales es tan grande que no es fácil que en los pocos medios con vocación de periodismo cultural de que disponemos se refleje. Hay mucho, por ejemplo, de lo que ocurre en la República Mexicana, fuera de la Ciudad de México, de lo que es difícil enterarse, y son manifestaciones tan importantes como las que son metropolitanas.

Entonces, creo que los medios cumplen un papel importantísimo, pero no logran abarcar la gran diversidad de nuestra cultura.

Julio Patán: En términos generales, sí: hay de todo, sobre todo y en todos los tonos. No obstante, es cierto que la agenda de los medios está secuestrada por la violencia —sobre todo por la derivada del crimen organizado— y por los calendarios electorales. México es extraordinariamente rico en términos de lo que llamamos cultura popular o tradicional. Eso lo sabemos. Pero tiene también una industria del cine bastante briosa, un notable movimiento culinario, muchos festivales de cine con larga trayectoria, ferias del libro muy concurridas, editoriales independientes que se han hecho un lugar, un interesante panorama teatral, una producción de cómics como nunca se había visto. ¿Tiene esta riqueza un lugar en lo medios proporcional a su magnitud? Ni de lejos.

Miguel Ángel Quemain: El país no está expresado ni en las secciones culturales de la llamada prensa nacional ni en los periódicos locales. Entre los propios estados del país los estados vecinos no existen y menos en la prensa de la Ciudad de México, que se piensa como el ombligo del mundo. Tenemos en la mayoría de las secciones un ejercicio contrario a la pluralidad y a la diversidad, pero no por mala voluntad o por una cuestión conspirativa contra la cultura: es así por ignorancia de los editores y de los jóvenes periodistas de cultura (que están a la espera de una mejor oportunidad salarial y de “éxito”), pero también porque muchos editores de cultura y espectáculos son unos vividores que se la pasan de rodillas recogiendo con la lengua las migajas que les arrojan los señores que han conseguido que la cultura “venda”.

El cine y el teatro ya están en la sección de espectáculos. Estamos a la espera de la transición definitiva, podría pensarse que es el mismo destino que siguen los aromas y los sabores a través del tracto digestivo.

Ilán Semo: Creo que el periodismo cultural que se practica hoy en México expresa más la diversidad cultural del país de lo que la expresó hasta finales de los ochenta; es decir, hasta ese momento donde lo que teníamos era un mundo intelectual y cultural que yo llamaría un mundo definido por los grandes legisladores culturales (léase Octavio Paz o Carlos Fuentes, que hacían una función casi de dominio sobre una forma de moralidad pública sobre los órdenes estéticos). Pero la democratización en México trajo su gradual disolución. Lo que queda de esos grandes grupos es un absoluto anacronismo: las revistas que son sus hijos o sus herederos viven de una nostalgia que se ha vuelto eterna, y quienes siguen vindicando esas herencias son como rentistas de la nostalgia, porque no lograron convertirlas en herencias vivas, efectivas de los intelectuales que fincaron esas mafias.

Esa peculiar manera de la organización y la producción cultural del país restó muchísima pluralidad a la cultura misma, y por ende restó mucha capacidad al periodismo cultural de expresar ámbitos que salían fuera de los grandes paradigmas nacionales, de las grandes mafias.

Hoy en día tienes una producción cultural mucho más fragmentada pero que expresa, con un poco más de rigor, órdenes culturales que antes nunca hubieran llegado a tener sus propios medios. Voy a pensar en una versión muy radical de esto, que son las radios indígenas, por ejemplo: la radio es fundamental para la construcción del lenguaje, de identidades, de territorialidad, de imaginarios, de narrativas. Ahora tienes una multitud de radios locales, de las universidades, ligadas a periódicos locales que expresan ámbitos regionales que antes eran inimaginables.Entonces, en ese sentido sí podemos decir que lo que está sucediendo en los medios es un poco más fiel a lo que pasa en el ámbito de la propia experiencia de producción cultural de comunidades, afinidades e identidades que antes no estaban para nada allí. Ahora el problema es que los grandes monopolios de la comunicación mexicana, que son las televisoras ligadas a las radios, dominan de tal manera todo el mundo de la producción de la comunicación que la diversidad aparece como una marginalidad. Ése es el problema.

La diversidad no aparece como resultado de decisiones culturales constituidas que definan territorios propios, sino aparece como a contrapelo de lo que sucede en el centro de los medios de comunicación, que son las televisoras y las relaciones que mantienen con la prensa y con la radio. El gran problema es que tienes grados de monopolización de la producción y la emisión por los que el pluralismo cultural simple y sencillamente aparece como una suerte de gran disidencia frente a esos monopolios, y no como la expresión de fuerzas que van mucho más allá de lo que a esos monopolios le dan oportunidad de aparecer. Estos esos gigantes en todos los términos (de producción, de emisión, de público) tienen su propia definición de lo que es la diversidad, pero que no tiene ningún sentido si todos los otros órdenes diversos de lo que es hoy en día la cultura mexicana no tienen sus propios mecanismos de expresión.

El principal problema que veo es que hay más diversidad, pero es casi inaudible. Ése es el problema dada la estructura general de los medios de producción. Hay una distancia entre comunicación y cultura, obvia, pero es una distancia provocada por esa asimetría.

¿Cómo se ha transformado el periodismo cultural con la democratización del país, los avances tecnológicos y los cambios económicos?

Ricardo Cayuela Gally: Son tres cosas muy distintas entre sí. Yo creo que la democracia ha traído una pluralidad de voces a los medios muy importante, ha roto ciertos monopolios de opinión y ha liberalizado las opiniones: hoy en México, salvo muy excepcionales casos, que, además, la propia opinión pública logra revertir —pienso, por ejemplo, en la salida y el regreso al aire de Carmen Aristegui—, disfrutamos de una clara e inobjetable libertad de prensa. Y eso hace que se hayan multiplicado los espacios de una manera maravillosa, y creo que eso es bueno. Eso por lo que hace a la democracia.

Al mismo tiempo se han perdido los espacios de referencia, y eso es grave. Es decir, como todo mundo puede opinar y decir lo que quiera, ya no hay espacios que sirvan de guía y de referencia, y eso va desconectando las conversaciones y los intereses, y cada quien está en una especie de Babel individual en un soliloquio que no escucha a los otros. Esto sí está relacionado también con los avances tecnológicos: Internet ha propiciado un desarrollo brutal; de hecho hoy uno se queda sin conexión y dice “¿qué pasó? Estoy desconectado, estoy aislado”, y se le viene el mundo encima, cuando hace apenas una década eso ni siquiera existía. Las cosas que te brinda el acceso a la red son tan brutales que están cambiando —para los neurólogos— incluso nuestra mente y la forma en que absorbemos el conocimiento. Todo eso es incuestionable.

Al mismo tiempo, eso ha hecho que, de nuevo, se pierdan los cauces de una conversación a la que todos podamos unirnos y seguir. Me parece que Internet permite que mucha gente joven, talentosa, a contracorriente, tenga una voz propia; antes tenía que pasar por los grandes medios, hacer antesala y entrar en una pirámide de la meritocracia muy lenta y muy complicada. Eso es bueno, pero ha hecho que todo mundo esté de nuevo en su conversación particular y privadísima, y que no tengamos formas de conversar unos con otros y de escuchar. Si todo mundo escribe, ¿pues quién lee?, ¿quién escucha esas opiniones? Ése es el gran defecto.

Sobre la economía: este país tiene crisis desde que se fundó, es el sello de la casa. Yo nací en 1969 y mi vida es la historia de las crisis, y en ese sentido creo que no tiene una incidencia directa: sabemos adaptarnos a la época de bonanza y también a la época de las vacas flacas. Lo que sí es cierto es que la revolución tecnológica ha metido una enorme presión a los medios impresos, que se han visto obligados a recortar, y suelen hacerlo con los suplementos, los espacios y los minutos al aire de la parte más débil y menos interesante que, según ellos piensan, es la cultura.

Sergio González Rodríguez: El periodismo cultural perdió poco a poco, conforme se diversificaban las formas políticas en el país, sus puntos de referencia acostumbrados: figuras, grupos, intereses, temas, revistas, suplementos que reproducían de algún modo el molde piramidal de la sociedad del antiguo régimen. Por desgracia, dicha pérdida estuvo lejos de ser reemplazada por una visión renovada y renovadora. Se optó más bien por una entrega a la nostalgia por lo perdido, una proclividad funeraria que, de la mano de las instituciones culturales del país, consumó la idea de la superioridad del pasado, sus glorias venerables, respecto del presente.

Esto aconteció justo cuando en el mundo y en el país se daba la gran revolución tecnológica en la vida cotidiana, y el tránsito de la centralidad en torno de la letra impresa a la de la imagen y el auge de lo audiovisual de alcance planetario, bajo el efecto de la economía global. El resultado fue contundente: el público y los anunciantes le han dado la espalda casi por completo a tal arrebato nostálgico. Esto explica, por ejemplo, la desaparición de tantos suplementos y secciones culturales en la prensa, la supervivencia al borde de la extinción de revistas de grupos de poder y sus amigos. Quienes fueron sus responsables sólo se quejan, se cierran ante la realidad y tienden a culpar de su fracaso a los demás: carecen de temperamento autocrítico. Su dogmatismo y escasez intelectual, de nulo sentido práctico, tendió a aniquilarlos.

José Luis Martínez: Siempre he tenido el privilegio de trabajar en empresas donde el periodismo cultural ha tenido una presencia significativa. En El Nacional, que era un periódico del Estado, tuvimos los recursos suficientes para hacer secciones culturales amplias, suplementos culturales ambiciosos, con traductores, con colaboradores de mucho prestigio. Y, a través de los años, lo que he visto es que si tú ofreces un buen producto, si tú haces un buen trabajo, te puedes ir abriendo camino; no es fácil, por supuesto, pero encuentras las mejores alianzas para hacer tu trabajo. En el caso concreto de lo que yo hago en Laberinto, no tengo nada que reclamarle a Milenio, la empresa donde trabajo, porque me da un presupuesto y, sobre todo, absoluta libertad, de tal manera que lo que se publica en las páginas de Laberinto, sólo es responsabilidad mía, de nadie más.

Por lo que respecta a los demás medios, no sé muy bien cómo trabajen. Lo que veo y lo que puedo juzgar es mi experiencia como lector de esos medios. Lamenté mucho la desaparición de Confabulario, el espléndido suplemento dirigido por Héctor de Mauleón en El Universal, pero también la supresión de las páginas culturales en ese periódico en aras de un invento que fructificó en nada y que, afortunadamente, ya quedó atrás.

He visto, por ejemplo, cómo El Ángel, en Reforma, se convirtió de una separata con un buen número de páginas en un suplemento de cuatro páginas en donde, por supuesto, la oferta editorial se ha tenido que ajustar.

En el caso de La Jornada Semanal, también ha tenido cambios a lo largo de su historia, en un momento llegó incluso a ser una revista; actualmente es el suplemento con más número de páginas (16) y más tiempo entre los que circulan en la Ciudad de México. La revista Siempre! también tiene su suplemento cultural, dirigido por Ignacio Solares; no es ya, desde luego, aquel suplemento que dirigió Fernando Benítez ni tampoco el que dirigió Carlos Monsiváis porque no cuenta con los mismos recursos, sin embargo se sostiene y eso es importante.

En El Financiero, una empresa con problemas económicos, es encomiable el esfuerzo de Víctor Roura para publicar una sección cultural que es de referencia, con una agenda propia, con atención a lo que sucede en otras partes del país, con un espacio dedicado a la ciencia, con reportajes y extensas entrevistas con artistas y autores que no pertenecen a las galerías más famosas o a los grandes sellos editoriales, con una interesante nómina de colaboradores. El trabajo que hacen Roura y su equipo siempre me ha parecido un trabajo profesional y con mucha imaginación.

Como lector aprecio que haya una oferta en la que los interesados pueden abrevar; quizá no sea la idónea, pero sí existe. La mayoría de los periódicos puedes consultarlos en Internet, y ver sus espacios de información cultural. Hay revistas como las de la UNAM y la UAM, como Nexos y Letras Libres, hay revistas independientes y una gran cantidad de posibilidades de información cultural que, más que a una política de Estado, se debe a la inquietud, al entusiasmo de los creadores, de los periodistas, de la gente joven, que está haciendo muchas cosas que me resultan atractivas. No quisiera volver a algo que a veces se malentiende, que es siempre volver al pasado, a una supuesta edad de oro del periodismo cultural, porque, si bien han existido joyas y momentos estelares como los suplementos impulsados por Benítez, Fuentes, Carballo, Lizalde y De la Colina, lamentablemente desaparecidos, al mismo tiempo me asomo al terreno de las nuevas tecnologías y veo que, cuando menos ahí, la oferta se ha multiplicado de una manera sorprendente.

Malena Mijares: Considero que al periodismo cultural le ha tocado un pedazo de las conquistas en las que todos estamos embarcados. De alguna manera, la mayor libertad de expresión, el mayor ejercicio crítico, la mayor conciencia de la sociedad civil en todos los terrenos y la posibilidad de que ésta tenga voz en muchos foros es algo que beneficia al periodismo cultural en tanto que es algo que beneficia a la cultura misma. Vivir en una cultura de democracia es, sin duda, mejor y enriquecedor para el país, y por lo tanto repercute en la vitalidad de la actividad cultural. El asunto de la tecnología es algo que está ya integrado en el nuevo ritmo del mundo que vivimos; es algo que ha afectado para bien en tanto que abre muchos canales a todas las formas de información. Eso es algo que ha venido en paquete con el desarrollo de la democracia. Creo que no debemos perderlo de vista en estas horas difíciles, cuando en muchos terrenos el país está desencantado de muchas cosas, cuando vienen elecciones, cuando nos preguntamos hacia dónde ir, qué puede pasar, qué alternativas reales tenemos para un cambio. Esto es algo que ocurre en democracia, y me parece que no debe tener vuelta atrás. En la parte cultural también tenemos que aquilatarlo y valorarlo.

Julio Patán: Se ha movido a otros espacios de expresión, ante la cortedad de posibilidades que ofrece el periodismo de toda la vida. Hay intentos en la red que no terminan de cuajar pero van encontrando su modo de comunicar. Sobre todo, intenta paliar esa escasez en las redes sociales. No ha alcanzado ni de lejos la estatura del periodismo profesional, pero señala posibilidades interesantes. No sólo se ha democratizado el país: se ha democratizado el mundo, en alguna medida, gracias a la tecnología, y los candidatos a practicar el periodismo lo saben.

Miguel Ángel Quemain: El pasado no fue mejor de lo que hoy hay. Lo que muchos consideran nostalgia de un periodismo que existió y que hoy no se practica yo lo colocaría en el territorio de los objetos idealizados —al menos no el periodismo cultural por sí solo. Lo que sucedió en el pasado tiene que ver también con el desarrollo de un Estado que le dio continuidad a un discurso cultural que viene desde la fundación de la Universidad de México, pasó por los ideales de Hidalgo, de Allende, llegó hasta Juárez y Díaz retomó muchos de esos principios —el mundo literario del XIX es una constatación de lo que sostengo. Previo a la Revolución se vivió un ambiente y un contexto que hizo posible la presencia del Ateneo y la continuidad de Contemporáneos, hasta llegar al nacionalismo mexicano, que se expresó en las líneas contraculturales de gran alcance internacional que conocemos y que han documentado de forma admirable Carlos Monsiváis, Enrique Florescano, José Joaquín Blanco, Raquel Tibol y Enrique Krauze (sí, Enrique Krauze, aunque a todos les pese el perfil empresarial de su empresa intelectual) por mencionar un minimísimo porcentaje de analistas y documentalistas de nuestro rico pasado. El país es mejor, tenemos mejores bibliotecas (por más fraudulenta que haya sido la Vasconcelos, es mejor tenerla que carecer de ella: tiene lectores, amigos y un mundo de libros que la sitúa como una de las más importantes del país —en términos panistas: está muy bien “surtida”).

Ilán Semo: En primer lugar está Internet, que ha traído consigo formas de periodismo que eran absolutamente inconcebibles hace 15 años, como son los sitios comunitarios, revistas, propuestas experimentales de teatro y formas de exposición de la imagen, por ejemplo.

En Internet se manifiesta un mundo que era inexpresable hace 15 años, y es algo que en este país se agradece infinitamente porque lo que hoy tenemos frente a nuestros ojos en el mundo virtual es una sociedad en donde las prácticas del periodismo cultural han cambiado porque van dirigidas efectivamente a lectores. Si hasta los años noventa el periodismo cultural iba dirigido a esos dinosaurios culturales que eran las grandes mafias, al Estado o a un círculo de lectores ínfimo, hoy con Internet puede ir en busca de lectores efectivos, lo ha traído reformas muy profundas. Por ejemplo, creo que el reportaje cultural de hoy es mucho más riguroso, menos maniqueo y está exigido por un cúmulo de lectores mucho más grande. Otro problema es que los que tanto en la red como en la televisión y los periódicos centrales, quienes dominan el periodismo cultural son quienes están dedicados a transformar a la cultura directamente en parte de un mercado; por ejemplo, una exposición de un pintor sólo circula si viene respaldada por los monstruos de la divulgación, que también son monstruos financieros, y es entonces cuando aparece en todos los periódicos. El periodismo mexicano ha sido muy débil: no tiene los registros y la densidad institucional para enfrentarse a ese hecho porque los periódicos dependen, en su financiamiento, de este nuevo tipo de periodismo en donde la diferencia entre las viejas páginas de sociales y el nuevo periodismo cultural me parece casi no significativa. Si antes la gran tiranía la ejercía el Estado, el mercado también se ha revelado como un gran dictador para el periodismo cultural, y eso es lo que hay que aceptar.

Tercero, creo que en el periodismo cultural se respira un aire que, si bien en 2000 parecía como de una apertura, al final de cuentas las grandes intervenciones por parte del presidente Vicente Fox y de la misma Iglesia afectaron áreas centrales de la producción cultural en términos de abierta censura, lo que sí ha afectado la dirección general del periodismo cultural. Cuando el Estado habla en México, el problema es que tiene un vozarrón, y entonces golpea duro en términos de presupuesto, por ejemplo.

Yo creo que el hecho de que la Iglesia hoy esté tan presente en los medios masivos de comunicación y en los medios de promoción cultural ha afectado definitivamente al periodismo cultural, ha restringido sus temas; es un periodismo que, además, no percibe bien ese hecho y que no está encontrando la manera de, incluso bajo esos registros de situaciones límite, hallar rendijas para seguir diciendo lo que tiene que decir. En el periodismo cultura hay como un repliegue; lo veo como autoacotándose, aunque yo no diría que autocensurándose porque hoy la censura no viene del Estado, sino que hoy viene de entidades como son las religiosas, y lo parroquial de gestiones culturales como sucede en Conaculta, dominadas por personas que ha traído la administración panista, y muchas de las cuales no tienen la menor idea de dónde están sentados. Entonces, ése es un dilema que enfrenta el periodismo.

¿Cuáles son los principales problemas que enfrenta hoy el periodismo cultural?

Ricardo Cayuela Gally: Son muchos y de toda índole; quizá el más grave es responsabilidad de los que hacemos periodismo cultural: nos falta imaginación, dar la batalla por el espacio y hacer atractiva la cultura para el público más amplio.

La cultura es móvil, es algo que siempre puede ser una novedad, como volver a Shakespeare, a Cervantes, a Harold Bloom, al que uno quiera y mande. No deberíamos estar tan atados a lo noticioso; deberíamos ser más flexibles a la hora de presentar nuestro trabajo, apelar a la lectura inteligente de nuestros posibles lectores, tener un buen trabajo de edición, de corrección, de presentación, de anotación, de ilustración. Sin embargo, todo eso se hace mal, rápido, a las carreras, muchas veces al servicio de los gabinetes de prensa de las editoriales, de las galerías o de la cultura empresarial.

Creo que el primer gran problema es hacer una inteligente autocrítica de los que hacemos la cultura. Luego hay muchos otros problemas relacionados que, al final, acaban todos en el atraso del país en términos educativos, de concentración de los medios culturales en la Ciudad de México, de la cultura del homenaje que tanto daño hace porque impide la libre discusión de las ideas y el debate crítico -todos son sujetos de homenaje si cumplen 70 años. Si es así, ¿de quién hablamos, a quién criticamos, a quién leemos con el lápiz rojo? Somos una cultura que creamos vacas sagradas en las universidades, en las Academias de la Lengua o de la Historia, y eso nos va imposibilitando el elemento básico de una cultura libre que es la crítica. Quizá el paroxismo máximo de esta cultura del homenaje fueron los 80 años de Carlos Fuentes, que realmente llegó a unos grados de patetismo inverosímiles, y que lo único que hacen es que un autor discutible se vuelva una estatua, y en ese camino todos perdemos.

Sergio González Rodríguez: Hay carencia de crítica y autocrítica. Desinformación e ignorancia: se ve, pero no se lee, ni siquiera se quiere comprender ni analizar la época actual de poslectura (la constelación emergente entre letra, imagen fija, imagen cinemática, flujo de datos, diagramatología, nueva plasticidad, diseño). Abunda la falta de profesionalismo, pues se impone el simple deseo de hablar, opinar y hacer de todo sin conocimiento de causa (el síndrome de los aficionados tan propio de las pulsiones vía Internet y redes sociales).

Asimismo, y aparte de la insistencia retro y los suspiros por la vieja cultura humanista, el periodismo cultural carece de imaginación, ensimismado muchas veces en el pasmo ante el nuevo gran relato o paradigma comunicacional. Existe una pasividad ante el gadget, el ruido, la heteroglosia. Falta aptitud de distinguir, saber y precisión. Y, en consecuencia, generosidad ante los demás. Cada quien tiende a hablar sólo de sí mismo, en lugar de hablar de los demás, de los otros y de lo otro. De interpelar e interpretar lo distinto desde un sentido de las sinergias comunicativas. Se impone un extraño, por anacrónico, principio de identidad en demérito de la diferencia, y esto sucede cuando el mundo está hiperconectado.

José Luis Martínez: El principal problema del periodismo cultural es la imaginación. Los espacios que ya existen deben ser, desde mi punto de vista, espacios que se fortalezcan a través de la creatividad de quienes los hacen.

Para quienes están fuera de los medios comerciales, la cantidad de recursos que se ofrecen a través de la tecnología son infinitos. Cuando yo iba a la Universidad, para hacer un periodiquito, de lo más modesto, necesitabas mimeógrafo, esténcil, tinta y otros insumos; después tenías que engraparlo y andarlo vendiendo o regalando a quien se interesara en él. En la actualidad, los muchachos aprenden a diseñar, utilizan todas las posibilidades de las tecnologías y crean sus propuestas.

No todas son interesantes, pero con las muy malas aparecen otras magníficas. Y cuando tú te vuelves un lector en Internet, aprendes a buscar, a identificar qué te interesa y qué no. Y ahí puedes encontrar no solamente lo que se hace en otras ciudades de este país, sino también (y tú lo sabes bien) en cualquier otra parte del mundo. La interrelación es muy rica, y puede despegar a territorios insospechados.

Malena Mijares: Pues yo creo que, a grandes rasgos, tienen que ver con asuntos económicos, como siempre. La cultura necesita librar una batalla por su financiamiento: en las distintas artes se necesita un presupuesto. Ése es uno de los problemas: el periodismo cultural necesita cauces y necesita espacios que suponen financiamiento, y ese ha sido un problema de toda la vida.

Ahora está también el asunto del vértigo de la información en el que vivimos. La gran cantidad de ofertas que hay en las informaciones que nos llegan vía tecnológica es algo con lo que el periodismo cultural tiene que contender para ganarse un lugar, porque estamos saturados de información. Es, en ese sentido, quizá más difícil que antes que los esfuerzos que se hacen para difundir la cultura estén en las prioridades de la gente.

Julio Patán: Diría que más o menos los de siempre: el dinero. Los periódicos ya no gozan de subsidios abiertos o enmascarados como en el pasado, y el periodismo cultural, que se asume como inviable económicamente, es el área donde primero se mete la tijera. Porque, en cambio, creo, los lectores o espectadores son más que nunca.

Miguel Ángel Quemain: Hay uno fundamental, en el que tanto Monsiváis como Miguel Ángel Granados Chapa —a quienes hemos perdido— insistieron mucho: el antiintelectualismo de los propios creadores. Otros son la redundancia y la inutilidad de muchos académicos, así como la religiosidad ramplona y moraloide de muchos educadores y funcionarios. La mayor expresión de ellos son la falta de espacio y del reconocimiento de su necesidad para el desarrollo de nuestra sociedad.

Ilán Semo: Las administraciones panistas, en la gestión cultural, renunciaron a una de sus supuestas promesas, que es el pluralismo. No fomentan, no garantizan, no promueven, no aceptan el hecho de que las expresiones de la cultura sean efectivamente múltiples, y eso es un problema no del conjunto de la sociedad política sino de quienes tienen el Poder Ejecutivo en sus manos. Eso para mí es clave. Todo el acotamiento de las secciones culturales por parte de las instituciones culturales dominadas por el Poder Ejecutivo, como la Secretaría de Educación Pública y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), que intervienen tanto en la producción del periodismo, sí ha tenido su efecto ya que han reducido su espíritu crítico, definitivamente.

¿Cuáles son los retos fundamentales del periodismo cultural en México?

Ricardo Cayula G: Obvio: cómo sobrevivir a la transición del papel a los medios digitales. El papel sigue generando los ingresos publicitarios, pero los lectores duros, mayoritarios, masivos están en Internet. ¿Cómo hacer esa transición inteligente para que no sea una simple fotocopia del papel lo que se lleva a los medios, sino algo más sofisticado, propio de las tabletas, por ejemplo, desde una computadora o incluso desde un teléfono celular? Y creo que allí debemos ser imaginativos de nuevo, apostarle a la tecnología, a que ese cambio es inevitable, y quizá adelantarnos a él con sensibilidad, respetando las reglas de la casa de un buen periodismo que es la jerarquización y el respeto a la lectura inteligente.

Sergio González Rodríguez: Lo primero sería revisar bajo qué concepto cultural se quieren proponer nuevas ideas que dialoguen con el presente y la memoria, y pongan a éstos a debatir entre sí. Lo segundo implicaría recuperar un impulso transformador, si ya no revolucionario, que cuestione también a fondo el nuevo gran relato que emblematiza Internet y las redes sociales, su falsa idea de la democracia. Lo tercero demandaría poner las bases de una cultura que recupere una función política —más allá de lo partidario—, que sepa practicar una crítica integral de la realidad y deje atrás los mitos del infoentretenimiento —por ejemplo, los valores y prestigios culturales en torno de la celebridad, el dinero, el show business, el récord de premios que suele confundir la cultura con el deporte, la superioridad de las metrópolis, sus personajes y productos afamados por el solo hecho de ser reconocidos allá. Olvidar la trivialidad. El periodismo cultural en México tiene que reinventar cada día sus públicos, sus anunciantes, sus creadores. De otra forma, el único futuro que le espera es ser absorbido por el infoentretenimiento. Y cuando esto se dé, a nadie le importará tal absorción.

José Luis Martínez: Aparte de la imaginación, el periodista cultural tiene que estar consciente de que ejerce una especialidad en un oficio llamado periodismo, y que todas las herramientas del periodismo tienen que ser utilizadas en el periodismo cultural. Cuando vemos secciones culturales donde sólo privilegia la entrevista, o donde sólo privilegian los boletines de prensa o la información oficial, como que algo está fallando, porque lo deseable es que se combine todo esto: la información oficial con la información propia, la entrevista con el reportaje y la crónica (un género casi ausente de las páginas de periodismo cultural). Para eso necesitas algo con lo cual sí es muy difícil de luchar en estos momentos (cuando menos en los medios empresariales), que es la prisa. Cada vez al periodista se le da menos tiempo para investigar, menos tiempo para escribir, todo reclama una inmediatez con la que cualquier proyecto cultural resulta extremadamente difícil. Hay que resolver esto de la mejor manera, hay que saber que hay unas notas que se tienen que dar al momento, pero también que hay trabajos que reclaman mayor calma, mayor reflexión, y que solamente así, en la combinación de lo urgente y lo importante, podemos hacer un mejor periodismo cultural. Es decir, hay cosas que son urgentes, como la noticia de quién ganó el Nobel de Literatura, se debe dar al momento, pero la reflexión, el análisis de su personalidad, de los alcances de su obra, no lo puedes escribir un minuto a otro. Entonces hay que saber (y eso lo hace El Financiero y ahora también El Universal) que podemos tener cierto tiempo para trabajar un asunto determinado, una entrevista de mayor aliento, de escribir una crónica. En síntesis, creo que los periodistas culturales de lo que deben preocuparse es de hacer bien su trabajo, con imaginación, de conquistar a los lectores. Hay que apostarle a la inteligencia de los lectores; saber que los lectores son inteligentes y no les puedes dar gato por liebre. Lo que les puedes dar son cosas importantes, trascendentes, divertidas en ocasiones; las van a apreciar y los van hacer reflexionar, que al mismo tiempo que información puede obtener conocimiento.

Malena Mijares: Pues yo creo que, tejiéndolo con mi respuesta anterior, uno de ellos darse un lugar en las expectativas de la gente, no obstante la catarata de información que nos invade continuamente, en donde el amarillismo de ciertas noticias las vuelve más inmediatas y que tiende a colocar los asuntos culturales en un segundo plano. Pienso que tenemos el reto y la responsabilidad de acercarnos lo más posible a los primeros planos de la vida del país, porque la cultura es esencial en la vida de cualquier sociedad, es definitoria de nuestra idiosincrasia, de nuestro ser nacional y es algo que tiene que encontrar una expresión muy directa. También está el reto de la diversidad, que se liga con otra pregunta anterior. En un país de tan vastas manifestaciones culturales y en el que hay una efervescencia regional con sus especificidades en todos los estados de la República, es muy importante que podamos conseguir un periodismo incluyente que utilice todas las vías de la tecnología para acercarnos y ser fieles a esa diversidad del país. Por último yo diría también que es muy importante el desafío de hacer a los jóvenes partícipes en la conciencia de lo importante que es la cultura mexicana y de los muchos aspectos que abarca, y de cómo éstos pueden ser espacios de libertad y de riqueza, de expresión y de creatividad para que ellos encuentren una razón de ser, una forma de sentirse mexicanos y de aglutinarse como sociedad.

Julio Patán: Justamente, encontrar medios de financiamiento que le permitan alcanzar una plena profesionalización para explotar al máximo las plataformas que ya existen.

Miguel Ángel Quemain: El mayor es que aprendamos a descubrir y crear a nuestros públicos. Tanto tú como yo somos unos públicos que crearon unas corrientes sociales y culturales que, como nosotros, pensaron que valía la pena introducirnos en el mundo y tratar de descifrarlo a través de la belleza de las obras y sus interpretaciones, y no imponiendo la razón única, la del más fuerte. Al interior de los periódicos, controlar la voracidad económica y de poder, y pensar que la idea de “cuarto poder” se sostiene en la autonomía del ejercicio periodístico. Otro es que los jóvenes periodistas sigan leyendo y que ejerzan con la idea de que tienen mucho que aprender, no mucho que enseñar. La humildad y la responsabilidad social son grandes retos también.

Ilán Semo: Creo que vienen del periodismo en general; creo que tanto en los periódicos, en la radio y en la televisión es preciso crear un tipo de conciencia de que en México las llamadas secciones culturales (aunque la cultura está más allá de lo que se ve en las secciones culturales, obviamente) deben tener conciencia de que con las expresiones culturales que la sociedad se da para producir su identidad hay que tener cuidado y atención especial. Esto es importante, ya que la cultura puede ser convertida en parte de la continuación del mercado y ser desplazada como espectáculo. Tiene que haber una conciencia, un cuidado de sí mismo de los órganos, y si se trata de entrar en la reflexión de un tema cultural, darle cuidado, autonomía y espacio; que al menos ese sitio sea resguardado de las dos pulsiones a las cuales siempre está sometida esa reflexión: el Estado y el mercado. Es también un problema de cómo los medios se conciben a sí mismos y su función cultural. Hay que pasar por una gran reforma no de su entorno, sino de los medios mismos, para lo que es necesaria una reflexión pública sobre la relación entre periodismo, escritura y cultura. En segundo lugar, se requiere de mucha más especialización, porque la cantidad de espontaneísmo que hay en la gente que se dedica a esas secciones puede resultar a veces hasta alarmante. Sería bueno hacer lo que muy pocos periodistas que efectivamente han dedicado su formación, dedicación y vocación al periodismo cultural, lo que no es la regla, sino la contraria: que siga imperando el diletantismo. Que haya una mayor profesionalización de quienes cubren la cultura a mí me parece fundamental. También hay que quitar toda la solemnidad: es increíble cómo el humor siempre está separado de la sección cultural en México. Creo que debería haber un encuentro mucho más frecuente entre esos dos espacios de la reflexión.

También te puede interesar