jueves 25 abril 2024

I’m the Passenger

por América Pacheco

“No existe gran talento sin gran voluntad”.
Balzac

Para Jairo Calixto Albarrán

La semana pasada, en víspera de la inauguración de las célebres fiestas patrias agostinas, alcancé un poco tarde la meta a la que aspiramos todas las almas escribanas: presenté mi primer libro. Quizás suene un poco idiota, pero las suertes y peripecias que tuve que sortear para cumplir este objetivo bien valen otro libro. O un adéndum.

Recuerdo que todo comenzó cuando acudí a presentar un poemario. El editor responsable de la publicación se me acercó al terminar el evento para preguntarme si me interesaría entregar un manuscrito. “Quizás valdría la pena intentarlo”, aseguró. Honestamente, yo jamás había considerado a mis textos como material publicable; siempre me creí una entusiasta improvisada. Acepté su propuesta del mismo modo en que se recibe el premio mayor de la rifa del tigre. Desde ese día hasta el 9 de agosto de 2018 pasaron cuatro largos años.

El primer reto al que me enfrenté fue determinar cuál sería el género adecuado que elegiría para transitar por tan arriesgada encomienda. La respuesta llegó muy pronto: crónica, que ha simbolizado el par de zapatos con los que me he sentido más cómoda para caminar en los agrestes caminos de la literatura. Una vez elegida la vía, lo que restaba era seleccionar el destino, que no podía ser otro que un libro de crónica de viajes. Muchas veces me han preguntado cuál es la característica que considero que define mejor mi personalidad, y siempre contesto lo mismo: “Soy una pasajera”. Tengo más arraigado el vicio de viajar que el de fumar o empinar el codo.

Foto: Carlo Eduardo Escobar Atempa

Al libro de relatos que representa mi debut en las letras, Pasajera en trance, lo compone de un relicario de crónicas entrañables que construí a lo largo de 5 años de viajes por Europa, principalmente en Francia, mi segunda patria. Y digo entrañables porque describen las peripecias de una mujer sin mayor talento que el de verse envuelta en situaciones extravagantes y totalmente inesperadas, como la India María. Las personas que mejor me conocen saben que poseo la capacidad de extraviarme en la colonia que viví 20 años o en el baño de mi casa, da exactamente lo mismo. Escoger las historias no requirió mayor esfuerzo, honestamente la mitad de ellas ya habían sido descritas en algún momento en mi antiquísimo blog “Desde la cárcel de Reading”, o incluso, publicadas en medios respetables, como La Mosca, Milenio Diario, Replicante, Panorama Cultural y Animal Político. Sin embargo, por razones asociadas a las buenas costumbres y a la moral, decidí omitir detalles que en mi libro decidí sacar a la luz. Ser perdedora y pasarla mal también forma parte de estar vivo. ¿Por qué no dar noticias de ello?

Al tener claro lo anterior, comencé a reescribir las crónicas que consideré más significativas, así como a pergeñar otras inéditas. Ustedes se preguntarán qué tan complicado puede ser compendiar un puñado de historias para que la autora tarde cuatro largos años en lograrlo. Lamento no tener una respuesta favorable a una pregunta cargada de tanta lógica. No lo sé; quizás mi imbecilidad congénita sirva de salvoconducto. Sin embargo, permítanme confesarles que no fueron cuatro años fáciles.

Todo comenzó con el título. Desde que comencé a escribir de manera formal, soy incapaz de avanzar un texto sin tener claro el título y el final. No me pregunten por qué; nuevamente carezco de respuestas. El libro tuvo más títulos que capítulos. De alguna manera, los 10 primeros capítulos los tuve claros desde los primeros cinco meses de gestación, pero el título nunca me hizo feliz. Al paso del primer año, “The Passenger” fue la elección de este corazón. Las razones son obvias: Iggy Pop y su creación perteneciente al icónico álbum “Lust for life” se convirtieron en el himno y soundtrack obligado en todos mis viajes.

El primer editor que tuve fue el antagonista más grande con el que tuve que luchar los primeros años. Nunca estuvo de acuerdo con el título ni con la estructura. Fueron tiempos complicados porque mi vida comenzó a irse por diferentes barrancos emocionales. Me mudé de casa y de trabajo. Cambié de domicilio y de hábitat. Nunca tuve el tiempo (o lo quise tener) suficiente para sentarme con él a trabajar en serio en el avance del manuscrito. Y creo que al día de hoy aún no me lo perdona. Me gritó tantas veces. Nos bloqueamos mutuamente durante una temporada porque nuestra relación se volvió más compleja que mi matrimonio. Hubo de todo, hasta zapatazos. Incluso me obligó a incluir un epílogo que nunca quise ni consideré. “América, tienes que meter la historia de tu padre. Me vale madre cómo la tengas que hacer encajar, solo hazlo”. Estructurar el epílogo me costó sangre y lágrimas. Tuve que resumir en tres cuartillas el vínculo emocional que me une a mi padre y asociarlo a la tonalidad salvaje de mis crónicas. Ustedes no se imaginan lo difícil de la tarea.

Por esa época viajé a la feria del libro de Guadalajara y me topé con el editor definitivo del libro: el gran poeta y capitán de Mantarraya Ediciones, Antonio Calera-Grobet. Al término de una tertulia literaria me preguntó: “Pacheco, ¿cómo va ese libro? ¿Cuándo me lo entregas?”. Sobra decir que me quise meter debajo de la mesa y entonar un bolero de Luis Miguel antes que contestarle con honestidad. Mascullé al menos 10 excusas, como mínimo. La última fue la más sincera: estoy perdida, no tengo idea de cómo cerrar ese libro. Tiene 10 salidas de emergencia y ninguna entrada. Creo que lo más acertado que hizo fue ponerme una deadline. Me retó a ponerme la meta de tener listo el libro el siguiente 14 de febrero.

Foto: Carlo Eduardo Escobar Atempa

Todos los editores que han tenido la desgracia de tenerme entre sus huestes (sobre todo Marco Levario Turcott y Alejandra Escobar) saben que sin presión no hay paraíso. Soy muy dispersa y mentalmente inestable, además de vivir en el planeta estrés, razón por la cual siempre se me tiene que arrear como vaca en campo algodonero para lograr que entregue mis colaboraciones. Mi libro no podía ser la excepción.

Lloré lágrimas de desconsuelo, pero lo conseguí: cerré un manuscrito definitivo. Sin embargo, por cuestiones ajenas a mi administración, el libro tuvo que esperar un año para irse a imprenta, ya que mi tardanza tuvo que dar paso a que escritores con mayor sentido de la responsabilidad que la que suscribe: entregaron sus textos antes y se ganaron el derecho a publicar su obra primero que yo. Creo que este lapso de espera fue lo mejor que pudo pasarme porque el protagonista principal del libro (capítulos I, VIII, IX y XIII) me buscó inesperadamente. Me preguntó: “Y bien, ¿cómo va ese libro?”. Le contesté que me encontraba en periodo de espera, pero que aún no lograba ponerme de acuerdo con mi editor en lo concerniente al título. Retomar contacto con Christophe cambió todo, incluso la estructura del manuscrito. Derivada de nuestras charlas, surgió una nueva canción: “Blue birds” (https://soundcloud.com/christophecesaire/blue-birds), composición que Christophe hizo en homenaje a nuestra mutua intervención en la vida del otro y sobre todo, para ilustrar melódicamente la historia que dejamos atrás, en una antigua estación de trenes.

“Blue Birds” se convirtió en directo en el nuevo título, lo que trajo otra confrontación con Adrián, mi antiguo editor. Tampoco estuvo de acuerdo con el nombre y nos vimos envueltos en una nueva disputa. Finalmente, nuestra relación se fracturó de tal manera (entre otras cosas), que tuvimos que separar caminos. Sin embargo, reconozco públicamente que a él le debo que, después de tantos años de negligencia e inseguridades mías (y de nadie más), el libro exista tal y como lo pueden ver hoy. Antes de Adrián, mi libro era un amasijo de historias sin ruta; después de él se convirtió en el orgullo de mi vanidad.

Por qué usé el título de Pasajera en trance, canción emblemática de Charly García, es harina de otro costal. Y no vale la pena mencionarla a estas alturas.

Durante la presentación del libro, el 9 de agosto pasado, Antonio Calera-Grobet hizo la mejor descripción que he leído hasta el momento de mi debut literario: “Pasajera en trance es un viaje al interior de Pacheco, pero también por el de cualquiera de nosotros que, de pronto, se descubre en una latitud distinta”.

Eso es mi libro: un viaje introspectivo a quién soy y por qué lo soy, con todos los claroscuros y las tesituras de las que se compone mi personalidad.

Los invito a conocerme; asegúrense de tener su pasaporte vigente, el corazón roto y el equipaje de mano bajo el brazo.

Bon voyage.

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