jueves 18 abril 2024

Paris Hilton: a party-girl

por Iván de la Torre

Paris Hilton se ha vuelto una marca reconocible en todo el mundo aunque nadie sepa explicar muy bien qué hace: ¿es actriz, presentadora, modelo, cantante? Simplemente es… Paris Hilton, una party-girl cuya única función aparente consiste en hacer de ella misma: una multimillonaria tonta, famosa por estar presente en todas las fiestas de Hollywood y por algunos de sus escándalos.

Posiblemente no tenga gran futuro artístico, pero cumple con los requisitos básicos de la televisión de estos días, lo que la convierte en un producto deseado para el mercado: es joven, muy bonita y su caché, aunque alto, permite contratarla por la décima parte de lo que costaría conseguir a una verdadera estrella. Además, es un factor de atracción permanente para un público multitarget: adolescentes que miran su reality show, hombres maduros que la desean y espían sus fotos por Internet y mujeres que quieren imitarla.

Paris conoce perfectamente lo que todos esperan de ella: que actúe como la típica veinteañera semiborracha de fiesta permanente; de hecho, la mayoría de las fotos la muestra siempre con una sonrisa aniñada en la cara; pero mientras los demás creen reírse de ella y su torpeza, es ella la que se ríe de todos mientras viaja al banco a contar el dinero que gana con sus breves apariciones estelares en diversos eventos donde su presencia parece garantizar el éxito y la popularidad, marcando lo que está in de lo out.

No tiene que hacer nada más, sólo tomar una copa, decir unas palabras, reírse un poco y todos sentirán que están en el lugar correcto a la hora correcta.

Por supuesto, hubo otras antes que ella y habrá otras después: celebridades cuya presencia es obligatoria en cualquier fiesta que necesite demostrar que está a la ultima moda.

En los 60, luego de publicar con inmenso éxito A Sangre Fría, Truman Capote era el icono necesario para animar cualquier reunión: su presencia garantizaba el éxito porque la alta sociedad había leído el libro y quería conocerlo: estar con él, conseguir que asistiera a una fiesta, era un triunfo social porque Capote era a pesar de los casi 20 años que llevaba publicando la sensación del momento: una persona a la que se debía incluir, sí o sí, para no quedarse afuera del excéntrico círculo del jet set internacional.

La figura hoy, por supuesto, es Paris: ella está en todas partes, en todo momento y es difícil abrir una revista o prender el televisor sin verla, como la canción de Paul McCartney, aquí, allá y en todas partes; y lo que en su momento parecía un chiste creado gracias a un productor astuto terminó convertida en una broma privada, en la que una joven heredera rica, prácticamente desconocida y sin ningún talento (más allá de su belleza) se hizo famosa encarnando los deseos y prejuicios de los demás.

¿Por qué ella y no otra, entonces? ¿Cuántas herederas ricas están, ahora mismo vegetando en sus mansiones, aburridas, tostadas y perfectas, planeando qué hacer el resto del día? ¿Por qué Paris tuvo tanto éxito donde las demás fracasaron?

Porque tiene (y seguramente seguirá teniendo, por el tiempo que decida seguir su carrera pública) una astucia comercial rápida y brillante que la llevó a perfeccionarse como un producto hecho a la medida de medios (cine, televisión y revistas) donde la imagen no el contenido es lo que realmente importa, y se aseguró de hacerse notar en todos los formatos posibles de manera que nadie, lo quisiera o no, pudiera dejar de notarla y reconocerla.

En los años 20 hubiera sido identificada como la típica flapper: una joven escandalosa y rica cuya máxima aspiración a la inmortalidad era convertirse en protagonista de algún cuento de Scott Fitzgerald. Ahora no existe ningún escritor que pueda prometerle ese lugar pero tampoco importa porque, como acaba de confesar Gore Vidal en su segundo tomo de memorias, nadie lee en realidad a los escritores: la gente se limita a verlos en las entrevistas porque su personalidad es más importante que sus libros.

Con Paris sucede algo similar: los productores saben que al público no le importa saber realmente quién es o qué hizo; a nadie le interesa, en realidad, conocer su posible (existente o no) talento artístico, les basta con conocer su pasado y saber que siempre estará saliendo o entrando de una fiesta rodeada de famosos, sonriendo amablemente a los fotógrafos y generando o participando de escándalos. Su talento es simplemente pasearse de aquí para allá y convertir su vida en un reality permanente de la que es protagonista exclusiva y excluyente.

Ella representa la fantasía popular sobre una chica que pasa su tiempo en fiestas donde hay sexo, drogas y muchos famosos haciendo cosas indebidas; pero esos secretos que antes sólo se contaban en las revistas especializadas y los programas de chismes y podían ser silenciados si el famoso de turno conocía al productor indicado, Paris fue una de las primeras aunque seguramente no la única en convertirlo en una lucrativa carrera donde cada escándalo, cada foto, cada recuadro de texto en la portada de un diario, significa un cero más en el próximo cheque a cobrar, gracias a la inmensa exposición mediática que recibe y que le asegura una inmensa gira por los medios.

Como George Simenon, que escribió varias de sus novelas a la vista del público, sabiendo que al convertir el hecho privado en público halagaba a sus lectores dándoles la ilusión de conocerlo, Paris sabe que esa exposición permanente en los medios le asegura la atención que necesita para seguir siendo una estrella sin contar con un verdadero trabajo detrás.

¿Quieren saber la forma en que vivo? ¿Lo que hago? ¿En qué gasto gran parte de mi día? ¿Con quién me acuesto? Bueno, pasen, paguen y vean. Así construyó su leyenda: apareciendo una y otra vez ante las cámaras, con poca o ninguna ropa, rodeada de chicos famosos adecuadamente borrachos y felices de estar con ella, todos sonriendo a los paparazzi, conscientes de esa relación parasitaria de interdependencia mutua, para recordarnos que ella es la síntesis de una época, la chica (sólo aparentemente) tonta que nunca trabaja (ni piensa hacerlo), porque su única función en la vida es ser la representación de lo que todos nosotros, pobres mortales atados a un trabajo desagradable y sin futuro, imaginamos que es la vida ideal: fiestas interminables, sin compromisos ni preocupacio-
nes, con una cuenta corriente que asegura una jubilación de privilegio en alguna isla retirada donde siempre brilla el sol.

Por eso, siempre tendremos Paris (o alguien como ella): porque está hecha a la medida de nuestros sueños más secretos, aquéllos donde aspiramos a ser ese otro ideal e inalcanzable, hermoso y perfecto a quien llegar a fin de mes no le preocupa.

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