martes 16 abril 2024

Obesos informativos

por Mario A. Campos

 

Yo soy Mario Campos y soy un obeso informativo. Lo admito. Al principio me costó reconocerlo pero bastó una mirada a mi rutina para confirmarlo. Me levanto, reviso las portadas de los principales diarios y echo un vistazo a las que considero las columnas políticas más importantes.

Ya de camino a mi trabajo escucho algún informativo, cosa que repito al medio día, antes de la comida, y ocasionalmente por las tardes. Por si fuera poco no hay jornada que termine sin que me haya asomado más de dos veces a los portales de información para ver qué novedades se han generado. Y eso, lo reconozco, es solo en mi consumo de medios tradicionales.

Ya en confianza debo reconocer que esos espacios son los que menos tiempo me ocupan. No es fácil admitirlo pero el tiempo en que consumo noticieros es nada comparado con la cantidad de mi día que paso metido en redes sociales, una en particular, Twitter. Es casi lo primero que hago al despertar y lo último antes de dormir. Y a lo largo del día la consulta es inevitable. Unas veces antes de comenzar una clase o al término de la misma; otras, antes de iniciar una comida, durante la misma o al final.

Y a eso habría que agregar las conversaciones en Whatsapp, mensajes vía Sms, comentarios en Facebook y por supuesto, la inevitable exposición a portadas de diarios y revistas al andar por las calles de la ciudad.

Y si a eso sumamos las conversaciones sobre otros temas -no noticiosos- y los mensajes que consumo en programas de radio y televisión, queda claro que… que sí, soy un obeso informativo.

Bien podría argumentar en mi defensa que todo esto no es más que un gaje del oficio. Que como periodista vivo de la información y por ello debo estar permanentemente informado. Aquí entre nos, eso es una vil fachada. Haría lo mismo así me dedicara a la venta de calcetines. Pero tengo una evidencia más: es muy probable que mis hábitos no sean solo míos y que lo que aquí he contado sea la vida diaria de millones de personas en este país. Muy probablemente de quien ahora me lee.

No es de extrañarnos. Nunca la historia de la humanidad había producido tanta información. Hoy, cualquier persona con una conexión a Internet genera y comparte opiniones. Gracias a los smartphones somos fotógrafos, analistas políticos, comediantes y directores técnicos, y compartimos nuestros contenidos con todo el mundo en una espiral que nunca termina.

Los flujos de información jamás se detienen, no importa la hora. Hoy, además, tenemos, por primera vez la posibilidad de ser ubicuos: estar en casa y en el trabajo al mismo tiempo; asistir a una clase y pelear con la pareja mientras actualizamos nuestro estatus en alguna red social. Estamos conectados a todo y a todos todo el tiempo. Y en un entorno así… ¿quién puede sobrevivir a la sobreoferta de información antes de convertirse en un obeso informativo?

Pero todo tiene solución y el primer paso es admitir que tenemos un problema. Reconocer que estamos desbordados y que es momento de tomar cartas en el asunto. Y he aquí algunos consejos. El primero, hagamos conciencia de la cantidad de información que consumimos. Segundo, valoremos -como propone Clay A. Johnson en su libro The Information Diet- qué tanto de lo que consumimos equivaldría a comida chatarra que no nos deja nada, aunque quizá nos haga pasar un buen rato y también sea válido, y qué tanto “ingerimos” contenidos que nos nutren y enriquecen en algún sentido.

Tercero, veamos la calidad de lo que entra por nuestros ojos y oídos, así como hoy cuidamos lo que entra por nuestra boca: miremos quién lo produce, cómo está producido y por qué lo estamos consumiendo. Y finalmente, asumamos la tarea de depurar lo que hoy nos ocupa tiempo: ya sean

programas de tele, personas en redes sociales o juegos en línea, hasta que la mayor parte de lo que consumamos sea el resultado de una decisión, un proceso consciente, y no el producto del azar.

Ahora que vivimos en medio de la abundancia informativa y en que se nos va la vida en ello, va siendo hora de tomar el tema en serio.

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