viernes 29 marzo 2024

No existe el periodismo independiente

por etcétera

Como sostiene Blázquez, ni el derecho a la información ni el derecho a la vida privada son absolutos. Señala que si bien pueden existir ciertos sectores interesados en fisgar la vida de los demás, el periodista deberá tener cuidado de no satisfacer deseos insanos o injustos; además, no deberá confundir el interés público con los puntos de vista del informador, como vimos en el ejemplo de Darío Restrepo.

 

Es común encontrar como respuesta al porqué se publica tanta información sensacionalista o amarillista: “porque el público lo pide” o “porque existe la demanda de esos contenidos”, dicen los cínicos. Claro, pero esa necesidad fue creada en las audiencias por los medios.

 

Dice Luis Buceta Fascorro: “Al seleccionar y prestar atención a unos temas e ignorar y silenciar a otros, determinan los estímulos que va a recibir el público receptor. Por descontado que no pueden determinar cómo han de pensar, pero sí señalan el ámbito sobre qué puede ocupar su pensamiento. La atención pública y la opinión pública vienen así delimitadas por el espacio informativo”. (Citado por Ángel Benito en La invención de la realidad).

 

Reitera Buceta: “La prensa, en la mayoría de las ocasiones, no tiene éxito diciendo a la gente qué ha de pensar, pero continuamente tiene éxito diciendo a sus lectores sobre qué han de pensar”

 

Es importante valorar la publicación de intimidades si pueden resultar afectados terceros inocentes, principalmente si se refieren a temas de abuso sexual. En el caso de adultos como amigos o parientes de los acusados, sólo podrán ser identificados, si expresamente consintieran en ello.

 

Blázquez señala que, a pesar de que una persona otorga su consentimiento para divulgar intimidades (la suya o de otros), el periodista sabrá discernir si en realidad esa información es de interés público. En muchos casos no es así.

 

Es tan común la práctica del acecho a la vida privada —que antes era imperio del periodismo amarillo—, que hay quien cree que es evolución del periodismo, solamente porque los actores son políticos y no artistas, por ejemplo, cuando es todo lo contrario, una regresión o deformación del periodismo.

 

Hace poco hubo un escándalo. Una víctima de abusos sexuales de Jean Succar Kuri apareció en el portal SDP Noticias, ahí acusó a Miguel Ángel Yunes Linares de pederasta y revivió lo que años atrás dijo (como “Emma”) en el libro de Lydia Cacho, Los demonios del Edén (2005).

 

El mayor problema no era la acusación contra el político veracruzano (quien se hallaba en campaña) sino que ahí aparecía el nombre de dos menores. Una de ellas se declaró afectada por las nuevas declaraciones que revivían ese penoso asunto. Lo cual se habría evitado si Lydia Cacho siguiera las normas éticas.

 

La chica dijo en ese entonces que Succar suponía que Yunes tenía sexo con la niña. Eso bastó para que Lydia lo divulgara. ¿Cuál era el beneficio para la niña?, ¿cuál era el interés público para informar su nombre?, ¿porque era cercana a un político conocido?

 

La niña aparece como “víctima”, según “Emma”, por lo tanto la periodista no debió publicar el nombre de las niñas ni el de la mujer que iba con ellas. Si a la periodista le llamó la atención ese dato, de tal manera que lo consignó, debió antes seguir ese hilo e investigar hacia un rastro de la supuesta pederastia de Yunes. No lo hizo y cayó en una falta ética al nombrar a la mujer y a las niñas.

 

Diferentes códigos deontológicos son insistentes en que “toda persona es inocente mientras no se demuestre lo contrario”, y que se debe evitar la consignación de los nombres de familiares y amigos del acusado (soslayando, incluso, la publicación de material que pudiera identificarlos), a menos claro, que sea necesario por su involucramiento. Se aconseja que estos criterios deben ser aplicados con mayor rigor cuando se trate de menores de edad, especialmente si se trata de delitos contra la libertad sexual. Lydia Cacho lo omitió.

 

Con los contenidos que se manejan en las redes, donde al parecer no hay límites (aunque algunos países están intentado limitar los excesos), se cree que la libertad de expresión tuvo una especie de expansión. Así, no ha faltado algún famoso que diga: “Prefiero el exceso de libertad de expresión a la censura”.

 

Eso no puede ser. Ninguna libertad puede estar por encima de otra. En el periodismo, afirma Javier Darío Restrepo: “libertad, es decir o escribir lo que se debe publicar, no lo que a uno le dé la gana de difundir”.

 

O, dicho de otra forma por el periodista ecuatoriano Juan francisco Beltrán: “Si un derecho, el ejercicio de una libertad, afecta a otro derecho significa que pasamos el límite. Es la conocida frase ‘Mis derechos terminan donde comienzan los del otro’”.

 

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