jueves 28 marzo 2024

Mujeres

por Marco Levario Turcott

La notable presencia de las mujeres en este número de enero no es hija de la planeación editorial ni de la casualidad.

Ustedes lo saben: no somos políticamente correctos y por ello no proyectamos cuotas de género. Más bien hicimos lo de siempre: dictaminar el material que recibimos, incluso la espléndida pintura de la portada, obra de una joven artista -Andrea Freyman- y este es el resultado que, como dijimos, tampoco es casual. Ya conocen a buena parte de quienes, escritoras, ensayistas y reporteras, concurren asiduamente en esta labor editorial.

“¿Mujeres al poder?”. Nada de eso, aquí no caben proclamas. Lo que hay es una revisión muy acuciosa, al estilo de María Cristina Rosas, que repasa en las dimensiones y los desafíos de la alicaída igualdad de género, que tiene más resonancia en los discursos que en el registro contante y sonante del talento femenino en la esfera pública. Esto trata de procesos, sin duda, largos y farragosos que nos implican reconocer al tiempo, un tema sobre el que por cierto discurre aquí Regina Freyman para pasar revista incluso a los vacíos que dan sentido a nuestras vidas. Ya lo sabes, dijo Octavio Paz alguna vez, eres hueco y búsqueda.

Y ya que del tiempo hablamos, también nos remitimos a cómo lo trastoca la comunicación instántánea y a distancia, pero no solo. En el reportaje de Mireya Maldonado anotamos una de las aristas que hay en las redes sociales y que, tal vez, impliquen un fenómeno social del que vale la pena hacernos cargo de inmediato: la intolerancia que, como la medusa, al principio aparece como una bella expresión, en este caso de libertad, pero que luego se desenvuelve en la monstruosidad del engaño, la descalificación y la injuria contra el otro que piensa distinto. Aunque segmentada y aun difusa, la web 2.0 es un espejo también de la cultura política, como lo es esa otra herramienta de gran relevancia mundial de nombre YouTube que, en el tema de las campañas electorales recientes, analiza la consejera electoral del IFE, María Macarita Elizondo.

A final de cuentas todo esto nos remite a los insospechados vericuetos de la economía de la información que tanto nos ocupan en las lides cotidianas del trabajo editorial, por ello el heterogéneo mosaico de asuntos que van desde las grandes marcas de la tecnología de la comunicación hasta los derroteros que explora ahora la propia televisión en Internet para integrarse en la industria de las telecomunicaciones cuyos atisbos registra Claudia Benassini.

Ah, el tiempo. Tan inasible y al mismo tiempo tan socorrido para conjugarse en pasado y así saber que hubo una vez en que, entonces, fuimos felices. Pero la sensación es indescriptible al momento en que, gracias a la entrevista de Verónica Díaz, verificamos aquí, en esta casa editorial, que el tiempo es también un entrecruce de sensaciones que sintetizan anhelos por estar con los amigos siempre -contra lo que sea y como sea-. Ustedes nos entenderán al detenerse en la página 18.

“Somos polvo de estrellas”, advirtió en cierta ocasión Carl Sagan con esa tan suya, contundente claridad. Lo somos. Y eso nos emociona más como ruta para indagar en todas las esferas de la vida que ceñirnos a las verdades sagradas. Esa es nuestra convicción en las lides que sea y más aún en ese otro terreno inexplorable y fascinante que llamamos universo, el conjunto de órbitas infinitas que esperan al conocimiento, a la aventura de mirar el cielo, a sentirlo y a pensarlo. Y eso es lo que hacemos gracias al telescopio de Melina Alzogaray Vanella y dos exploradores de la vida. Y es que, ustedes también eso ya lo saben, aquí a veces hablamos de otros temas: el gusto es nuestro y sabemos que de ustedes igual.

Esta edición es un retrato de nuestras vidas, incluso aunque llegue a parecernos fantástico. Lo es en el lienzo inexpugnable del arte que traza los anhelos tan terrenales como en el cine. Esta vez lo representamos con el pincel, y por ello con la inteligente intensidad de Lucía Saad, y entonces nos adentramos al mundo de la insensata persecución de la herocidad que todos tenemos. Es la férula del entusiasmo de saber que siempre vale la pena intentarlo todo aún en las condiciones más desventajosas, incluso con la conciencia de saber que la derrota es la única garantía. Lo que importa es la pelea con todo y las expresiones más disímbolas y que cada quien traduce como quiere y puede. Nos referimos, claro está, a ese ser humano que somos, con miedos y complejos, anhelos y frustraciones y que, en la impronta de la fantasía que se funde con la realidad, hemos convenido en llamar, porque lo hemos hecho nuestro ya, como el Caballero de la noche.

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