martes 16 abril 2024

Monsiváis entre desnudos

por Israel Piña Camacho

“Me siento como galardonado por las Instituciones del Lugar Común”
Carlos Monsiváis

Mr. Memory, irónico, agudo, congruente, defensor de causas perdidas, el único escritor que la gente reconocía en la calle, son adjetivos endilgados a Carlos Monsiváis desde el 19 de junio, día en que falleció en la ciudad de México.

Se ha dicho casi de todo sobre él. El riesgo ahora para alguien que llega tarde al ritual de los honores es enfrentarse más que a una fiesta a un examen que devasta cualquier sensatez posible (esta frase es un pastiche de lo que Villoro escribió en Reforma sobre Monsiváis. Lo confieso).

Cuando uno llega al final de los elogios post mórtem, incluso de los reclamos, se enfrenta ya no sólo a quien elogia, sino a los vivos, sobretodo a los más avispados (¿qué palabras más o menos dignas puede uno tejer después de sueltas las plumas de Carlos Fuentes o Sergio Pitol?) y a los más cercanos al elogiado, quienes por lo menos recurren a la memoria para narrar tal o cual anécdota que mitigue la curiosidad.

Pero que no cunda la página en blanco. José Woldenberg lanzó, en los días de efervescencia mediática, el argumento necesario para que en cualquier momento uno pudiera pedir la palabra, escribirla y no abusar del lector: “Como ha quedado claro en los últimos días, cada quien tiene a su Carlos Monsiváis. Y no podía ser de otra manera”.

Narrar entre cuerpos

Uno de esos muchos Monsiváis fue el que prefería no ser leído o, por lo menos, el que pretendía ocultarse en publicaciones marginales. “A mí nada me deprime (aterra) tanto como imaginar que seré leído; por eso procuro esconderme en las publicaciones más inhóspitas”.1

Algunas de esas revistas donde Monsiváis se “ocultó” fueron las de corte erótico. Entrecomillamos porque no estamos seguros de que se trate de un escondite seguro; aunque seguro es el silencio de los lectores. Al menos nadie ha mencionado algo sobre ese asunto en las tantas páginas escritas a un mes del fallecimiento. No sabemos si se debe al olvido o a la omisión; cualquiera que sea el caso, aquí lo recordamos con la única intención de escapar de los lugares comunes y el sentimentalismo empotrados sobre la muerte del cronista.

No pretendemos hacer un análisis de contenido ni lanzar sesudos comentarios sobre las colaboraciones del cronista en las revistas masculinas, sólo queremos desempolvar esa etapa de Monsiváis para deleite del lector .

Dicha etapa es un periodo que dura al menos 15 años y comienza en la década de los 70. Por esta época, en el país existían pocos medios para la expresión literaria y cultural más allá del suplemento La cultura en México de la revista Siempre y de Proceso, que apareció en la segunda mitad de la década. Los “otros” espacios los conformaban, entre otros medios, las revistas eróticas para caballero.

Esas publicaciones sorprendían cada mes con autores como Carlos Fuentes, Juan Rulfo, García Márquez, Agustín Yañez y Philip Roth, entre otros, así como con entrevitas con escritores consagrados como Borges y Alejo Carpentier. Muchos de esos textos fueron inéditos o elaborados expresamente para la revista erótica.

Algunos autores hicieron de estas publicaciones su manera de sobrevivir, tal es el caso de Gustavo Sainz, quien a finales de los 60 y principios de los 70 dirigió la revista Caballero, cuyo jefe de redacción era Ignacio Solares y entre los colaboradores estaban Alexandro Jodorowsky, José Agustín y Vicente Leñero. La revista él tenía como editor a uno de los mejores cuentistas de México: Edmundo Valadés.

Otro distinguido colaborador fue precisamente Carlos Monsiváis. Si su capacidad intelectual le permitió escribir en revistas de prestigio; su capacidad moral lo llevó a publicar en casi cualquier publicación sin reparar en las consecuencias para su firma.

“En este sentido mi modelo sería Renato Leduc, en el sentido de no tenerle miedo a ninguna publicación, de publicar en donde sea. Pensar que la publiación te reafirma o te concede el prestigio me parece un absurdo”, explicó alguna vez el cronista2.

Además, cabe decirlo, Monsiváis escribió en todo tipo de publicaciones por otras razones más mundanas que ideológicas, así lo declaró alguna vez: “hay publicaciones que exigen esfuerzos mucho mayores por el tipo de estatus o de prestigio que se les atribuya y ahí colaboro menos porque me obligan a un trabajo más cuidadoso (…), colaboro de vez en cuando porque me exigen un esfuerzo más sostenido que el necesario para vivir de periodismo”.3

Entre 1972 y 1973 escribió para la revista él. Los textos de Monsiváis aparecían entre pechos desnudos y anuncios de whisky Whithe Label, ron Bacardi, pantalones Yale, el motel Bali-Hai, peluquerías como la Londres, y noticiarios televisivos como el de Juan Ruiz Healy.

Al principio tuvo la página 13, muy cerca de las columnas Quimeras de Joaquín López-Dóriga y Búsquedas de Nancy Cárdenas, pero pronto encontró lugar fijo en la 22, donde cada mes aparecía Crónicas de Monsiváis, antes de abrir con el tema principal.

Los temas que tocó fueron tan diversos como su obra general, desde los freaks que desde entonces se apropiaron de la Glorieta Insurgentes, hasta la campaña electoral de un diputado del PRI realizada en plena Zona Rosa, pasando por los infaltables análisis cinematográficos.

Más tarde, a finales de los 70, aparecieron colaboraciones del cronista en la revista Su Otro Yo, dirigida por Vicente Ortega Colunga, y en la que colaboraban Renato Leduc, Gustavo Sáinz, Rogelio Naranjo y Helioflores, entre otros.

Fue en las páginas de esa revista donde el ganador de Premio Nacional de Periodismo 1977 publicó reflexiones sobre las represiones en la sexualidad del mexicano y la discriminación hacia mujeres y homosexuales.

Por ejemplo, en el número de enero de 1978, junto al primer cuento que publicó Juan Rulfo (“La vida no es muy seria en sus cosas”), un ensayo de Octavio Paz sobre Luis Buñuel y el cuerpo desnudo de María Sorté, Carlos Monsiváis escribió sobre los orígenes coloniales de las represiones sexuales del mexicano y la importancia de la Iglesia Católica en este proceso.

En esa misma revista, en octubre de 1981, el autor de Días de guardar (1971) hizo una crónica por el cincuentenario del cine mexicano, tiempo en el que éste ofrece “seis o siete obras maestras, cuarenta o cincuenta buenos films”. El PRI, sobre todo el PRI provinciano, y la crisis económica serían objeto de su ironía en su paso por Su Otro Yo, hasta mediados de la década de los 80.

Otra de las revistas eróticas en las que Monsiváis apareció fue Caballero, que para finales de los 70 era dirigida por Raymundo Ampudia, e Ignacio Solares había dejado la redacción para convertirse sólo en colaborador.

En el número de julio de 1978, la firma del autor de Apocalipstick (2009) aparecería acompañada de un texto sobre futbol escrito por Maurice Z. Levy, así como de las imágenes eróticas de la actriz de televisión estadounidense Pamela Sue Martin. Esa vez escribiría sobre el machismo, la prostitución, la educación sexual y los medios, y la mujer. En agosto tocaría el tema de la “decencia” y “los comentarios críticos en pro o en contra que llegaron al departamento editorial fueron tantos (…) que pensamos que si no era mejor si Monsiváis hablara por sí mismo (en una entrevista)”, escribió el editor de la revista en octubre de ese año.

Carlos Monsiváis haría más colaboraciones en revistas como Diva en el último tramo de los años 80, donde reflexionaría, fiel a su vocación, sobre la cultura popular en México. Se hallan, por ejemplo, cuatro planas dedicadas al grupo Flans.

Este tipo de colaboraciones desapareció porque se abrirían otros espacios culturales donde el desnudo no era el objetivo, y porque las revistas eróticas modificaron su contenido y se acercaron a otro tipo de público.

Más allá del melodrama y de preguntarnos qué vamos a hacer sin “Monsi” cuando la respuesta natural sería “leerlo”, lo que sigue es comprender a esos muchos Monsiváis con sus muchos universos para evitar sentimentalismos ramplones y lugares comunes y más aun cuando se trata de un hombre que si algo detestó fue precisamente eso, el lugar común, entendido como aquello que el poder -sea político, social o cultural- acepta como único o por lo menos superior.

Y no es que sea incriminatorio dolerse por la muerte y menos por la de alguien tan simbólico en este país, quiérase o no. El asunto es que los lugares comunes sobre la muerte la privatizan, y utilizan la nostalgia por el símbolo para asegurar la apropiación de lo que por tan conocido resulta casi siempre desconocido en sus rasgos distintivos.

Para Irma Valadez Calderón

Notas

1 “La entrevista: Carlos Monsiváis”, en revista Caballero, año 13,

número 140, octubre de 1978.

2 Ídem

3 Ídem

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