jueves 28 marzo 2024

Monógamos seriales, infieles clandestinos, amantes del amor

por Regina Freyman

Desconfío de esta tendencia de sobrevalorar la sexualidad, hacer de ella no sé que especie de éxtasis, de puerta abierta al absoluto, como si el cielo estuviera a tiro de orgasmo.

André Comte-Sponville

Según la antropóloga Helen Fischer los hombres son monógamos seriales con infidelidades ocasionales. Esto obedece a estrategias que tienden a privilegiar la propagación de la especie, en resumidas cuentas la naturaleza es siempre la ganona e intenta imponerse. El hombre es infiel para diseminar su semilla (de ahí viene la palabra semen) pero se queda con la hembra para protegerla y a su descendencia durante el tiempo precario que el animal racional se desarrolla pues, por el tamaño de nuestra cabeza y las dificultades de pasar por el canal vaginal nacemos prematuros. Frágiles, profundamente desvalidos, necesitamos la protección y cuidados de lospadres por mucho tiempo. Por su parte, la mujer, como buena recolectora y encargada de alimentar a las crías busca un hombre que se quede y otro más por si el original la abandona o para que ayude con el gasto en tiempos de crisis.

Jugando a doble o nada los hombres durante siglos buscaron la forma de asegurar la procreación y la sobrevivencia, luego llegó la noción de pecado y lo demás lo conocemos. Pero ni siquiera el miedo al infierno acabó con las dobles vidas y con el gusto por las canas al aire. Justo es también decir que según la misma autora los animales también experimentan una forma de enamoramiento que les hace preferir a una pareja sobre otra por el tiempo en que la cría se desarrolla. También es de admirar que existen parejas que encuentran la manera de crear lazos fuertes, una convivencia armónica y hacer que la fidelidad se imponga a cualquier condición o propensión genética.

En Anatomía del amor, Fischer intenta desentrañar el problema a partir de nuestra historia como especie. Ella afirma que en nuestra inclinación sexual se revelan las intenciones de una naturaleza cuyo cometido es la reproducción y con este fin establece dos estrategias: la monogamia serial (dado que la mayoría de los seres humanos desde la prehistoria hasta la postmodernidad, establecen relaciones a mediano plazo marcadas por una biología del amor cuya función es asegurar el adecuado desarrollo y supervivencia de la nueva generación) y la infidelidad ocasional: “De modo que somos criaturas que vivimos en un mar de corrientes que tironean nuestra vida de familia en una y otra dirección. Sobre el antiguo mapa de la monogamia en serie y el adulterio clandestino, nuestra cultura proyecta la sombra de su propio diseño” (Fischer: 303). Así que volvemos al pasado “Somos más nómadas y existe mayor igualdad entre los sexos. En este sentido estamos volviendo a una forma de vivir el amor más compatible con nuestro antiguo espíritu humano” (Fischer:284).

Por otra parte, el filósofo José Antonio Marina en su Diccionario de los sentimientos dice que el amor no existe, lo que existe es una serie de sentimientos que etiquetamos con esa palabra y que comienza con una emoción que es el puerto del que zarpan todos ellos: el deseo.

Los deseos son espirituales, porque a diferencia de los impulsos pertenecen al mundo simbólico. El deseo detona el circuito de la acción. Introduce en este proceso un momento de claridad consciente en que rompe la fluida secuencia, es decir, momentáneamente detiene el tiempo y habita una zona media entre la pulsión y el proyecto, nuestra vida está dirigida por deseos que se tangibilizan en proyectos y luego en actos. Somos seres lujosos y lujuriosos, es decir, excesivos, como dicta la etimología de ambas palabras, deseamos mucho más de aquello que necesitamos y somos capaces de alterar el rumbo de nuestro destino, de nuestra historia. El deseo habita en todas las zonas del amor pero pensemos que el antojo, la lujuria y el capricho le son más afines al puro sexo, son sensaciones pasajeras que no requieren de un objeto del deseo idealizado o único; mientras el amor se reviste de empeño, afán, ansia, avidez y anhelo. Vocablos, estos últimos, más afines al trabajo de conquista, a la energía de desear a la distancia, a la idealización de un solo objeto del deseo.

Desde la era Medieval, el enamoramiento es considerado una suerte de enfermedad, una inclinación que nos posee y que no podemos controlar así que era fácil hablar de elixires o hechizos que causaban un rapto a los amantes. Lo cierto es que el amor requiere de una disposición y es un acto voluntario, no así la atracción sexual. En la sintomatología del amor tenemos al dolor por la ausencia del ser amado y alegría de su presencia. Una sensación de libertad absoluta porque la vida cobra un sentido que, quizás, había perdido. Ganas de tener sexo, de comunicarse, de estar juntos, de compartir una tarde, una película o una canción, querer y ser querido.

El amartelamiento o enamoramiento comienza cuando una persona adquiere significado especial y se convierte en un pensamiento que invade la mente, es como nos dicen Ortega y Gasset y Simon Weil, una enfermedad de la atención. En esta etapa se ven claramente los defectos del objeto amado pero se les mira como rasgos distintivos y de modo positivo. Dos sentimientos dominan las ensoñaciones del enamorado: esperanza e inseguridad. La adversidad es la clave incendiaria de la pasión amorosa. Se experimenta incluso malestar físico, debilidad, mareo, etcétera. Sensación de vulnerabilidad, timidez, miedo al rechazo, sensación de impotencia de que el sentimiento es incontrolable y no estaba planeado.

El enamoramiento podría ser desencadenado por el olfato, todos tenemos un olor distintivo, desde recién nacidos reconocemos el olor de nuestra madre y podemos llegar a recordar en la vida 10 mil aromas diferentes. Budelaire creía que en ese aroma vivía el alma humana. En muchas culturas se hacen regalos sudorosos, pañuelos y manzanas impregnados del sudor del amado o amada.

El proceso de enamorarse oscila entre una satisfacción leve con uno mismo y una insatisfacción igualmente leve que se originan en el conocimiento de las limitaciones personales. Las demandas ideales inalcanzables forman el yo idealizado, dos personas enamoradas proyectan ese modelo en el ser amado. Antes de estar enamorado la persona se esforzaba en vano por ser su yo idealizado, ahora en posesión de una persona real la toma por espejo y en ella proyecta sus anhelos.

Pero el amor debe ser algo distinto, requiere de una actitud, de disposición voluntaria porque el amor no es automático, es un punto donde la inteligencia negocia con los sentimientos y prolonga la admiración, se inventan pretextos para amar y así podemos pensar que todo amor duradero es un esfuerzo creativo. Amar no es renunciar al deseo pues dejar de desear es dejar de vivir.

La alegría más legítima es la de amar y todos los actos cotidianos palidecen ante lo extraordinario del amor, cuando se llega a amar, y eso sucede a pesar de todo. Amar en serio es alegrarse, como dijera Spinoza, de la mera existencia de ese a quien amamos.

Sí el deseo es la premisa de todo amor, el amor es el valor mismo. Lo que lo justifica no es el objeto amado, es el propio amor el que contamina al objeto amado su valor. el deseo es lo primero: el amor es lo primero. El amor es deseo, fuerza vital, capacidad de gozar y gozo en potencia.

Pero, si la soledad es nuestra verdadera condición humana ¿cómo podemos ser uno mismo con el otro como proponen tantas canciones populares? El error es justamente pensar que de pronto nos hemos convertido en uno cuando siempre seremos dos. Otro filósofo, André Comte, nos recuerda que sería un error pensar al otro como un apéndice o instrumento, y Rilke nos dice que los amantes son “Dos soledades que se protegen, se contemplan, se limitan y se inclinan la una hacia la otra”. El amor es la soledad compartida, habitada, iluminada y a veces ensombrecida por la soledad del otro, sostiene Comte.

Cualquier amor verdadero presupone una relación lúcida con uno mismo que es lo contrario del narcisismo, es la capacidad de aceptar, primero, la condición propia, frágil, precaria, insatisfecha y contradictoria. Todos éstos, atributos de una especie lujuriosa y deseante que ha construido civilización y cultura a partir de estas dos condiciones de la insatisfacción.

Yo no sé mañana, si estaremos juntos, si se acabe el mundo… Dice sabiamente una canción actual. Lo peor que puede pasarnos es pensar que el amor debe ser eterno y que cada separación es un fracaso. Todo amor es un triunfo que tiene una historia que contar y que vale por el tiempo en que fue. Si Fischer tiene razón y hemos sido infieles y monógamos secuenciales, estamos obligados a hacer de cada historia un momento luminoso, pero también se vale intentar prolongar ese momento, creo que sería válido creer que la unión entre eros (concupiscencia) y el ágape (benevolencia, amistad) son la apuesta más certera, pues como Comte nos recuerda ¿quién ignora que hay concupiscencia en la amistad y benevolencia en la pareja? ¿Hay algo más delicioso que hacer el amor con el mejor amigo? Obedeciendo a biología y filosofía, al deseo y la razón, en lo personal admito que no podría amar sin cuerpo, en la apuesta de amores puros e impuros, me inclino por la violencia y lo animal, incluso si se quiere, por lo obsceno de amar de cuerpo entero desnudo, claro, y coincido con Comte que piensa que las películas pornográficas se acercan más a la pasión amorosa que nuestros libritos sentimentales, pues ellas expresan con mayor claridad, incluso naturalidad, esa fascinación que sentimos por la animalidad, por lo sombrío, por el abismo que provoca el amor físico. Vida y muerte en estado puro.

El amor como la alegría son una apuesta, un desafío.

No conocen tiempo ni otorgan garantías.

El amor no es el antídoto al dolor o al tiempo, mucho menos a la muerte y por tanto pensarlo infinito o hablar de éxito en el amor es tanto como jugar a los dados conociendo el resultado previo. Amar es, como dijimos, un acto creativo, el amor no basta por sí mismo y el enamoramiento es solamente un punto de partida. El amor muere porque nosotros quienes lo sentimos morimos también, se ama intenso, aquí y ahora. Oscar Wilde contó alguna vez la historia de un incauto que caminaba alegre por la vida, actitud que sorprendió a otro que iba pasando, éste le preguntó al primero si no pensaba en la muerte, a lo que el hombre alegre le contestó que no sabía lo que era, así que el inquisidor le contó en qué consistía aquello. En ese momento el hombre alegre se puso a reflexionar sobre la muerte y cayó muerto. Creo que el amor se goza, se vive, se le permite que estire sus ramas como un árbol que crece y con ello cuenta su historia, pero no se le cuestiona pues su magnitud no está en la duración sino en su afán de estirarse y tocar al cielo sin preguntarse nunca hasta cuándo

Referencias:

Alberoni, Francesco. Enamoramiento y amor. Barcelona: Gedisa. 1998.

Comte-Sponville, André. El amor, la soledad. Barcelona: Paidos.

2001.

Fischer, Helen. Anatomía del amor. Barcelona: Anagrama, 1992.

Marina, José Antonio. Marisa López Penas Diccionario de los sentimientos. Barcelona: Anagrama. 1999.

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