jueves 28 marzo 2024

Mire al pajarito

por Fedro Carlos Guillén

Hay fotos que troquelan, recuerdo que en mis tiempos era menester tomar una cámara, insertarle un rollo, sentirse un poco artista y llegar al cumpleaños del tío Luisito con el aparato en la mano. Luego se buscaban tomas efectistas y cuando el rollo terminaba se iba a una tienda en la que el encargado –al que imagino un voyeur frustrado– revelaba la cinta y se enteraba de cuitas y desastres como el que le ocurrió a Pepe Rivera, un anciano que usaba un tupé temible que se desacomodó ante un estornudo en el momento inoportuno que se le tomaba una fotografía que, por supuesto, nunca olvidaré.

Los tiempos cambiaron y llegó el advenimiento del gran hermano cuyo abuelo es aquel programa para idiotas consumido por idiotas que se llamaba “Big Brother” en el que podíamos ser testigos de gente con inicios de lobotomía haciendo el ridículo para beneplácito del público consumidor, el mismo que ríe cuando alguien se va por una coladera. Hoy todo se consigna y la gente se siente obligada a tomar una foto del tsunami que la va a arrasar o del león que viene en camino. Las mujeres paran la trompita en sus selfies y el pulgar oponible se ha convertido en la extremidad más poderosa de la historia, lo que haría que el padre Darwin se revolcara en su tumba en Westminster.

Antes había cierta respetabilidad en las fotografías, se preparaban y uno elegía con quien o con quien no fotografiarse. Conservo una foto de mi señora madre en la cual doña Estela observa atentamente a José Vasconcelos dándole trámite a una cuba libre. Hoy el chiste es que todo se interrumpa, no importa si uno está comiendo un aguayón o en un debate filosófico, llega alguien a joder con la idea de la foto, problema que se acrecienta porque todos quieren la misma y le dan la cámara o el celular al mesero o a un indeseable y neurótico como yo que me ofrezco a tomarla ya que aborrezco este tipo de fotografías.

Pero me estoy desviando, mi intención original era hablar de las fotos malditas. Resulta en estos tiempos que si uno a los 15 años salió en una fotografía abrazando al niño Juanito que con el devenir del tiempo es golpeado por la vida, se convierte en un psicópata y asesina a sus padres, uno se convierte en una especie de corresponsable porque permitió tal instantánea.

Lo anterior viene a cuento por las fotos de los políticos, el precursor de la invisibilidad fotográfica fue nuestro padre Stalin que purgó de las instantáneas en las que él aparecía con todos aquellos que hubieran caído en desgracia. Los de siempre han utilizado un método análogo, la gente que odia a AMLO señala como prueba palmaria de su culpabilidad una fotografía que se tomó con Abarca, el que era alcade de Iguala. De igual manera los de siempre intentan explotar imágenes del Presidente con Julión Álvarez o con Lozoya (aunque bien mirado una foto con Julión sí es digna de demanda penal).

Por supuesto lo anterior es simplemente idiota; nadie es responsable de aparecer en el mismo lugar y la misma hora con un futuro indiciado a menos que estén en un lugar non sancto practicando sexo con animales. Sin embargo, las inquisiciones de las redes sociales se solazan con tales instantáneas y las usan como evidencia de que el sujeto en cuestión es poco menos que un asco con amigos impresentables.

Soy un hombre amargado por el paso del tiempo. No me preocupa la vejez, es parte de la vida y la existencia, lo que inquieta es que este mundo cabalga hacia cuotas de imbecilidad simplemente monstruosas entre las que se cuentan, la boquita parada, enfermeras mostrando un brazo amputado llenas de sonrisas o idiotas que nos hacen favor de tomarle una foto a los sagrados alimentos que están a punto de comerse. Una muy querida amiga hace poco envió un video del pavimento por el que iba corriendo, para ella mi cariño y para el pavimento una copia al departamento de baches de esta noble ciudad de México.

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