jueves 28 marzo 2024

Mensajes de la piel: los tatuajes

por Mireya Maldonado

 

Este texto fue publicado originalmente el 18 de febrero de 2013, lo abrimos de manera temporal dada su relevancia periodística.


 

En México, los tatuajes fueron utilizados para adornar el cuerpo durante la época prehispánica.

El nuevo lienzo efímero, que un día se diluirá en la tierra o el fuego, se estremece con cada punción que reproduce poco a poco esa obra de arte plagada de simbolismos. Una aguja bañada en colores penetra una y otra vez para dar vida nuevamente a la “Joven virgen auto sodomizada por los cuernos de su propia castidad”.

Cada una de las líneas básicas de un derriere redondo y falos míticos son transferidas de una hoja esténcil a ese espacio que se estremece al recibirlas. Aparecen las formas, los relieves y la profundidad gracias al objeto punzante que manipula hábilmente un hombre joven con cubrebocas y guantes esterilizados, quien se detiene unos segundos para limpiar con un papel secante la tinta que chorrea junto con un poco de sangre. Dos sesiones y cinco horas después y ahí está la virgen en carne viva. Dalí en la piel. Dalí en un tatuaje.

Los tatuajes en la memoria colectiva

En un rápido recorrido por la historia de los tatuajes encontramos que han sido símbolo de estatus, de valentía, de esclavitud o destierro, de pactos demoníacos o marcas de prostitutas, de olvidados o al más puro estilo del rebasado médico Cesare Lombroso, señal de criminales irredentos.

Desde su resurgimiento en la década de los noventa de la centuria pasada, los tatuajes también son símbolos artísticos llenos de significados diversos, remembranza, amor o rebeldía, deseo de aceptación, franca declaración de pertenencia a un grupo o naufragio. El medio es el mensaje decía Herbert Marshall McLuhan y en este caso el cuerpo es ambos, aunque el mensaje se pierda con la muerte del portador.

En torno al tatuaje, como expresión cultural, Nelson Eduardo Álvarez y María de la Luz Sevilla, ambos de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), comentan en su artículo académico “Semiótica de una práctica cultural: el tatuaje” que desde el punto de vista de la teoría estudiosa del significado de los signos, los fenómenos culturales, cualesquiera que sean, guardan la memoria colectiva.

“En la práctica del tatuaje, como expresión cultural, confluyen dos tipos de memoria. Una común que se desarrolla como contexto de las “condiciones de producción” (interpretación de la realidad, hábitos, técnicas, diseños, color, sitio del cuerpo en donde se hizo la marca) y otra individual, ‘espacio de intimidad’ donde el texto responde a las necesidades particulares y específicas.

El fenómeno del texto-tatuaje permanece inmóvil y eterno mientras su lectura está sujeta a modificaciones de sentido, es decir de la interpretación de diferentes sujetos. Un tatuaje puede ser parte de lo prohibido en un grupo social o época determinada”. Un breve recorrido por la historia da cuenta de esas interpretaciones dispares.

Viaje al pasado

En México, los tatuajes fueron utilizados para adornar el cuerpo durante la época prehispánica. “entre los pocos vestigios que de esa forma de expresión quedan, ahí está la momia que fue localizada en 1889 por Leopoldo Batres en Comatlán, Huajapan de León, Oaxaca, la cual tiene tatuados los brazos con grecas.

En el Norte de México, entre los chichimecas, se hallaron tatuajes en los restos momificados de la Cueva de la Candelaria, analizados por el arqueólogo Jesús Narez en 1988, quien los describió como “un conjunto de líneas, puntos y bandas de color negro, localizados en brazos, piernas y rostros de individuos de ambos sexos”.

Fray Diego de Landa, en su Relación de las cosas de Yucatán describe la manera en que se tatuaban los mayas y el propósito que tenía esta práctica. Por ejemplo, los jóvenes no podían tatuarse mucho sino hasta que contraían matrimonio, mientras las mujeres sólo podían hacerlo de la cintura hacia arriba, con excepción de los senos. Llevar tatuajes era un signo de valor y de estatus, aunque también podían servir como marca de castigo: si una persona de cierta posición era encontrada culpable de robo se le tatuaban ambas mejillas con un diseño que señalaba su falta. Los tatuajes que más se conocen se relacionan con los dioses, así que no sería extraño que también tuvieran un sentido religioso y hasta sagrado.

Con la llegada del cristianismo, tatuarse también se volvió pecado, símbolo de herejía y profanación. En el siglo XVI, las autoridades eclesiásticas y civiles del México Colonial consideraron que cualquier forma de decoración corporal no sólo era incompatible con la vida cristiana sino idolátrico, pagano, bárbaro, ofrecimiento y encomienda a demonios del pasado. Así, se prohibió su uso entre los indios bautizados, ya que esto no era propio para su decencia y honestidad, por lo que se sancionaba a los infractores con pena de prisión y cien azotes públicos, según la Cédula Real de 1522 y las Ordenanzas Reales de 1546, de acuerdo con lo publicado en 1940 por Edmundo O’Gorman en “Una ordenanza para el Gobierno de los Indios, 1546”.

El tatuaje en México desapareció paulatinamente hasta que en el siglo XIX, con la independencia y el aumento del tráfico naval internacional, los marineros y aventureros en tránsito por los puertos mexicanos difundieron nuevamente esa práctica entre prostitutas, criminales y militares.

En los albores del siglo XX, en el Porfiriato, los políticos, administradores y médicos consideraron que el tatuarse partes del cuerpo, era una práctica propia de ignorantes y supersticiosos, visión que por cierto continuó hasta la década de 1980, cuando la práctica del tatuaje se extendió en México y se volvió usual, primero entre los sectores juveniles urbanos contestatarios y luego entre buena parte de la juventud urbana. Así, en la tesis de Cupatitzio Piña Medina “Cuerpos posibles, cuerpos modificados: Tatuajes y perforaciones en jóvenes urbanos” publicada en 2004 por el Instituto Mexicano de la Juventud, se explica que las corrientes sociológicas postmodernas consideran que los tatuajes son manifestaciones socioculturales, representaciones físicas de estados de ánimo de carácter colectivo, asociados con nuevas modalidades en usos y apropiaciones de cuerpos, en suma decisiones personales de los jóvenes urbanos.

La discriminación

Pese a que, efectivamente, las miradas en torno a quienes se tatúan han cambiado, persiste la discriminación, esa que nos divide y provoca violencia verbal y física. La otredad con sus diferencias no solo es vista como amenaza por muchos, también es considerada como un tumor que debe extirparse o por lo menos diluirse.

Y a pesar de que los mexicanos no nos caracterizamos precisamente por el respeto a las diferencias, el derecho a la no discriminación se incorporó hasta el 2001 en el párrafo tercero, del artículo primero de nuestra Constitución.

Como dice en el portal del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred): “la discriminación es la negación del ejercicio igualitario de libertades, derechos y oportunidades para que las personas tengan posibilidades iguales de realizar sus vidas. La desigualdad en la distribución de derechos, libertades y otras ventajas de la vida en sociedad provoca a su vez que quienes son sujetos a ésta son cada vez más susceptibles de ver violados sus derechos en el futuro.

Así las cosas, en el reporte sobre la Discriminación en México 2012 se informa que en el área de quejas del Conapred se reciben frecuentes denuncias por el uso de tatuajes en el cuerpo. Y aquí vuelven viejas ideas: aún hoy muchos empleadores consideran que quien posee algún tatuaje es un delincuente potencial y se deja de lado su capacidad de trabajo.

Otra forma de exclusión consiste en impedir la donación de sangre a quienes poseen tatuajes a pesar de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) dice que es posible donar después de un año de haberse tatuado.

La libertad de los cuerpos

Si bien lo más importante es la libertad de las personas para decidir sobre sus cuerpos. David González, pintor de pieles desde hace 12 años dice que un tatuaje puede ser una marca para reconocerse entre delincuentes, moda, imitación de figuras públicas famosas o una obra de arte.

Este artista nos cuenta que durante los pasados 20 años los tatuajes se han popularizado entre personas de todos los niveles sociales, edades y culturas. Actualmente el porcentaje de personas que se hace una modificación corporal es de 55%, entre los hombres, y de 45% entre las mujeres.

“Creo que el ser humano, desde sus principios, ha buscado la estética. Todo mundo busca que su entorno y su persona sean agradables a la vista, al tacto, al oído y aquí los caminos son infinitos. El tatuaje es uno de esos caminos. Las opciones son múltiples, pero lo cierto es que actualmente el arte corporal, más que una corriente, es una opción de vida, una experiencia individual y subjetiva que puede mejorar a una persona. Nadie pueda decir que impregnarse la piel de colores lo hace más inteligente o mejor persona, pero ayuda a la autoestima.”

En cuanto al quehacer mismo, David considera que el tatuaje a final de cuentas se va a desintegrar, por eso deben capturarse las imágenes lo más fielmente posible, ya sea que procedan de la mente, de una fotografía e incluso de pinturas famosas. “Lo cierto es que un tatuador profesional requiere mucha concentración, esfuerzo, técnica, espacio, tiempo. Se puede crear una obra de arte y si existe el talento resulta tan invaluable en la piel como en un cuadro”.

Alejado de aquellos que hacen lo que les piden y no dan más, David necesita dar opciones creativas sin escatimar recursos ni tiempo para hacer un buen tatuaje. La gran diferencia en el resultado consistirá en que las imágenes impregnadas en la piel, ya sea arte abstracto, realismo, fotografía, o nombres, dragones, leones, tigres y lobos, que por cierto son los más solicitados, a veces no signifiquen nada y a veces mucho, si existe la debida complicidad entre quien hará un acto perenne con su piel y el tatuador.

Para ello se debe tener claridad en que se trata de figuras que acompañarán toda la vida a quien se las hizo y darle el enfoque correcto al tatuaje. Quienes solo se tatúan por tatuarse se arrepentirán y es realmente costoso desandar el camino.

Por ello, independientemente de que ya hay nuevas tintas, agujas, tecnología para la industria del tatuaje que hacen ilimitadas y sorprendentes las posibilidades, debe prevalecer la ética del tatuador, consistente en cuidar que sus espacios sean pulcros, los materiales estén esterilizados, sanitiazados o que sean desechables, sin riesgos para la salud. David también considera importante concientizar sobre una decisión que repercute toda la vida. “No es lo mismo tatuarse porque se ve chido que porque se ha reflexionado y elegido tener en el cuerpo la imagen de un ícono, una obra de arte o el rostro de quienes hayan impactado nuestras existencias”.

¿Por qué lo hice?

La virgen autosodomizada tiene la compañía de un rostro que parece lanzar un grito. Son parte de la curiosa colección de 14 tatuajes distribuidos en espalda, brazos y piernas de una galería viviente creada por David González. Sobresale el rostro emblemático de Francisco Villa en sepia, situado en el costado del estómago de Ricardo Maldonado, un joven abogado quien dice que “el primer tatuaje me lo hice por encajar, por sobresalir. A partir del segundo fue por placer y pasión. Cada uno de los que tengo refleja mi amor a la música, a la pintura, a la historia, al futbol. Se trata de plasmar en mi piel eso, lo apasionado que soy”.

Por su parte, Vania Lida Torres, estudiante de danza, quien exhibe figuras más bien simbólicas nos cuenta “me tatué por dos razones. Una para recordar a mi padre muerto, lo cual fue una gran equivocación porque no necesito una marca en la piel para traer a mi memoria el amor que siento por él. La segunda fue por falta de identidad, ya que mucha gente, de forma prejuiciosa, califica como delincuentes a quienes se tatúan y debo reconocer que hubo una etapa de mi vida en la que quería parecer ruda.

Raquel Moreno, estudiante de política exterior en la UNAM, considera que las mujeres son más estigmatizadas por el hecho de llevar un tatuaje o un piercing. Pero defiende su decisión cuando afirma que tatuarse cuando tenía 18 años no fue una falta de respeto a su persona sino signo de su libertad. “Si mi cuerpo es un templo, los pasos que debo dar para que se vea más bonito nada más me atañen a mí. Por eso cuidé una decisión que tendría consecuencias para siempre, que se irá conmigo y elegí con cuidado las imágenes y quién las dibujaría en mi piel, porque se trataba de mi salud…y de mi eternidad”.

Y recurrimos también a la opinión, como ciudadano, del historiador Alfredo López Austin, uno de los estudiosos del México precolombino más connotados. “En primer lugar, expreso mi respeto por lo que cada ser humano acepte libremente hacer de su vida, siempre que no perjudique derechos de terceros. El hecho de tatuarse es algo, a mi juicio, enteramente individual y privado.

“En segundo lugar, deseo opinar desde la perspectiva propia: no tengo más tatuajes que aquellos (muy discretos) que me fueron hechos por motivos técnico-terapéuticos para recibir radiaciones “con puntería”. ¿Por qué no me he tatuado nunca con otros fines? Porque he considerado que no es conveniente comprometer con una decisión temporal una voluntad futura. Como viejo que soy, sé que a lo largo de la vida cambiamos de gustos, de criterios, de opiniones, y el tatuaje es algo definitivo o casi definitivo si se toman en cuenta molestias, gastos y en ocasiones no muy buenos resultados para hacerlo desaparecer.

“En tercer lugar, son muy pocos los tatuajes que me llaman la atención estéticamente. ¡No somos maoríes! En estos pueblos los tatuajes son verdaderas obras de arte y los diseños están cargados de significados. En nuestra sociedad urbana -y aquí hablo de la mayoría de los casos- la distribución corporal de los diseños, la pluralidad de dibujos y su falta de armonía, y muchas veces la calidad de los dibujos hacen un verdadero batiburrillo sobre el cuerpo. Peor aún tratándose del simbolismo, que casi siempre es más balín que un billete de dos pesos. Pienso que, de haberme tatuado, hubiera elegido sobre mi espalda, al menos, una copia de una obra de Hokusai; aunque eso no me libraría del exotismo.

“En resumen, considero que cada quien debe decidir sobre su cuerpo; yo lo he hecho, y por ello he decidido no tatuarme; de haber procedido de otra manera hubiera pasado mucho tiempo para hacer una excelente elección. No es que sea vanidoso de mi cuerpo; pero es el único que tengo”.

¿Y porqué un poeta se tatúa el cuerpo? Esa pregunta se la hicimos a Arouet quien respondió “en la vida no se eligen las heridas del alma pero sí pueden grabarse en el cuerpo los recuerdos que esas heridas le dejaron y las ilusiones y representaciones con las que se entrega a la vida para enfrentar las heridas del alma”.

Arouet se grabó entonces las heridas y eligió tres símbolos fácilmente reconocibles por la cultura contemporánea, símbolos que distan mucho entre sí. Y nos narra las huellas “Uno es Betty Boop, que simboliza la doble moral estadounidense que se escandalizó por una perrita en forma de mujer y más aùn cuando ésta bailaba jazz”.

“Batman es el antihéroe. Una persona como cualquiera que no tiene más poderes que el de la voluntad. Y Felix El Gato es, dado su nacimiento en Inglaterra durante la Segunda Guerra Mundial, la capacidad de levantarse aunque una bomba nos caiga encima”.

Toda una carga de mensajes en el cuerpo. Carga dolorosa y rica en referencias difíciles de explicar a una sociedad prejuiciosa. ¿Cómo enfrentó Arouet la mirada discriminatoria? “El cuerpo en sí mismo es un mensaje si a éste lo entendemos como forma de comunicación. El mensaje de un tatuaje es a uno mismo y, en ese sentido, me tiene sin cuidado lo que para los demás represente, discrimino sus opiniones”

Y éste es uno de los puntos neurálgicos: el derecho a la no discriminación sin importar raza, condición, género, clase social, preferencia sexual, situación de salud color de piel, tatuajes, piercings, escarificaciones. Estos tres últimos no son privativos de submundos, donde tienen sus muy particulares connotaciones, sino parte de la cultura, del modo de vivir de una gran parte de la sociedad, sobre todo de sus jóvenes. Y aquí es importante detenerse a reflexionar sin prisa: Es evidente que entre menos prejuicios y discriminación haya en un país, su democracia es más fuerte.

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