jueves 28 marzo 2024

Los periodistas no somos jueces

por Marco Levario Turcott

Entiendo que entre los principales retos del periodismo está el de proveer insumos a la sociedad para aportar a un intercambio enterado de los temas públicos. En tal perspectiva, en cualquiera de los géneros, el periodismo registra hechos y contribuye a explicarlos desde la pluralidad informativa y de opinión. Al abonar en esas prácticas democráticas, esa es, también, una de las principales funciones sociales del periodismo.

La denuncia, una obligación ética

Creo que por definición, el periodismo denuncia, incluso como mandato ontológico. Sin crítica el periodismo simple y llanamente no es periodismo sino propaganda, puente transmisor del discurso oficial o sus opositores.

En México ahora mismo vemos el relieve que no pocas empresas de comunicación dan a casi todo lo que haga y diga el Presidente electo, y lo hacen no solo perpetuando el viejo rito del presidencialismo sino en desdoro de las noticias (y acaso para competir en la asignación de los montos de publicidad del gobierno cuya práctica no está normada). Este es un caso: cuando las elecciones en EU el portal de un medio influyente antes de ofrecer un recuento de los votos señaló que Enrique Peña Nieto estaba dispuesto a reunirse con quien ganara, así, como si la noticia importante no fueran los comicios estadounidenses sino las expectativas del próximo mandatario. En otro extremo hay medios que denuestan cualquier cosa de lo que haga o diga Peña Nieto y, así, también a veces hacen propaganda.

La transparencia de los medios, una necesidad

Lo anterior no significa que el periodismo deba estar desprovisto de definiciones editoriales, al contrario. Siempre será deseable la exposición clara y franca de sus preferencias políticas para beneficio de las audiencias (incluso en ese tenor saber quiénes son los propietarios de las empresas mediáticas). Puestos así los términos es natural que empresas radiodifusoras aplaudan la gestión de Felipe Calderón en la industria porque refrendó concesiones y abrió paso al cambio tecnológico de la Amplitud Modulada a la Frecuencia Modulada. En esa ruta también se entiende que otros medios, entre los que se encuentra etcétera, cuestionen al Ejecutivo porque no impulsó reformas para conferirle carácter legal a los medios públicos y comunitarios, con lo que solo fortaleció a las ofertas de comunicación privadas y relegó otras alternativas.

Sin embargo, una cosa es lo antedicho y otra que los intereses o apreciaciones del medio y el periodista se antepongan a la calidad informativa o que ésta se convierta en instrumento para impulsar intereses políticos y económicos. Dentro de la esfera de libertades como la de opinión puede decirse lo que sea, incluídos disparates como sostener que en la industria de las telecomunicaciones no hay monopolios y que esto solo pasa en la televisión, es más, hasta pueden darse, como se dan, encomiendas de tipo militante para enarbolar esas ideas y ubicar a empresarios “buenos” contra empresarios “malos”. En ese marco también pueden ocurrir otras tonterías como recomendar a la actriz Demi Moore asistir a Catemaco, Veracruz, para atender sus males de amor, y eso se hizo en serio, en un medio de los más importantes del país. El asunto ya no diverte sino al revés, al registrar que varios medios responsabilizan al Ejecutivo de las víctimas del crimenorganizado (más allá, claro, de la crítica a la estrategia emprendida para enfrentarlo). Y ya ceñidos al tema, cuando se difunden cruentas imágenes que no tienen más necesidad noticiosa que el tufo sensacionalista, además de los medios que se prestan a ser caja de resonancia de las mensajes de los delincuentes.

Solidez informativa

Cualesquier mirada crítica y definición editorial le implican al periodismo la obligación ética y profesional de investigar y así, mediante datos incontrovertibles demostrar, promover o denunciar y exhibir lo que considere. Ese es precisamente uno de sus aportes centrales, el escrutinio, para la valoración social de las gestiones y los problemas públicos. Sin duda, y sin dejar de considerar los desafíos que señalo, los medios de comunicación también cumplen en el país esa función tan relevante.

Pero no dejan de tener soporte informativo cuando en aras de participar en cierta disputa política o querella financiera se difunden rumores contra el partido o el actor político que se tenga en la mira, quien sea y por la causa que sea. No hay solidez noticiosa, por ejemplo, cuando se le demanda al IFE, y eso se hizo, regular contenidos de la prensa porque eso no lo contempla la norma o cuando adrede se confunden contenidos de leyes como la laboral recién aprobada (lo que llega a generar discusiones estériles y a entorpecer acuerdos).

Tampoco hay bases profesionales cuando los medios enfatizan en el escote de una edecán y relegan contenidos del debate entre los candidatos a la Presidencia y montan espectáculos, ni lo hay el día en que, sin indagar o verificar, se convierten en transmisores de filtraciones o trascendidos. No lo hay cuando confunden libertad de contenidos con propaganda embozada para promover al candidato o al funcionario ni lo hay cuando sobre esa base cuestionan a la autoridad electoral por sus “excesos” al determinar las sanciones respectivas. Sin duda, no existe probidad, cuando, en el contexto del enorme interés empresarial de participar en los mercados de la radiodifusión y las telecomunicaciones, el periodista o el medio deviene en ariete para acusar al otro sin sustento.

Creo que no hay medio de comunicación o periodista que merezca credibilidad si antepone agendas privadas para hacerlas aparecer como si tuviera fines públicos y para ello intenta la coartada del afán de la noticia en tanto que, incluso, acusa franca o veladamente al “enemigo” de la tropelía que sea.

Todo eso ocurre, como si los medios fueran una especie de tribunal y los periodistas jueces.

¿Importan las noticias?

Entre otros desafíos de la democracia se halla la mejora de la calidad de los contenidos de los medios de comunicación. El asunto es complejo, en general remite a una cultura política y a tradiciones con raigambre en el país y, en particular, a una dinámica de procesamiento de las diferencias políticas en donde las empresas mediáticas son actores y a veces principales, que privilegian el desencuentro y el escándalo. Además, a diferencia de lo que sucede en Perú y otros países latinoamericanos, en México no hay experiencias enraizadas de monitoreos u observatorios ciudadanos de medios (“veedurías”, les llaman en aquellas latitudes) sino, en todo caso, esfuerzos que no los revisan y reflexionan de manera integral.

Es natural que los medios y los periodistas apelen a mercados o a determinadas franjas de audiencias, como se quiera. Vistos en conjunto de esa forma es como se integra aquello que hemos dado en llamar como pluralidad y que remite a lectores, radioescuchas y televidentes que concidien con un medio y disienten de otro. El quid es que esto también conduce a la necesidad de que tales audiencias sean exigentes de la calidad de contenidos que reciben y no se enclaustren en el pasmo emocional del aplauso o el denuesto, como si fueran masas para la maniobra o fanáticos. (Éstas, las audiencias, también son responsables de la civilidad y los resultados del debate público). Siempre importará quién proporcione información -su trayectoría y con ello su prestigio- aunque lo determinante sean los hechos que presente. Todos los medios deben pasar por el tamiz del rigor respecto de lo que propagan y las audiencias para ello no pueden ser feligreses sino ciudadanos demandantes.

Informarse implica una labor. Lo mismo para considerar diversos enfoques con que es visto un hecho que para no ser correa transmisora de rumores, trascendidos sin confirmar o incluso infundios. Ojalá que el país avance en esa ruta durante los próximos años.

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