viernes 29 marzo 2024

Los medios y la cultura

por Virginia Bello Méndez

Discurrir sobre la cultura siempre conlleva el riesgo de arribar, y ésta es una paradoja, al puerto de la ignorancia. Así sucede, me parece, con cualquier entelequia que busque su definición precisa o con alguno de los arrebatos simplificadores que depositen en cualquiera de las vertientes de la creación intelectual a la cultura escrita o dicha con mayúsculas y, sobre todo, enunciada en singular.

Frente a eso que acabo de expresar, advierto que en modo alguno mi punto de vista es ecléctico ni en el sentido de querer conciliar aquellas visiones extremas ni en el otro que implica buscar una definición intermedia. No creo ni en el enfoque integrado que reduce a la cultura sólo como un fenómeno de masas ni creo que ésta sea sólo una expresión de elite.

Tampoco creo en la visión apocalíptica que cuestiona e inquiere tanto a los canales difusores de la cultura –es decir, a los medios de comunicación– como a sus productos, es decir, a todo lo que se quiera decir: la de los viejos enseres de la creatividad pasada como la pintura o la escultura, la cultura pop o la del cómic, la de lo underground, la del revival, la del best seller y hasta la cultura del chat y el blog o, para no extenderme más en lo que sería un interminable listado, la de la estética y en general a la cultura de la imagen junto con el culto al cuerpo, y hasta la llamada contracultura –porque, como ha escrito Carlos Monsivais, nos guste o no, Betty la fea es un fenómeno de cultura de masas, incluso continental–.

Y ya que mencioné tanto a los apocalípticos como a los integrados y a sus formas de entender y hacer cultura, no puedo dejar de apoyarme, precisamente, en Umberto Eco, y plantear que la antropología cultural, o sea, el estudio de la creatividad del conocimiento humano y sus formas de relación en donde se ponen en juego creencias y convicciones, y junto con ello formas de organización social, “es lo que nos ha hecho más conscientes de la pluralidad de las culturas y del derecho de toda cultura a sobrevivir, siempre que su supervivencia no perjudique los derechos de los demás” ensayo y siempre y cuando también, agrego, signifique un conjunto de expresiones y valores que necesariamente formen parte de la democracia en este entorno en el que, precisamente, podemos hablar de una cultura democrática y en la que subyacen los valores y las actitudes que ponen en juego esos valores.

Valores que ya José Woldenberg ha detallado en múltiples intervenciones al referirse a las reglas democráticas como las electorales o simple y llanamente al reconocimiento del que no piensa igual y anteponer la coexistencia con éste como el territorio más prometedor para el entorno civilizatorio.

Es decir, por muy milenaria y entrañable que sea cualquier cultura, si ésta implica el sometimiento del otro no es, al menos no desde mi punto de vista, algo que merezca ser ensalzado. En todo caso se trata de organizaciones y expresiones culturales que ayudan a testimoniar el esfuerzo del hombre en favor de la modernidad, y a la democracia, como la piedra angular de ésta.

Así las cosas, cuando hablamos de cultura necesariamente tenemos que remitirnos a una industria –la industria cultural– y a sus difusores –los medios de comunicación–. Y junto con eso aceptar el papel del mercado como un factor que delimita los contenidos culturales de esas empresas mediáticas, así como al rol que tienen los medios mismos en sus propias definiciones ideológicas y políticas. Lo primero desde principios del siglo pasado, permitió un aliento inusitado de la cultura a través de los medios difusores de ésta e incluso de su conversión en mercancía. Lo segundo determina lo que vemos y escuchamos según las definiciones de los detentadores de los medios.

No es propósito de esta reflexión una revisión a la industria cultural mexicana ni tampoco revisar puntualmente la oferta de los medios al respecto ni sobre el tema señalar que hace falta mayor diversificación de contenidos y que eso tendrá buen puerto desde la perspectiva misma del mercado, si abre posibilidades a la competencia entre las empresas mediáticas, y del Estado también, si es que de una vez por todas fortalece a sus medios de comunicación de servicio público para generar un sistema vigoroso de medios públicos. En cambio, subrayo que sólo vistos en conjunto los medios son plurales; aun con todos los límites que se quiera, éstos, sin duda y a pesar de las limitaciones antedichas, reflejan la diversidad política y cultural, y representan vías múltiples para el entretenimiento y el ocio.

En esas condiciones es como podemos hablar de la cultura de masas y de todas sus expresiones y hasta valorarlas lo mismo dentro de lo kitsch, o sea, la estética de mal gusto, que encontrar en éstas formas creativas y entonces perdurables de la recreación intelectual en cualquiera de sus vertientes.

Y es que, como advierte Roman Gubern, se equivocó Marshall McLuhan “cuando sentenció categóricamente que la única constante en nuestra vida cultural moderna era la permanencia de la innovación”. Al contrario, el reciclaje permanente lo mismo en la industria del entretenimiento que en la cultura, como advierte Gubern, es una de las constantes permanentes desde la que podemos valorar a la cultura como tal, es decir, en tanto expresión perdurable no por su capacidad para ser recordada sino recreada y, en la medida de lo posible, reinventada.

Hace 35 años Monsiváis escribió mucho mejor lo que al respecto quiero decir sobre una de las vertientes de la recreación cultural como lo es la nostalgia: “Para un núcleo específico de los cultivadores de la nostalgia, recordar no es huir, sino garantizarse la posibilidad de una doble vida… Inofensivo y doloroso como todo lo entrañable, el juego de la nostalgia nos recuerda que tenemos memoria y que en esta conciencia de la posesión se halla nuestra facultad de enaltecer o degradar”, agrego yo, la cultura y sus múltiples expresiones.

Por cierto, desde mi responsabilidad en Radio Educación, la nostalgia no es reducto de la melancolía sino fuente de inspiración, la revisión de un determinado patrón cultural porque hasta para eso, en el caso que comento, le hemos dado en llamar como conservador. Me explico. Visitar al pasado reciente en relación con lo que eran los medios de comunicación hace 20 años significa registrar al país de la Presidencia omnímoda y la tutela de un solo partido y, por ende, a la estructura mediática que reflejó aquel verticalismo tanto en sus partes informativos como en su oferta cultural y de entretenimiento.

Espejo que son los medios de la realidad, desde éstos se vislumbró una sola o casi una sola posición política, una sola forma de entender el entretenimiento y, sobre todo para el tema que nos ocupa, una sola forma de entender y manifestar la cultura. Esto ya no es así, en parte por un proceso complejo desde donde puede registrarse, como hizo José Woldenberg en uno de sus recientes libros, La construcción de la democracia. Esto es, el ascenso paulatino pero consistente de otras formas de entender al mundo y de expresarlo en todas las esferas.

También vivimos un proceso de masificación que lo mismo encontró acomodo en la escuela, es decir, en mayores niveles de educación, que en otros fenómenos sociales relacionados con la urbanización, por eso entre otras cosas, a partir de los 70 es que podemos hablar, por ejemplo, de una cultura urbana y otra rural.

En el terreno electoral, vivimos la secuela de varias reformas que dieron espacio y, más aún, aliento a otras ofertas políticas, y aunque en relación con los medios de comunicación México tiene un déficit importante dada su postergada reforma legal, también atestiguamos la expresión de la pluralidad en esas empresas mediáticas.

México es ahora un mosaico diverso y heterogéneo de expresiones sociales. Como he dicho, vistos en conjunto, los medios de comunicación reflejan ese entramado complejo al mismo tiempo que inciden en la modificación de patrones culturales. Vistos por separado, tenemos el testimonio de cada apuesta editorial autónoma que representa partes del todo cultural de nuestro país y constituyen una oferta importante, si bien vale mucho la pena impulsar la ampliación de dicha oferta a través de acentuar la competencia en el mercado de las empresas mediáticas privadas, así como fortalecer a los medios oficiales, entre otras cosas, confiriéndoles el estatus legal que los defina como medios públicos y dotándoles del sostén financiero necesario para desarrollar su labor.

No me detengo en este último punto, a pesar de que, junto con el tránsito a la era digital y todas sus implicaciones económicas, tecnológicas y humanas, forme parte de mis principales obsesiones y desvelos. Nada más los remito a que no dejen de estar presentes en la próxima bienal internacional que estamos organizando para septiembre.

La naturaleza jurídica y empresarial de los medios definen su oferta. La constatación es irreductible y de ésta dan testimonio sus contenidos cotidianos, incluso más allá de que la ley misma les determina ahora funciones sociales relacionadas con el servicio público y, en general, con los valores de la sociedad democrática.

Qué tanto cumplen con ese imperativo legal es tema de otra reflexión, sólo quiero subrayar que los llamados medios públicos tienen el dictado irrenunciable de la función social, que es desde donde definen sus líneas editoriales, en este caso, por ejemplo, en favor de la expresión diversa de la cultura y entre ésta, el relieve por los derechos de las minorías en tanto expresión cultural y política.

En el ámbito informativo, también se promueven valores o patrones culturales cuando se renuncia al

amarillismo, al escándalo o al sensacionalismo además de a la intromisión a la vida privada (lo cual, por cierto, va a contracorriente de la cultura voyeur).

Me hago cargo de que aún no llego a otro aspecto importante dentro de este tema, dado que la pregunta a responder para cualquier medio es qué cultura dentro de las culturas es la que se ha de difundir y, más allá de la retahíla de los buenos deseos que es en realidad una forma de la demagogia, cualquier medio de comunicación ha de partir de sus propias definiciones políticas y, claro está, de sus limitaciones.

Radio Educación no aspira ni puede aspirar a ser reflejo de la cultura de masas o a formar cultura de masas. Sin dejar de expresarlas como parte de la realidad del país, sus directrices al respecto se orientan a todo aquello que refleje e incida en la cultura política en los términos en los que ya la expuse, o sea, de la cultura de la democracia. Implica también recuperar y recrear lo más acabado de las expresiones artísticas, intelectuales y políticas, vale decir, culturales.

El entorno de las decisiones es subjetivo, hay que decirlo, aunque también hay que añadir que esto tiene mejores frutos en definiciones generales. Un medio oficial, dentro de su propia autonomía, puede si quiere y qué bueno que quiera según mi opinión, desestimar la transmisión radial de Bety la fea, pero está obligado, eso sí, a recuperar lo mejor de su archivo para dar cuenta de los debates centrales que en distintas materias se han dado en nuestro país. Más aún, dentro de la expectativa del presente, ese medio oficial está obligado a ofrecer alternativas culturales frente a las hegemónicas, por poner un caso, a ofrecer dentro del abanico de opciones en el que existe Shakira, el buen jazz, como decían los clásicos, que se hizo antaño o que se hace hogaño.

Un medio público ha de reflejar también los cambios fundacionales que se han dado en los años recientes y, entonces, difundir y recrear los valores, en relación por ejemplo, con la discapacidad, la discriminación o la ecología. También ha de registrar, según su relevancia social, a los movimientos artísticos o políticos. Con la ventaja y el desafío de que estos medios no persiguen el lucro, esto es, que su apuesta cultural no la define el mercado, pueden elegir más allá del diagnóstico integrado o apocalíptico, aquello que tenga una expresión social y una incidencia que vaya más allá de los patrones de la cultura exquisita o de toda aquella que se ha simplificado para ser de consumo masivo y que incluso conlleva el riesgo de dejar de ser cultura, propiamente dicha.

Esa forma de entender la función social de los medios oficiales me remite al viejo y ahora olvidado Antonio Gramsci, cuando habla, en particular, del periodismo, en tanto que los medios, en especial los del tipo al que pertenezco, no sólo tratan de satisfacer las necesidades de su público, sino que se esfuerzan “por crear y desarrollar estas necesidades y de estimular, en un cierto sentido, a su público y de aumentarlo progresivamente”.

Es claro que cuando un medio oficial no forma parte de la cultura de masas eso no quiere decir que deje de buscar su incidencia dentro de la sociedad y que, en consecuencia, aspire a relacionarse con bastas audiencias para lograr, entre otros aspectos positivos, diluir la concentración de la cultura que se ubica en la ciudad de México, principalmente, y enseguida en las otras urbes más desarrolladas como Guadalajara y Monterrey.

A diferencia de la óptica del rating, tener en cuenta la cobertura de los medios oficiales es una forma de verificar su función pública, de comprobar, por ejemplo al respecto de la cultura periodística, que existen formas alternativas y eficientes de comunicar. En tal riel, para incidir en la cultura los medios de comunicación podrian acordar, con Gabriel García Márquez, en que “el periodismo merece no sólo una nueva gramática, sino también una nueva pedagogía y una nueva ética del oficio, y visto como lo que es sin reconocimiento oficial: un género literario mayor de edad, como la poesía, el teatro, y tantos otros”, es decir, agrego, expresión cultural que apuesta por otra forma de entender al periodismo sensacionalista o amarillista.

Y en ese campo de definiciones se encuentra, precisamente, el periodismo cultural, entendido no como la revisión arcaica e inamovible de las artes consagradas, o no sólo, sino como el registro del aporte que al arte mismo se hace desde la literatura, la música o la poesía.

La apuesta cultural de cualquier medio de comunicación comienza desde que define al público al que va dirigido y lo que espera lograr de éste y en éste. Si lo concibe como mercado o como segmentos humanos que tienen apuestas y expresiones múltiples que han de encontrar espacio dentro de éstos al mismo tiempo que una oportunidad para su recreación.

Eso no significa sucumbir a la cultura políticamente correcta, imperante en nuestros días, de que todo aquello que sea marginal es por definición cultura o lo opuesto, es decir, lo que es masivo deja de ser cultura o arte por el solo hecho de ser masivo. No exagero, en el planteamiento polarizado, se los aseguro, en México y en el mundo hay quien sostiene que la cultura deja de serlo cuando se masifica y también hay quienes afirman que la cultura no es tal sino hasta cuando es asumida en forma masiva.

No discuto ni reflexiono aquí sobre el valor de la cultura. Lo doy por hecho igual que a la importancia de su recreación y su difusión. Subrayo, eso sí, que podemos y, más aún, debemos hablar del término en plural, es decir, de las culturas y sobre ese abanico de opciones decidir la difusión de sus contenidos en el marco de la creación intelectual que hay al respecto en México.

Como ha dicho Sabina Berman, y tomo la referencia de un ensayo de Andreas Kurz, en más de un sentido la cultura ha dejado de tener una función social: hay muchos libros, más teatro y más pintura, pero faltan receptores (faltan, al menos, para ese tipo de cultura), también la audiencia es insuficiente cuando se trata de promover valores democráticos y en la mercancía informativa abunda el sensacionalismo de las declaraciones sobre el mundo de la cultura y sus actores, pero no de sus productos, o sea, de la cultura en sí misma, entendida como el resultado de y no de la creación de alguien porque en realidad, como dijera García Márquez, Tarzán trasciende a Edgar Rice del mismo modo en que El Quijote lo hizo con Cervantes o Cien años de soledad con el Gabo.

Desde los medios, aún nos falta entender a la cultura como expresión inherente a las actividades del hombre y no como el parte informativo complementario de lo importante y que se sitúa en el mundo irreal. Revertir todo esto, a partir de la innovación y de compromisos editoriales explícitos dentro del marco de la pluralidad es, en sí misma, una apuesta cultural, una y sólo una dentro de las múltiples existentes

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