Imaginen cualquier obra de Tiziano, por favor. La que sea, puede ser alguna de sus pasiones de Cristo, el retrato que ustedes quieran o “Venus y Adonis”, por ejemplo; menciono al exponente más notable de la escuela veneciana del Renacimiento precisamente por su versatilidad y para pedirles que ahora miren en estas fotos un auténtico desastre que ahora mismo se expone en el museo de arte contemporáneo de Frankfurt.
Disculpen ustedes, pero esto que ven no es cuestión de gustos, quiero decir, esto no trata de quienes creen que esto es arte y quienes estamos seguros de que no. No es arte, sino algo que se presenta como tal por auténticos farsantes (que no sólo existen en el periodismo, sino en otras disciplinas más).
El carro desvencijado que cuelga de una pared es de Armand Pierre Fernández, o esa cosa donde se arrejuntan almohadas de sillones pertenece a una argentina que se llama Marta Minujín, el de los rectángulos amarillos es Blinky Palermo y Willys de Castro es quien diseñó el palito azul donde puse mis lentes para darle un toque, digamos, más artístico a la cosa.
¿Ya vieron las bolitas colgando (sin albur)? Son de Carmelo Arden Quin y el de las Coca- cola, señoras y señores, se llama Cildo Meireles, un brasileño que cree que es arte esos envases que ustedes ven porque en pequeñas letras les dicen a los gringos que se vayan. Ya luego siguen esos grotescos desnudos de los fotógrafos Oscar Bony y Pablo Suárez además de las tijeras de papel de Lygia Clark y las imágenes de un payaso frente al televisor que se llama Joseph Beuys.
Esto es una desgracia, insisto, y sin duda los farsantes que se presentan como artistas no son los únicos responsables de ello sino también los consumidores, por ello creo que esas imágenes también son un retrato de cierta mentalidad hedonista e irresponsable de nuestra historia contemporánea. Así como en México, donde alguien abandonó el arte y se volvió un merolico al “intervenir” bolsas de papitas, panqués y hasta jabones.
