viernes 29 marzo 2024

Lenguaje sexista: la responsabilidad del periodismo

por Orquídea Fong

¿El lenguaje tiene poder sobre la realidad? Esta es una discusión tan antigua como la humanidad. El lenguaje siempre nos ha intrigado. Las creencias místicas confieren a la palabra absoluto poder creador (revise su Biblia o su libro New Age más a la mano), y diversos estudios de lingüística quieren determinar si la modificación de ciertas estructuras o vocablos incide en alterar el equilibrio de poder en la sociedad. Los pareceres son diversos.

Personalmente, considero que el lenguaje incide hasta cierto punto en la manera como construimos el mundo objetivamente. Pienso que el lenguaje crea percepciones y representaciones, conforma modos de pensar y que a partir de ello, actuamos. A veces, con consecuencias de muy largo alcance. Consecuencias tales como el sexismo, la misoginia y la violencia en contra de las mujeres. Un tema fundamental.

Llamarle a alguien “sexoservidora” en lugar de “puta” puede hacer (quizá) que se la considere una trabajadora en lugar de una pervertida, y con ello, se le mire diferente, y tal vez, se le trate mejor. Es decir, si un cambio de lenguaje logra un cambio de mentalidad, se logrará un cambio en la conducta, por supuesto, si hay disposición de fondo. Entonces, por más pequeño que pudiera ser el beneficio, es necesario que hagamos el intento de cambiar la realidad desde esta pequeña parcela.

Lenguaje no sexista y lenguaje incluyente

El lenguaje no es el único reducto que se debe transformar para erradicar fenómenos indeseables, naturalmente, pero es uno muy importante. Desde hace varias décadas se inició el trabajo académico, social, político y comunicativo por arribar a un lenguaje no sexista (no meramente incluyente) en todos los ámbitos.

Hay una diferencia fundamental entre lenguaje no sexista y lenguaje incluyente. El primero evita poner en posición de inferioridad a alguno de los sexos con respecto al otro. El segundo menciona a los grupos considerados vulnerables, la mujer entre ellos, con la finalidad de visibilizarlos, algo encomiable, por supuesto. Puede parecer lo mismo, pero no lo es, aunque están relacionados.

Un político bien puede incluir (es decir, mencionar) en su lenguaje a la mujer, al tiempo que la desvaloriza. Recuérdese al involuntariamente jocoso Vicente Fox y su perenne “mexicanos y mexicanas”, y la ocasión en que comparó a las mujeres con lavadoras de dos patas. Muy incluyente, sí, pero sexista. El pobre hombre nunca entendió la diferencia. Desgraciadamente, el sexismo y la violencia contra las mujeres es una realidad innegable. No obstante, considero que – l menos desde el periodismo– se han dado pasos importantes y positivos para erradicar, lentamente, el lenguaje sexista, aunque por otro lado, la visión sexista de la mujer desde la publicidad y el marketing no ha disminuido. Pero ese tema no lo abordaremos aquí.

Periodismo y lenguaje no sexista

“Se considera el lenguaje sexista como aquel que asume rasgos relacionados con los prejuicios culturales de género, es decir, derivados del machismo, del feminismo, de la misoginia, de la misandria, o de un real o aparente desprecio a los valores tanto femeninos como masculinos”, dice la especialista cubana Lissandra Martinto, en su ensayo “El lenguaje sexista en los medios de comunicación”. Así, mucha razón tienen quienes exigen que el no sexismo, la no discriminación y la inclusión vayan en ambos sentidos, pero es cierto también que la desigualdad se carga en contra de las mujeres.

La formación académica de los periodistas no hace suficiente énfasis en la deontología del periodismo y en la ética. Se le dedican muy pocas horas y su inclusión en los programas de estudio es muy reciente. El lenguaje no sexista y no discriminador es tema que aún no figura en la formación de muchos colegas. Algunos medios y periodistas han corregido esta deficiencia a partir de la presión social y qué bueno que así sea, ya que medios y periodistas debemos estar bajo la observación de los lectores y de analistas especializados.

Sin embargo, como estos aprendizajes son informales y no hay obligatoriedad, no hay un criterio uniforme en los medios de comunicación. Hay ejemplos verdaderamente procaces de sexismo (una ojeada a Metro o El Gráfico ilustra sobre ello), y casos más sutiles, difíciles de detectar debido a que, tal como arguyen los especialistas, el sexismo está “normalizado”, es decir, tan imbuido que no lo notamos.

Los ejemplos más frecuentes se encuentran en la nota roja, en donde, al describir la muerte de una mujer a manos de su pareja, se destaca que el agresor se encontraba celoso, deprimido, descontrolado, triste por una separación, o cualquier otro motivo que, desde la narrativa de la nota, justifica tácitamente la agresión y, dicen los especialistas, le quita importancia a la víctima, para dársela al victimario.

Por ejemplo, la nota “La carta que dejó el hombre que asesinó a ex esposa, hijo y otras diez personas en Año Nuevo”, de Canal 44, sobre un feminicidio perpetrado en Brasil, da voz a los motivos falsamente coherentes de un asesino (el dolor de no ver a su hijo) y validan, mediante el respaldo de la presencia en un medio, la ideología de la violencia de género.

Que este pensamiento esté vivo y sano lo podemos constatar a diario en las redes sociales. Montones de comentarios en Facebook y tuits, páginas machistas y perfiles misóginos nos brindan a diario joyas del horror, como esta que asegura que ser machista es un “derecho”, cual si fuera una creencia amparada por la libertad de culto.

Para evitar el sexismo en el lenguaje periodístico, existen algunos criterios sencillos y útiles, como por ejemplo, utilizar siempre el femenino de las profesiones (hay fuerte debate sobre la corrección gramatical de muchos casos). También se sugiere usar alternadamente las menciones a mujeres y hombres, evitar las menciones innecesarias al atuendo y belleza de las mujeres protagonistas de las noticias, evitar vincularlas con el tradicional rol de madre, esposa y ama de casa, además de procurar elevar su presencia como protagonistas de las noticias.

Formas del lenguaje sexista

“Se incurre en lenguaje sexista cuando la persona hablante emite mensajes que, debido a su forma (es decir, a las palabras escogidas o al modo de estructurarlas) o a su fondo, resulta discriminatorio por razón de sexo. Constituyen todas aquellas expresiones del lenguaje y la comunicación humana que invisibilizan a las mujeres, las subordinan, o incluso, las humillan y estereotipan”, dice Martinto.

El lenguaje sexista también se muestra mediante la diferencia o la condescendencia, al elogiar a una mujer por su “naturaleza femenina”, por ser “lo más bello de la creación” o “trabajar siempre por el bien de la familia”, todos ellos estereotipos que anulan la individualidad de la persona.

También se cae en el lenguaje sexista cuando se enfatiza en que la persona que obtuvo tal o cual logro es mujer. Ahora, aquí hay una frontera importante. Registrar un hito histórico (como sería el caso de una hipotética primera mujer presidenta de China) es algo muy distinto a olvidar las cualidades de la protagonista de una noticia y sólo señalar que es mujer. Es el caso de la nota publicada en Forbes “Dos mujeres ocuparán cargos estratégicos en el gobierno hondureño”.

Tanto en la cabeza como en el balazo, Forbes enfatiza en el “dos mujeres”, omitiendo los nombres de las funcionarias, quienes, nos enteramos en el cuerpo de la nota, ya formaban parte del gabinete presidencial. Christa Castro como Delegada Presidencial de Cambio Climático y Delia Rivas como Viceministra de Salud. La manera de presentar la nota implica que la presencia de mujeres es algo novedoso, inédito y excepcional, y que lo destacado no es la trayectoria de ambas personas, sino su género.

Se cae en el lenguaje sexista cuando se destaca que una mujer (que tiene una trayectoria propia como profesional) es esposa de otra personalidad, como forma de identificarla. Por ejemplo, la nota de El Universal “Detienen a hijo y 3 más por asesinato de cineasta y esposa”, sobre el caso de la muerte de Adriana Rosique y León Serment es un ejemplo muy claro de manejo sexista.

Rosique era productora de cine y tenía un prestigio profesional por derecho propio. Además, no era esposa, sino ex esposa de Serment. A pesar de ello, El Universal y otros medios la identificaron en numerosas ocasiones como “la esposa del cineasta León Serment”.

Y al respecto, no podemos olvidar lo sucedido con el cintillo del libro de Elena Garro que la presentaba como “mujer de Octavio Paz, amante de Bioy Casares, inspiración de García Márquez y admirada por Borges“. Hubo intenso debate en redes sociales y finalmente, la editorial admitió que incurrió en sexismo, aunque numerosos usuarios y usuarias aseguraron que tal parecer no era más que una exageración de las “feminazis”.

Por supuesto, es sexismo cuando se habla de una mujer como “mujer de”. La fórmula contraria, “hombre de”, jamás se emplea en el periodismo. En el caso de las mujeres, es habitual nombrarlas así, aún en medios tan presuntamente evolucionados como El País. Presentamos una imagen que lo muestra.

Se incurre en lenguaje sexista cuando se utiliza esa vieja fórmula de anteponer un artículo al apellido de la mujer mencionada. Es común con actrices y cantantes.

También ocurre cuando se destaca el atractivo físico por encima de otras cualidades, muy común en el periodismo deportivo, en el que se adjetiva profusamente a las atletas como “la atractiva”, “la bella”, “la escultural” y otras expresiones, dándole más jerarquía a esto que a sus logros deportivos.

A pesar de los ejemplos que he ofrecido, opino que en la mayoría de los casos, el periodismo ha erradicado el lenguaje sexista. No ocurre lo mismo con las redes sociales, en donde abundan los mensajes de descalificación, desprecio y violencia. Pero somos los periodistas los que tenemos la mayor responsabilidad de cuidar nuestro lenguaje ya que ejercemos de manera profesional el trabajo informativo.

Es de desear que en un tiempo, las representaciones que el lenguaje periodístico presenta a los lectores, permeen de manera suficiente, junto con otros esfuerzos, para lograr un cambio de estructuras. Uno que erradique de verdad el sexismo en contra de las mujeres y que, por supuesto, no se incline al otro extremo: el desprecio o la discriminación contra el varón.

 

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