viernes 29 marzo 2024

Las relaciones peligrosas

por Daniel Iván

Hacia una caracterización de la Web Semántica:

Cuando hablamos de la web semántica, no hablamos únicamente de un cambio de formato o de un cambio de función, sino de un cambio de paradigma en una relación. Y como casi cualquier cambio paradigmático (y por supuesto, mucho más si se da dentro de una relación) toca de manera muy cercana a la esfera del significado per se. Resulta semánticamente irónico, pero es así; los grandes relatos que hablan sobre relaciones, las que se dan con ballenas blancas, cordilleras de montañas o muestrarios psiconalíticos, parecen no hablar de otra cosa.

Nos relacionamos, primero, con base en el interés y la necesidad (es decir, en la esfera semántica de lo útil) pero también, dependiendo del sujeto u objeto con el que nos relacionemos, con base en el hábito y la preferencia; es decir en la esfera semántica del gusto y de las decisiones. Vale la pena en este entendimiento no separar ambos campos semánticos, el hábito por un lado y la preferencia por el otro, como una indulgencia del lector o lectora para conmigo: resulta evidente, por lo menos en un primer estadio, que el usuario núbil del mundo digital, e incluso el experimentado, navegan en realidad en un entorno evanescente (el del hardware, el software y otros bienes y presencias digitales) en el que hábito y preferencia se confunden (y si no, pregúntenle a los geeks noventosos sobre el resultado final del debate entre las supuestas “superioridades o inferioridades intrínsecas” de las plataformas Windows, Mac, Linux, etc.). Me atrevo a postular que en muchos casos la preferencia del usuario es, si bien personal, siempre limitada a una oferta corporativa, sea “corporativa bien” o “corporativa mal”; y, por otro lado, que su hábito se ve perturbado muy principalmente por la llegada de cambios que, desde esa misma mirada, le imponen un curso a su relación pero a los cuales, por lo menos en lo que se refiere a la dialéctica de sus resultados, está usualmente dispuesto a adaptarse. Qué sería del mundo sin la intensa sucesión de debate/silencio que suscita cada uno de los cambios en la interface, términos de uso y otros intríngulis digitales de Facebook, por ejemplo, es una pregunta que no me corresponde a mí hacer. Por supuesto, y en tanto no es telenovela, no todos los cambios en esa esfera semántica son “paradigmáticos” en el sentido de “definitivos” o “definitorios”, ni en el entendido de que “cambien profundamente” la relación del usuario con la tecnología digital; sin embargo, por lo menos hasta donde se entiende, la web semántica podría serlo.

Por supuesto, para lograrlo tiene que abrirse paso a través de las miradas (principal, y no sorprendentemente, corporativas) que buscan reducir la idea a una imagen tan equívoca como “una web que nos muestre lo que nosotros realmente queremos”. Especialmente simplista, esta idea ya es lo suficientemente interesante como para resultar atractiva; pero no dice nada realmente de las implicaciones cognitivas que una red basada en el aprendizaje de la máquina y en su virtual comprensión de la forma en la que relacionamos las cosas (si, todas las cosas) puede traer. Tampoco dice nada de los riesgos (claro, principalmente relacionados con los intereses corporativos) que la intervención de intereses taxativos, comerciales u otras formas de “propiedad de la información” pueda traer a esa nueva relación, particularmente en lo que se refiere a la priorización o deformación comercial de los resultados de búsqueda, al bloqueo o exclusión de otros, a la imposición de criterios de censura u otras formas de intervención estatal, a la preeminencia de los bienes o el dinero digital como criterios de valor en la economía especulativa y a un sinfín de otros niveles de afectación disruptiva que uno pueda imaginarse, amén del rastro digital (inmenso, privado, espeso) dejado por todo ello; por supuesto, más allá del minimalista pero primitivamente juicioso adagio que reza “si es privado, no lo pongas en facebook…”. En suma, no dice nada de las formas complejas en las que esos planos semánticos y cognitivos se construyen, ni mucho menos de las muchas formas en las que esa construcción corre el riesgo de ser intervenida, guiada, aprovechada, etcétera (imagínese el lector la cantidad de material para los amantes de las teorías conspiratorias que surgirá de este cambio de paradigma, en caso de que ocurra; o, todavía mejor, imagínese todas las conspiraciones que algo así podría convocar…).

Imaginemos que la web semántica concreta finalmente un código convincente y logra relacionarse con nuestra comprensión de las cosas. En términos prácticos, sólo significa que la computadora puede comenzar a entender las relaciones entre las distintas cosas y representaciones de cosas con las que nos relacionamos en el ámbito digital. Así, cada cosa con la que interactuemos en ese ámbito (y, en buena medida, cada representación del mundo que agreguemos a ese ámbito) no solamente nos será “devuelta” en su forma digital (básicamente, lo que hoy ya ocurre en internet) sino que establecerá una relación “significativa” con ése ámbito, permitiéndole por un lado darle un valor semántico (es decir, permitiéndole agregar una relación taxonómica con él, en la cual nosotros no necesariamente Intervendremos) y por otro permitiendo que aprenda cada vez más de nuestras propias relaciones semánticas con las cosas, estableciendo no sólo una lectura de nuestros hábitos y preferencias sino, eventualmente, estableciendo algo muy parecido a un juicio de valor al respecto (es decir, podría adquirir la capacidad de anticiparse a nuestros hábitos, nuestros gustos y nuestras aversiones). Cabe señalar que la idea de “relación significativa” en este contexto no sólo es simplemente descriptiva, sino curiosamente anómala tomando en cuenta que hablamos de una relación entre máquinas y personas; en ese contexto, siempre vale la pena apuntar que se trata más bien de una relación de impulsos eléctricos con impulsos eléctricos lo cual, en términos estrictos, no es distinto de la forma en la que en general nuestros sentidos se relacionan de por sí con todas las cosas.

¿No sería desilusionante, casi dramático (para efectos de que usted, querido lector, no se permita dejar de leer) que esa compleja relación termine por traducirse únicamente en una rendición de posibilidades de consumo, simbólico u objetual? No sería, lamentablemente, la primera vez que un medio de comunicación sufriera, aunque sea transitoriamente, ese destino. Incluso hoy, con los algoritmos semánticos que ya funcionan en la web (recuerde que este proceso está pasando ya), la calidad del resultado de esos algoritmos deja muchísimo que desear (por ejemplo, el hecho de que las publicidades en redes sociales no puedan pegarle ni de chiste a algo que nos sea medianamente interesante, aún cuando el resultado sea en una buena medida sugerido con base en nuestros gustos reconocidos públicamente sobre todo porque esos algoritmos están principalmente preocupados en el entendimiento del gusto como una generalización (si te gusta esto y a cien que les gusta eso también les gusta esto otro, te lo sugiero; una aproximación magistralmente corporativa, si se quiere ser justo), y no como un principio individuador.

En todo caso -y probablemente el paradigma más peligroso cuando se trata de pensar en posibilidades tecnológicas- tenemos que refrasear la idea de que “la web semántica tiene en sí misma una gran cantidad de posibilidades de hacer nuestra vida más fácil y nuestras relaciones con las computadoras más precisas” (discurso que, palabras más palabras menos, se repite en cada conferencia de Tim Berners-Lee y el ejército de entusiastas que usualmente lo acompaña). Tal vez sea el momento (sobre todo para aquellos que están codificándola) de reconocer que una web semántica que haga eso (buscar facilitarnos la vida y simplificar una relación ya de por sí compleja) es perfectamente inútil; que, en todo caso, la única cosa a la que una web semántica podría aspirar es a reflejar la complejidad profunda de nosotros y nuestras relaciones, de nuestros gustos y nuestros hallazgos, de las cosas que nos sorprenden y las que nos son indiferentes, de las decisiones que tomamos y cómo las tomamos. Y que para eso, la web debe volver (porque ya no está allí) a sus principios más elementales; particularmente aquellos ligados a su neutralidad, su inclusión y su gobernanza no institucionalizada.

Si no, corremos el riesgo de que “web semántica” llegue a ser sólo una denominación vacía; el ardid de un publicista, el pretexto para una entrada de Wikipedia o para la impresión de una playera.

Como ese letrerito afuera de una escuela que reza “se dan clases de Web 2.0”.

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