jueves 28 marzo 2024

Las razones de la pobreza léxica mexicana

por Roberto Alarcon Garcia

¿Qué es lo que hizo que seamos distintos a otros países? Que el sustrato de nuestra lengua permaneció gracias a esos hablantes que defendieron su lengua porque era defender su identidad y lo que hoy somos, como lo han observado Octavio Paz en El laberinto de la soledad y Carlos Fuentes en otros textos de análisis, en los que nos damos cuenta de que somos un país formado con herencia española pero también con legado indígena.


Esto quiere decir que nosotros somos dueños de un idioma que es español, pero que tiene deudas con nuestro origen indígena. Así es como funciona la lengua y así es como yo creo que tendría que plantearse, y no como una situación descarnada de decir “es que tenemos que adaptarnos al mundo nuevo que nos trae todo esto, y nosotros debemos estar abiertos a ello”. Pero ¿para qué demonios decir “accesar” si se puede decir “acceder”?, ¿para qué usar “aperturar” si tenemos “abrir”? Todas estas situaciones nos revelan que sigue habiendo un afán de colonialismo, y muchos mexicanos, todavía seguimos creyendo que nos merecemos eso.


Otro tema importante: en el libro recuerda frases de periodistas, cita mucho a los cronistas de futbol y de espectáculos, cabezas de periódicos, etcétera. ¿Cuáles son los principales problemas de los medios de comunicación, especialmente los impresos, respecto al uso de la lengua?


Los medios impresos son justamente los que crean escuela, los que dan la influencia; son periódicos, libros y revistas, y ya no sólo ellos sino también los electrónicos.


Uno da por hecho que lo que está impreso está bien; entonces hay una superstición culta de decir si está en letra de molde está bien”. Pero los medios están llenos de barbarismos y de disparates, e incluso hay escritores que se ganan premios como el Planeta y el Alfaguara, y uno lee sus libros y dice: “Este debió pasar, por lo menos, por un taller de redacción, por lo menos; usa mal la sintaxis, utiliza términos inadecuados, no sabe hacer concordancia entre sustantivos y adjetivos, en fin”.


Cuando uno ve eso dice: ¿qué es lo que está pasando? Que todas las publicaciones impresas son producto también de la cultura que se tiene o de la que se carece. Si lees un libro de Balzac en español, y si el que lo tradujo escribió todas las veces de forma errónea una palabra, pues crees que ésta es correcta, das por hecho que está bien empleada y cuando la utilizas lo harás de la misma manera.


Entonces los medios educan y deseducan, las publicaciones impresas forman y deforman el uso del español que empleará el lector; hablo también de traducciones y libros originales de personas que escriben con las patas.


No se trata nada más de esto sino que de pronto como que desaparecieron los editores: lo que venga se publica como está; si tiene faltas de ortografía y de concordancia, si hay fallas de sintaxis, así aparece.


Entonces hay un desdén por el idioma bien escrito porque también se considera que todo es desechable: ¿para qué pago que hagan muy bonito este libro y que quede bien escrito, si de todos modos se va a vender ahorita nada más y desaparece? La idea de lo desechable también afecta porque es claro que los autores que están vendiendo muchos libros, llámese Yuya, Jordi Rosado, Werevertumorro o quien sea, no tienen por qué utilizar el lenguaje más refinado ni el mejor escrito porque sencillamente son desechables, van a desaparecer y no tienen ningún sentido. Así lo consideran los editores y por eso tampoco le ponen demasiado empeño a esas cosas. Entonces las propias editoriales están más preocupadas por vender que por educar al lector, algo que antes era una cosa muy seria: todo proyecto editorial era también educativo y cultural.


Ahora se habla de la carencia no sólo de editores sino de correctores de estilo. ¿Qué nos dice en defensa de este oficio?


Yo creo que los correctores y los editores son fundamentales y necesarios. Este desdén por ellos surgió justamente con las nuevas tecnologías: así como cada quien creyó que a partir de éstas ya cada quien podía diseñar su libro aunque no fuera diseñador, de esa misma manera todo mundo creyó que podía editar y publicar sin ser editor y sin ser escritor.


Esto es lo que ha prevalecido gracias a ese desprecio: en los medios han ido desapareciendo esos habilidosos conocedores del lenguaje, quienes sabían distinguir cuándo estaba mal empleado un gerundio o una palabra, cuándo había un error de concordancia, etcétera.


A mí me parece que es lamentable; creo que tenemos que hacer una defensa de esos defensores de la lengua. Así como existen lo que llaman defensores del lector en los periódicos, en las editoriales también debería haber uno en relación con la escritura, y que un lector tenga el derecho a quejarse: “Compré un libro y está escrito con las patas. Devuélvanme mi dinero”. Yo creo que también eso se vale, y hasta que no ocurra eso no van a poner atención en esta labor.

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