sábado 18 mayo 2024

Lady Gaga: las entrañas del monstruo

por Guillermo Vega Zaragoza

Muy pocos cantantes pop pueden presumir que apenas con un par de discos y un puñado de canciones hayan logrado vender 15 millones de álbumes y 51 millones de discos sencillos a nivel mundial como Lady Gaga. Su vertiginoso éxito la ha colocado como la artista del año de la revista Billboard, fue mencionada en la lista de las 100 personas más influyentes del mundo de la revista Time y en la de las 100 celebridades mundiales más poderosas e influyentes de la revista Forbes, además de ocupar el séptimo lugar de 100 entre las mujeres más poderosas del mundo, también de acuerdo con esta última publicación. Fue nominada a 11 premios Grammy, de los cuales ganó ocho, y rompió el récord de más semanas en las listas de discos más vendidos del Reino Unido, marca que antes tenía el grupo Oasis.

En el colmo de la desproporción, Yoko Ono ha llegado a afirmar que si John Lennon viviera usaría Twitter y sería fan de Lady Gaga, la cual por cierto es la persona con más seguidores (nada menos que 7.8 millones) en este sistema de microbloging, así como en la red social Facebook, donde superó la marca de los 20 millones de fans. Sus videos están entre los más vistos en el sitio Youtube, siendo la primer artista en obtener mil millones de visitas. El Libro de Records Guinness la reconoció como la mujer más buscada en Internet, dejando atrás a la ex gobernadora de Alaska Sarah Palin. Y por si necesitara más promoción, el supuesto responsable de las filtraciones del sistema de inteligencia de Estados Unidos al sitio WikiLeaks, el soldado Bradley Manning, reveló haber copiado los 150 mil cables diplomáticos del Departamento de Estado en discos compactos rotulados con el nombre de Lady Gaga.

Nada mal para una joven de apenas 25 años que parece encarnar la más reciente versión del “sueño americano”. Hace apenas seis años, Stefani Joanne Angelina Germanotta (su verdadero nombre) estudiaba en una escuela de arte en Nueva York y un poco más tarde irrumpiría en el superestrellato. Proveniente de una familia de clase media, estudió en un exclusivo colegio católico donde se sintió rechazada por sus acaudaladas condiscípulas. Para sobresalir, se convirtió en una estudiante muy dedicada y disciplinada, pero sobre todo se dedicó a su pasión: la música, lo que la llevó a ingresar a escuela de arte Tisch de Nueva York, donde desarrolló sus capacidades como compositora. Sin embargo, pronto la abandonó para dedicarse de lleno a su carrera musical. Su padre aceptó pagar la renta de su departamento durante un año, y de no triunfar en ese lapso, tendría que regresar a la escuela. Entonces tuvo que enfrentar los sinsabores del camino a la fama. “Comí mierda hasta que alguien me escuchara”, aseveró en una entrevista.

A los 19 años consiguió un contrato con una compañía disquera, pero la despidieron a los tres meses; se puso a componer canciones para otros artistas y formó un grupo con sus compañeros de la universidad: la Stefani Germanotta Band. Grabó un disco y no pasó nada, pues era evidente que con ese nombre nunca habría tenido éxito. Deprimida ante el incipiente fracaso, empezó a drogarse y trabajó en espectáculos de burlesque. Para colmo, su padre le dejó de hablar por varios meses. Fue cuando apareció, surgió el personaje de Lady Gaga para salvarle la vida: dice la leyenda que como le gustaba mucho Freddie Mercury siempre llegaba cantando al estudio la canción “Radio Gaga” del grupo Queen. Un productor la escuchó y un día se le ocurrió llamarla “Lady Gaga”. A partir de entonces ella se negó a que la llamaran de otra forma. Claro, otra versión dice que en realidad el nombre surgió en una junta de mercadotecnia de la disquera, pero ¿quienes somos nosotros para desconfiar de los mitos de una de las más grandes estrellas pop de las que se tenga noticia?

Las capas de la cebolla

Lo cierto es que ya con el nombre de Lady Gaga, se dedicó a desarrollar una personalidad y una imagen inspiradas en el burlesque, las drag queens, el glam rock (sobre todo en David Bowie y su etapa de Ziggy Stardust) y los musicales de los 70. Para 2007 se había unido con una artista de performance, Lady Starlight, con la que montó un espectáculo llamado “Lady Gaga and The Starlight Revue”, que presentaba en el circuito de cabarets y clubes de baile de Nueva York y fue contratado para aparecer en el festival Lollapalooza de ese año. Fue presentado como “El máximo espectáculo de rock pop burlesque”. El público lo recibió bien y obtuvo buenas reseñas. Allí fue donde Lady Gaga se dio cuenta que tendría que ampliar su enfoque musical, ya que estaba fundamentalmente orientado al electro dance de corte europeo. Si quería triunfar de veras tendría que añadirle unos cuantos toques de pop y rock.

Mientras tanto, siguió escribiendo canciones para otros artistas, como Britney Spears, New Kids on the Block, Fergie y Pussycat Dolls. Hasta que un día hizo coros para el cantante, compositor y productor Akon, quien se quedó impresionado con su voz y convenció a los ejecutivos de la disquera Interscope-Geffen para que la firmaran. De ahí en adelante, la escalada sería vertiginosa: el álbum The Fame llegaría al primer lugar de las listas de ventas en el Reino Unido, Canadá, Austria, Alemania, Suiza e Irlanda, mientras en Estados Unidos llegaría al segundo, vendiendo 14 millones de copias a nivel mundial. Los sencillos Just Dance y Poker Face repetirían la hazaña dominando las listas, junto con Eh, Eh (Nothing Else I Can Say), LoveGame, y Paparazzi.

Aunque al principio salió de gira como telonera de sus compañeros de disquera, los reformados New Kids on the Block (con los que visitó México en diciembre de 2008), muy pronto se convirtió en el artista principal de su propia gira: The Fame Ball Tour, que la mantuvo en el camino durante año y medio, y se convirtió en una de las giras más rentables de la temporada. En medio de la vorágine, lanzó un EP de ocho canciones, The Fame Monster, una especie de continuación del primer disco, y de nuevo rompió con el cuadro con otros tres éxitos: Bad Romance, Telephone and Dance in the Dark. A través de su cuenta de Twitter anunció que el 23 de mayo de 2011 aparecerá su nuevo álbum: Born this way. Unos días antes, el 5 y 6 de mayo, se presentará con todo su espectáculo en el Foro Sol de la ciudad de México.

¿Cuál es la razón, si es que la hay -debe haberla-, del monstruoso y vertiginoso éxito de Lady Gaga? Es posible desentrañarla como si fuera una cebolla: ir removiendo capa por capa hasta encontrar el meollo del asunto. Así que iremos por partes.

Independientemente de si es producto de la mercadotecnia, pensada cuidadosamente en el laboratorio, en lugar de ser una artista más o menos auténtica y dueña de su destino, lo cierto es que Lady Gaga ha sabido aprovechar todo el conocimiento acumulado en el mundo del espectáculo musical desde la aparición del rock and roll y su primera gran superestrella: Elvis Presley hasta los tiempos de la globalización, la Internet y las redes sociales. Es evidente que Lady Gaga -o quienes la manejan- ha aprendido tanto de los aciertos como de los errores cometidos por muchos artistas y los ha utilizado en su favor. Allí donde han fallado cantantes, como Britney Spears -que tuvo al mundo en sus manos al principio de la primera década del nuevo siglo-, por los malos manejos de sus representantes o su falta de inteligencia y rigor, Lady Gaga parece imparable y en cada paso que da parece imbatible.

Primera capa: la música

Empecemos, pues, por la música, la capa más inmediata.

La actual no es una época de innovación, ni de experimentación, ni de nuevos sonidos. En el firmamento inmediato no aparece nadie que pueda ofrecer el nuevo ritmo que vaya a cambiar el mundo de la música como lo hizo el rock and roll en los 50 o los Beatles en los 60. Muy al contrario, vivimos la era del reciclaje, del ensamblaje, del sampleo, de lo ya escuchado, de lo “revisitado” (si se nos permite el anglicismo). El público masivo ya no está dispuesto a arriesgarse, a escuchar nuevos sonidos, a aventurarse. Prefiere la seguridad y la tranquilidad de lo que ya conoce, de lo que fue popular y exitoso hace años, sobre todo cuando era más joven (o si es muy joven para tener un pasado lejano, algo que “suene” familiar). De ahí el auge de los covers o nuevas versiones de canciones ya conocidas. Incluso, los mismos artistas, otrora famosos, se coverean a sí mismos, con nuevas versiones de sus propios éxitos. Los ejemplos suman legión.

En este sentido, musicalmente Lady Gaga es sumamente efectiva. Ha sabido “leer” adecuadamente el espíritu de la época. Porque suena a algo ya conocido, aunque presentado de una manera novedosa e impactante. Su voz misma ha sido comparada con la de Madonna, pero también con la de Gwen Stefani (que también suena a Madonna). Al escucharla, por momentos uno se pone a dudar si tal o cual canción no la había ya grabado Madonna o alguna de sus discípulas, como Britney Spears, o más recientemente Katy Perry -con la que Lady Gaga guarda más de un punto de contacto-. En cuanto a los géneros que aborda, es evidente el predominio del llamado dance electrónico, preponderante en los clubes y pistas de baile, pero que en muy pocas ocasiones había saltado a las listas de popularidad del llamado “mainstream” o corriente principal. Este sonido ha sido aderezado con toques pop, coros pegajosos y repetitivos, y “citas” de otras canciones colocadas estratégicamente para dar esa sensación de familiaridad. La selección no podría ser más variada: desde Madonna, Michael Jackson, Queen, Abba y Boney M, hasta David Bowie, Def Leppard y Mötley Crüe.

Por eso no es de extrañar la amplia aceptación que ha tenido: todo mundo, jóvenes y adultos, “fresas” y “macizos”, “poperos” y “alternativos”, “discotecos” y “roqueros”, encuentran algo que les atrae y los interpela musicalmente. Además, con mucha inteligencia, ha hecho dueto con Beyoncé en el exitosísimo sencillo Telephone, con el que se asegura también la exposición a una mayor audiencia, más amplia, que sigue también a la exuberante morena.

Segunda capa: la imagen

La segunda capa es la de la imagen. Ciertamente, Lady Gaga parece el producto de una noche de juerga entre Madonna y Marylin Manson. Pero va mucho más allá de los límites de lo kitsch y lo políticamente incorrecto. Como ella misma se ha encargado de divulgar, su principal influencia ha sido Freddy Mercury, pero sobre todo Madonna, al grado que se ha asumido abierta y descardamente como continuadora del legado de la otrora “Chica Material”: “No quiero sonar presuntuosa pero me he puesto como meta revolucionar la música pop. La última revolución la inició Madonna hace 25 años”, dijo en una entrevista. En efecto, Lady Gaga comienza donde termina Madonna, sólo que en una versión aparentemente más extrema y agresiva, por lo menos en lo que respeta a la imagen y la actitud iconoclasta. No sería de extrañar que pronto Madonna buscara algún tipo de acercamiento y colaboración con Lady Gaga para relanzar su carrera, como lo hizo con Britney Spears y Christina Aguilera (recuérdese el difundidísimo beso con ambas en los premios MTV de 2003). Aunque la verdad, en este momento Lady Gaga no lo necesitaría y, muy al contrario, lo que ella buscaría es alejarse de ese vínculo, sin necesariamente renegar de él, y forjarse su historia, brillando con luz propia (lo que está logrando con creces).

Lo que ha causado especial conmoción en los medios y la opinión pública son los vestuarios y atuendos que acostumbra lucir Lady Gaga en sus conciertos, videos y apariciones en público, con estrambóticos sombreros y pelucas, creados por ella y un equipo de creativos que ella llama “Haus of Gaga” (nombre inspirado, adivinaron, en la Bauhaus alemana). La utilización de vestuarios estrafalarios en el escenario tiene una larga tradición, pero las influencias de Lady Gaga se pueden rastrear hasta artistas como Marc Bolan (en estado muy primigenio el ya mencionado Bowie de mediados de los 70; Peter Gabriel cuando era cantante de Genesis; el grupo de funk psicodélico Parliament-Funkadelic de George Clinton; la locura y provocación de The Tubes; la parafernalia, el maquillaje y las botas altísimas de Kiss; el dramatismo y grandilocuencia de Michael Jackson; la actitud diabólica y desafiante de Marylin Manson y, desde luego, otra vez, Madonna en sus múltiples espectáculos cuando anda de gira.

Si Madonna y Michael Jackson reinaron en la era de la MTV, Lady Gaga y Justin Bieber son los monarcas en la época de Youtube. Como sus antecesores, Lady Gaga no se conforma con hacer simples videos ilustrativos de las canciones. Los más famosos, como Poker Face, Paparazzi y Telephone son prácticamente cortometrajes que siguen la huella de Thriller, Billie Jean, o Beat it de Michael Jackson, o Papa Don’t Preach de Madonna, con producción de varios millones de dólares, locaciones deslumbrantes, edición vertiginosa e imágenes rotundas e inquietantes. En el video de Telephone, por ejemplo, donde aparece junto con la despampanante Beyoncé, Lady Gaga hace el papel de una presa que finalmente sale de la cárcel para ayudar a su compinche a vengarse del novio envenenándolo (el envenenamiento es un tema recurrente también en Paparazzi), y en Poker Face prende fuego al lecho donde queda el cuerpo calcinado de su amante). En Alejandro muestra imágenes que evocan el nazismo, el satanismo, la homosexualidad y el sadismo. Es decir, un coctel aparentemente inconexo de imágenes que en su yuxtaposición provoca inquietud y extrañeza, por decir lo menos, al espectador, dejándolo fascinado y estremecido al mismo tiempo.

Tercera capa: el mensaje

Llegamos así a la tercera capa, la que tiene que ver con los mensajes que emite a través de su música, su imagen, sus videos y sus declaraciones públicas. Ha provocado especial escándalo la leyenda urbana de que Lady Gaga en realidad es transexual, asunto que ella se ha encargado personalmente de desmentir, al mismo tiempo que ha reconocido que proyecta intencionalmente una imagen andrógina. Lo cierto es que, por lo menos en sus primeros discos, Lady Gaga aborda temas como la fama, la soledad, el desamor y sobre todo, el baile, el reventón y pasársela bien.

Quizá su mejor estrategia haya sido la de convertirse en una especie de heroína para ciertos grupos minoritarios (como los llamados LGBT: Lesbian, Gay, Bisexual and Transgender), que ven su imagen y su actitud pública una forma de reivindicación, pero sobre todo, como un ejemplo de que las personas que se sienten discriminadas y aisladas socialmente por su condición y sus preferencias, por ejemplo, aquellas que se sienten poco agraciadas físicamente (es preciso decirlo: Lady Gaga no es precisamente hermosa), tienen la oportunidad de triunfar, de llamar la atención, de hacer lo que verdaderamente aman y pintarle violines al qué dirán. No por nada, Lady Gaga se refiere a sus fans, con los que se comunica directamente a través de Twitter, como sus “pequeños monstruos”.

Sin embargo, a pesar de que la aclamación masiva del público, la crítica, sobre todo la sociológica y la antropológica, ha sido implacable. Una intelectual tan polémica como Camille Paglia escribió, en septiembre de 2010 en The Sunday Times de Londres, un ensayo titulado “Lady Gaga y la muerte del sexo” donde la desnuda desde todos puntos de vista y la acusa de ser una impostora de principio a fin. Señala Paglia que Gaga “es más una ladrona de identidades que una rompetabús eróticos , un producto manufacturado por la corriente principal que clama cantar para los inadaptados, los rebeldes y los desposeídos cuando en realidad no es ninguno de ellos”.

Y abunda: “Gaga no es para nada sexy. Es como una marioneta colgante o un androide plastificado. ¿Cómo es posible que una figura tan calculada y artificial, tan clínica y extrañamente antiséptica, tan desnuda de genuino erotismo, se haya vuelto el icono de su generación? ¿Es posible que Gaga represente el exhausto fin de la revolución sexual? En la maniaca pantomima de personaje tras personaje, sobreconceptualizado y claustrofóbico, quizá hemos alcanzado el límite de una era”.

La nueva era, nos dicen Gilles Lipovetsky y Jean Serroy en La cultura-mundo. Respuestas a una sociedad desorientada (Anagrama, 2010) es la universalización del vedetismo o “neovedetismo”: “La era de la fama para todos que vaticinó Warhol ha llegado ya. Con su ración de vacío: ser conocido y nada más”, darse a conocer sin tener ningún talento particular como no sea darse a conocer”. Todo lo cual se da por lo que llaman “la cultura del famoseo”: “La ampliación del star-system no se produce sin alguna forma de trivialización, léase degradación: de la figura pura de la estrella, que lleva consigo una imagen de eternidad, hemos pasado a la vedette de la temporada; del ícono único e irremplazable hemos pasado a una jet set de sujetos conocidos, “famoseados”, con revistas especializadas que difunden sus fotos, cuentan sus secretos, bucean su intimidad”, señala el también autor de La era del vacío.

La última capa: las redes sociales

Todo lo cual nos lleva a la última y definitiva capa: la de las redes sociales y el “profundo” vínculo de Lady Gaga con sus fans. Ella utiliza a su antojo a los medios de comunicación y parece prescindir de ellos en la comunicación con sus “monstruitos”. A través de Twitter y Facebook crea la ilusión entre sus fans de que está cerca de ellos, que para ellos no tiene secretos, que está al pendiente de lo que quieren; les informa de sus planes y les pide opinión, les comunica sus estados de ánimo; les hace sentir una falsa intimidad, y al mismo tiempo, les hace creer que al estar tan directa e instantáneamente vinculados, en realidad son iguales, que comparten esperanzas e ilusiones. Los inspira a que “se amen a ellos mismos” como si fueran bienes dañados que necesitan reparación terapéutica. “Tú eres una superestrella, ¡sin importar quien seas!”, les grita desde el escenario.

Con fervor mesiánico ha declarado: “Amo a mis fans más que cualquier artista que haya vivido”. ¿Cómo resistirse ante tanto amor y dedicación? Sólo faltaría que se suicidara en el escenario, si es que sus fans se lo llegaran a pedir. O si fuera una buena estrategia para vender más discos y lograr mayor cobertura mediática.

Al parecer, la desproporción es el único parámetro que le funciona a Lady Gaga. No podía ser de otra forma: ahora sólo puede llamar la atención lo desproporcionado, lo inconmensurable, ante la avalancha de sobreinformación que nos aqueja a cada segundo. Por ello, una vez que hemos retirado las capas de la cebolla, nos encontramos con que en el centro del fenómeno de Lady Gaga no hay nada, sólo el vacío. Y la ilusión de millones de personas desvaneciéndose en el aire, en espera de la próxima atracción, de la próxima canción para bajarla al iPod, del próximo video para verlo en Youtube y enviarlo por Twitter a todos los “followers”, o colgarlo en el muro de Facebook para que lo vean y comenten los “amigos”.

Y después, la nada, el vacío. O eso que llama realidad cuando uno se desconecta de la pantalla de la computadora o del teléfono inteligente. La era de “los pequeños monstruos”.

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