jueves 28 marzo 2024

Lady Gaga: el verdadero triunfo de la falsa neta

por Ignacio Herrera Cruz

En noviembre de 1985, en Desesperadamente buscando a Susana, de Susan Seidelman, luego de una intermitente aparición en la pauta de las estaciones radiales, al menos en el medio mexicano, se

dio a conocer la presencia joven y refrescante de una cantante popular en despegue, que con la prueba de las décadas se convertiría en una de las voces más importantes del pop. Era Madonna. Ella llevaba a la pantalla cinematográfica el personaje que representaba en la escena roquera: la ropa barata a la que le sacaba jugo, la desinhibición con corpiños por fuera y enseñando el ombligo, la audacia de la mujer neoyorquina semimarginal aspirando a más.

Por el soundtrack de la película, “Into the Groove”, la canción que tiene lugar en la disco Danceteria, en la que Madonna comenzó a forjar su carrera, se convirtió en un gran éxito. Pero no era el cine lo importante para difundir las canciones del pop/rock en el inicio de los años 80, sino MTV la cadena que difundía los videos musicales. Los 80 son el momento del comienzo del auge de la televisión por cable en los Estados Unidos y de los cds que desplazaron definitivamente a los longplay de vinil.

A diferencia del otro gran fenómeno pop de los 80, Michael Jackson, al que se le había visto formarse una carrera por acumulación: debut infantil, crecimiento adolescente, consolidación juvenil (un caso parecido lo tenemos en México con las carreras de Luis Miguel o Paulina Rubio), Madonna llegaba al estrellato de una manera tan rápida que aprovechaba las tendencias musicales, comerciales y de la moda de ese momento. El ascenso fulgurante de Madonna en el firmamento de la cultura popular coincidió, por ejemplo, en el The New York Times, con una diferente perspectiva de cómo cubrir las noticias que incluía, entre otras variantes, un énfasis en las columnas de opinión y en el comentario. De allí que se tomara en serio y se analizaran a profundidad, como antes se hacía con la ópera o la música clásica, los conciertos y los cds de los artistas de moda, algo que no fue bien recibido por los ambientes cultos, en unos momentos en que las fronteras entre lo elitista y lo popular tendían a disolverse, lo que le acarreó severas críticas al Times, como anota Edwin Diamond en su libro Behind the Times, al considerarse que validaba a las figuras que creaban las compañías disqueras, algo que, sin embargo, no sucedía en Los Ángeles, donde el Times local desde los 60 había cubierto muy bien la escena musical, tanto en evaluación como en información.

En ese ambiente, Madonna (originalmente Madonna Louise Ciccione, nacida en Bay City, Michigan y que se mudó a Nueva York para probar fama y fortuna) parecía salir de la nada. En los siguientes años, comenzó progresivamente a apropiarse del look de iconos femeninos como Eva Perón y Marilyn Monroe, y a establecerse como una “marca” con sus altas y bajas, desde melodías olvidables, hasta su bien logrado libro Sex.

Pero el mundo de la cultura popular es el imperio de lo efímero, son raras las figuras que se sostienen muchos años, como Madonna. Llega un instante en que la exigencia de novedades arrolla aún a algo que por su propia permanencia hasta parece “clásico” por simplemente perdurar o sobreponerse al síndrome del one hit wonder, que por ejemplo afectó a Cindy Lauper.

Por la influencia casi universal de la industria cultural estadounidense, es en el mercado de allende el Bravo donde pueden fabricarse con mayor rutilancia las estrellas, que una vez probadas en un mercado exigente, amplio y profesional reciben el homenaje de la imitación o copia en otros países. A comienzos del siglo XXI, la nueva diva del pop era Britney Spears. Ella era el ejemplo de una calculada imagen de inocencia y sensualidad; a diferencia de Madonna, basó su atractivo en su físico, sus elaboradas coreografías y en su transformación de niña en objeto sexual a los 18 años, como se vio en el video de su primer gran éxito “Baby One More Time” (1999).

Parecía que Britney asumía el manto de la nueva diva del pop, cuando en la entrega de premios MTV, en octubre de 2003, se besó en el escenario en plena interpretación con Madonna; pero la implosión de Britney en su vida privada, que coincidió con el despunte geométrico de Internet, el uso de iPods, las compras a 99 centavos de dólar por canción en iTunes y el desplome para establecer nuevas figuras de MTV dejaron cierto vacío.

Como se sabe, la naturaleza y el mercantilismo aborrecen ese estado. Era cuestión de tiempo para que apareciera alguien fresco a ocupar un lugar que Madonna ya no podía llenar.

Sucedió en el programa Saturday Night Live el 3 de octubre de 2009. Esa noche, la invitada para realizar los números musicales no era Madonna, era Lady Gaga, la nueva sensación. En un sketch se disputan el cetro simbólico de “Reina del pop” y salen parejas, pero a la hora de interpretar sus éxitos, para sorpresa de muchos, Lady Gaga muestra que tiene talento para tocar el piano e imprimirle un buen cambio de ritmo a su canción “Pokerface”.

El panorama artístico y cultural en el que comenzaba la preeminencia de Lady Gaga se debía a una configuración que alteraba de manera radical los parámetros que habían brotado en los 80. Para analizar las nuevas tendencias, en agosto de 2006, Los Angeles Times levantó y presentó una encuesta de cinco partes; en ella el Times angelino investigó el consumo cultural de la quinta generación educada en los medios audioviduales, y la primera en Internet.

Entre sus descubrimientos y confirmaciones (que se ajustan a lo que ha encontrado el periódico Reforma con sus propias encuestas aplicadas lo largo de los años en nuestro país) narraron lo siguiente: los adolescentes y jóvenes de entre 12 y 24 años consideraban a sus computadoras como su posesión más valiosa. Esa generación guiaba sus gustos y tendencias en cuanto asistir o no a una película o en absorber una melodía, contra lo que se suponía, a través de los anuncios de la televisión y lo programado en la radio. Los jóvenes adoptaban el multitasking (hacer varias cosas a la vez), posibilitado por velocidades más rápidas de transmisión de datos. Los encuestados confiaban menos en la opinión de los expertos que en los comentarios de sus amigos y usaban el celular más para enviar mensajes que para hacer llamadas.

Los encuestados eran muy receptivos y habían asimilado la violencia, las groserías y el humor escatológico de generaciones previas. También, admitían que era ilegal bajar música de Internet o comprar discos piratas, pero que compartir con sus amigos música legalmente adquirida, no era nada malo.

A esa generación se le quería etiquetar como la “Y”, los “Milenares” o los “Echo Boomers”. Los sociólogos la definían, según LA Times, como jugadores en equipo, optimistas y seguidores de las reglas. Eran el fruto de familias hijocéntricas y estaban educados como parte de una generación muy programada y sobreprotegida, que había crecido al lado de los avances tecnológicos constantes, a los que se adaptaban sin problemas.

Las niñas de esa generación se marcaban objetivos amplios, más que los muchachos, y veían como propio el girl power. En ese caldo de cultivo es en el que debemos considerar a la figura de Lady Gaga, el porqué de su éxito y cómo puede influenciar a esas muchachas tecnólogas, con poder adquisitivo a pesar de la crisis económica y seguras de su igualdad con los hombres.

Así como un filósofo althusseriano de nombre Rafael Sebastián Guillén Vicente decidió colocarse un pasamontañas para convertirse en el mayor mito guerrillero latinoamericano desde el Che, empleando lo teatral y el artificio para ser Marcos, Stefani Joanne Angelina Germanotta recurrió a las armas, no las políticas, sino las de la moda y la exageración (lo que Susan Sontag bautizó como lo camp) para volverse Lady Gaga. Como diría Umberto Eco, “la creatividad es una combinación de elementos preexistentes”.

En tanto llega una biografía no autorizada de Stefani (la editorial The Overlook Press anunció su aparición en Estados Unidos este 3 de marzo; tendrá 288 páginas, de las cuales 32 serían de fotos), lo que sabemos de Lady Gaga es lo siguiente: nació en 1986 en Yonkers, Nueva York; la preparatoria la estudió en la escuela católica privada Sagrado Corazón, donde también estudió la célebre Paris Hilton, y creció en el Upper West Side, el equivalente neoyorquino de Coyoacán. Sus papás la llamaban Joanne. Desertó de la Universidad de Nueva York donde estudiaba artes dramáticas y se mudó a Los Ángeles, no duró mucho allí, volvió a La Gran Manzana y comenzó a actuar en antros. Un día, el cantante rapero Akon la escuchó y la contrató para su compañía disquera. En noviembre de 2006, el productor Rob Fusari la descubrió y la bautizó como Lady Gaga, por la canción de Queen “Radio Ga Ga”.

La consagración de la nueva criatura se dio cuando fue la portada de mayo de 2009 de la revista Rolling Stone, dedicada a una “lista candente”. Cindy Crawford y Leticia Casta ocuparon ese mismo espacio en otros años. En ese número, ella relataba que al abandonar la universidad y en su persecución de la fama, consumió toneladas de cocaína. Germanotta/Gaga incrementó su presencia mediática cuando apareció en el reality show The Hills, de MTV, y como invitada especial en Gossip Girl, de la cadena juvenil CW. Lady Gaga aumentó su fama cuando escribió una canción para la versión europea del álbum Circus, de Britney Spears, así como una pieza para las Pussycat Dolls.

Lady Gaga declaró a la revista Time Out, de Nueva York: “Estoy realmente fascinada con la cultura pop, la moda, los medios de comunicación y cómo los americanos están obsesionados con las celebridades. Cuando comencé a escribir canciones comprendí que ese era mi don, escribir sobre la celebridad y la fama”.

En un ensayo muy interesante sobre la nueva diva, Ann Powers, en Los Angeles Times, se preguntaba en julio de 2009: “Desde el alba de la era de la música popular, la naturaleza de la autenticidad ha sido debatida por los artistas, quienes han batallado en rima y se han pegado tras bambalinas unos con otros sobre el tema; los fanáticos que tienden a pensar que lo que hace su comunidad es lo más real, y los críticos y los teóricos que han escrito lo suficiente sobre el tópico para llenar varios libreros”.

Powers agregó: “En pop, gobiernan artificio, teatralidad y sonido sintetizado. El grupo más grande del país son los Black Eyed Peas, la respuesta del hip hop tanto a los Monkees como al Cirque du Soleil”.

La crítica angelina trazaba las fuentes de inspiración de Lady Gaga, por otro lado reconocidas e interiorizadas por la propia Germanotta, al autotunes que permite que la computadora altere el sonido y las voces de los intérpretes, así como al David Bowie de comienzos de los 70 y al Grace Jones de los 80.

La propia Powers entrevistó a Lady Gaga en Boston en diciembre de 2009. Allí, la artista confesó que tenía un cerebro, por lo que quería trascender nichos y por eso sus canciones estaban planeadas para ser grandes hits y que trabajaba con el diseñador Alexander McQueen.

En abril de 2009, en una evaluación del estilo musical, la revista The New Yorker afirmó que en el álbum debutante de Lady Gaga, Fame, el productor enlazó tradiciones de la música disco europea, principalmente escandinava, con la que predominaba en Estados Unidos, lo que le daba un aire de desconocida frescura.

Jon Pareles, en enero de este año, escribió en The New York Times: La voz de Gaga “es lo suficientemente fuerte para exponerse a capella”. Sus dos principales fuentes de inspiración son el Rhytm & Blues y el glam-rock, añadió el especialista.

Guy Trebay, a fines de 2009, escribió que: “En un año cuando las ventas estuvieron planas, cuando una economía debilitada envío a los tipos creativos a escurrirse a las trincheras estéticas, cuando la imagen más indeleble de la moda fue el guante de lentejuelas de un muerto, una sola improbable figura izó la bandera por el estilo y su poder para confundir, fascinar y agradar”. Trebay mencionaba que Lady Gaga pertenecía a una tradición en la que se inscribía Marcel Duchamp.

El crítico agregó: “Lady Gaga utilizó mejor los medios modernos de comunicación que casi cualquiera, excepto el actual líder del mundo libre. Como Barack Obama, con quien no comparte conexión excepto un épico rating Q (de aceptabilidad), Lady Gaga grita sus fuentes de inspiración. A diferencia de las del Presidente, sus ídolos no son gurús políticos de Washington o premios Nobel, sino tipos gloriosamente marginales y representantes de los residuos de la cultura”.

Con sus vestidos estrafalarios y sus tocados excéntricos, Lady Gaga continuó con la tendencia de fusionar y llevar al límite la comercialización de moda, la música pop y los medios de comunicación, que arrancó y se consolidó en los 60, como dio cuenta Michelangelo Antonioni en Blow Up.

El cronista de The Guardian, Alexis Petridis, opinó lo siguiente de la última gira de Gaga por Gran Bretaña, en febrero pasado: “Ni la mejor cantante del mundo ni la mayor bailarina mundial. Ella, sin embargo, parece que trabaja más arduamente que cualquiera de sus pares para crear algo notoriamente más vibrante y más interesante que el espectáculo promedio en un estadio (…). Puede ser superficial cuando intenta ser profunda, pero aún así deja a las demás estrellas del pop lucir un poco pálidas en comparación.”

Pero como dirían los asesores de la primera campaña presidencial de Bill Clinton, “es la economía, estúpido”. Por eso The Wall Street Journal, en febrero de este año, dedicó un reportaje a analizar el impacto monetario de Lady Gaga sobre la alicaída industria disquera. (El desplome de las ventas se veía claro con respecto a 1999, cuando los Backstreet Boys vendieron 9.4 millones de copias de Millenium.)

Antes, en enero, El País publicó un reportaje que mencionaba que en España las ventas discográficas habían caído 17% el año pasado y que el acumulado desde el 2001 era de casi 72%. Le Monde, también en ese mes, dio cuenta de que en Francia el mercado del disco había sufrido disminución de ventas por séptimo año consecutivo.

No obstante, en 2009, Lady Gaga fue la venedora número uno: 15 millones 300 mil tracks digitales y 3.2 millones de copias del álbum Fearless. Para ello, Gaga empleó astutamente esas mismas plataformas digitales y en la que su relación con su compañía productora iba más allá de la venta de discos para incluir los beneficios de su gira, la mercancía promocional y maquillaje.

En ese ambiente de depresión Lady Gaga basó su éxito sobre tres ejes, de acuerdo a The Wall Street Journal: Era un fenómeno de la era digital, la gente escuchaba sus canciones en YouTube pero también en MySpace, donde su página fue la más visitada.

La repartición de riesgos. Si antes las compañías disqueras creaban, financiaban y sostenían a un artista sólo para la venta de discos, ahora existen contratos denominados de 360 grados, con los que las productoras recuperan la inversión a través de otros ingresos que produce el artista.

Con la extracción de diferentes fuentes de inspiración, Lady Gaga tiene seguidores entre las subculturas adolescentes, gay y quienes pretenden estar a la vanguardia en el consumo de música pop.

Su explosión mediática es, así, hija del cálculo, del saber aprovechar la tendencia de los periodistas a destacar lo excéntrico y los escándalos, que en lugar de hundir carreras las validan. Así se entiende que Gaga llame la atención con declaraciones extravagantes, máscaras surrealistas y videos bien logrados.Estoy seguro de que Lady Gaga, al igual que otra mujer que salió de la semioscuridad en 2008, Sarah Palin, dará mucho de qué hablar en la década que arranca en los Estados Unidos y, por ende, en otras partes alrededor del globo.

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