jueves 28 marzo 2024

La única salida, una televisión pública

por Hugo Alejandro Villar Pinto

Jesús Martín-Barbero (Ávila, España, 1937), aparte de ser un teórico fundamental de la comunicación, es un activista que defiende con pasión la televisión pública. Su apuesta no se concreta a escribir sobre el tema -que es abundante, complejo y propositivo- sino que se ha puesto en marcha, como el mayor de los indignados -por emplear un término en boga-, contra la avasallante presencia de la televisión privada.
El autor De los medios a las mediaciones ha capacitado personal para la televisión pública, orientado a jóvenes para la producción de contenidos y se ha reunido con funcionarios de los medios para que escuchen su propuesta de una televisión diferente, “una televisión pública territorializada”, que es la única posible en un escenario comercializado y unilateral.

Entrevistado en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, donde asistió al Congreso Internacional de Comunicación Intercultural “Nosotros y los otros”, Jesús Martín-Barbero hilvana con pasión un discurso claro, pleno de datos, reflexiones y experiencias sobre la televisión, principalmente en Colombia, donde ha librado batallas épicas por más de 20 años por la implantación de una televisión pública diversa.

La única alternativa, reitera, es que tengamos televisión pública y ligada a territorios, porque habrá que construir una televisión nacional desde abajo: “Creo que es desde abajo que vamos a hacer otro tipo de televisión y peleándolo mucho, porque los modos comerciales de hacer televisión son algo que la gente tiene metido en su propia mentalidad y no es fácil hacer otro tipo de televisión que les guste en su mejor sentido: que se reconozcan en ella”.

¿Cómo se registra la dinámica de la emergencia de la televisión pública en Colombia y su transición, en algunos casos, a televisión comercial?
Desgraciadamente, cuando escribí acerca de la televisión regional en Colombia fue antes de que existiera la privada, porque Colombia fue el último país de América Latina a donde llegó la televisión privada. Tuvimos la suerte de que hasta los años 90 la televisión era mixta, un invento colombiano de licitaciones que permitió la existencia de muchas empresas de televisión pequeñas y medianas, y de la competencia, en el mejor sentido de la palabra. Funcionó tanto a nivel de noticieros como de creación de dramas.

La televisión colombiana fue distinta mientras se conservó el modelo mixto. Emergían empresas más grandes, pero no desaparecieron las medianas y pequeñas, porque había contrapesos, y en el fondo, la democracia aún es un tema de contrapesos.
Cuando entra la televisión privada, no es sólo que la televisión nacional -la que se ve en todo el país- deja de ser esa televisión mixta, al convertirse en una televisión dictada por los dos grandes grupos económicos, sino que el modelo de televisión para las regionales será también ésa, pues es con ella que perversamente se compite en lo regional.

Usted vivió de cerca la gestación de una televisión regional. ¿Cómo fue esa experiencia?
Tuve la suerte en Cali, Colombia, de trabajar un año en la creación de Telepacífico, la televisión regional del sur. Trabajé en el consejo de programación hasta 1996; ese tiempo participé en un proyecto público de televisión regional, era un esquema con muchas limitaciones, pero la principal fue la persistencia de una visión narcisista: una televisión para “verse” y no para ver el país y el mundo desde esa región. Claro que después de tantos años de haber sido ausentes de la televisión “nacional” la respuesta lógica era el localismo como forma de enfrentar la distancia con los actores y las temáticas regionales.

¿Qué importancia tuvo la telenovela?
La telenovela fue la que más descentralizó la televisión en Colombia. Incluso me atreví a escribir: “Lo único en Colombia que preparó la Constitución de 91 fue la telenovela”, porque no fue sólo regional sino que comenzó a contar verdaderas historias de las regiones. La telenovela colombiana fue la primera que rompió con el modelo mexicano y venezolano, para acercarse más al brasileño, al ser una telenovela que tiene un lugar, un territorio y la historia de una época.

Esto fue buenísimo para el país porque empezamos a sentir que la otra Colombia, las otras Colombias, eran parte de uno; que los costeños eran mucho más complejos y diversos, y que además, había una dimensión de lo costeño en los de Bogotá, en los del Valle y los Santanderes. Esta fue una época fecunda de esa televisión mixta que permitió a pequeñas productoras -como la de la Fundación Social- hacer dramatizados semanales donde estaba la guerrilla, estaba el narco, pero en términos de análisis a la vez dramático y político. La gente disfrutaba viéndolo, porque había una muy buena narrativa con propuesta de autorreflexión.

La gente de Colombia tuvo muchos de estos dramatizados que, como “Señora Isabel”, tendría después remakes en México, Argentina, etcétera, por ser el primer dramatizado de televisión en América Latina en el que una mujer de 40 y tantos años, a quien ya le habían crecido los hijos, rehace su vida con un amante. Y esto fue un gran escándalo, pues el hecho de que los hombres de esa edad tuvieran amantes era “lo lógico”, pero que una mujer rompiera la hipocresía de la familia patriarcal resultaba impensable. Fue una lección sobre el derecho de la mujer, ya no sólo del hombre, a tener una segunda oportunidad de vida.

¿Qué sucede cuando surge la televisión privada?

Aparece una televisión muy “barata” porque el gobierno le había cobrado mucha plata por 15 o 20 años de concesión. Para resarcirse produjeron una televisión que no invertía o que invertía poquísimo. La otra televisión, la mixta, experimentaba con el lenguaje audiovisual, con la actuación, con todo. La privada no experimenta.

Por eso ahora el slogan que yo propago es: “El país que cabe en la televisión privada es un pedacito de país y además deformado”. No hay debate político, no hay reportajes, no hay informativos sino show de noticias insustanciales. El problema es que esta televisión es la que ve la mayoría de los colombianos, que no tiene plata para meterse en la de suscripción.

¿Qué pasa ahora con la televisión regional?
Las regionales se han constituido en feudo de los caciques políticos que mandan en las regiones; y su objetivo es tener muchos televidentes para no invertir dinero público sino que se financien con publicidad, como la televisión nacional privada. Y hacen lo mismo, pero en barato y en feo.

En esta nueva revisión del papel de la televisión pública, ¿es posible su coexistencia con la privada?

Lo que hay en este momento en Colombia que merezca la pena, pero muy poca, es el canal nacional Colombia,y eso sólo de 8 a 11 de la noche, cuando mucha de la gente, los sectores populares que trabajan muy duro, ya duermen porque se levantan a las cuatro de la mañana. Entonces, lo mejorcito que hay en la televisión cultural y educativa nacional -¡maldita sea lo que tiene de educativo y de cultural!- pasa en un horario de escasa audiencia para los sectores populares.

Pero lo que Colombia necesita no es una “televisión temática” (educativo/escolar y culturalista) sino una verdaderamente pública; esto es, en la que quepa el país que no cabe en la privada.

¿Cuáles serían las diferencias entre televisión pública, televisión cultural y televisión educativa?
Para mí, la cultural y educativa es una televisión temática; lo temático para mí hoy es mucho menos importante que lo público, o sea, una televisión en la que quepan las regiones, los jóvenes, las mujeres, los viejos, todos los actores sociales. Y también la investigación periodística, la crónica, el reportaje, el debate, las narrativas urbanas y las memorias rurales. A eso es lo que llamo televisión pública.

Eso habla de la participación de los sectores sociales, ¿pero de qué manera?
Por ejemplo, los jóvenes me mandan montones de videos de todo el país y no hemos podido lograr que haya siquiera una hora semanal para que ese material esté en la televisión nacional, y ello es porque el poder le tiene miedo a la diversidad.He peleado con las ministras de comunicaciones y el Consejo Nacional de Televisión. Les he dicho: “Por favor, hagan concursos; no digo que pongan lo que llegue, pero hagan concursos para escoger los mejores”; y me vienen a decir que no tienen excelencia técnica. ¡Váyanse al carajo! Primero, porque eso hoy es mentira; algunos de esos videos son mucho mejores que los que pasan por su televisión culturaleducativa; y, segundo, ahí está la postproducción, con la que se pueden corregir fallos.
Entonces, es pública la televisión donde cabe eso que los ingleses llaman cultura común, que no es ni la alta ni la baja, ni la de las mayorías ni de las minorías, sino una mezcla de todas ellas, ya que desde ellas emerge el espacio común. Ahí tendrían que estar todos los actores, todos los territorios, todos los géneros, los lenguajes y los idiomas.

Pongo un ejemplo, que es una larga pelea mía: a veces entre los premios nacionales de literatura que otorga el Ministerio de Cultura aparece el libro de un antropólogo que recoge los mitos de una etnia. Y bien, el primer problema es que el libro acaba siendo más bien del antropólogo que el de la comunidad. Pero el problema de fondo es el que algo que es oral les llegue escrito. ¿Cómo es posible que no les llegue en su idioma? Primero tendría que llegar oralmente, sonoramente, en lengua indígena, y segundo en castellano; pero oral para que oigan cómo suena, y los niños de las escuelas aprendan que en su país existen otros idiomas, que su país es oralmente plural y diverso.

¿Pero qué pasa con el actor político?
El actor político no tiene nada de político, es politiquero, y ahí están sus intereses. Ni entiende el país ni le preocupa lo más mínimo entenderlo. Hay excepciones, claro está, pero el “país político” vive muy lejos del cotidiano y real de la inmensa mayoría.

Televisoras cercanas a la gente
Las televisoras municipales o barriales, a decir de Jesús Martín-Barbero, no se cierran al mundo; no sólo hablan del pasado de la comunidad, de las fiestas y de la vida cotidiana, sino de su futuro y de cómo incidir en él en un contexto amplio.

“Tengo esperanzas, porque han surgido, en Bogotá, en Medellín, televisiones locales que están un poquito más cerca de la gente. No demasiado, pero hay televisiones universitarias que empiezan a meter a otra gente, todavía muy académica, pero comienzan a tener cierta conexión con lo social y lo cultural. Y eso ha dado pie para que surjan figuras locales de la televisión pública”.

Dentro de ese contexto, ¿qué pasa con las radiodifusoras comunitarias?
Las emisoras comunitarias son realmente el espacio de lo público, tanto a nivel de municipios como a nivel de barrios en las ciudades. Pero hemos tenido que pelear ante la Corte Constitucional, porque el Ministerio de Comunicaciones llevaba 20 años sin abrir licitaciones para nuevas emisoras en las ciudades grandes. Sólo se otorgaban concesiones en pueblitos apartados. Con una ONG hicimos una tutela, fuimos a la Corte Constitucional y le ganamos al Ministerio de Comunicaciones, que tuvo que abrir concursos en Bogotá, Medellín, Barranquilla, Cali.

Y resulta que han empezado a surgir “emisoras escolares”, pero que no son para los meros adentros de la escuela, son desde la escuela pero para el barrio. Hay una imaginación social muy fuerte, a partir de la que el ciudadano empieza a tener peso. Y entonces, el Ministerio impide que esas emisoras comunitarias se conecten entre sí. Esa es la batalla que damos ahora para que se les permita que se enlacen entre ellas, pues le quieren decir cosas al país. Claro que también comienza a haber un montón de televisiones comunitarias más o menos piratas; digo, porque la mayoría de las piratas son arriesgadas y porque las oficiales casi siempre tienen alguna tutela, de la iglesia o de los políticos.

¿Por qué hay tanto miedo de los políticos a transitar a una televisión pública?
Hay una negociación que tiene mucho que ver con política. Para negociar hay que ser muy inteligente, porque esto tiene mucho que ver con culturas políticas regionales. No es lo mismo, por más que yo hable en general de los politiqueros, pero no son los mismos politiqueros exactamente en Bogotá que en la Costa Caribe.

Hay culturas políticas regionales. Y hay una clave que tiene que ver con esto: en Bogotá ya hay mucho voto ciudadano, ya sea por la izquierda o por la derecha. Es la votación de la gente que está comprometida con la ciudad, como cuando Antanas Mockus, al término de su segunda alcaldía, logró que 75 mil declaraciones de impuesto predial a las propiedades pagaran 10% más del valor fiscal por decisión libre y voluntaria. Esto lo logró porque invitó a los ciudadanos a definir el área en la que habría de invertirse ese aumento para beneficio de la ciudad (educación, salud, tráfico, cultura). Hubo, repito, 75 mil declaraciones de renta que pagaron 10 % más. Y como decía mi abuela: “Obras son amores y no buenas razones”. Hay una diferencia muy grande en negociar con los políticos de Bogotá, donde ya hay un voto ciudadano consciente, que tiene peso, aunque no sea la mayoría absoluta. En los pequeños municipios es la imaginación y la invención, la capacidad de innovación de los ciudadanos, porque negocian a partir de sus propias costumbres y de sus propios vicios y de sus propias virtudes. No hay reglas que valgan.

¿La única salida que tenemos es la televisión pública?

La única; pero pensando en eso tendremos una televisión pública profundamente heterogénea, tanto en lo territorial como en las diferencias étnicas, de género y edad. Hay que pensar que estalla el modelo privado, que es monoteísta, y que es el mismo en todos lados, ya sea Shangai, Bogotá o Chiapas. La otra televisión va a ser enormemente diversa.

Ahí hay que tener en cuenta modelos como el de Cataluña, que logró una televisión pública de los municipios. Gente muy inteligente le dijo a los municipios: que cada uno produzca lo que quiera y pueda, pues con un pequeño costo va a transmitir los programas producidos por todos los otros municipios, incluido Barcelona. Para eso crearon una red y los programas se empezaron a bajar por Internet. Por ejemplo, desde la sede de esa asociación se suministran noticias del mundo, ya sea con el audio que han puesto las agencias internacionales o sin él, para que lo ponga cada municipio.

Además de ser creativo y colectivo, es barato, ¿no?
Cada municipio produce lo que puede. Unos, dos horas; otros, 10 horas al día; y además Internet facilita enormemente que cada municipio pueda programar a partir de lo que hacen los otros municipios.

Esta fue la propuesta que hicimos a una ministra en Comunicaciones que tenía un poquito de apertura. Le dijimos: hagamos, no un sistema sino la red nacional de televisiones públicas desde Señal Colombia, que es para todo el país; a los canales regionales, a los locales, comunitarios, con todos los canales públicos o semipúblicos. Vamos a producir entre todos. Vamos a hacer coproducciones de canales comunitarios, locales y regionales. Y segundo: vamos a comprar la mejor televisión del mundo para todo el mundo; vamos a producir 50% y a traer del resto del mundo eso que la gente no puede ver por falta de plata para suscribirse, de Discovery Chanel o People& Arts, entre otras opciones.

¿Cómo captar al televidente cuando este prefiere, a veces, la oferta de la televisión privada?
No, no la prefiere siempre, la prefiere casi siempre, porque la televisión pública ha sido sinónimo de alta cultura y de discurso serio; pero si queremos hablar para las mayorías tenemos que escucharlas, aprender su idioma, aprender sus gustos para transformarlos. Pero no puedo creer que desde Bogotá se sepa lo que le gusta a la gente de la Costa Caribe o la Costa Pacífico o los Santanderes.

¿Cómo competir entonces?
No se puede competir con unos gustos creados, pero que ya son sus gustos. Pues en esa televisión privada, reaccionaria, hay algo que empata con la gente, con la vida de la gente, con sus miedos, sus inseguridades, con sus sueños. Pues si unos pocos sueñan con el “mundo de Balzac” o Carlos Fuentes o García Márquez, otros muchos sueñan con el mundo de “Betty la Fea”. Entonces, hay que hacer una “Betty la Fea” donde pasen cosas que realmente tengan un poco más de relación con la complejidad del mundo.

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