jueves 25 abril 2024

La salud de los presidentes

por María Cristina Rosas

El 9 de febrero de 1984 falleció Yuri Andropov. Él había sucedido a Leonid Brezhnev como Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética a partir del 12 de noviembre de 1982. Brezhnev fue el máximo dirigente soviético desde la caída de Nikita Kruschev en 1964. Durante la larga gestión de Brezhnev se exacerbó el gasto militar y se produjo un declive de la economía de la URSS. Brezhnev fue quien ordenó la intervención en Checoslovaquia en la Primavera de Praga. Asimismo, a finales de la década de los setenta, bajo su liderazgo, el país se involucró en la guerra de Afganistán.

La salud de los líderes soviéticos siempre fue un tema tabú, reservado únicamente para las cúpulas. Brezhnev fue, en la posguerra, el líder que más tiempo permaneció en el poder en la URSS –con la excepción de Stalin–. Pero en 1982 su salud empeoró y se ausentó de la vida pública mientras las autoridades señalaban que el dirigente no estaba gravemente enfermo. Se sabe que en mayo sufrió un grave infarto y, pese a ello, no dejó el cargo. El siguiente infarto, el 10 de noviembre del mismo año, acabó con su vida. Fue sucedido por Yuri Andropov, quien había estado a cargo de los servicios de inteligencia soviéticos (KGB).

La salud de Andropov era precaria. Padecía insuficiencia renal desde la Segunda Guerra Mundial. Aun así, fue electo para suceder a Brezhnev, en medio de una pugna entre tradicionalistas y reformistas. Andropov, a pesar de su débil salud, llevó a cabo diversas reformas para dinamizar la economía y reducir la burocracia. Pero la vida no le alcanzó. Se especula que habría sido el Deng Xiaoping soviético. En lugar de eso, la confrontación entre tradicionalistas y reformistas continuó y se impusieron los primeros en la figura de Konstantín Chernenko, de 72 años, gravemente enfermo, cuya designación buscaba “ganar tiempo” en la definición de los rumbos que debería tener el país. Las apariciones públicas de Chernenko fueron pocas y cada vez más espaciadas, y su deceso se produjo un año después, el 10 de marzo de 1985, momento en que se impondrían los reformistas con Mijaíl Gorbachov a la cabeza.

La salud de los presidentes o dirigentes políticos es importante porque se trata de personas con enormes responsabilidades para la vida nacional. En los ejemplos referidos, la salud formó parte de una estrategia política encaminada a buscar el poder a toda costa, sin importar si la persona a cargo contaba con la salud requerida para cumplir con la cabal gestión. En el caso soviético –que no es el único– se observa, tras la muerte de Brezhnev, una predilección por personas enfermas que, de antemano, se sabía que no vivirían mucho para regir los destinos de la URSS. Quizá ello llevó a que, para el momento en que Gorbachov arribó al poder, las cosas ya estuvieran tan descompuestas en el país, que no había mucho que hacer para enmendar el camino. En este sentido, parece ser que el colapso de la URSS fue consecuencia no tanto de las decisiones erradas o no de Gorbachov, sino de la elección previa de dirigentes políticos que poco hicieron para resolver los grandes problemas. Esta experiencia fue dramática, cambió la configuración de las relaciones internacionales y es una lección para todos los países.

Salud y política

La salud es un estado físico y mental que se aprecia en ausencia. De hecho, Aldous Huxley alguna vez afirmó que, con los avances de la medicina, cada vez era más difícil encontrar a alguien “sano.” Pero tratándose de líderes políticos, el tema de la salud es crucial, dado que sus decisiones afectan las vidas de miles, decenas de miles o millones de personas. ¿Hasta dónde la enfermedad puede inhabilitar a un dirigente en momentos clave de la vida nacional o internacional? En este sentido, es importante que goce de una buena salud para que pueda decidir sobre las materias más diversas en aras de garantizar el bienestar de su sociedad.

El oscurantismo en torno a la salud de los jefes de Estado no ha sido privativo de regímenes autoritarios. Incluso en las democracias de mayor arraigo, como la de EU, el tema ha sido omitido o se le ha conferido una importancia menor. Franklin Delano Roosevelt –que padeció poliomielitis–, Dwight Eisenhower –aquejado por afecciones cardiovasculares–, John F. Kennedy –que enfrentó la enfermedad de Addison–, Richard Nixon –alcohólico–, Ronald Reagan –que ya en su segundo período se vio aquejado por Alzheimer, pero también fue diagnosticado con cáncer de colon–, Dick Cheney –que enfrentó dolencias cardiovasculares– y Hillary Clinton –de quien se dijo, tuvo una neumonía que la alejó por un momento de la campaña por la Presidencia–, entre otros célebres estadounidenses, han enfrentado padecimientos cuyo impacto en sus capacidades para gobernar o hacer campañas políticas, no han sido del todo dimensionados. En otras naciones como Francia, los casos de Georges Pompidou –aquejado por la macroglobulinemia de Waldestrom– y François Mitterrand –que padecía cáncer de próstata– son ampliamente conocidos. En Brasil, Tancredo de Almeida Neves, tras siete operaciones quirúrgicas, falleció antes de tomar posesión como Presidente. El Papa Juan Pablo II experimentó no sólo un atentado contra su vida, sino también una luxación del hombro, una fractura de fémur, una apendicectomía y la enfermedad de Parkinson, pese a lo cual se mantuvo como jefe de la Iglesia Católica hasta su muerte.

József Antall, el primer presidente democrático de Hungría asumió el cargo el 23 de mayo de 1990 en momentos en que se le diagnosticó un linfoma en sangre que fue la causa de su deceso el 12 de diciembre de 1993, antes de culminar su mandato. Antall hubo de despachar en varias ocasiones desde el hospital, donde continuamente recibía transfusiones de sangre y en cierta oportunidad apareció en pijama para tratar de resolver una huelga de taxistas, hecho que recibió amplia cobertura mediática.

Deng Xiaoping, responsable de la más ambiciosa modernización que haya emprendido China, falleció a los 92 años de edad aquejado por una afección pulmonar y Parkinson. En Venezuela, es frecuente encontrar análisis sobre la enfermedad por la que Hugo Chávez Frías falleció, si bien su antecesor, Rafael Caldera, vio mermada su salud a los ojos de todos, al punto de que muchos dudaban que pudiera concluir su mandato. Aunque vivió lo suficiente como para entregar la estafeta presidencial al propio Chávez en 1999, a quien había indultado por la intentona golpista de 1992. Caldera murió en 2009, aquejado por Parkinson.

Permanecer en el poder o dimitir

David Owen, en un exhaustivo análisis acerca de las enfermedades de jefes de Estado o de gobierno en un período de 100 años, explica que muchos mandatarios padecen la enfermedad de hybris que no es precisamente una patología desde el punto de vista de las ciencias médicas, pero que merma capacidades de gestión. El término hybris se acuñó en la Grecia antigua, y tanto Platón como Aristóteles hacen referencia a él como un mal al que caracterizan como “la búsqueda de la superioridad sobre los demás”1. Así, la hybris es la enfermedad del poder. Owen presenta la sintomatología de la hybris, a saber:

• tendencia a ver el mundo como escenario para la gloria personal y no como un lugar lleno de problemas a resolver;
• obsesión por la imagen;
• una forma mesiánica y exaltada de hablar;
• la identificación del sujeto con el Estado o la Nación;
• desprecio de las críticas;
• exagerada fe en sí mismo y en su capacidad para solucionar problemas;
• creerse responsable solo ante dios o ante la historia;
• irreflexión e impulsividad;
• pérdida de contacto con la realidad;
• desprecio por el costo y los efectos perversos de las propias decisiones; y
• falta de atención a los detalles, a menudo aliada con una creciente negligencia2.

Existen, además, factores exógenos que elevan la probabilidad de padecer la hybris, entre ellos:

• la facilidad con que se han conseguido los éxitos (confianza en la suerte personal);
• la falta de controles o contrapesos al poder personal;
• el tiempo (cuanto más tiempo en el poder, mayor probabilidad de caer en la hybris)3.

Personajes como Adolfo Hitler –que padeció Parkinson–, Benito Mussolini –depresivo y que posiblemente enfrentaba un trastorno bipolar– y Francisco Franco –con la enfermedad de Parkinson a cuestas– padecían hybris. Figuras más contemporáneas como Mobutu Sese Seko, Hugo Chávez o Fidel Castro, también. Pero la hybris no ha sido exclusiva de figuras autoritarias. François Mitterrand, como se comentaba, padecía cáncer de próstata. A manera de contexto, conviene recordar lo sucedido con Georges Pompidou, Presidente de Francia desde 1969 hasta su muerte en 1974. Pompidou padecía cáncer y pese a que las autoridades insistían en que el mandatario se encontraba bien, las evidencias de su enfermedad eran abrumadoras, toda vez que le suministraron cortisona, la cual lo desfiguró y dañó sus órganos vitales. En este sentido, cuando contendió por la presidencia, Mitterrand afirmó que daría a conocer, cada seis meses, un informe detallado sobre su estado de salud. Su ascenso al poder fue en 1981 y a continuación fue sometido a rigurosos exámenes que confirmaron un cáncer de próstata que se había extendido a los huesos y otras partes del cuerpo. Éste, sin embargo, pidió a su médico de cabecera, Claude Gubler, que no lo diera a conocer, lo que se tornó insostenible hacia el 11 de septiembre de 1992, momento en que el deterioro de Mitterrand era tan evidente que no le quedó más remedio que entrar al quirófano. Mitterrand no dimitió. Culminó su segundo mandato en enero de 1996 y falleció ocho meses después. Todas estas revelaciones las hizo el propio Gubler en el libro El gran secreto, el cual generó una polémica de enormes proporciones en Francia y en el mundo. 4

En los casos descritos se combinaron dos hechos muy desafortunados: la enfermedad y la hybris. ¿Será que al aferrarse al poder, los susodichos pensaron que tendrían ese bálsamo que les permitiría vivir más? ¿O simplemente se trataba de la necedad por disfrutar de los privilegios que les confiere el cargo, con todo y que, al no estar en buenas condiciones, podían tomar decisiones escasamente lúcidas? Muchos especulan que la salud de Roosevelt, quien se encontraba ya muy enfermo en la famosa cumbre de Yalta –se cuenta que tenía serios problemas cardiovasculares y que le fallaba la memoria– fue determinante para que aceptara entregar la mitad de Europa a Stalin. 5

Otra pregunta importante es: ¿Qué tanto, las responsabilidades políticas de los mandatarios, contribuyen a un deterioro de su salud? El propio Owen afirma que la mitad de los presidentes estadounidenses que gobernaron entre 1776 y 1974 presentaban enfermedades mentales, desde cuadros depresivos hasta el trastorno bipolar, la depresión y la esquizofrenia. Evidentemente se requieren más estudios referentes a la salud y el estado mental de los mandatarios de otros países, porque en la pasada centuria sólo dos jefes de Estado han sido declarados dementes: Paul Deschanel, presidente francés, quien dejó el cargo en 1920, y el rey Talal de Jordania, obligado a dimitir en 1952. 6

Los presidentes latinoamericanos

En América Latina y el Caribe ha prevalecido, en distintas magnitudes, la opacidad en torno a la salud de los mandatarios. El caso extremo es el de Hugo Chávez, presidente de Venezuela. El gran misterio sobre su salud comenzó el 9 de mayo de 2011, cuando suspendió una gira que tenía programada a Brasil, Ecuador y Cuba, debido a que, se dijo, tenía una inflamación en una articulación de la rodilla. Un mes después, el 10 de junio, se informó que Chávez fue operado de urgencia en La Habana de un absceso pélvico. El 20 de junio nuevamente fue operado en Cuba, sin que se dieran detalles sino hasta el 30 del mismo mes, cuando el propio Chávez señaló que la cirugía fue para extraerle un tumor con células cancerosas. Los rumores de un cáncer de colon muy agresivo comenzaron a circular en medios políticos y diplomáticos. El 16 de julio volvió a Cuba para tratar su cáncer y un día después negó tener metástasis. El 22 de septiembre, al volver de La Habana, señaló que la quimioterapia a la que se sometió había culminado. El 21 de febrero de 2012, Chávez anunció que, tras nuevos análisis efectuados en La Habana, sería necesario que lo operaran nuevamente en la misma zona de donde se extrajo el primer tumor. Negó enfáticamente, una vez más, que se tratara de metástasis. El 26 de febrero fue intervenido quirúrgicamente y el 5 de marzo, desde el hospital cubano en que se encontraba, grabó un mensaje que fue televisado y en el que indicó que el tumor extraído era maligno. El 24 de marzo anunció que debía volver a Cuba para un nuevo tratamiento a base de radioterapia. El 8 de diciembre instó al pueblo venezolano a apoyar al vicepresidente Nicolás Maduro para que lo sucediera, si es que las cosas no salían bien. El 11 de diciembre fue operado una vez más y sus allegados reportaron serias complicaciones durante la cirugía. El 30 de diciembre, desde La Habana, el vicepresidente Maduro indicó en un mensaje que Chávez había tenido complicaciones y que su estado de salud era delicado. El 26 de enero de 2013 se informó del regreso a Venezuela del mandatario, quien continuaba delicado. El 12 de febrero, el líder cubano Fidel Castro señaló que Chávez había pasado días difíciles desde su última cirugía. El 21 de febrero, las autoridades médicas venezolanas reportaron una insuficiencia respiratoria del mandatario. El 4 de marzo se informó que el mandatario estaba delicado porque enfrentaba una nueva infección. El 5 de marzo, el Vicepresidente Maduro anunció el deceso de Hugo Chávez.

El caso de Chávez evidencia la pugna entre dos derechos: el de la privacidad y el del acceso a la información. En el caso de jefes de Estado o de gobierno, la línea que separa a uno de otro es tenue. Si no, considérese lo dicho por Cristina Fernández, a propósito de la enfermedad que aquejó a su esposo, Néstor Kirchner y, a continuación, de la cirugía a que fue sometida ella misma para extirparle la tiroides ante la presencia de tumoraciones que resultaron benignas.

[…] Yo me acordaba del episodio de lo que había sufrido Néstor en el año 2004. ¿Se acuerdan? Cuando tuvo aquel episodio que lo debimos que internar y la verdad que… bueno, hubo una cierta desinformación de lo que le estaba pasando en ese momento a él. Él me había pedido que nadie lo viera como estaba; y yo dije: “Ni muerta te van a ver. Quedáte tranquilo, porque solamente muerto te ven”. Y me acuerdo que una periodista después cuando informamos, después de dos o tres días, me dijo: “–Bueno, ¿pero… por qué no informó Usted?… –Bueno porque… –El Presidente… –Bueno, sí, pero antes que el Presidente… es mi marido”, me acuerdo que le contesté. Y bueno, después dije: “No, la verdad es que uno debe informar paso a paso lo que le pasa a la salud del Presidente porque es una cuestión de Estado y porque la gente lo debe saber”. 7

Pese a lo dicho por Cristina Fernández, la información en torno a su padecimiento no fluyó con la transparencia deseada y los servicios médicos fueron criticados por las pifias cada vez que se referían a la salud y a las tumoraciones de la Presidenta.8 Casos similares se han registrado en otras naciones, como Paraguay, donde el mandatario Fernando Lugo, aquejado por un linfoma, fue sometido a sesiones de quimioterapia, afirmando él, al poco tiempo, que los tumores habían desaparecido, mientras que sus médicos replicaban que la cura para ese padecimiento toma tiempo y que ello no significaba que el presidente estuviera curado.9 En Colombia, el Presidente Juan Manuel Santos anunció el 1 de octubre de 2012 que padecía cáncer de próstata y que sería intervenido quirúrgicamente. Si bien en este caso hubo transparencia en torno a la cirugía y se informó que el tumor que lo aquejaba fue extirpado exitosamente, la negativa de Santos a delegar el poder al vicepresidente Angelino Garzón, fue motivo de mucha polémica, sobre todo porque tras la operación, Santos debió reducir significativamente sus actividades10. Curiosamente en ese mismo año, el 18 de diciembre, Santos se unía a las especulaciones casi universales existentes en torno a la salud de su homólogo Hugo Chávez al señalar “no estamos muy enterado sobre la salud de Chávez… no lo sé y no lo sabe nadie”.11

En México, la salud de los presidentes y otras figuras políticas se mantiene en la opacidad. Cuando se mira muy atrás en la historia, es posible referirse al tema con mayor soltura, mientras que, en casos actuales, recientes, predomina la especulación. Así, por ejemplo, se sabe que el primer presidente de México, Guadalupe Victoria, tenía ataques de epilepsia y, posiblemente, lo aquejaba también la enfermedad de Chagas. Se dice que Porfirio Díaz padecía fuertes dolores de encías, además de que, para los tiempos de la Revolución Mexicana, estaba ya muy sordo. Adolfo López Mateos tenía fuertes dolores de cabeza a consecuencia de aneurismas que, a la postre, serían causa de su muerte. Gustavo Díaz Ordaz, además de cáncer de colon, sufrió un desprendimiento de retina en su ojo derecho. José López Portillo padecía diabetes. Miguel de la Madrid falleció a causa de enfisema pulmonar.12

Ernesto Zedillo un buen día apareció ante los medios en pants para explicar que se le había aplicado una microcirugía en la rodilla. Vicente Fox, en medio de las presiones de EU para que México votara a favor de una resolución en Naciones Unidas que avalara la guerra contra Irak, no pudo tomarle la llamada a George W. Bush, debido a que fue operado de una hernia discal. Felipe Calderón hizo uso del cabestrillo tras caerse de una bicicleta y fracturarse el hombro izquierdo. Enrique Peña Nieto fue sometido a cirugías de la vesícula biliar y de un nódulo en la tiroides. Esto es todo lo que se sabe. ¿Los mandatarios estaban conscientes mientras se les aplicaron los procedimientos quirúrgicos respectivos? ¿Su convalecencia impidió que cumplieran con su trabajo? ¿Qué pasó con la cadena de mando mientras estos personajes estaban en el hospital? Bien a bien, no se sabe.

En EU, las líneas de sucesión están claramente definidas. Si el presidente muere o queda incapacitado, el vicepresidente toma su lugar. Si este faltara, la línea de sucesión continúa hacia la presidencia de la Cámara de Representantes, o bien el presidente pro tempore del Senado y finalmente llega a los miembros del gabinete. Esto da la certeza de que siempre alguien estará al mando.

En México la figura de la vicepresidencia fue eliminada en la Constitución de 1917. Por lo tanto, si el Presidente se ausenta por un período no mayor de 60 días, la cadena de mando recaerá en el secretario de Gobernación. Si el presidente muriera o quedara incapacitado en los dos primeros años de su gestión, el Congreso designaría un presidente interino y convocaría a nuevas elecciones para la conclusión del mandato. Si el deceso o la incapacidad se produjera en los últimos cuatro años, el Congreso designaría un presidente sustituto para que culminara el período. En todo esto hay varios vacíos. Cuando Fox fue operado de la hernia discal, presumiblemente recibió anestesia general, es decir, estuvo inconsciente durante la cirugía. En el tiempo que haya transcurrido desde la anestesia, la cirugía y su recuperación, ¿estuvo al mando su Secretario de Gobernación? En un hipotético escenario en que un mandatario se ausentara por enfermedad u otra razón por un período no mayor de 60 días y no estuviera disponible el Secretario de Gobernación, ¿qué procedería? La legislación nacional requiere cambios para garantizar que el gobierno siga funcionando ante diversos escenarios no deseados, pero, desafortunadamente, factibles.

El siguiente aspecto tiene que ver con la necesidad de que sea obligatorio que gobernantes y figuras políticas entreguen un informe detallado sobre su estado de salud para el conocimiento de la población. José Antonio Meade, candidato del PRI a la presidencia en los comicios de 2018, propuso que los aspirantes a la primera magistratura presentaran exámenes toxicológicos y psiquiátricos para demostrar que tienen buen estado de salud. Aunque el propio Meade debió predicar con el ejemplo y poner la muestra –cosa que no hizo–, su propuesta es importante.13

Foto: Pedro Valtierra / Cuartoscuro

Los tiempos han cambiado. Antaño, ocultar la información sobre la salud de los dirigentes políticos –como ocurrió en los casos de Georges Pompidou y François Mitterrand– era posible. Pero los escándalos que acontecieron tras el deceso de ambos hacen pensar que ese “derecho a la privacidad” no aplica por igual a personajes como ellos que al resto de los mortales. Incluso en democracias consolidadas la muerte de presidentes ha cimbrado hasta la raíz, al sistema político. ¿Qué decir de democracias más frágiles, donde la ausencia de su principal actor político podría dar lugar a una enorme crisis?

En otros tiempos parecía aceptable que los mandatarios ocultaran sus enfermedades. Muchos lo hicieron, los menos no. Pero más allá de la voluntad de hablar de ello, se encuentra el derecho a la información, en momentos en que la globalización posibilita flujos masivos de noticias que, veraces o no, pueden coadyuvar a la inestabilidad y la ingobernabilidad. Así como se ha avanzado en acuerdos internacionales para el combate de la corrupción y se ha logrado llamar a cuentas a diversos jefes de Estado o de gobierno por nepotismo, enriquecimiento ilícito, asociación delictuosa u otros, el siguiente paso es generar consensos para que la información sobre su salud no dependa de si quieren o no hablar de ello. No se trata de invadir la privacidad. Quien asume un cargo para gobernar una localidad, región o país, debe entender que su privacidad tendría que ceder ante el interés público. Ciertamente las personas tienen el derecho a una vida privada protegida libre de intromisiones. Hoy esto parece cada vez más difícil. Los escándalos por venta de información confidencial de usuarios de redes sociales a empresas para fines lucrativos u otros, son prueba de ello. Más allá de ello, la salud del ciudadano de calle no es lo mismo que la salud de un presidente, primer ministro o gobernador, porque de ella depende, en cierta forma, que pueda tomar las mejores –o las peores– decisiones que afectarán a cientos, miles o millones de personas. La historia provee numerosos ejemplos de la manera en que salud de los mandatarios afectó a sus respectivas sociedades y casi en todos los casos, no fue para bien. La Alianza Regional por la Libre Expresión e Información acierta al recomendar el principio de la proporcionalidad:14 informar sobre la salud de los mandatarios de manera oportuna, veraz y completa es necesario, como también que opositores y los diversos sectores de la sociedad hagan un manejo cuidadoso y escrupuloso del derecho a la información, atajando las especulaciones que generan incertidumbre y dañan la vida democrática.

Referencias

1 David Owen (2015), En el poder y la enfermedad, Madrid, Siruela; Joaquín Leguina (01/12/2011), “Enfermos de poder”, en Revista de Libros, disponible en https://www.revistadelibros.com/articulos/sed-de-poder-y-enfermedades-de-los-leaderes-politicos

2 Ibid.

3 Ibid.

Claude Gubler y Michel Gonod (2005), Le grand secret, Paris, Éditions de Rochier. Incluso, la familia de Mitterrand inició una querella judicial contra el autor por divulgar información personal del mandatario ya occiso, pidiendo la suspensión de la venta del libro. Las autoridades determinaron que la demanda era improcedente.

Semana (3/3/1997), “Los enfermos que gobiernan”, disponible en https://www.semana.com/mundo/articulo/los-enfermos-que-gobiernan/31792-3

6 Piergiorgio M. Sandi (11/01/2013), “La salud de los gobernantes”, en La Vanguardia, disponible en http://www.lavanguardia.com/estilos-de-vida/20130111/54358920953/la-salud-de-los-gobernantes.html

7 Alianza Regional por la Libre Expresión e Información (s/f), Acceso a la información de la salud de los jefes de Estado, p. 5, disponible en http://www.alianzaregional.net/wp-content/uploads/123006095-Salud-y-Presidentes-Alianza-Regional.pdf

8 Ibid.

9 Alianza Regional por la Libre Expresión e Información, Op. cit., pp. 10-11.

10 Alianza Regional por la Libre Expresión e Información, Op. cit., pp. 19-20.

11 Alianza Regional por la Libre Expresión e Información, Op. cit., p. 14.

12 El Horizonte (22 de junio de 2013), “Políticos enfermos”, disponible en http://www.elhorizonte.mx/opinion/editorial/politicos-enfermos/1652725

13 Alberto Morales y Leobardo Pérez Marín (19/12/2017), “Meade propone exámenes toxicológicos a candidatos”, en El Universal, disponible en http://www.eluniversal.com.mx/elecciones-2018/meade-propone-examenes-toxicologicos-candidatos

14 Alianza Regional por la Libre Expresión e Información, Op. cit., pp. 24-26.

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