jueves 25 abril 2024

La ruptura del Quijote con Pedro Páramo

por Alejandro Colina

Gordo y güero, de ojos claros y saltones como de sapo, Pedro Páramo (de aquí en adelante PP) era la reproducción, en carne y hueso, de una caricatura del político de pueblo. No se antoja inexplicable que fuera un político de pueblo. Prueba viva de que el realismo exagerado de la caricatura acaba siendo con frecuencia más realista que exagerado, PP era desvergonzado y cínico como quien intenta poner al descubierto la doble moral de la sociedad. Pero lo confuso no era eso. Lo confuso era que él mismo vivía una doble moral. Desde que arrancó su carrera como funcionario municipal incurrió en una corrupción metódica. Como la mayor parte de los funcionarios municipales, reservaba para sí una parte del dinero que cobraba a los ciudadanos y se jactaba con sus amigos por gozar de esos ingresos extra. Nada fuera de lugar: todos sabemos, en México, que muchos políticos y funcionarios municipales se embolsan dinero que no les pertenece. Así ha sido desde que nací. Incluso desde antes que naciera los puestos de Ayuntamiento, de manera señalada la presidencia municipal, han originado fortunas envidiadas por comerciantes, maestros e, incluso, por los mejores profesionistas de la localidad. Casi sin excepción los miembros del Cabildo pasan a engrosar, durante el periodo en que resultaron electos, las filas de la clase alta del municipio. Ay, la clase alta del municipio. Una clase a la que “el Quijote” (de aquí en adelante el Q) y yo (de aquí en adelante yo) jamás perteneceremos. La razón es simple: ambos cultivamos un apego enfermizo por las causas perdidas. En mi caso, literatura y filosofía; en el suyo, literatura y periodismo. La cosa fue que el Q reveló que PP se desempeñaba como prestanombres de un líder sindical asociado al alcalde y al diputado local. Bueno, no lo reveló tal cual. Escribió un cuento en el que esos tres personajes se apropian de numerosas hectáreas alrededor del Town Center, los terrenos más rentables del municipio. Narra un periodista gay que se va de trago con el prestanombres del líder sindical –cuyo nombre real mi amigo se cuidó bien de encubrir. El narrador y el personaje que hace las veces de PP acaban en la cama, lugar donde el clon literario de PP le revela al periodista gay el madruguete de los terrenos, así como su propio papel como prestanombres. El sosia de PP no sólo siente vergüenza por haberse acostado con un hombre, sino desprecio por sí mismo y por el orbe que le rodea. En ese detalle resulta una réplica exacta del PP que yo conocí.

 

La amistad entre el Q y PP empezó cuando ambos tenían 16 años de edad. PP era porro de la Voca 2 y el Q lo quiso redimir. En una borrachera interminable lo convenció de que renunciara al porrismo. De modo que por sugerencia del Q, PP abandonó el Politécnico e ingresó al Colegio de Bachilleres. Allí estudió un año y luego no estudió más. La historia del Q recorrió caminos diferentes. Al poco de concluir sus estudios de licenciatura, viajó a Europa. A su regreso rentó un departamento en el sur de la Ciudad de México, donde vivió siete años solo, ganándose la vida como freelance. Recuerdo que mientras vivió en el sur de la Ciudad de México no dejó de venir con regularidad a Nicolás Romero, municipio célebre por los saqueos realizados con motivo de la última alza de la gasolina y del toque de queda que anunció una patrulla del lugar sin consultarlo con nadie. Durante una temporada nos encontramos el primer domingo de cada mes en la casa de la mamá del Q. PP no faltaba a esas reuniones. Normalmente iba con su esposa –una mujer con la que hacía mucho no tenía sexo y cuando lo tenía resultaba un triste fracaso para ambos– y sus dos hijas pequeñas. Una de esas ocasiones vino “Madame Bovary” (de aquí en adelante MB), que era más amiga mía y del Q que de PP. El Q la pasó muy bien con MB. Tengo la imagen viva de ese reencuentro en mi cabeza. Me alegró volver a verlos juntos. Pero el Q se despidió como a las diez de la noche. Debía regresar a su departamento y no traía coche, de modo que no podía permitirse demorar un minuto más su partida. Al poco me despedí yo también. Los demás siguieron la fiesta en otra parte. En esa otra parte continuaron bebiendo, fumaron marihuana e inhalaron coca. La única vez que el Q nos invitó a su departamento de Coyoacán, PP nos ofreció su versión de lo ocurrido aquella noche después que el Q y yo nos despedimos:

–Yo, cuando fumo marihuana, no la mezclo con otra cosa –se apresuró a aclarar el Q. Ambos sabíamos que “la banda” había salido de pleito con MB y deseábamos averiguar por qué.

–Yo soy cocainómano, no pacheco –se carcajeó PP. Paso seguido se soltó con una retahíla de ataques contra MB, a la que el Q y yo no le localizamos pies ni cabeza. A modo de explicación PP intentó demostrarnos que MB quiso aprovecharse de “la banda”, cambiando coca por marihuana o marihuana por coca, da igual, pero tranzándoselos horrible, esa era la idea. PP urgió el testimonio del Tripa Guzmán (el TG de aquí en adelante) con el objeto de respaldar su informe y el TG lo respaldó porque MB le caía mal.

–¿Emma tranzándose horrible a “la banda”? –el Q preguntó sarcástico, pero PP no se dio por vencido y redobló las acusaciones contra MB. En cierto momento la tildó de narcotraficante. Entonces el Q me miró con ojos de plato antes de proceder a una defensa argumentada de nuestra amiga que dejó en claro que era nuestra amiga aunque no lo fuera de los demás. De esas veces que uno regresa ingenuamente a los chismes usuales de la secundaria, pero sin gozarlos de verdad.

Ignoro por qué el Q siguió confiando en PP después que éste intentó defenestrar a MB, pero así fue. A mis ojos constituyó un error, pero para el Q compuso un acierto: gracias a que PP le contó, borracho como un pez acabado de sacar del estanque, que era prestanombres de aquellos terrenos que se agenciaron el alcalde, el diputado local y su jefe y amigo –otro porro irredento–, y más poderoso líder sindical de la región, digo, gracias a que PP le contó eso, el Q pudo escribir aquel cuento que sirvió al mismo tiempo de reportaje periodístico. Una hazaña inútil, claro está, hoy y siempre. Una hazaña que sin embargo acabó por enterrar tres metros bajo tierra la desajustada pero muy animada amistad entre el Q y PP. Eso fue lo único que el Q sacó de ese cuento. Ah, claro, y los 20 pesos que el periódico le pagó por publicarlo. Una ruptura triste, la del Q y PP, sobre todo si recordamos que sostenían una amistad –abundante en borracheras y solidaridad a toda prueba– desde los 16 años de edad, cuando el joven Q convenció al joven PP que dejara de ser porro y PP se propuso aprobar las materias por su propia cuenta, sin conseguirlo. Sí, una ruptura triste e inútil, pero necesaria y buena, al menos desde el punto de vista del Q, que por obra de no sé qué milagro suspendió su tierna locura por un momento para caer en la cuenta de lo que realmente estaba sucediendo ante sus ojos.

 

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