jueves 28 marzo 2024

La realidad se fuga por la red

por Regina Freyman

Vivimos preocupados por asir la realidad, por encontrar sentido, por llegar a un destino, porque nos salgan las cuentas, por aprovechar el presente y asegurar un futuro. Pero el sinsentido es más profuso; el pasado nuestra partera, y las fracciones se desbordan de toda operación.

Nunca nada es como se planea y, por tanto, la física cuántica, por ejemplo, postula que la “realidad última” se parece poquísimo a nuestros modelos mentales de la misma. Esta interpretación tiene mucho que ver con las posturas fenomenológicas que nos hacen pensar que la “realidad” es un modelo virtual generado por nuestros cerebros. Sin embargo, el gran riesgo es caer en el relativismo que ha contribuido a clasificar de posmoderno todo lo que es ambiguo, y vacía de significado este término que hoy parece un gran basurero en el que todo cabe. Cuántica o no, virtual o no, tenemos certeza sobre nuestro destino mortal (al menos hasta hoy sabemos que somos incapaces de volar sin recursos técnicos, y no dudamos ante un cúmulo de cosas más que no están sujetas a meras interpretaciones.

Parte de lo que aquí escribo es un autoplagio sobre un artículo viejo que escribí cuando Second Life me dejó impresionada como posibilidad de expansión de esa idea fugitiva que denominamos realidad. Descubrí cuando investigaba el asunto, que estas modalidades se denominan metaverso que es un término tomado de la novela Snow Crash de Neal Stephenson. Este sustantivo se refiere a espacios 3D donde los humanos interactúan social y económicamente como iconos a través de un soporte que es metáfora del mundo real. El título de la novela se refiere a la imagen de ruido proyectada por un televisor cuando pierde la señal y alude al caos y la pérdida de información.

Transformarnos, escapar por un momento de la realidad es un acto cotidiano, lo que asombra es la recreación a través de una pantalla, de un simulacro que, por manejar tantos códigos de manera simultánea, permite la posibilidad de inventarse y hacer de inmediato que alguien más sea testigo del artificio; es un intercambio lúdico que nos devuelve a paraísos de infancia donde acordábamos ser piratas o princesas y nadie osaba cuestionar la veracidad de nuestro aspecto.

La distensión de las fronteras entre ese mundo y el externo, especulé hace un tiempo, se atenuarían; sin embargo, hoy reconozco mi error porque nadie confunde el carnaval con lo cotidiano y, sin embargo, la expansión de la realidad rebosa por la red en otra opción: las redes sociales.

Acudí como una fan cualquiera al concierto de Coldplay y me topé con miles de espectadores de tres ojos, los dos que se posicionan bajo su frente y la cámara del celular que registra y alimenta desde un teléfono otra instancia de la realidad, el aparador de la red social por el que -a través de video, imágenes y palabras- el usuario da testimonio de su vida. Al canto de “oooo, oooo, ooo, ooo” miles de manos nerviosas actualizaban su estado: ¡Viva la vida aquí en vivo!

Cuentan amigos de Mexicali que mientras la tierra se movía miles de personas arriesgaban la vida por registrar el momento, por actualizar el drama. ¿Será que en los planes de contingencia y evacuación se tendrá que contemplar “el tiempo muerto” que se perderá al retratar el desastre? ¿Habrá quienes, incluso, en medio del orgasmo intenten medir la intensidad? Espérame tantito, deja que tome tu foto en éxtasis para que me crean mis amigos.

La capacidad de convocatoria que tienen las redes sociales, la rapidez con la que se mueve la información por la cantidad de “reporteros” hace de Internet un medio omnipotente y omnipresente. Su estructura rizomática hace de él un todo sin centro, sin silencio, sin pausa. No hay jerarquía, no existe verificación y los usuarios tienden, en una época en que la crisis de las instituciones es el viento que sopla, a creer en la incesante generación de datos y detalles que, además, se avalan por ser emitidos por el amigo más íntimo, el primo cercano. Estas características todo lo arrastran y por ello los tradicionales medios de comunicación electrónica tienen una segunda respuesta ante la inmediatez de la red.

Válidas o no como fuente, las redes sociales alimentan columnas como la de Loret de Mola, quien narró en el artículo “El Tec y el terror” la muerte de dos estudiantes de posgrado a partir de los mensajes que leyó en Facebook. Reporteros del espectáculo incluyen con más frecuencia los mensajes en Twitter y no podemos negar que estos dos espacios reportaron antes que nadie los terremotos que han atormentado nuestro mundo. También y gracias a su intervención, los esfuerzos de solidaridad y ayuda se reprodujeron por todo el orbe.

Concluyo que la red y sus redes sociales se han vuelto el medio omnipotente y omnipresente que invade la realidad. Un ejemplo con el que intento probar esta afirmación es mediante un típico caso de nota roja que fue catapultando hasta primera plana y pasó de ser un asunto local a suscitar el interés mundial. Me refiero al caso Paulette.

Se trata de una historia sensacionalista, sumamente atractiva que cuenta con todos los elementos dramáticos de suspenso, desgracia y misterio; una buena historia policiaca que, además, toma tintes de tragedia griega al suponer como homicida a la madre convertida en una moderna Medea. Coincido también con el análisis que, al margen de que se le juzgue conforme a la ley, subraya el hecho de que Lisette Farah no encuadra con el estereotipo de la madre abnegada desecha en llanto, lo que provocó que la opinión pública y hasta las autoridades sospecháramos de su inocencia. Sin embargo, me inclino a pensar que la espectacularidad del caso se debe, principalmente, a que es una nota roja que se gestó y siguió por las redes sociales.

Miles de usuarios de Twitter y Facebook recibieron, antes de que se difundiera en los medios convencionales, la solicitud de apoyo en la búsqueda del presunto secuestro de Paulette. Conmovidos por la edad y características de la niña, la petición de ayuda se difundió progresiva y repetidamente. Cuando el suceso saltó a los medios en un segundo tiempo, miles de cibernautas ya estaban al tanto.

El caso comenzó por suscitar el asombro ante la misteriosa y súbita aparición del cuerpo, la conclusión fue: alguien de la casa la mato. Los conmovidos se tornan desconfiados y se sienten usados. Los medios informan en sus tiempos limitados pero los curiosos e inquietos cibernautas no descansan: presionan, buscan evidencias, hacen chistes crueles (“1,2,3 por Paulette que está bajo la cama” inventan foros (“Ayudemos a Paulette para que regrese a casa”), y grupos con miles de afiliados (“Yo también creo que los papas de Paulette Gebara la mataron”). En Twitter, las actualizaciones del caso alcanzaron un promedio de 100 por minuto.

¿Qué no podríamos imputar, en gran medida, a la falta de silencio y a la vertiginosidad de las redes el nerviosismo y el errático proceder de las autoridades?

La cuenta de Facebook de Lisette Farah fue intervenida por las autoridades; revisaron sus mensajes, contactos y amistades. El presunto amante, Víctor Ayala, dijo haberla conocido por este medio. Las redes sociales ya la sentenciaron culpable y eso no se quedará sólo como un chiste virtual. Se especulan relaciones y perversiones entre las autoridades y los implicados y el caso preocupó al mismo gobernador del Estado de México.

¿Dónde acaba la realidad? ¿Es el Facebook y todos sus análogos un simple jueguito virtual? Creo que es tiempo de que tomemos con seriedad el poder de la red y su injerencia en lo cotidiano. ¿De qué modo pondremos estos sitios en su sitio antes de que ellos conviertan lo inteligible en hormiguitas de estática en el snowcrash de Stephenson, en el ruido del caos y la desinformación? ¿Será la realidad el espejo de Magritte que reproduce la espalda que ha perdido identidad?

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