jueves 25 abril 2024

La política del vino

por María Cristina Rosas

Si a usted le gusta el vino, siga leyendo porque seguramente querrá saber cuál es más apropiado según los alimentos y las circunstancias.

La elección no es sencilla, dado que depende no solo de los gustos personales o de las recomendaciones de los demás. Igual que otros productos el vino se rige por políticas en las que intervienen diversos actores: gobiernos, grupos ambientalistas, mafias y especialistas. Esto puede ser frustrante porque el consumidor final puede o no ser un experto en vinos, pero la botella que tiene ante sí fue resultado de un proceso donde parecería que lo menos importante es el país, la región, el terruño, la uva, el método de producción, etcétera, frente a los aspectos políticos.

Así, la política determina la variedad de uvas y el lugar en que se cultivan, al igual que la información de la etiqueta, los vinos que se exportan e importan, los vinos disponibles en las tiendas, su costo y también, lo más importante, la calidad de lo que está dentro de una botella.

El vino de hoy ha cambiado mucho respecto al que se bebía en la antigüedad. Si bien se puede hablar de estándares de producción imperantes en otras épocas, el sistema capitalista posibilita la existencia de una amplia oferta de bebidas, de manera que desde los bolsillos más castigados hasta los más acaudalados, puedan acceder a ellas.

Lo más costoso no siempre es lo mejor como tampoco lo más barato es malo. Hay muchos matices. Un criterio que suele emplearse es el de calidad-precio. Si el consumidor no posee recursos para adquirir un champán Dom Perignon, puede aspirar a un vino espumoso de las bodegas de Undurraga, por ejemplo, con la certeza de que es agradable y de calidad. En México, uno de los vinos más económicos es Padre Kino y si bien existe una oferta de otros, hechos en México y en diversos países, se espera que al retirar la singular tapa del Padre Kino, el producto se encuentre en buenas condiciones y que el consumidor lo disfrute. De hecho, las grandes cadenas de hoteles en diversas partes del país ofrecen vinos económicos. (Otra cosa es si el comensal desea un vino en particular, porque seguramente existe una carta para ello.) En el mercado, que ha cambiado dramáticamente desde la década de los ochenta, existen dos tipos de productores: los tradicionales o del “viejo mundo” y los nuevos productores o del “nuevo mundo”. Los primeros están en Europa. Los segundos en Estados Unidos, Chile, Argentina, Uruguay, la República Popular China, Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica. Como se ve en el cuadro anexo, los tradicionales han establecido una serie de regulaciones para la producción, orientan su producto sobre todo a los mercados internos y han perdido terreno frente a los vinos del “nuevo mundo”.

Los nuevos productores carecen de regulaciones al detalle y dirigen gran parte de su producción al mercado internacional. Buscan reducir costos que, en muchos casos, como ocurre con Chile, provocan que el producto tenga menor calidad. Lo importante es vender. Sus mercados domésticos no son tan importantes, aun cuando el consumo de vino va en aumento. ¿Significa esto que los vinos de los países del “viejo mundo” son excelentes y los del “nuevo mundo” mediocres? No necesariamente. Los mercados han cambiado, al igual que los gustos y el vino, ahora se encuentra en las más diversas latitudes.

En Europa las legislaciones consideran al vino un complemento alimenticio, por lo que la carga fiscal para productores y consumidores finales, es mínima. Esa política busca estimular el consumo, si bien subyacen otras consideraciones como el prestigio, la imagen y la cultura.

En este sentido llama la atención el declive en el consumo del vino en Europa, en general, y en Francia, en particular. A Francia se le identifica, a nivel mundial, por la Torre Eiffel, el Museo de Louvre, las baguettes, el queso y el vino. Cierto, es un estereotipo, pero el vino forma parte del “poder suave” de que dispone un país que hace tiempo que dejó de ser potencia mundial, pero que emplea sus cualidades gastronómicas y enológicas -entre otras muchas- para mantener presencia e influencia en el mundo del siglo XXI.

Se pensaría, por lo tanto, que consumir vino no solo es un estilo de vida, sino un ejercicio nacionalista. Hay quienes creen que el hecho de que disminuya la ingesta revela el declive de la civilización francesa. ¿Será? Para documentar esto se tiene que en 1965 el consumo per cápita de vino era de 160 litros al año. En contraste, hacia 2010, el promedio bajó a 57 litros y existen estimaciones de que en los años por venir, la cifra llegará a 30 litros.

En México aun cuando la ingesta ha aumentado, actualmente está en el rango de los 600 mililitros por año, equivalentes a menos de una botella per cápita. Pero lo que llama la atención de Francia, es que todo parece indicar que el interés en torno a esa bebida está declinando, especialmente en las nuevas generaciones.

En este sentido, para las personas entre los 60 y los 70 años, que crecieron con una botella de vino en sus mesas, tomar vino es algo común y cotidiano. A continuación, las personas entre los 40 y los 50 años, toman menos vino, si bien gastan más en él, esto es que decantaron en favor de la calidad. En seguida figuran los más jóvenes, que ven al vino como un producto más. No es sino hasta que cumplen 30 años, que lo consumen con mayor regularidad, aun cuando sus preferencias por otras bebidas prevalecen.

Hay que considerar también las transformaciones sociales. Antaño era una norma que la familia se reuniera para comer o cenar, acompañada de un vino que. En contraste, en el momento actual, las personas se han individualizado y las reuniones familiares son hechas a un lado a la luz del estrés y la complejidad de la vida urbana, donde prevalecen las comidas rápidas acompañadas de bebidas distintas del vino. En la era de Internet el vino ya no tiene cabida, aparentemente.

Con todo, son los demás, los no europeos, los que están consumiendo vino en grandes cantidades. De hecho, China ya es el mayor consumidor de vino tinto a nivel mundial. Mientras que en Francia, entre 2007 y 2013 bajó el consumo en 18%, en el país asiático la ingesta creció 175.4%. Lo más interesante es que el 80% del vino consumido en China es producido en el país, y solo el 20% restante es de importación. Con la mayor demografía del orbe, Beijing se da el lujo de incursionar en el mundo del vino como el quinto mayor productor del planeta, situación que, además, le otorga determinado estatus.

¿Cuál es el mejor vino?

Se puede optar por consultar a quienes se dedican a calificar a los vinos, como Robert Parker, el principal crítico a nivel mundial. Parker puede encumbrar o llevar a la ruina a los productores con un simple comentario. Su influencia es tal que diversas bodegas han creado vinos pensando en satisfacer específicamente su paladar.

Otro caso es el de Wine Spectator, publicación que vio la luz en 1988 y que tiene un carácter marcadamente anglosajón. En su lista de los mejores vinos, correspondiente a 2010 -la lista se publica año con año-, resulta que seis son californianos, uno australiano, uno portugués, uno italiano y claro, uno francés. Una publicación análoga, también estadounidense, Wine Enthusiast, en diciembre de 2014 da a conocer los 100 mejores vinos del mundo, de los que 34 son estadounidenses, 22 franceses, 20 italianos, 8 portugueses, 3 australianos, 3 españoles, 3 austríacos, 3 portugueses, 1 argentino, 1 neozelandés y 1 sudafricano.

Por supuesto que existen vinos de gran calidad en todos los países referidos, pero definir cuál es el mejor del mundo remite a un análisis cuidadoso, despojado de intereses corporativos y empresariales. Ante ello cabe preguntar si es válido que una persona (Robert Parker), las publicación descritas, decidan la suerte de las casas productoras y, por extensión, de los consumidores. La política del vino es así. Las preferencias particulares sucumben ante la mercadotecnia y las corporaciones.

The Economist hizo notar en 2012 lo absurdo de que una persona, por más conocedora que sea, decida si se trata de una bebida de buena o mala calidad. En una cata que se llevó a cabo en la Sociedad de Vinos de Londres, un periodista especializado presenció la cata desarrollada por tres ilustres abogados -ojo, no sommeliers- que se esmeraron más por aparecer como expertos que por analizar seriamente lo que estaban catando. En esa ruta parece más sabio invocar aquella máxima que sostiene que clases de vino solo hay dos: el buen vino y el mejor vino. Lo que digan los demás, no parece entonces tan importante.

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