jueves 18 abril 2024

La guerra de los mundos no ha pasado…

por Emiliano López Rascón

Sigue en el aire. El 30 de Octubre de 1938 es la fecha más importante en la radio de todos los tiempos. Lo afirmo sin dudar. Se acaban de cumplir 75 años de la irrupción de la imaginación sonora en la cultura contemporánea. Es un acontecimiento extensamente consignado en las cronologías mundiales, el único de ese calibre protagonizado por la radio, ¿cómo no sería lo más relevante que le ha pasado a la radiodifusión misma? El que haya ocurrido en plena época de oro de la radiofonía, en su adolescencia soñadora o en la gran manzana, donde ha pasado mucho de lo importante, parece solo resaltar su circunstancia.

La guerra de los mundos es una referencia que todo apasionado, conocedor o practicante de la radio debemos visitar una y otra vez.1 Como epicentro de la radiofonía contiene varios géneros recursos y usos de la radio. Además del radioteatro: noticiero, revista musical, reportaje en directo, crónica, entrevista, arma de guerra, interferencia, servicio público, entretenimiento y, sí, al combinar todos, resulta arte radiofónico con pleno derecho. Ilustra ejemplarmente lo que es la apropiación radiofónica de una obra literaria, resulta por ello fundamental para comprender las relaciones entre literatura y radio. Como guión es canónico respecto al uso y función de la palabra en el medio sonoro. Como puesta en escena sirve para dar clases de manejo de la voz y de interpretación actoral; pero también de ambientación sonora, en particular el uso del silencio como un recurso pleno y significativo del lenguaje dramático radial. Como paradigma periodístico y del poder persuasivo específico de la radio pone en juego reflexiones semióticas y estéticas, de acción intertextual e intermedia. Evento obligado para la historia de la ciencia ficción, de la subcultura extraterrestre, de la comunicación colectiva, de la psicología de masas, en resumen: un capítulo esencial de la historia dentro y mas allá del medio, que buena falta nos hace conocer. Por si fuera poco, resulta ineludible para comprender la trayectoria de su artífice: Orson Welles. Ha dado lugar a documentales, estudios, homenajes, adaptaciones a cine y TV, parodias o “par-oídas” e incluso himnos del cha-cha-cha. Se ha recreado muchas veces con mayor o menor responsabilidad, apego a la historia y talento radiofónico.

La noche de Halloween del 38 es una gran historia. Tiene de todo: héroes o villanos según se quiera; víctimas y cómplices, duendes, fantasmas y extraterrestres. Hay acción, nudo, desenlace y moraleja; tiene policías, humor, paranoia, desmentidos, ocho columnas, conspiración, astucia, audacia, y sugestión. NY vacía, NY en caos, NY bajo ataque en la realidad y en la fantasía, NY y norteamérica invadidas por los oídos que crean visiones. El sonido que rompe la barrera sicológica y alcanza a verse con la imaginación. Creaturas de la radio. Tensión entre sospecha y malicia, transgresión, guerra virtual, revolución radial e innovación narrativa. Lo único que no hay es romance; pero no le falta. En cambio hay picardía, genialidad, crítica, mitos, anécdotas, coincidencias y curiosidades; pero sobre todo: se borran los límites entre la Realidad y la Ficción, o más bien, es de esos acontecimientos que muestran contundentes que hay un continuo entre ambas, que sus fronteras nunca han estado claras. En suma y en lo personal, es un paradigma de la belleza.

Nueva York es la ciudad más destruida por la imaginación cinematográfica; pero primero lo fue en la radio. La saga interminable de invasiones alienígenas comenzó en la obra del escritor británico Herbert George Wells, quien publicó la novela hace 115 años, pero de ahí no pasó a la pantalla directamente: antes un actor y director de radioteatro con casi el mismo apellido, Welles, (que se oye, pero no se escribe igual, lo que es bastante curioso) encomendó a su guionista Howard Koch, creador también de scripts como Casablanca, un disfraz tan original para la noche de los espantos que buena parte de la fiesta lo vivió como sobrenatural. El aprendiz de brujo hechizó a Norteamérica por obra y excelencia del atuendo sonoro.

En 1933, se estrenó King Kong y su imagen en la punta del Empire Estate quedó grabada por generaciones en el orbe; pero lo que pasó por la radio cinco años después ocurrió en otra dimensión, jugó a contrapelo con otras reglas, las mismas que la propaganda de Goebbels ponía en juego en el medio y en el cine para inducir a los alemanes a la pesadilla nazi. Las misma propaganda, la publicidad y la manipulación informativa que se siguen poniendo aún en juego desde Washington, Hollywood, Fox, CNN, el Panda Zambrano y nuestro duopolio; pero también desde Granma, Pravda, la VTV de Venezuela y sí, incluyendo los medios que, con una autoconciencia que Hegel envidiaría, se asumen independientes, alternativos y comprometidos con las mejores causas. El arte de la mentira organizada. La guerra, no por otros, sino por los medios.

En Mayo de 1999, como una manera de desmantelar la propaganda de Washington contra Serbia para legitimar la guerra de los Balcanes, realizamos un homenaje a la transmisión de Welles adaptando su misma estructura narrativa a la circunstancia bélica de entonces, que se encontraba en el punto mas tenso. La llamamos, claro, La Tercera Guerra de los Mundos.2 Ahí, el semiólogo Otón Argu%u0308eyes, invitado especial quien suplantaba a la orquesta de Ramón Raquello del guión original de Koch, iniciaba la entrevista diciendo que “La guerra de los mundos” es una obra menor en la trayectoria de Welles, una travesura del niño genio. Difiero completamente: la considero una obra tan determinante como “Ciudadano Kane”. Orson Welles puede llevarse el doble crédito de haber hecho las obras mas célebres de la radio y del cine, de un medio a otro, de costa este a oeste, obras vinculadas por la audacia de su creador y con un fuerte contenido crítico al statu quo de la prensa y los medios de información. Aunque la notoriedad alcanzada con la puesta en escena radial le posibilitó transitar a Hollywood para realizar Kane, tiende a minimizarse su trascendencia hertziana a favor de su epopeya cinematográfica contra el magnate W. Randolph Hearst, apareciendo casi como una puntada, una travesura de los años mozos. Sirve pues para constatar también el poco aprecio a la radio como lenguaje artístico en sí mismo.

¿Cómo fue que la banda sonora de Orson Welles logró meter a los escuchas a una novela de suyo genial para entonces ya bien conocida? ¿Mediante qué retórica radiofónica logró en tiempos del cine blanco y negro lo que hasta la fecha ni el 4DX ha podido: una realidad virtual en la que nos volvemos protagonistas involuntarios?

Se ha hablado mucho de la excelencia del montaje sonoro; pero no tanto de su operación específica. Quien no haya escuchado la pieza podría imaginar un abundante despliegue realista de ruidos y efectos, y sentirse incluso frustrado por la relativa austeridad sonora. Hay una economía, y una política, sugiero, de los ruidos que parte de un juego casi desnudo de voces para incrementarse paulatinamente hasta la toma misma del edificio de transmisiones en medio de un entorno auditivo difuso y enrarecido, apto para que, sugestionado por la narración, el auditorio recreara un auténtico paisaje apocalíptico, como si de un test de Rorschach se tratara. Y es que el cabrón de Welles utiliza con eficacia el principio de coproducción semiótica por el que el emisor administra algunos estímulos, estratégicamente situados, y el resto de la imagen se ilumina con la proyección del pequeño cácaro que todo escucha lleva adentro, más vívida cuanto más participa en su elaboración imaginaria. Su función es casi exclusivamente psicológica: El primer ruido nítido presentado es un reloj pulsando acelerado en el observatorio astronómico de Princeton, es el trasfondo para la entrevista del reportero Carlos Phillips con Pierson. Un artificio que trastoca de inicio la percepción temporal, muy útil para establecer el contexto de verosimilitud del montaje. Lo refuerza con otro recurso, en este caso verbal: la denegación o minimización de lo siniestro, que justo por cerrar la puerta a la posibilidad, le quita el seguro:

PHILLIPS. ¿Está usted, pues, convencido, profesor, como hombre de ciencia que es, que no existe en Marte una vida intelectiva, tal como nosotros la imaginamos? PROFESOR PIERSON. Puedo asegurarle que las probabilidades en contra de ello son de mil contra una.

Como nos muestra Lourdes Novalbos,3 La imagen radiofónica se construye casi completamente con la palabra, con la voz… y con el silencio. Cuando hacia el minuto cuarenta una voz anónima pregunta tres veces en medio del silencio: ¿NO QUEDA NADIE EN LA ESCUCHA? ¿NO QUEDA NADIE? Welles ya mató al radioescucha. Frente al receptor se ha vuelto un fantasma que no puede responder, porque no puede ser oído.

Esta Guerra de los Mundos continuará, esperemos, el año que entra, mientras tanto recomiendo ampliamente leer también la novela original de 1898, con especial atención a las variadas referencias sonoras y su protagonismo en el capítulo 2, “La Estrella Fugaz” y poder apreciar así en plenitud la sinergia de talento que emana de los Well(e)s

Notas:

1 La pieza no tiene desperdicio y puede escucharse con subtitulos en YouTube buscando “guerra de los mundos Orson Welles español” o al teclear: www.youtube.com/watch?v=uAy98m16lT0

2 Puede escucharse en http://radioartnet.net/11/20 13/09/07/emiliano-lopez-rascon-la-tercera-guerra-delos- mundos/

3 http://www.ull.es/publicaciones/latina/a1999adi/08Lourdes.html

También te puede interesar