miércoles 17 abril 2024

La epidemia de la noticia

por Silvio Waisbord



En las últimas semanas, Argentina fue sacudida por una combinación rápida de dos epidemias mediáticas: el problema del dengue y el pánico global sobre la gripe A. Dos epidemias, dos
historias similares. Ambas son desafíos de largo alcance para la salud global que, desafortunadamente, se vuelven centro de atención y prioridad pública cuando pasan a tener arietes
noticiosos. De temas técnicos y áridos con cobertura escuálida y esporádica en la prensa, se transforman velozmente en comunicación viral que domina las noticias. Aun cuando continúan
los artículos sobre la gripe A/H1N1 anclados en la identificación de nuevos casos, quizás sin el ritmo de días atrás, suenan las críticas por la cobertura mediática en la Argentina y
otros países. Tal como ocurrió en la última gran epidemia mediática de 2005, cuando la gripe aviar en el Sudeste Asiático amenazó ser pandemia, se critican los titulares gritones, la
atención desproporcionada frente a otras enfermedades, y los pronósticos alarmistas.

No hay duda de que la atención mediática desbordó los cauces normales. De ser un tema técnico, la sopa de letras y números que define el tipo de gripe se transformó en tema de debate
público. Los expertos, y la industria del cerdo, protestaron airadamente que se llamara gripe porcina a una influenza que es una combinación de diferentes cepas. Hay indicios de que
la masiva cobertura fogoneó la sensación de riesgo. ¿Cómo, si no, explicar la aparición de nuevas normas sociales, aunque temporarias, como el incremento del uso de barbijos, el
acatamiento a las medidas de distanciamiento social, y cambios en la higiene personal? Es altamente factible que la incansable atención mediática fuera responsable de decisiones
personales (la estigmatización de ciudadanos mexicanos, la cancelación de viajes turísticos) y políticas (la prohibición de vuelos).

¿Tienen sustento las críticas? ¿Se le fue la mano a la prensa? ¿Se precisa tanta atención? La prensa es víctima de sus propios sesgos. No puede escapar a su pasión por los hechos
noticiosos. La gripe A generó una interminable sucesión de acontecimientos que operan como centro de gravedad de la atención periodística. Estadísticas que indican el ascenso rápido del
número de casos, discursos oficiales y opiniones de expertos, escenas de aeropuertos, calles, y escuelas vacías, ciudadanos con barbijos y denuncias de estigmatización encajan
perfectamente en la definición de lo que es noticia. Todo esto ayuda a describir un cuadro de crisis, conflicto, incertidumbre y mortalidad, ingredientes habituales del recetario
periodístico.

Una vez que encuentra el gancho noticioso, la prensa cae en otro conocido vicio: ser megáfono de fuentes oficiales y expertos técnicos. Si éstos coinciden en que el peligro es real y en
que ésta puede ser la gran epidemia preanunciada, se explica que los medios sigan detrás de la noticia. Hace tiempo que los epidemiólogos se preguntan no si habrá una pandemia sino
cuándo ocurrirá, aunque no sepan si las consecuencias serán similares a las de las epidemias de 1918, 1957 ó 1968. Su frustración habitual es que sus diagnósticos sólo son escuchados
cuando hay brotes con costados noticiosos.

En las últimas semanas, las advertencias de los expertos coparon la atención. La prensa amplificó el consenso de la Organización Mundial de la Salud y otros organismos. Los titulares
que meten miedo reflejan, en gran medida, esas conclusiones. Si los expertos anuncian la posibilidad de una crisis mundial y recomiendan subir el estado de alerta, la prensa actúa como
espejo de sus convicciones. No fue invento de los medios o, como sugieren los conspirativos, una maniobra insidiosa de manipulación o distracción de la opinión pública. Hay señales
concretas de alarma.

Por otro lado, la duda científica es contraria a la certeza periodística. Incógnitas sobre la letalidad y expansión de la gripe A, que son comunes entre los expertos, no encajan con el
titular convencido y tajante ni con la afirmación sucinta.

El brote de 2009 muestra que los desafíos en época de globalización son concretos. Vivimos en la sociedad del riesgo mundial. Un virus se disemina rápido en un mundo en movimiento;
varias industrias se ven afectadas; el problema requiere acción y coordinación global; los gobiernos se enfrentan con urgencias impostergables. El problema comunicacional es de igual
magnitud y requiere que no se cabalgue sólo en la dinámica feroz de la noticia.

¿Cuánta atención mediática es suficiente? No es una cuestión de cantidad. Así como hay vigilancia epidemiológica que regularmente monitorea posibles brotes, se precisa una actitud
similar de los medios. Informar sin titulares disonantes ni sensacionalistas, hacer un seguimiento continuo de enfermedades, y vigilar acciones de los gobiernos para evitar futuros
brotes. Ni las epidemias ocurren de un día para el otro ni su potencial disminuye cuando se apagan las cámaras. La transformación de un virus animal en patología humana es un riesgo
permanente y creciente por factores climáticos, económicos y sociales. Le cabe a la prensa cubrir las epidemias silenciosas aun cuando no merezcan ser tapa u ofrezcan costados obvios
para hincarle el diente apocalíptico. También le compete cotejar con responsabilidad la información oficial, que suele inclinarse por tranquilizar a la población o sumar credibilidad.
La pregunta es cómo superar la tendencia generalizada (no sólo periodística) de hacer aparecer y desaparecer problemas de salud, de obsesionarse con temas que debieran ser discutidos
sistemáticamente y no sólo cuando se convierten en riesgos tangibles.


Este texto fue publicado originalmente en la edición argentina de Newsweek. Agradecemos al autor su permiso para publicarlo.

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