jueves 28 marzo 2024

La crucifixión

por Fedro Carlos Guillén

Tengo amigos de muy diversos calibres y talantes. Los hay beodos como marinos irlandeses, otros son unas lumbreras y algunos más podrían generar la sospecha de una forma benigna de retardo mental. Seguramente usted, querido lector, se preguntará: “¿y eso a mí que chingados me importa?”. Dado que esta es una revista que analiza medios y no la vida personal de sus colaboradores probablemente tenga razón, pero deme unas líneas para explicarme.

Conozco a Gabriel Quadri, candidato del Panal a la Presidencia de la República, de hecho es uno de mis mejores amigos: me he sentado a su mesa, él en la mía y hemos compartido el pan, la sal y momentos de debate ríspido pero sobre todo de risas compartidas. Me parece uno de los hombres más lúcidos que conozco y es por ello que recibí, no sin cierto sobresalto, la noticia de su candidatura que, como es evidente, tiene costos y beneficios.

Todo aquel que quiera un puesto de elección popular debe asociarse a un partido y en consecuencia morderse una tripa ya que todos, absolutamente todos los partidos tienen actuaciones impresentables desde mi punto de vista. De hecho hasta ahora mi único dilema electoral es el del color de la pluma con la que anularé mi voto. En el caso de Gabriel es evidente que el costo más alto es que se le asocie con Elba Esther Gordillo, quizá una de las figuras públicas más aborrecidas por los mexicanos. No pienso cuestionar su decisión

que es la que tomó y de nadie más, mi afecto por él permanece inalterado. Sin embargo, me interesa comentar con usted, querido lector, la entrevista a la que fue sometido por Carmen Aristegui, Denisse Dresser, Ricardo Raphael y Lorenzo Meyer, y si digo sometido fue porque es una de las más duras que me ha tocado escuchar.

Hasta ahí todo en orden, nadie debería sorprenderse de que figuras públicas enfrenten a medios que no son complacientes, de hecho es de agradecerse el talante crítico. El problema, desde mi punto de vista, es que Quadri había sido juzgado sumariamente antes de iniciar las preguntas y ello fue muy evidente ante el tono apocalíptico de algunas. Uno esperaría que a un candidato se le inquiera sobre sus ideas, su plataforma, sus valores personales, en fin, sobre cuestiones de pertinencia pública. Quizá la relación (muy superficial eso lo sé) de Gabriel con Elba Esther lo sea. Sin embargo, pasar por la picota a alguien mediáticamente usando inclusive adjetivos que lo califican suena más a un fusilamiento que a un intercambio de ideas.

Seguramente la inexperiencia de Quadri en estas cuestiones le hizo pagar una factura. Cuando conoció a Elba y los medios lo cuestionaron dijo que era una mujer “admirable” adjetivo que yo no utilizaría ni con cinco botellas de Huasteco Potosí encima. Luego, en la entrevista intentó matizar ese dicho generando un segundo error. Asimismo, fue evidente su molestia y en algún momento deslizó el término “crucifixión” refiriéndose a la entrevista, por supuesto otro error, porque se le podría argumentar que al que no le guste el calor no se acerque a la cocina.

Varias son las conclusiones que el caso puede ofrecer, por un lado los medios erigidos en espada de Damocles jugando a veces con la víscera para pasar por las armas a quienes buscan. Por otro el necesario fogueo que se debe tener para enfrentarlos con las menores magulladuras posibles.

Tengo un amigo candidato a la Presidencia, no soy su defensor incondicional pero sí alguien que lo admira y aprecia. Las ideas que ha propuesto hasta ahora me parecen impecables: debate sobre legalización de las drogas, IFE educativo y neutral, inversión privada en Pemex y CFE, entre otras, aprobación de matrimonios entre personas del mismo sexo, etcétera. Podríamos decir que nos hallamos ante un buen candidato en un mal partido. Ojalá que ese lastre no sea un dique para que estas ideas liberales y progresistas se pierdan en la gritería de la forma y no del fondo y se pueda construir una agenda política moderna a debate entre todos los candidatos. Con mi amigo seguramente me encontraré pronto para tomar un trago (él ron, yo wisqui) a la luz de una velada en la que armaremos y desarmaremos al mundo.

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