martes 19 marzo 2024

Jazz y complicaciones

por Daniel Herrera

En su libro semiautobiográfico, The Real Frank Zappa Book, el compositor relata una anécdota para ilustrar por qué llama al jazz la música del desempleo. En 1969, los Mothers of Invention salieron de gira con algunos combos de jazz. El organizador era George Wein, director del Newport Jazz Festival. En Carolina del Sur, Zappa encontró, en el backstage, a Duke Ellington “pidiendo (suplicando) un adelanto de diez dólares. Aquello daba pena”. Fue ahí cuando el guitarrista decidió acabar con la banda. Su argumento: “Si Duke Ellington tenía que pedirle a un ayudante de George Wein diez dólares, ¿qué coño hacía yo con una banda de diez músicos intentando tocar rock and roll o algo que era casi rock and roll?”

Desde entonces la miseria para el músico popular preparado es la misma, si no es rock, es salsa o cumbia o banda o norteño o reguetón. Quien aprendió y perfeccionó su trabajo tocando jazz debe interpretar otro tipo de estilos para sobrevivir. Y a pesar de que en EU y Europa es más sencillo, en apariencia, vivir del jazz, es común que muchos músicos también toquen en orquestas de variedad o versátil para pagar la renta.

En México, una de las mejores formas de aprender a dominar cualquier instrumento es a través del jazz, pero también es excelente forma de complicarse la economía doméstica. Con todo y eso, algunos han logrado sobrevivir. Son admirables y están llenos de tesón a pesar de que a veces viven una vida miserable y llena de altibajos, sobre todo aquellos que no se encuentran en las dos ciudades que concentran casi todo el trabajo jazzístico del país: la Ciudad de México y Xalapa.

 

Pero no sólo los músicos deben hacer grandes esfuerzos por vivir de la música que aman, también los promotores, productores de radio y críticos, muchas veces, ellos mismos músicos, deben trabajar el doble por un género que no produce casi nada de dinero.

Entre estos últimos, resalta el trabajo de Alain Derbez, quien, además de tocar el saxofón también se dedica a la escritura y la investigación.

 

Su libro El jazz en México es obligado para entender lo que se ha hecho en este género dentro del país.

Roberto Aymes, contrabajista, también ha escrito distintos textos sobre el jazz mexicano. Su principal libro es El panorama del jazz en México durante el siglo XX. Germán Palomares Oviedo se ha dedicado al jazz desde hace más de 40 años. Se ha especializado en la promoción de la música y a su difusión a través de la radio.

Pero quien más ha escrito sobre jazz es, sin duda, Antonio Malacara, periodista que lleva casi 20 años publicando su columna en La Jornada además de algunos libros sobre el tema. El último gran esfuerzo de Malacara es el Atlas del Jazz en México, editado en abril del año pasado.

El libro consiste en una investigación grande, tal vez enorme, en donde se recopila los nombres más importantes de los implicados en el jazz nacional. Surge de la necesidad de entender el género más allá de la Ciudad de México. Aunque el personal es abultado, al final el lector se da cuenta de que es una verdadera minoría.

¿Qué tan amplio puede ser el gusto por el jazz en un país donde la música más escuchada en Spotify es el reguetón? No estoy emprendiendo aquí, la más gastada queja de aquellos que se siente superiores a la media nacional, sólo estoy apuntando un hecho. Si algo hay lejos del jazz es el reguetón. Y aun así, en cualquier momento alguien podrá unirlos por un cortísimo periodo.

El libro, entonces, responde a la pregunta: ¿qué sucede en el jazz nacional?

Para encontrar la respuesta Malacara lo dividió en una larga sección de entrevistas a músicos y promotores de jazz de cada uno de los estados del país y tres directorios, uno de bares, cafés y restaurantes donde se toca jazz ya sea esporádicamente o todas las semanas; otro de programas de radio y otro de todos aquellos que se dedican al jazz, pero no fueron incluidos en las entrevistas.

Queda claro que la parte más interesante del libro son las entrevistas o memorias que puebla la mayor parte del libro.

Aquí encontramos las confesiones de un grupo de personas que han luchado por un estilo musical y han triunfado de alguna manera, a pesar de caer y levantarse casi a cada paso. La queja fundamental de casi todos se puede resumir en dos partes: no hay dinero en esta música y no hay dónde tocar esta música todas las semanas.

A pesar de lo que pueda parecer, estos lamentos son compartidos, no solo por personas que viven en provincia, sino incluso por músicos que trabajan en la Ciudad de México. Pienso que este problema puede tener múltiples razones. Me animo a explorar unas cuantas aquí: por un lado, creo que hay una idea errónea en el público quien percibe al jazz como una música demasiado compleja, que no invita al simple disfrute, sino que exige un pensamiento profundo del escucha. Algo que puede ser fácilmente desechado porque dentro del jazz hay muchas obras que fueron creadas sólo para divertirse.

También pienso que el inconveniente tiene que ver con los músicos, quienes, a pesar de que son técnicamente impecables y pueden demostrar su virtuosismo por horas, olvidan que no están tocando para otros músicos, sino para todos, para cualquiera. Creo que eso aleja más a un escucha poco avezado en términos estilísticos musicales.

Y, una idea final, pienso que el jazzista mexicano no ha podido fundir el jazz a una tradición propia. Muchos lo han intentado y los resultados han marchado hasta cierto punto. Pero, ¿por qué el jazz cubano tiene resonancia mundial y el mexicano no? Tal vez porque la fusión en Cuba se dio de una manera mucho más natural que aquí. Esto tiene que ver con las raíces de la música cubana y el jazz así como otros aspectos socioculturales.

En fin, estas reflexiones surgen a partir de las distintas lecturas que hacen del jazz los personajes entrevistados en este Atlas, documento que ayuda a desentrañar esta música que vive y suena en el país.

 

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