jueves 28 marzo 2024

Izquierda y derecha como ideología

por etcétera

El modo de producción donde nos encontramos (llamémosle “todavía capitalista”) es un sistema global y suprahistórico. Nos produce y conduce de forma “objetiva”; ninguna conciencia “subjetiva” lo sobredetermina. Es un mecanismo “técnico”, nunca una o varias personas. Resulta imposible que un sujeto o grupo de sujetos lo maneje por su voluntad o capricho y que lo haga cambiar de sentido. Es un objeto que gobierna por completo las subjetividades, porque determina las acciones. Es El Sistema.


Nada ocurre afuera de este modo de producción; por eso es “global”. Tampoco se ve que haya comenzado ayer y que vaya a terminar mañana, es por eso “suprahistórico”. Que haya crisis de forma permanente es un elemento sustancial para hacer funcionar el proceso, la crisis es más que esencial para la producción de plusvalor; de modo que la ignorancia voluntaria, el delito organizado y el terrorismo forman parte integral del sistema, no le hacen daño ni lo destruyen.


La fuerza del capitalismo radica en hacer ingresar dentro de su sistema todas las posibilidades de socialidad y antisocialidad, nada ocurre como su negación o supresión; su superación se plantea como parte de su mismo desarrollo, lo que lo niega es su auto-afirmación trascendente, nunca su destrucción. Porque el mismo sistema del capital produce su crítica y su corrección de sentido por medio del afán de justicia, sabiduría y felicidad para todos. Un ideal utópico, es cierto, pero un ideal deseable para todo mundo, un consenso abstracto pero efectivo. Hacer que acabe el capitalismo significa realizar sus deseos de mundo mejor, sus propuestas básicas: libertad, igualdad, identidad, educación, trabajo y buena vida. Ideales que hoy día se expresan en la democracia realmente posible, con todo y sus defectos siempre corregibles.


El ser básico de la globalización radica en la diversidad, ser siempre una suma de diferencias. Lo que integra la unidad del sistema es abstracto y nada subjetivo, son las relaciones económicas infraestructurales; las relaciones cósicas del dinero y las mercancías; la mano invisible de la ley de la oferta y la demanda. Por tal razón, la “democracia” se plantea como acuerdo en las diferencias y no como un modo de acabar con ellas; la igualdad impuesta en abstracto termina siendo una dictadura déspota y la imposición por la fuerza de un proyecto subjetivo, parcial y generalmente egoísta.


Por tanto, la burda distinción teórica de lo político entre “izquierda” y “derecha”, no sólo simplifica y falsea de modo brutal lo real, sino que lo enajena en un sistema ideológico más próximo a la religión que a la ciencia política. Desde su origen, la distinción entre izquierda y derecha es completamente maniquea; quiere reducirlo todo a la lucha a muerte entre sólo dos fuerzas, cosa irreal por completo. La izquierda sería la fuerza divina del pueblo, la justicia, la igualdad y la comunalidad; en tanto que la derecha sería justo lo contrario, la fuerza maligna de la élite, la milicia, la jerarquía y la liberalidad. Suena bonito pero no dice nada sobre lo que en verdad ocurre como accion social.


Tal es, a mi entender, el principal error teórico y metódico de Karl Marx como crítico de la economía política, su extrema dependencia del pensar católico-maniqueo de Hegel; fácilmente lo redujo todo a la lucha entre sólo dos clases sociales, así, en teoría, todo se ve muy claro y sencillo: es la lucha de los buenos comunistas contra los malos capitalistas y tan tan. Porque según esta idea religiosa los buenos siempre ganan al final.


La realidad es plural y diversa, más en una democracia abierta. El monismo es tiranía y el dualismo paraliza. La creencia de que hay derecha e izquierda en política sólo es un defecto del pensar religioso, un auto-engaño. Algo así como creer que la Tierra es plana porque se ve plana, y que el Sol es lo que gira en torno a ella porque es lo que nos hacen creer los ojos. Se ve bien, se ve bonito y fácil de entender; pero es algo falso por completo, sólo una elaboracion ideológica de la ignorancia voluntaria o flojera de pensar. De nada sirve la lógica dualista para actuar de modo justo y coherente en el presente de la economía política y así convocar un futuro mejor.

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