lunes 18 marzo 2024

¿Involución del periodismo o cinismo mercantil?

por Juan Manuel Alegría

Este texto se publicó originalmente el 23 de febrero de 2017.

En los EU es donde se inventó lo peor y se ha dado lo mejor del periodismo. Son ya míticos los nombres de los magnates de la prensa que se consolidaron como los más influyentes antes de finalizar el siglo XIX: Joseph Pulitzer (New York World) y Randolph Hearts (New York Journal). En esa época los conceptos de objetividad y la búsqueda de la verdad como premisas del periodismo aún no eran básicos o esenciales para ese ejercicio. En ese siglo (y antes) lo que se publicaba era fundamentalmente periodismo de opinión y no importaba falsear o inventar una nota (no se inventaron ni explotaron las notas falsas como ahora en Internet); medios y periodistas tomaban partido por un político o colores partidistas. No se habían desarrollado esquemas éticos; la verdad no era importante.

Fue ya entrado el siglo XX cuando se nota la preocupación por la deontología periodística; el periodismo evoluciona a estadios de mayor responsabilidad, precisión, imparcialidad e independencia. De tal manera que, quien fuera uno de los creadores y ejecutantes acérrimos del periodismo amarillista, Joseph Pulitzer, reflexionó y cambió. Fundó en 1912 la primera Escuela de Periodismo en la Universidad de Columbia. Y hasta hoy se premia lo mejor del periodismo con un galardón que lleva su nombre.

Se crearon códigos de ética para los medios. Y aquél periodismo de baja estofa se fue relegando a lo que se llamó “nota roja”, que está dirigido, según el maestro en ética periodística Niceto Blázquez, para un sector determinado, cuyos lectores habituales “suelen ser personas de baja cultura y gente ingenua o moralmente perversa”, agrega que este tipo de información “no merece la categoría de periodismo” porque su fin no es informar sino “ganar dinero explotando cualquier acontecimiento, falseándolo y hasta inventándolo, si ello fuera necesario, y sin ningún pudor ético o respeto al público […] No tiene ética del fin, ni tampoco de los medios, por lo que el amarillismo termina siendo sinónimo de inmoralidad total”. (El desafío ético de la información)

El periodismo estadounidense fue modelo a seguir para el mundo occidental. Aún se releen a Tom Wolfe y Gay Talese, por ejemplo. Más tarde, el famoso caso Watergate fue disparador para el periodismo de investigación. En muchos casos, el periodismo se consolidó como un contra-poder en un Estado y fundamental para la democracia. Y así terminaba el siglo.

Sin embargo, el periodismo no siguió una evolución a la par de la tecnología, la llegada de Internet lo alcanzó y lo sobrepasó. Si nunca dejó de existir la censura, la falta de independencia o el interés mercantil de los dueños de medios que afectaban al periodismo, con la incesante creación de medios, portales, páginas, blogs y publicaciones parecidas, adicionadas con plataformas como Facebook y Twitter, el periodismo se encuentra en una involución.

Han retornando el sensacionalismo y el amarillismo, la manipulación, la desinformación y el plagio alcanzan cotas inauditas; el rumor es moneda corriente en los medios, y una intoxicación al usuario ante la avalancha de información que no le permite analizar. Se ha revolucionado la información pero no ocurre igual con el conocimiento. Todo eso deja como letra muerta el derecho a la información del individuo.

Claro, todo esto crece de manera proporcional; por ejemplo, en 1995, en el mundo había menos de 40 millones de usuarios en Internet; para 2008 ya eran casi mil 400 millones. Sumado a la explosión de la comunicación inalámbrica, millones tienen la posibilidad de ver información de manera instantánea, lo que incrementa el riesgo de creer en mala información ya que es más difícil contrastar y verificar.

Ante el surgimiento del “periodista ciudadano”, que no cuenta con los elementos obligatorios del periodista, las normas son arrolladas en la búsqueda de la mayor lectura o, en realidad, del mayor número de clics. De esa manera, aunque el nivel de escolaridad de alguien que pretende informar u opinar sea de nivel universitario, respecto al periodismo profesional, está, en general, casi en la misma situación de un periodista del siglo XIX, quien solamente necesitaba leer y escribir para ser contratado en un periódico. Se le quitó sin avisar, al periodista, el privilegio de informar.

Y los profesionales, olvidan las calles para cazar las notas desde su escritorio, lo que es un eufemismo para significar “copiar y pegar”. La mayoría de medios que practicaban un periodismo serio, con su contraparte virtual, se sumaron a lo que la Red proponía (desde principios de los noventa ya comenzaba el periodismo virtual), donde lo más importante es la imagen y el audio que el texto. Hoy luchan por la primicia que deja de serlo en segundos. Sus temas: los escándalos. El robo de información y el abuso a la intimidad es lo común y la falta de respeto a la propiedad intelectual. Y cuando se lanza una iniciativa para regular las redes, se alzan las voces de “¡censura!”. Hubo de pasar algo de dimensiones enormes, como las elecciones de EU, donde se involucró a Facebook como trasmisor de rumores y noticias falseadas, para tomar providencias en esa plataforma

Es cierto que la crisis ha afectado a los medios tradicionales y, para captar recursos, apuestan ahora al periodismo digital, la mayoría sin abandonar el impreso; también es real que el descrédito de los mismos orilló a las audiencias a volcarse a la Red, donde, por otra parte, la oferta era mejor: prensa, radio y televisión (video, gráficos, fotografías, animaciones, infografías, el hipertexto…) en un solo sitio, y lo inmejorable: casi gratis. Pero los periodistas, editores y directores no han logrado o no han querido mantener las reglas que tardaron muchos años en homogenizar el ejercicio ético del periodismo. Otro punto en contra de este cambio de modalidad es que la precariedad ha aumentado para el periodista, por eso, también, tiene otros empleos. Y, además, se le ha aumentado el trabajo: él mismo es fotógrafo, videasta, editor y diseñador, aparte de redactor.

Lo que se criticaba como mal periodismo ahora es parte de las portadas de los medios. Un asesinato, no importa si no es famoso el finado sino mientras más rara sea la muerte, mayor importancia tendrá; el desvelamiento de los glúteos de una mujer (“periodismo Kardashian”, le llaman algunos) mientras más famosa, mejor; la vida sexual, la infidelidad o cualquier comentario, por nimio que sea de algún famoso.

También se logra aquella visión de Andy Warhol: “En el futuro todos tendrán 15 minutos de fama mundial”; así, un vendedor de empanadas o una policía que muestra sus pechos, son motivo de tratamientos virales. Se reviven leyendas, resucitan mitos, mentiras, invenciones y prácticas periodísticas casi olvidadas; se informa de apariciones de fantasmas y demonios; fotografías de dragones (aunque sus alas desgarradas hagan imposible su vuelo); se publican declaraciones parciales y se omite la contraparte. La desmesura es tal que los medios mandan a reporteros a cubrir los 15 años de una chica en un pueblo del norte de México cuyo mensaje se hizo viral. No hay ocultamiento de los nombres y fotografías de mujeres violadas; las imágenes de las muertes violentas son explicitas. Ya no hay fronteras entre la publicidad y la información.

Las teorías conspirativas están en auge: la insostenible “muerte” de Paul McCartney sigue dando vueltas en muchos medios, así como que no fueron terroristas los que destruyeron las Torres Gemelas; o que, por fin, los Illuminati se apoderarán el mundo. Que el asesinato de Kennedy fue ejecutado por el propio gobierno, caso idéntico al de la princesa Diana. O que la Nasa no llegó a la Luna, que Elvis sigue vivo y que son ciertas las abducciones por alienígenas en platillos voladores.

Antes la información sobre el suicidio tenía una convención. Se consideraba pernicioso informar sobre este tipo de decesos, basado en que la noticia influía para que otras personas tomaran esa misma determinación contra su vida. “Un suicidio publicado provoca otro suicido”, se decía en las redacciones. Ahora nada de eso importa. Todo es noticia.

Uno de estos días nos enteraremos de que alguien vende su muerte a un medio y que este la compra; casi como lo que ocurrió una mañana de 1894, cuando un hombre embozado con una cobija, sosteniendo debajo de ella un bulto a la altura del abdomen, se acercó al encargado de un periódico y le preguntó que cuanto le daban por una noticia; “depende de la importancia”, respondió el empleado. El hombre se dirigió a una mesa, hizo a un lado la cobija y dejó caer sus intestinos. Explicó que en una esquina alguien le dio una puñalada que expuso sus vísceras.

Lo que hacía el hombre era la respuesta al anuncio del diario: “Se compran noticias”. El pago era proporcional a “la abundancia y veracidad de los detalles, de tal manera que cualquiera podría ganar en un instante, con un poco de actividad, desde diez centavos hasta ¡¡¡diez pesos!!!”. Eso cuenta el historiador Agustín Sánchez en su libro Terribilísimas historias de crímenes y horrores en la Ciudad de México en el siglo XIX. Ahora, por lo menos, se agradece que aún no retorne aquel lenguaje de la revista Alarma.

A pesar de que la sociedad ha superado el nivel de escolaridad que existía hace un siglo, abundan los horóscopos en los medios. Pese, también, que en ningún nivel escolar se toma en cuenta la pseudociencia llamada astrología, hay millones que creen en ella como rectora de su vida.

Hace 40 años, el 3 de septiembre de 1975, casi 200 científicos (entre ellos 18 premios Nobel) firmaron un manifiesto contra la astrología, por iniciativa del astrónomo Bart J. Book, el divulgador científico Lawrence E. Jerome y el filósofo Paul Kurtz. Estaban asombrados cómo en esa época (y cómo ha evolucionado el mundo desde entonces) de tantos avances, la gente creyera “en la magia y la superstición” y su difusión en la prensa, algo que solamente podía “contribuir al crecimiento del irracionalismo y el oscurantismo”.

Cuatro décadas después, como dice Javier Armentia, director del Planetario de Pamplona: “La astrología sigue muerta desde hace siglos, pero es un muerto que goza de muy buena salud, porque sigue siendo popular”. Por cierto, este científico en 1990 impulsó un manifiesto parecido al anterior, el cual firmaron 250 astrónomos y astrofísicos, bajo la premisa de que, “para defender la ciencia hay que ser combativo contra las pseudociencias”; sin embargo, 26 años después, se sigue arando en el desierto. Una tenue luz la acaba deencender el diario Perú 21 que, dando muestra de un periodismo racional, en los primeros días de enerodecidió suprimir su sección de horóscopos. Su explicación:

“Hace muchos años —en épocas más oscuras— era común que la humanidad se maravillara por la posición y el movimiento de los astros, llegando incluso a creer que afectaban en alguna manera su destino. Pero ahora, en pleno siglo XXI, sabemos que la astrología es una creencia que jamás revelará los misterios del universo como lo hace la precisa y científica astronomía.

“Es por eso que no solo debemos reconocer al horóscopo como anacrónico, sino también como una pieza que no tiene lugar en nuestro diario por los principios éticos que rigen a la hora de informar a nuestros lectores y nuestro compromiso con la veracidad. […].

“Sin embargo, en Perú21 decidimos empezar este 2017 sin ningún tipo de predicción o carta astral, sino con hechos y el análisis crítico de los mismos, tal y como demanda nuestra profesión y vocación.

“Así como no entrevistamos a videntes ni damos espacio a chamanes, hemos decidido comenzar este nuevo año con la necesaria decisión de eliminar todo rastro de esoterismo del diario”.

Hablando de chamanes, brujos y adivinadores, es deplorable que en los medios se les dé espacio a los charlatanes que estafan a los incautos con sus falsas predicciones. A finales de año y a principios del nuevo, los medios atraen a miles que se enteran de los nuevos vaticinios. Por supuesto, esos medios que explotan la ignorancia de las audiencias no revisan todas las predicciones en las que no acertaron sus brujos, que fue la gran mayoría. Si hubo una que se “cumplió” se debió a una coincidencia. Si alguien dice que “en 2017 morirán 100 famoso”, lo más probable es que acierte en más del 50%. Es natural que los famosos de la década de los 60, 70, 80 o 90 estén en riesgo de fallecer.

Por ejemplo, a principios de diciembre pasado varios medios publicaron las adivinaciones del “Brujo Mayor”. Sin embargo no atinó a lo que había pronosticado casi un año antes. En enero de 2016, en una entrevista para Univisión con “El Gordo y la Flaca”, “el Brujo Mayor” ofreció sus vaticinios para Donald Trump y otros:

–Donald Trump va a tener muchísimos problemas. No llega como candidato presidencial del partido Demócrata… — Republicano— lo corrige “el Gordo”.

–Republicano —dice el brujo— y no llega a ser oficial.

En diciembre él cae en una crisis nerviosa y tal vez lo tengan que meter a un siquiátrico; problemas graves de salud. Es absolutamente claro. Y apuesto mi cabellera si no— afirmó el charlatán, quien no se ha cortado nada de su pelambre. El video fue eliminado del sitio de Univisión.

El 4 de enero del año pasado, en Excélsior, el brujo siguió con sus augurios:

“Antonio Vázquez Alba, popularmente conocido como ‘el Brujo Mayor’, auguró para 2016 ‘previsiones geniales’ para México, en lo que representará un ‘año maravilloso’ en el terreno económico. Auguró que el año que comienza será de ‘mucho trabajo, mucho dinero’ para los mexicanos […].

“Desde su punto de vista le va a ir mal a Luis Miguel, porque ‘físicamente está muy mal’ y consume mucha droga; Juan Gabriel tiene un año extraordinario; tiene muchos conciertos; va a tener mucho trabajo. Y además ‘una mujer que va a resurgir es Gloria Trevi’, opinó” (http://www.excelsior.com.mx/nacional/2016/01/04/1066766).

Con el diario El Clarín fue más extenso: “vaticinó” que moriría el Chapo, caería y moriría Nicolás Maduro y que Fidel Castro seguiría vivo (http://www.https://www.clarin.com/mundo/trump-chapo-maduro-predicciones-mexicano_0_VJ_evxLDg.html).

Pues así como “mucho dinero”, para los mexicanos, no hubo; Juan Gabriel murió, Fidel también y Maduro terminó el año en su silla presidencial y sigue con vida. De igual forma, ante cualquier evento de interés mundial, los medios echan mano de las famosas profecías de Nostradamus, un hombre astuto que engañó a los de su tiempo (y sigue engañando). Peter Lamesuier, especialista en su vida y obra, ha demostrado, que Nostradamus tomó muchas de sus “profecías” de la Biblia, también incluyó, disfrazados, pasajes de Plutarco, Tito Livio o Suetonio, así como de cronistas medievales. Pero no hay, absolutamente, ninguna profecía que se haya cumplido, aunque sus seguidores intenten demostrar que sus cuartetas crípticas se pueden interpretar. A su charlatanería se suman las profecías inventadas. Como las que aluden a la tragedia del atentado del 11-S; al accidente del transbordador Columbia en febrero de 2003, que cobró la muerte de siete astronautas y así varias más.

Parece que los medios siguen los preceptos del mejor propagandista de la guerra: Joseph Goebbels: “Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”.

Por ejemplo: “Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan”. O el Principio de la exageración y desfiguración: convertir cualquier anécdota, por pequeña que sea, en amenaza grave. O el Principio de la vulgarización: “Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar”.

No es posible o creíble que los directores, editores y periodistas no sepan que están en terrenos ajenos a la ética ¿entonces? ¿Es cinismo mercantil? Con razón, el periodista Pascual Serrano escribió un libro que se llama Traficantes de información

 

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