jueves 28 marzo 2024

Investigar en la sociedad de la información

por Raúl Trejo Delarbre

La sociedad de la información es el contexto indispensable en el examen de las nuevas tecnologías de la comunicación pero, al mismo tiempo, es objeto de estudio en sí misma. Igual que en otros casos en las ciencias sociales, los investigadores de estos temas tenemos la oportunidad, pero también el desafío, de analizar el entorno que las determina lo mismo que las innovaciones comunicacionales y sus efectos específicos, los cuales son posibles gracias a la imbricación de los contenidos digitalizados con las telecomunicaciones.

El entorno constituido por la sociedad de la información ha propiciado reflexiones fundamentales, y a veces fundacionales, que toman en cuenta elementos como la globalización económica y cultural, la propagación instantánea y abrumadora de abundantes contenidos, la irradiación de datos y experiencias consustancial a Internet y las dificultades que se mantienen en amplias zonas del mundo para conectarse regularmente a ella.

A la sociedad de la información se le ha idealizado lo mismo que denostado. El debate acerca de los intereses y consecuencias que hay detrás y por efecto de ella ha sido tan crispado como, a menudo, esquemático. Los enfoques integrado y apocalíptico, ampliamente conocidos cuan frecuentemente esgrimidos en estas discusiones, han vitoreado de manera prematura, lo mismo que descalificado irreflexivamente, la existencia misma de la sociedad de la información. Cuando nos hemos limitado a ensalzarla, o a estigmatizarla, hemos incurrido en alguno de los más frecuentes síndromes que conducen a perspectivas parciales e insuficientes en las ciencias sociales. Mirar únicamente a la sociedad de la información como asunto general equivale a prestar atención sólo al bosque, desdeñando la complejidad, las ramificaciones e incluso los senderos contradictorios constituidos por los muchos árboles que la pueblan. De la misma manera, ocuparnos únicamente de uno o varios de esos árboles sin tomar en cuenta el bosque en donde surgen, se expanden, encuentran sentido y se convierten en fenómenos sociales y culturales, implica renunciar a reconocer el contexto que los hace posibles.

Para dejarnos de metáforas botánicas, vale decir que entender a la sociedad de la información de hoy en día requiere comprender su contexto y estar al tanto de temas como las viejas y las nuevas opciones de producción audiovisual, los mecanismos de propagación digital que modifican el sentido original de la radio e incluso de la prensa, la expansión de Internet y las formas de apropiación que la gente ejerce respecto de ella, el surgimiento o la extensión de códigos culturales que se pregonan en el chat o en los blogs y que son parte del sustento de nuevas formas de socialización, el intenso y hasta hace poco impredecible desarrollo de la telefonía móvil y las maneras como está modulando y afectando a la interacción entre los individuos, la asimilación de las industrias de la información digital a extensos pero concentrados grupos comunicacionales… Hablar de la sociedad de la información puede convertirse en un enorme y reiterado cliché si no dotamos de contenido a esas reflexiones.

Diez rasgos en la investigación
1. Un primer problema con el que tropezamos cuando queremos hacer diagnósticos lo mismo panorámicos que segmentados de la sociedad de la información, es la rapidez con que cambian algunas de sus principales manifestaciones. La velocidad misma, tanto para la transmisión de mensajes como en la irradiación de los nuevos dispositivos tecnológicos, es uno de los rasgos de la sociedad de la información. Ese atributo se convierte en dificultad cuando tratamos de registrar las mutaciones del nuevo entorno tecnológico y social.

2. Con frecuencia, en segundo lugar, más que análisis de estas nuevas tecnologías hacemos apenas la crónica de su desarrollo, obligándonos siempre a fragmentar su circunstancia y efectos para poder ocuparnos de ella. Somos o queremos ser o tenemos que ser a la vez investigadores y protagonistas de ese desarrollo. Cuando estudiamos los usos de la red de redes, los efectos del teléfono móvil o las implicaciones de los dispositivos de reproducción audiovisual con formatos mp3, nuestra experiencia personal se sobrepone inevitablemente al examen de esas nuevas tecnologías.

3. Un tercer desafío se encuentra en la costumbre de abandonarnos a la seducción que siempre impone la reflexión conceptual o circunscribirnos a reproducir la gracia del dato duro. La tirantez entre especulación metodológica e información empírica, se presenta con frecuencia en las ciencias sociales y especialmente en el estudio de los medios. A veces nos asombramos tanto con el descubrimiento personal de nuevas utilerías tecnológicas y sus apropiaciones sociales que, a cada innovación, creemos que nos encontramos ante cambios drásticos o definitorios de nuevos efectos o conductas. Entre quienes observamos estos temas es frecuente la costumbre de querer encontrar, a cada momento, transformaciones substanciales o parteaguas históricos. En el otro extremo, tenemos a nuestra disposición tantos y a veces tan contradictorios datos acerca de estas nuevas tecnologías que a veces, abrumados en ellos, nos limitamos a glosar cifras y a remachar en ellas sin ceñirlas a un contexto analítico y crítico.

4. En cuarto lugar, y ésta no debiera ser queja sino fuente de exigencias, tenemos una producción intelectual tan constante y abundante acerca de temas como los mencionados que resulta prácticamente imposible estar al tanto de toda ella. En todo el mundo los estudiosos de la comunicación, pero también cada vez más los profesionales de otras disciplinas, se interesan por la sociedad de la información y los asuntos correlativos a ella aunque no siempre los reconozcan con las mismas denominaciones. Y tan sólo en el campo de quienes nos asumimos como estudiosos de la comunicación, hay una bibliografía y una proliferación de otros productos académicos tan variada (tesis, papers, artículos en revistas, ensayos en libros colectivos y ahora documentos en sitios web) que, por lo general, apenas si acertamos a estar al tanto de lo que se hace en unas cuantos países o solamente en algunas universidades.

Foto: www.kapta.com.mx

5. Esa abundancia de textos académicos, en quinto lugar, no significa que, por lo general, existan corrientes analíticas claramente diferenciadas ni que en todos los casos atiendan a metodologías únicas. Sería exagerado considerar que tenemos marcos teóricos del todo precisos para el estudio de la sociedad de la información. La novedad de estas indagaciones, lo mismo que las mutaciones que experimentan los nuevos medios y sus efectos, dificultan la adaptación al examen de la sociedad de la información de enfoques como los que se originan en el funcionalismo, la economía política, el análisis del discurso o los estudios culturales, entre algunas vertientes de la reflexión que ha prosperado en otras áreas de la comunicación. Sin duda hay tendencias y preferencias a las que de manera franca o implícitamente se adscribe cada investigador. Pero este campo es tan reciente que, a excepción de enfoques polares como los que antes comentábamos, aun están por conformarse escuelas de pensamiento expresamente diferenciadas en la búsqueda de explicaciones y para la comprensión prospectiva de los nuevos medios y sus variadas implicaciones.

6. El estudio de la sociedad de la información, en sexto término pero esta es una de sus exigencias primordiales, tiene que ser multidisciplinario e incluso, como cada vez resulta más posible, transdisciplinario. Quienes hace algunos años nos acercamos al estudio de la comunicación desde la sociología, la antropología, o la filosofía, por mencionar sólo algunas de las formaciones disciplinarias de quienes estamos involucrados en estas tareas, con frecuencia tenemos que ampliar el diafragma de nuestras lentes analíticas para tomar en cuenta elementos de la economía, la historia, el derecho, o incluso de especialidades como las ingenierías y la cibernética. Hemos tenido que confirmar, en ese desarrollo, la maleabilidad de la comunicación como disciplina y posiblemente, incluso, la necesidad de que se mantenga su indefinición como espacio de convergencia entre vertientes antaño disímiles de las ciencias sociales y las tecnologías.

7. El estudio de los medios que concurren y se expanden en la sociedad de la información implica la fascinación de lo novedoso. Al observarlos, dicho sea en séptimo lugar, con frecuencia nos sentimos pioneros porque hay mucho de exploración inédita y de identificación de nuevas expresiones sociales y culturales en el atisbo de estos medios. Sin embargo tenemos que mantenernos alertas para distinguir lo auténticamente inédito de tendencias e inercias ya conocidas en el estudio de la comunicación. Estamos ante medios cuya originalidad tecnológica no siempre significa prácticas comunicacionales realmente nuevas.

8. Pero indudablemente hay tendencias originales que podrían trocarse en nuevos usos sociales y culturales cuando por ejemplo, a pesar del entrañable aprecio que muchos de nosotros tenemos por la tinta y el papel, cada vez hay más documentos, incluso libros, que circulan exclusivamente de manera electrónica y que jamás serán impresos ni leídos de manera convencional. Algo está ocurriendo cuando en Japón algunas de las novelas de mayor difusión en los meses recientes fueron escritas para ser leídas en el teléfono móvil y han sido descargadas, en algunos casos, por más de 20 millones de personas. ¿Qué complejidad dramática, cuál lenguaje y con qué sintaxis pueden tener esas novelas que se leen en el móvil y se conservan en el disco duro de las computadoras? Algo cambia, también, cuando para centenares de millones de personas en todo el mundo las redes sociales de las que forman parte en Internet complementan de manera insustituible a las formas de relación presenciales y cara a cara de las que ya disponían antes de MySpace o de la concurrencia a salones de chat.

9. A quienes nos interesamos en el estudio de la sociedad de la información nos corresponde no sólo inventariar sino, además, tratar de entender el alcance de esas transformaciones. Estamos no sólo ante una multiplicación inédita y formidable de las opciones de consumo cultural sino ante formas distintas de apropiación de los productos de esa índole. Ahora, por ejemplo, los aficionados a un determinado tipo de música pueden elegir una sola melodía y no necesariamente todas las que están incluidas en un disco, de la misma manera que los interesados en un libro pueden seleccionar un capítulo en línea y no necesariamente todo el volumen. Esas nuevas formas de apropiación implican mayor libertad en el consumo pero también la segmentación e incluso la atomización, en la práctica, de las obras culturales. Es preciso entender esos fenómenos sociales y culturales en sus variadas dimensiones. Así, en un tema adyacente al que hemos mencionado, por lo general, existe más preocupación por los derechos de autor (a los que se confunde con las ganancias de las empresas) que por los derechos de las audiencias.

10. En el estudio de los nuevos medios y de la sociedad de la información tenemos, en décimo lugar, la necesidad de trascender los lugares comunes que frecuentemente les hemos impuesto. Hemos creído, sin indagar lo suficiente, que Internet tuvo un origen puramente militar, que con la red estamos ante un advenimiento fatal y promisorio de la interacción entre emisores y receptores, que estos recursos modifican radicalmente los quehaceres político, cultural y periodístico, o que resultan inevitablemente democratizadores. Sin embargo, en los mencionados ejemplos, el nacimiento de la red de redes no estuvo tan supeditado a intereses del Pentágono como a menudo se dijo, la interacción que hace posible ha sido aprovechada por unos cuantos de sus usuarios mientras la gran mayoría sigue limitándose a un consumo pasivo de contenidos, el periodismo sigue y muy probablemente seguirá siendo realizado por profesionales de ese oficio que se nutrirán de abundantes fuentes de toda índole entre ellas blogs y otros recursos en línea, y por lo pronto Internet ha servido como espacio de información y discusión aunque, en lo fundamental, la conformación de la cultura cívica en nuestras sociedades sigue dependiendo de los ámbitos de socialización y medios de comunicación convencionales. En el otro extremo, hay quienes se limitan a mirar exclusivamente los efectos alienantes de espacios como los blogs y dispositivos como los iPod, o la capacidad de Internet para propagar contenidos basura, delitos y pornografía. En esa tendencia a frasear y luego reiterar lugares comunes influye mucho la ya señalada tentación maniquea, que con frecuencia se reduce al enfoque tremendista o al de índole complaciente. Pero la práctica de simplificar el análisis de estos asuntos también se debe al apresuramiento con que a menudo (sujetos como solemos estar a exigencias, agendas y sistemas de evaluación académica un tanto compulsivos) debemos resolver nuestras tareas de investigación.

Empeñarnos por aprender de la Sociedad de la Información para aprehender cabalmente sus significados sociales y culturales, tomar distancia respecto de manifestaciones triviales o anecdóticas sin perder la dimensión real de sus implicaciones, reconocernos en esa Sociedad de la Información sin olvidar que cuatro quintas partes de la humanidad siguen al margen de estos beneficios digitales y mediáticos, acaso nos permita contribuir para que además de datos este entorno tecnológico y cultural propague reflexiones. Todos estaremos de acuerdo en que es preciso lograr que la sociedad de la información lo sea también del conocimiento. Desde la investigación de estos temas, tenemos la oportunidad de favorecer la reflexión por encima de la negación o la estupefacción ante ellos. Podemos en suma, desde la investigación de los medios, coadyuvar a construir una sociedad de la argumentación y la deliberación.

Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM.
rtrejo@servidor.unam.mx

Participación en Investigar la Comunicación, Congreso Fundacional de la Asociación Española de Investigación de la Comunicación. Santiago de Compostela, 31 de enero de 2008.
Agradecemos al autor su autorización para reproducir este ensayo.

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