viernes 19 abril 2024

Héctor Aguilar Camín, un hombre que cultiva la memoria en sus libros

por Abraham Gorostieta Martínez

Héctor Aguilar Camín es un intelectual muy importante en México. Renuente a las entrevistas, pide las preguntas siempre por escrito. “No me gusta que me graben, pues tendríamos mucho trabajo de edición después”, dijo “El Doctor”, como todos le llaman en la redacción de la revista Nexos.

El historiador Jorge F. Hernández se refiere a él como “Aguilar Camus”, y pronto aclara “es muy brillante, fuimos juntos alumnos de Luis González, pero ahora hay que decirle así: Aguilar Camus, casi premio Nobel”. “Ah, vas a entrevistar a Aguilar Mamín”, dice Jorge G. Castañeda, uno de los más cercanos amigos de don Héctor, “Tiene una claridad asombrosa sobre todos los temas”, agrega el excanciller.

El exégeta

Desde muy joven era un personaje reconocido. En los ochenta, Manuel Becerra Acosta, director y fundador del periódico Unomásuno, cuando hablaba de él se refería al “exégeta”. Lo hacia para reconocerlo como el mejor intérprete de la política mexicana. Aguilar Camín estuvo desde los primeros meses del legendario Unomásuno, donde era el asesor de la dirección, hasta el 2 de diciembre de 1983, cuando fue cesado y abandonó el diario junto con Miguel Ángel Granados Chapa, Carmen Lira, Carlos Payán y Humberto Mussachio.

Unomásuno nació como cooperativa, con una participación mayoritaria de Becerra Acosta. Esto último, que era provisional, se consolidó y en el momento del conflicto, don Manuel poseía ya 60% de las acciones. A la renuncia del gerente general, Alberto Konik, se descubrió una administración desastrosa.

La amistad entre Manuel Becerra y Héctor Aguilar no se rompió, pero sí se enfrió. Con los años el propio Becerra Acosta deja acaso una sola línea a la amistad cuando refiere a “mi amigo Aguilar Camín”.

El historiador toma asiento en su pequeño sillón negro de piel. Sobre el muro del fondo está enmarcada una caricatura. Se adivinan las figuras de Slim, María Félix, Monsiváis, entre otros. Unos son retratados con afecto, otros con sorna, como Martha Sahagún y el expresidente Fox. El dibujo lo hizo Carlos Fuentes en Cartagenas de Indias sobre el mantel de papel de un restaurante. Cuando lo terminó y pagaron la cuenta, el historiador rompió el trozo de mantel pintado y se lo llevó. Aguilar Camín, orgulloso cuenta el origen del dibujo, luego, con la taza de café en la mano, cierra los ojos y rememora:

“Manuel Becerra Acosta vive en una estela nostálgica y amistosa de mi memoria, pese a que termina mos en un pleito cerval. Tengo nostalgias de aquellos años, en particular del año 1978 que fue el de mi inmersión en el Unomásuno, el diario que Becerra fundó. Este año, 1978, es un año clave para mí. Es el año en que conocí el diarismo. El año en que conocí y empecé a vivir con Ángeles Mastretta, el año en que empezó a circular la revista Nexos”.

Al diario lo invitó a colaborar el propio Manuel por inducción de Hugo Hiriart. Para el historiador es claro el papel que jugó el polémico decano periodista y lo que le debe el periodismo a don Manuel: “Le debe la existencia del primer periódico que encarnó el espíritu de la moderna democracia mexicana. Ese periódico fue Unomásuno, la expresión independiente más inspiradora del entorno de la primera reforma política de la era del PRI, la de 1978”, explica el autor de la Guerra de Galio, quien sorbe su humeante café y continúa:

“Manuel Becerra Acosta fue un jeroglífico para mí. Un jeroglífico inspirador y magnético, hay que decirlo. Para empezar había dos Manueles: el que estaba sobrio y el que no. El primero era siempre inteligente, equilibrado y con chispazos resplandecientes. El segundo, tenía varias fases. Cuando empezaba a beber era una fiesta de inteligencia y penetración. Cuando había bebido mucho era un demonio impredecible. Me mostró un día una dedicatoria que Octavio Paz le puso en una edición de El laberinto de la Soledad. Decía: ‘Para Manuel, el otro Laberinto'”.

Como asesor de la dirección, Aguilar Camín tuvo grandes momentos en Unomásuno. Fue él quien llevó la columna “Plaza Pública” al diario. El trato se cerró en una cena en la casa del historiador entre Granados Chapa y Becerra Acosta, a partir de entonces don Miguel Ángel entró de lleno al diario.

Al salir de Unomásuno pronto se dio a la tarea de fundar La Jornada con sus compañeros, periodistas y escritores que salieron de la cooperativa. En el Hotel María Isabel, el 29 de febrero de 1984 se anunció la aparición de La Jornada. Los pormenores los dieron don Pablo González Casanova, Carlos Payán y Aguilar Camín, quién explicó: “queremos una empresa de capital atomizado y democrático. Lo más atomizado y democrático que nos sea posible. Una empresa constituida por una gran cantidad de pequeños inversionistas que crean en la necesidad de construir, juntos, el instrumento de comunicación que desean y necesitan”.

Pero igual que Unomásuno, La Jornada se quebró y de sus fundadores salieron varios escritores y periodistas. Pasados los años y con la cabeza más fría, el escritor reflexiona:

“La Jornada terminó siendo un periódico de trinchera. En muchos sentidos, un diario de partido, con un núcleodirectivo de dureza leninista, pese a sus coqueteos con la pluralidad. El Unomásuno fue un periódico más plural, siempre dentro del entorno de la izquierda. La verdad, me parece ahora, que al escindirnos del Unomásuno destruimos un buen periódico para hacer dos regulares”.

Amistades

Héctor Aguilar Camín ha estado en el ajo de la vida cultural mexicana durante los últimos 45 años. Amigo de importantes historiadores, célebres escritores, periodistas únicos, artistas plásticos inigualables. Uno de sus grandes amigos fue don Fernando Benítez, el gran promotor cultural que fundó diarios y sobretodo, secciones culturales donde convergían quienes serían las grandes letras nacionales. Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco, Elena Poniatowska, Sergio Pitol, Ricardo Garibay, Jorge Ibargüengoitia y un largo etcétera, encontraron en los suplementos que don Fernando dirigía, espacio y aliento para su tarea. Poco a poco, Benítez fue sumando a más talentosos jóvenes escritores en sus suplementos, como quien se llena de hijos. A este grupo se le llegó conocer como “La Mafia”, como el propio Benítez reconocía. El encuentro entre Aguilar Camín y Benítez se da en Unomásuno, cuando el segundo era director de Sábado, uno de los mejores suplementos culturales del México contemporáneo.

Talentoso, con ingenio y mucha fuerza, don Fernando era también muy singular. A quienes se le acercaban los llamaba “hermanito”. En la primera semana de febrero de 2010 el suplemento cultural del diario Milenio, Laberinto, hizo un breve pero sentido esbozo de su figura. Su viuda, Georgina Conde pone lo esencial: “Siempre estaba contento, como si estuviese jugando. No se guardaba nada, ni siquiera los secretos”. Lo recuerda su coeditor de La Jornada Semanal, Fernando Solana Olivares: “Iba tan elegante como siempre con un traje azul marino cortado a la medida -luego presumiría de su sastre, el mismo que había vestido al rey de España y, era cierto, una camisa albísima de puños y cuellos almidonados, y una corbata de seda delicadamente verde con lascas moradas como si fuera una textura de Monet”.

Carlos Fuentes lo rememoró en su columna de Reforma: “ser amigo de Benítez era una aventura, a veces procurada por él mismo. La revista Siempre! nos pagaba cada sábado doscientos pesos por colaboración, doscientos pesos en billetes de un peso. Esto provocaba indignación y risa en Benítez. Los doscientos pesos de a peso demandaban ser gastados cuanto antes. Benítez, conduciendo su BMW, arrancaba a 200 kilómetros por hora. Lo perseguía la Policía motorizada. Lo detenían. Fernando tomaba un puñado de billetes y los arrojaba a la calle. Los ‘mordelones’, a su vez, se arrojaban sobre la billetiza olvidando a Benítez. Este arrancaba, exclamando: -¡miserables!- y repetía la provocación hasta que se acababan los billetes. Manejaba a altas velocidades ese BMW que hacía apenas una hora para llegar a Tonantzintla. Ahí, Fernando se encerraba a escribir sus libros en un ambiente conventual donde la única distracción era mirar de noche a las estrellas en el observatorio dirigido por Guillermo Haro. Allí escribí buena parte de La muerte de Artemio Cruz. De vez en cuando, caían visitas -Agustín Yáñez, Pablo González Casanova, Víctor Flores Olea- pero Tonantzintla era centro de trabajo, disciplina y silencio”.

Para Aguilar Camín, Benítez es el personaje menos recordado y de mayor influencia de la vida cultural o del periodismo cultural mexicano de la segunda mitad del siglo XX. Y pronto narra una anécdota que nos acerca más a don Fernando, va por su segunda taza de café y habla:

“Recuerdo su narración de cómo, devorado porlos celos, embistió un día con el coche, la cochera de la casa de una amante, cuya infidelidad sospechaba. Y sus largas parrafadas de amor por María Izquierdo proferidas desde un balcón hacia la Luna. También su petición a la enfermera que iba a ponerle una sonda en la uretra: ‘Piedad, amiga mía, para este pajarito, que en tan alegres jaulas ha cantado’. Benítez era un juglar de la cultura, una fiesta de historias y ocurrencias”.

Amigo muy cercano de Manuel Buendía (Aguilar Camín fue miembro de la cofradía “El Ateneo de Angangueo”), el escritor de Morir en el Golfo lo recuerda así:

“Manuel Buendía no se sentaba nunca junto a las ventanasde un restorán. Buscaba siempre tener una pared a la espalda. Tenía razón. Lo mataron por la espalda cuando caminaba una tarde por Insurgentes, cerca de su oficina. Lo velamos esa noche en la agencia Gayosso de Félix Cuevas. A la agencia acudió el entonces director de la Dirección Federal de Seguridad, José Zorrilla Martínez, su compadre y amigo. Venía enfundado en una gabardina, no recuerdo si azul o beige. Cuando se retiró, supimos que había pagado el velorio. Cinco años después, Zorrilla fue encarcelado como autor intelectual del homicidio de Buendía”.

Morir en el Golfo es una biografía sobre La Quina, pero también se asoman unas estampas, un perfil de don Manuel Buendía. El escritor frunce un poco el ceño. Dibuja una sonrisa y con su voz recia aclara:

“No hago biografías noveladas. Invento historias y personajes a partir de lo que hay en la realidad. El personaje de Morir en el Golfo, Lázaro Pizarro, está inspirado en algunas crónicas que leí sobre La Quina. Pero no es él. Por eso hice que La Quina apareciera como él mismo en un pasaje de la novela. Creo que no hay una sola anécdota de la vida real de La Quina repetida en Lázaro Pizarro”.

Comenzó a escribir la novela a los 32 años, “un incidente importante en mi vida periodística, ser presidente de La Jornada, me impidió terminarla”, ha dicho el escritor. Los personajes y la trama de la novela los ideó a partir de crónicas y entrevistas de los años ochenta, no conoció lugares como Poza Rica, ni a lideres sindicales, todo vino de su archivo y de recortes de periódicos:

“Todas las palabras, los lemas, los pensamientos megalómanos de Pizarro, los inventé yo. No así la escenografía del mundo petrolero que llena la novela, sus ciudades ricas y sucias, rodeadas de mecheros y penachos de humo industrial. Los otros personajes de Morir en el Golfo, pertenecen también al ámbito de la ficción. El narrador de la novela, ‘El Negro’, esta construido con rasgos de columnistas que conocí, entre ellos, Manuel Buendía y León García Soler, pero no corresponde a la vida de ninguno de ellos. La historia de Lázaro Pizarro, el ‘Negro’, y Anabela Guillaumin no existe ni ha existido en ninguna parte fuera de las páginas de Morir en el Golfo”.

Julio Scherer: el distanciamiento.

A don Julio Scherer siempre le gustó rodearse de historiadores. Cuando era director de Excélsior en sus páginas editoriales no faltaron los dardos certeros de don Daniel Cosío Villegas y los aguijones ácidos como los de una avispa de don Gastón García Cantú. Este último lo acompañó en la fundación de Proceso, y en las páginas editoriales de este semanario han desfilado los historiadores más destacados de México: Enrique Krauze, Adolfo Gilly, Lorenzo Meyer, Héctor Aguilar Camín, entre otros.

La amistad de don Julio y Aguilar Camín comenzó en los primeros años de los ochenta. De ello da testimonio Ricardo Garibay, quien en 1987 narra un desayuno entre Scherer, Monsiváis, Aguilar Camín y él. “Scherer pide, como siempre, hasta cuatro gigantescos vasos de jugo de naranja, viene de nadar, exhausto, tiene esa frenética costumbre; los otros dos comen con gana… Se diría ¡buen desayuno, gente móvil e informada!, pero resulta más bien tropezoso, porque Scherer es la gravedad. Monsiváis el ingenio y Aguilar Camín la velocidad de los cambios interiores y de los proyectos de vida y desde el arranque arranca:

“(Aguilar Camín): -Hoy aparece mi renuncia a La Jornada.

“Dos o tres semanas antes me había dicho Aguilar Camín que dejaría su subdirección, porque quería entregarse a escribir. Varios libros atorados, pospuestos por el periodismo, le traían maltrecho.

“-Y qué va usted a escribir- pregunta Scherer.

“-Es un tema que me apasiona, o más bien, son dos temas en uno, no sé como ligarlos. Primero: la guerrilla en México, y los guerrilleros, nacen en los setenta y son aniquilados en ese mismo decenio, donde también se da, y este es el segundo tema, la destrucción de Excélsior, uno de los principales diarios del mundo. Yo siento que en estos dos asuntos hay una íntima relación o que obedecen a una sola expresión del poder”.

Garibay narra cómo fue que Héctor decide escribir La guerra de Galio, una de sus novelas más leídas. Sin duda alguna el historiador fue seducido por ese -ya entonces- gran personaje que fue Julio Scherer. Aguilar Carmín explica:

“Tampoco hice la biografía de Julio Scherer, hice algo menos complicado y más divertido que eso: inventé un personaje a partir de sus rasgos. Ese personaje es el director del diario La República de La guerra de Galio, Octavio Sala. Creo que fue Proust quien dijo: ‘Dénme un rasgo de carácter y les daré un personaje’. El rasgo que me sedujo de Scherer fue su cortesía seductora, desbordante de malicia, elocuencia y dobles intenciones. Me sedujo el encantador de serpientes”.

En esa novela muchos vieron en Octavio Salas a Julio Scherer. La biógrafa Silvia Cherem hace una entrevista a Vicente Leñero, ahí el dramaturgo explica cómo fue que don Julio tomó la novela del escritor: “Cuando Aguilar Camín lo publicó, Julio me pidió que se lo contara, pues no pensaba leerlo. Su historia no era calumniosa, simplemente guardaba cierta ironía con respecto a Julio. A Julio no le importó, al contrario, invitó a Aguilar Camín a colaborar en Proceso”.

El historiador comenzó a laborar en el semanario hasta el 18 de febrero de 2001. El reportaje, firmado por Antonio Jáquez, fue la ruptura. Trata sobre la cercanía de Héctor Aguilar Camín y el presidente Carlos Salinas. En sus interiores las acusaciones fueron directas: “Llueven favores oficiales sobre Nexos”, apuntó Enrique Krauze, quien también llamó a Nexos “consorcio paraestatal”. Elena Poniatowska sentenciaba: “Dolorosa situación de Aguilar Camín. La ronda al príncipe, degradante y a veces mortal”. En la misma edición el historiador se defiende, argumenta que el dinero entregado por el gobierno de Salinas fue para distintas asesorías y estudios, que después se convirtieron en libros publicados por el FCE en dichos libros, viene clara la explicación del financiamiento para su investigación. Nada de esto importó a Scherer. En realidad no había ningún ilícito pero la noticia vista desde un solo enfoque resultaba escandalosa.

A la distancia, el escritor reflexiona sobre Julio Scherer:

“Había en el medio un dicho que comparaba a José Pagés Llergo, director de Siempre!, con Julio Scherer. Según ese dicho, Pagés era capaz de sacrificar cualquier noticia por un amigo y Scherer a cualquier amigo por una noticia. El periodismo de choque fue la marca profesional de Scherer, luego de que le quitaron y perdió Excélsior, en 1976. Fue la marca de Proceso. Termino siendo, sin embargo, la gran escuela no reconocida del diarismo mexicano. El de Scherer es el género de periodismo que los gringos llaman muckraking (‘buscabasura’ o ‘muevebasura’). La grandeza del género es que fundó el periodismo de investigación. Su miseria es que no tiene ojos sino para las zonas oscuras o deleznables de la vida pública”.

El escritor se acomoda en el asiento. Enfático sostiene “un periodismo sin el género del muckraking es un periodismo tuerto. El periodismo que es solo muckraking, también. El diarismo mexicano tiende a ser una mezcla de lo peor de ambos mundos: muckraking sin investigación. Típicamente, la publicación de videos, grabaciones o documentos filtrados anónimamente a los medios para fastidiar a alguien, que los medios reproducen sin investigar las razones del filtrador ni decirlas al público”.

En abril de 2010 sucedió algo insólito en la prensa mexicana, el decano del periodismo, Julio Scherer, aceptó un encuentro con el capo número dos del cártel de Sinaloa, uno de los más buscados y temidos de México, Ismael “El Mayo Zambada”.12 El encuentro fue cuestionado y aplaudido por el gremio periodístico. Aguilar Camín, se ocupó así del tema:

“¿A cuántos periodistas habrán mandado a matar El Mayo Zambada y El Chapo Guzmán? ¿A cuántos tendrán sentenciados, amenazados o en la mira? ¿A cuántos habrán silenciado o comprado? No es un asunto que importe en el reporte lírico que hace Scherer de su encuentro… Scherer se ocupa del lado humano. Hace confesar a Zambada que tiene miedo, que vive a salto de mata… Zambada escogió a un vocero periodístico con autoridad. La autoridad del vocero confiere autoridad al que habla, y el que habla, aunque habla poco, reconoce la autoridad de su vocero… El Mayo Zambada escogió a un santón de la prensa mexicana, y el santón fue a su guarida, ‘un lugar no revelado’, derramando adrenalina, valentía, entereza periodística. Qué pena”.

Analista de los medios, el doctor Raúl Trejo Delarbre comentó que ese trabajo de Scherer le pareció desconcertante, decepcionante y al final, preocupante. “Después de releerlo, me di cuenta de que era un trabajo periodístico bastante insuficiente. No hay justificación periodística a la decisión de Scherer de viajar a entrevistar a uno de los delincuentes más buscados” y sentencia que “hizo falta un retrato del delincuente y una postura más critica ante el narcotraficante”.

Nexos

El talento como cronista de Aguilar Camín fue aplaudido por Carlos Monsiváis, quien decía que el historiador en sus crónicas, “multiplica enlaces (del dato histórico al informe subrepticio al fenómeno sociológico) y muestra, de un solo golpe prosístico, los vasos comunicantes entre historia e individuo, líderes y masas, intenciones y ceremonias, voluntad personal y estructuras dominantes. Influido por atmósferas estilísticas como las de Mailer, Aguilar Camín acude indistintamente a la investigación, el retrato político y el impulso lirico”. La relación del historiador con el cronista fue duradera. A Héctor Aguilar le ha tocado escribir, poco a poco, sobre la partida de sus amigos, una generación mayor que él. Así, en su columna despidió a Friedrich Katz, Jorge Carpizo, Carlos Fuentes, Tabucci, Monsivaís, José Emilio Pacheco. Todos ellos colaboradores de Nexos.

En 1978 nació Nexos, una revista que fundó don Enrique Florescano. Surgió en una sociedad que dejaba de ser cerrada acompañando a publicaciones (Proceso, Unomásuno, Vuelta) que abrirían los espacios que la sociedad buscaba. Mientras que el semanario fundado por Julio Scherer y el diario fundado por Manuel Becerra Acosta se ocupaban de lo periodístico y de la investigación de la noticia y Vuelta daba un aliento cosmopolita a los mexicanos contemporáneos, Nexos colocaba en la mesa de debates temas para la modernización del país: El campo, la Reforma electoral, los derechos humanos, el medio ambiente, la democracia. Temas que no estaban en la agenda nacional. Temas abordados desde la academia, que sale de su ámbito restringido y difunde sus hallazgos.

En esta primera etapa, siendo director Florescano, la revista publicó a los historiadores John Womack y Héctor Aguilar Camín; sociólogos como don Pablo González Casanova y Sergio Zermeño; economistas como don Rolando Cordera y José Blanco, filósofos, escritores, académicos como Carlos Pereyra, Luis Villoro, Arnaldo Córdoba, Adolfo Gilly, Soledad Loaeza, Guillermo Bonfil, Arturo Warman, Rodolfo Stavenhagen, Roger Bartra, Jorge Castañeda, José Woldenberg o Cinna Lomnitz.

En 1982, Enrique Florescano fue designado director del INAH, renunció a Nexos y en su lugar quedó Héctor Aguilar Camín hasta mayo de 1995. Durante esta gestión, los tirajes de la revista se duplicaron pues de 10 mil ejemplares pasaron a 21 mil. En el ensayo “Conciencia y poder en México. Siglos XIX y XX”, de Francisco José Paoli Bolio, se explica que Nexos, bajo la dirección de Aguilar Camín establece un liderazgo que competía con Vuelta: “Aguilar Camín competía en el liderazgo no con Octavio Paz, a quien primero combatió y después manifestó admiración, sino con su grupo y, en particular con su coetáneo Enrique Krauze, segundo de abordo en la última etapa de Vuelta”, explicaba Paoli Bolio.

Al principio, Aguilar Camín acusa a Octavio Paz de “perpetuar esa tendencia de algunos intelectuales que en su vejez abrazan causas deleznables, como el nazismo de José Vasconcelos, o devienen en viejos decrépitos recubiertos por la moda y la gastronomía millonaria, como le ocurrió a Salvador Novo”. Durante esa primera gestión de Aguilar Camín se creó la editorial Cal y Arena.

La tercera etapa fue cuando estuvieron en la dirección los escritores Rafael Pérez Gay y Luis Miguel Aguilar. La revista abordó temas que tienen que ver con la exploración de la vida privada: la muerte, el sueño, la felicidad, las drogas, el sexo. En esta tercera etapa también puede inscribirse la dirección de José Woldenberg.

Una cuarta etapa es la actual, Nexos regresa a poner en la mesa los temas centrales y fomentar el debate de los grandes retos nacionales. Nuevamente, el doctor Aguilar Camín es el director. Atrás, muy atrás han quedado los comentarios de que Héctor “capitaneó un grupo de intelectuales a los que catapulteó a diversos puestos en la burocracia gracias a su amistad con el entonces presidente Carlos Salinas”, como lo escribió Raúl Cremoux “él mismo, con el talento que le sobra, saltó tanto que muchos de sus antiguos amigos ya no lo volvimos a ver”.

Héctor Aguilar Camín ha terminado su segunda taza de café, recibe una llamada y hace un par más, se deja tomar unas fotos. En su librero, en la oficina de Nexos hay libros excepcionales. Algunos aún en sus envolturas. Con gusto ha repasado brevemente su propia bibliografía. La entrevista esta por concluir.

“El pasado marca nuestros días. La memoria se va perdiendo con los años, pero usted la cultiva en sus libros. Borges decía que uno escribe solo de lo que conoce. En la otra punta del continente, William Burroughs, escribió en sus libros ‘todo aquí es autobiográfico y todo aquí es ficción’.

“La frase de Burroughs podría aplicarse a toda la ficción que he escrito, con una excepción: La provincia perdida”. Sonríe el poliédrico escritor.

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