jueves 28 marzo 2024

…Hasta cómics

por Jorge Flores-Oliver, Blumpi

Es 2016, algunas de las obras cumbres del cómic cumplen 30 años este año y aun se se sigue despreciando al cómic y poniéndolo de ejemplo de baja cultura. Un ejemplo del desprecio que aún existe hacia el cómic es uno de los tweets que la escritora, dramaturga y guionista Sabina Berman expresó tras el anuncio del Premio Nobel de Literatura 2016 a Bob Dylan. Su posteo rezaba: “No no no no. El próximo año premiarán a Charlie Brown. Es un insulto a la literatura” (sic).

 

 

Es decir, la cultura popular como insulto a la literatura, y por ende, a la cultura. Y qué mejor para ejemplificar la decadencia de esta última que con un personaje de cómic. No puedo asegurar que la señora Berman no haya leído jamás una tira de Charles Schulz, pero sí estoy seguro de que alguna vez habrá leído una de Mafalda. Ambos ejemplos, tanto Peanuts como el universo de Mafalda, son paradigmas de la historieta como un medio maduro, para lectores pensantes, inteligentes. Lo hemos sabido por décadas, o así nos los han vendido. Simplemente, Mafalda acaba de cumplir 52 años en septiembre y Peanuts 66 en octubre, así que no es fácil eludir su influencia y entender el trasfondo filosófico y político de ambas tiras. Y aun así, se sigue utilizando al cómic como parapeto de cultura baja, literatura menor o, de plano, basura. “Me gustan las cosas interesantes: libros, discos… hasta cómics”, he escuchado decir a personas inteligentes, bien informadas. Vaya, cultas. Y aun así sueltan frases de este tipo. Se les hace fácil.

 

 

En 2012 publiqué un libro donde traté de argumentar por qué el cómic no es un arte menor y por qué un cómic puede leerse como cualquier otro libro que uno encuentre en su librero. Con el paso de los años, me he hecho a la idea de que, no importa cuántos libros se publiquen al respecto, el cómic siempre llevará la “X” en la frente. Los cómics llevan implícito un rasgo de ñoñería. Creo que ese obstáculo es insalvable o lo será por mucho tiempo (los clientes habituales a las tiendas de cómics lo confirman: ese grupo se compone por adultos infantiles con el hardware repleto de datos inútiles, o útiles en foros de Internet y grupos de Facebook). Personalmente no me extraña ni me preocupa que se piense en el cómic como una lectura menor, por lo mismo que no me preocupa que el street art no sea considerado arte por algunos gremios. Las expresiones populares, a mi parecer, no necesitan de ningún tipo de validación y actualmente existe una obsesión con definir la novela gráfica, para diferenciarla del concepto de cómic que tenemos. Lo mismo es una estrategia mercadológica que un distanciamiento pedante. Pues, a final de cuentas, cuando hablamos de novela gráfica, hablamos de cómic.

 

 

Este año cumplen 30 años varias novelas gráficas que fueron esenciales para el paso a la madurez del cómic: Watchmen de Alan Moore, Maus de Art Spiegelman y The dark knight returns de Frank Miller. Todas ellas con tribuyeron a que un medio tradicionalmente infantil o adolescente se atreviera a dar un paso gigante en cuanto a sus contenidos y temáticas. Quienes no estaban interesados en leer historias de superhéroes enfundados en uniformes de látex o querían ver personajes en mallitas enfrentándose a situaciones más interesantes, encontraron acomodo en esos títulos o en los que publicaban las editoriales independientes. Me parece que hay que dejar de definir lo que cómic y novela gráfica son y concentrarse en el impacto cultural que tienen. El cómic es un medio que puede expresar, narrar, comunicar. Un medio de comunicación humana cuya característica más definitoria es la yuxtaposición, la secuencialidad, el uso de imágenes y texto. ¿Es arte? ¿Una disciplina? ¿Literatura? ¿Un formato? Es cómic, algo que comenzó -en su forma moderna- como una forma de entretenimiento. Y eso encontrábamos en los comic books, las secciones de tiras cómicas de los domingos y las revistas que eran baratas para poder ser consumidas por el gran público (y no necesariamente eran baratas en cuanto a su contenido).

 

Creo que comparto la siguiente anécdota con la mayoría de ustedes: cuando era niño, mi papá regresaba del puesto de revistas con el Ovaciones, el Memín Pingüín (era la época en que la “u” llevaba diéresis, detalle que a Manelick de la Parra se le olvidó cuando dijo, hace unos años, que los mexicanos no sabían leer bien porque decían “Pingüín” y no “Pinguín”) y La Familia Burrón. “Cuentos” que pasaban de mano en mano y que nos entretenían hasta la semana siguiente, cuando llegaba con nuevos ejemplares. Esta dinámica era común en las familias, lo que cambia son los títulos de las historietas, dependiendo de la época y la idiosincrasia de cada familia: a veces eran el Capulinita, otras El Pantera, etcétera. De esa manera se forjó una dinámica de lecturas de corte popular que permanecieron en las costumbres de las familias por años. A veces se desechaban, a veces se atesoraban. Para muchos, era la única lectura que hacían, muchos aprendieron a dibujar copiando o calcando sus monos. Muchos sintieron la necesidad de moverse hacia algo más adulto y lo encontraron fuera del cómic o ahí mismo.

 

 

 

El cómic del mainstream, es decir, la corriente principal y por ende la más comercial, pertenece a una industria que entra en crisis cíclicamente: en cuanto bajan las ventas de un título o el público lo olvida, entra en acción el efectivo mecanismo que lo hace andar: se mata a un personaje, se hace el relanzamiento de un universo entero, se saca un spin-off. Por el contrario, el cómic alternativo vive en crisis constante, no solo económica, sino que sus autores suelen ser complejos, complicados. Eso le da una libertad envidiable, que no se puede encontrar en otros medios. Cada que hablo de la diferencia entre cómic alternativo y comercial me gusta equipararlo con la música. El cómic de autor que cuenta historias personales, sus obsesiones y problemáticas, es como el rock alternativo o la música experimental, más ambiciosos en su ejecución o sus pretensiones. Mientras que el cómic de superhéroes es como la música híper producida, con letras fáciles de recordar y muchos efectos. El problema es que casi todos recuerdan más los efectos, es una trampa diseñada para que todos caigan. Recordamos al adolescente sin darnos cuenta de que ya creció.

 

 

El título de mi libro, editado en 2012 por el Fondo Editorial Tierra Adentro, es Apuntes sobre literatura barata. Lo elegí a propósito, con toda la intención. Porque sabía que el panorama, si no había cambiado en tantas décadas, no lo iba a hacer repentinamente. Y ahí seguimos diciendo que leemos libros… Y HASTA CÓMICS.

 

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