viernes 29 marzo 2024

Fenomenología de La fea más bella

por Francisco Báez Rodríguez

La emisión de más éxito en la televisión mexicana durante 2006 y el principio de 2007 ha sido La fea más bella, la telenovela que estelariza Angélica Vale en el Canal de las Estrellas. El culebrón colombiano Betty la fea (que comentamos en estas páginas el siglo pasado) había sido un fenómeno latinoamericano, así que el remake de Televisa parecía una apuesta segura, sin embargo las diferencias en la historia son relevantes como para que merezca un análisis por separado.

La telenovela colombiana era la historia de una mujer poco agraciada, pero inteligente, que se labraba un ascenso de secretaria a asistente. La mente brillante, el buen corazón, el carácter y la lealtad de Betty finalmente captaban la atención del jefe-galán Armando y lo hacían enamorarse de ella, a pesar de su apariencia. Más tarde, entre los efectos del roce social y las maravillas de la cosmética, Betty se convertiría en una mujer físicamente bella.

El original triunfó porque tenía algo de realismo, sentido del humor y hacía que la gente estuviera en favor de Betty, una chica dulce, inteligente, amable y -a la postre- realizada.

Muy poco de esto sucede en La fea más bella, que empezó siendo una versión exagerada de la telenovela colombiana y terminó siendo una caricatura exitosa que, a final de cuentas, sólo tuvo en “el cuartel de las feas” un denominador común.

A diferencia de Betty, la mexicana Lety Padilla no es inteligente, ni demasiado trabajadora y tampoco tiene carácter. El sentido del humor del personaje es, como el resto, ridículo; su sensualidad, por debajo del cero. En suma, Lety es buena, pero fea por los cuatro costados.

Esto lleva la emisión directamente al terreno de la comedia bufa, en la que el gozo del público estriba en el ridículo de los personajes. De los galanes que se pelean por la fea, del tarado enamorado de la buenota, del papá decimonónico, del absurdo negocio en el que nadie trabaja.

Lo interesante es que al público mexicano le gustó tanto el personaje de Lety, que -votando con el control remoto- decidió que prefería que la producción la dejara fea, y echó por la borda su extravagante imitación pelirroja de vampiresa de los 40 (el “embellecimiento”).

Esta decisión del público me recordó un texto clásico de Umberto Eco, “Fenomenología de Mike Buongiorno”. Hay varios párrafos de este texto en los que sólo se requiere poner Lety Padilla allí donde Eco escribió Mike Buongiorno:

“Del personaje al que da vida frente a las telecámaras transpira una mediocridad absoluta […] no se avergu%u0308enza de ser ignorante y no siente la necesidad de instruirse […] No es necesario hacer esfuerzo alguno para entenderlo. Cualquier espectador advierte que, llegado el caso, podría ser más creativo […] no tiene sentido del humor. Ríe porque la realidad le acontenta, no porque sea capaz de deformar la realidad. No entiende la naturaleza de las paradojas […] representa un ideal que nadie debe esforzarse por alcanzar, porque todo mundo se encuentra ya en su nivel. Ninguna religión ha sido jamás tan indulgente con sus fieles: se anula la tensión entre ser y deber ser.”

Entre estas tensiones anuladas, hay una que resulta capital: la que se refiere a la belleza física. De ahí la rebelión social ante la eventual transformación de la fea.

Cuando Tiziano Ferro dijo que las mexicanas eran bigotonas, muchas de ellas se lo creyeron tanto que se pusieron mostachos zapatistas. Y prueba de que se lo siguen creyendo es el deseo de seguir viendo el juego en el que la gacha, ñoña, tonta y mal vestida es codiciada por galanes divertidamente ciegos. Se acaba la tensión entre ser (fea, ante el espejo) y deber ser (bella, ante los reclamos de la publicidad).

Para cerrar el círculo de la paradoja, podemos ver que la emisión de La fea más bella cada pocos minutos es interrumpida por una serie de comerciales: aclara tu piel, moldea tu figura, alisa tu cabello, termina con las arrugas. Lety (of all people) te recomienda este brassier.

Termino con un comentario lateral. Donde Colombia falló (la segunda parte de Yo soy Betty… fue un fracaso) y México parece no encontrar salida, Estados Unidos -o, más bien, Salma Hayek- ha acertado. Esa historia no es una telenovela, es un sitcom disfrazado; Salma le quitó el disfraz y se llevó el Globo de Oro.

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