viernes 19 abril 2024

Fake News y las nuevas formas de comunicación en la era digital

por Luis Antonio García Chávez

Vivimos en la era de la vorágine de las comunicaciones. La tecnología ha permitido que hoy podamos conocer lo que pasa en cualquier lugar del mundo prácticamente en tiempo real y que exista casi una ansiedad por comunicar con celeridad pues, de no hacerlo, tal vez lo que comunicamos ya no sea nota y se haya perdido ante la inmediatez informativa.

Por otro lado, la comunicación ya es multidireccional.

No se da solamente desde espacios profesionales sino que es replicada (y se nutre a su vez) de millones de comunicadores que, con la simple condición de tener un dispositivo con acceso a Internet pueden propagar una noticia valiosísima o la más vulgar falacia.

Estos dos elementos, la velocidad de la nota sumada a la complicación de verificar fuentes ante una cascada informativa surgida desde muchos lugares distintos da como resultado la reproducción, cada día más frecuente, de las llamadas Fake News (noticias falsas).

Fotografía / MLT

Algunas de ellas surgen de manera bienintencionada por personas que comparten elementos con los que consideran estar informando, pero que distorsionan involuntariamente la realidad. También a través de elementos que en una primera instancia no pretendían ser informativos (memes, bromas, chistes) y que fueron retomados como ciertos por terceros y viralizados hasta confundirse con notas reales. Otras, cada día más, surgen con toda la intención de confundir, de desinformar, de manipular la información. En muchos casos apuestan a que el sensacionalismo de la “información” que contienen haga que el que la recibe caiga precisamente en la incontinencia y tenga urgencia por compartir la nota sin la menor verificación.

En todo caso, superando la etapa en que se generan las Fake News, bien o mal intencionadas, se da todo un proceso de reproducción de las mismas donde, de nuevo, un sector las comparte porque le parecen alarmantes, impactantes, trascendentes y no toma la molestia de verificar su autenticidad. Por otro lado, al igual que en la etapa anterior, existen quienes de manera artera comparten notas falsas, dándolas por ciertas, con toda la intención de generar confusión.

En el caso de las izquierdas, el fenómeno se reproduce de manera igualmente preocupante, sobre todo en aquellas notas que son “críticas” al gobierno. No existe en muchos casos autocrítica o rigurosidad en la información que se comparte, se asume, por ser oposición, que todo lo que venga del gobierno es intrínsecamente malo y debe ser por tanto reproducida toda crítica a su actuar.

Si es real, consideran que se hace un bien pues se difunde una mala acción gubernamental. Si es mentira no hay problema pues “se cuenta” con la “coartada moral” de que se está ayudando a debilitar al “enemigo histórico” y allí todo se justifica (para algunos).

Ante ello, algunos medios y comunicadores se han vuelto verdaderos profesionales de las Fake News desde el periodismo militante, atacando sin pudor a sus contrarios con elementos que después no requieren (para ellos) ser comprobados o, en caso de que se demuestre su falsedad, no ameritan siquiera una rectificación o disculpa pública.

Cuentan a su vez con verdaderas hordas, particularmente agresivas, que defienden a sus comunicadores militantes como auténticos portadores de la verdad absoluta. Todo cuestionamiento a la “noticia” es para este público, consumidor acrítico de propaganda (más que de información o noticias), una reproducción del sistema o un servicio al mismo.

Hoy, una parte fundamental de la reconstrucción nacional pasa por la reconstrucción ética y moral de la comunicación, de la información y de la oposición política. Negándose desde estas trincheras a la calumnia, a la difamación o a la injuria, aún si son cometidas contra los adversarios políticos y que apueste en su comunicación por la veracidad y comprobación de la información.

Para ello es fundamental que las audiencias nos reeduquemos también, cambiando el paradigma de la velocidad de la información por la autenticidad de la misma, aprendiendo a distinguir fuentes y contenidos, premiando a aquellos que apuesten por una comunicación ética por encima de aquellos que apuestan por el sensacionalismo.

En eso debemos empeñarnos todos.

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