viernes 29 marzo 2024

La Estela de Luz, un fraude monumental

por Bertha Hernández

Cinco años después del Bicentenario del inicio de la Independencia y el Centenario del inicio de la Revolución, la memoria de las celebraciones, lejos de resultar un referente de lo que los mexicanos del siglo XXI podíamos hacer en la materia, es un abultado expediente que sale a relucir cuando de incompetencia, faltas administrativas y corrupción en la gestión presidencial de Felipe Calderón se trata.

Y aunque el desastre bicentenario, como puede llamársele de modo genérico, ya se desgastó en diversas coyunturas, lo cierto es que, si se escribiera una historia de la mala administración pública en México, el año de los centenarios merecería, por sí solo, un capítulo aparte, con mención especial al monumento que, con 15 meses de retraso, se inauguró, en enero de 2012, en las cercanías del Bosque de Chapultepec.

El desastre

Un monumento es un “lugar de memoria”; un sitio con sentido simbólico con el cual una colectividad rinde homenaje a personas o sucesos. Hoy día, en la confluencia de Lieja y Paseo de la Reforma, La Estela de Luz existe, opacada por los rascacielos que la circundan, y despojada del significado cívico-histórico con el cual se le pretendió crear.

En la explanada donde se levanta no se hacen conmemoraciones de la historia nacional; es, con frecuencia, base de prácticas que hacen del patinaje sobre ruedas o de la patineta, su entretenimiento principal. Conserva el nombre que le dio el creador del proyecto original, el arquitecto César Pérez Becerril, pero es muy frecuente que se aluda a ella como “La Suavicrema” por la semejanza que el ingenio colectivo encuentra entre la obra y una galleta de consumo popular.

En la estructura subterránea que se construyó en torno a la estructura, originalmente destinada a contener una narración de la historia nacional, funciona el Centro de Cultura Digital, sectorizado con Conaculta, razón por la cual en ocasiones ha funcionado como sede de conciertos de música electrónica. Carece, en cambio, de leyenda alguna que haga referencia a los 200 años del inicio del movimiento insurgente, que le daba razón de ser.

Amarillenta, y no por la contaminación, sino por la falta de seguimiento a la compra de las placas de cuarzo cortadas en Italia y que se esperaban de blanco puro, la Estela de Luz es sitio de encuentro, manifestódromo de segunda categoría, pero no es ya un monumento; posee un sistema de LEDS desarrollados especialmente para la obra por la firma alemana Osram, de modo que es la única construcción en su categoría que puede programarse para formular juegos de luces sobre el cuarzo: chocante, por decirlo suavemente, para el talante broncíneo que suelen tener las fiestas cívicas mexicanas.

La convocatoria que le dio origen a la Estela planteaba, con toda claridad, la creación de un arco. Una de las “patas” estaría donde hoy se levanta la obra. La otra, en donde alguna vez se encontró la fuente de la Diana Cazadora. ¿Cómo un arco terminó convertido en una estela? En una reunión del jurado que evaluaría las propuestas enviadas por 35 arquitectos, de un total de 37 invitados, se resolvió que no necesariamente tendría que construirse el arco solicitado.

Así se premió el proyecto del arquitecto Pérez Becerril, llamado a convertirse en “un hito urbano”, pues incluía la remodelación de toda la zona circundante, incluidos los paraderos de microbuses que, a tres años de la inauguración de la Estela, aún permanecen ahí.

El fallo generó suspicacias. Uno de los grandes arquitectos del siglo XX mexicano, concursante también, Pedro Ramírez Vázquez, se inconformó públicamente, señalando la incongruencia entre lo pedido y lo premiado, aunque no llevó el asunto a terrenos legales.

Manos en la obra

El incidente fue el inicio de una larga cadena de desencuentros. Pérez Becerril no entregó a tiempo el proyecto ejecutivo, pues el Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM) entidad coordinadora de las conmemoraciones, no le entregó los estudios de mecánica de suelos necesarios, porque no los había mandado a hacer.

Cuando Felipe Calderón puso la “primera piedra” del monumento, el 22 de septiembre de 2009, aún no llegaban los estudios requeridos, que finalmente no sirvieron, pues no se habían hecho con la profundidad requerida (35 mts.) por el autor del proyecto que, a consecuencia de ello, distaba mucho de estar acabado cuando por fin se entregó.

En 101 de los planos entregados estaba la leyenda “Documento en revisión, no para construcción”, porque si bien es cierto que los estudios de mecánica de suelos estaban ya realizados, no ocurría lo mismo con los estudios de túnel de viento, en los que nadie había pensado. No en balde, algunos exfuncionarios que asistieron a la etapa inicial del proceso señalaban que, ciertamente, el proyecto de Pérez Becerril violentaba leyes fundamentales: las de la física.

El choque entre el arquitecto Pérez Becerril y la coordinación de las conmemoraciones resultó inevitable. Los reclamos de Pérez Becerril empezaban por la demora del pago que le correspondía como autor del proyecto ganador del concurso (poco más de 18 millones de pesos), hasta la decisión, tomada por la constructora III Servicios, encargada de la obra, de no contratarlo para llevar la dirección arquitectónica de la Estela de Luz.

Paraestatal dependiente de Petróleos Mexicanos, III Servicios, S.A. de C.V. carecía, en los hechos, de capacidad para llevar a cabo la obra: la totalidad de la Estela de Luz se hizo por medio de subcontrataciones que, a la hora de las auditorías, evidenciaron la maniobra de triangulación con la que el INEHRM evitó asumir, directamente, los procesos administrativos de licitación, contratación y adquisiciones que no quiso o no tenía la capacidad profesional para dirigir y vigilar.

Se encargó la obra a una entidad de la administración pública federal (III Servicios) porque, al igual que ocurrió con los servicios prestados por Turisste, la red de agencias turísticas dependiente del ISSSTE, no es sujeto de la Ley Federal de Adquisiciones. Al encargar compras o servicios a entidades públicas, éstas se convirtieron en contratistas que lo mismo asumieron la compra de 33 relojes de cuenta regresiva –todos inutilizados ya– que la realización de eventos pequeños, grandes y masivos, desde el lanzamiento del concurso para el monumento, hasta la fiesta en el Zócalo la noche del 15 de septiembre de 2010.

Otras piruetas

Los retrasos fueron la constante en las conmemoraciones de 2010, y el más notable fue el de la construcción del monumento conmemorativo que debía ser la huella palpable, el legado material de la “voluntad de festejar”, y fueron achacables, en su mayor parte, a la lentitud de gestión del INEHRM a fin de llevar la operación de las conmemoraciones pues, en 2008, el Instituto era como sigue siendo, una de las entidades más pequeñas de la administración pública federal.

El Instituto tenía dos problemas graves: uno consistía en que el INEHRM es un organismo desconcentrado de la Administración Pública Federal, sin atribuciones para adquirir, directamente, ni siquiera una caja de lápices, pues dependía para ese tipo de acciones, de su cabeza de sector, la Secretaría de Gobernación. En 2010, con el mismo estatus fue sectorizado con la Secretaría de Educación Pública.

Para solucionar esa limitación operativa, se creó una estructura paralela con administración propia, “colgada” del Instituto, a base de plazas de carácter eventual, con salarios notablemente más altos que la estructura original de la institución, en la cual llegaron a existir, además de direcciones y subdirecciones de área con un tabulador salarial mayor al que el INEHRM había tenido toda su vida, tres direcciones generales adjuntas con salarios cercanos a los 100 mil pesos mensuales.

Toda esa estructura sería cuestionada por la Auditoría Superior de la Federación (ASF), al señalar que en el contrato del Fideicomiso del Bicentenario, que fijaba las reglas para el manejo de esos recursos, no estaba considerada la contratación de personal adicional.

La corrupción

Si bien es cierto que buena parte de las observaciones hechas por la ASF a las finanzas de las conmemoraciones de 2010 provienen de descuidos y errores hasta de sumas, restas y redacción, y que los retrasos en trámites, gestiones y estudios encarecieron la obra, ya sin plaza y sin espacio conmemorativo, como consideraba el proyecto original, también es cierto que la falta de los estudios básicos en este tipo de construcciones hicieron que la Estela de Luz replanteara varias veces sus características técnicas, encareciéndose en consecuencia.

Un agravante fue el desconocimiento de los principios básicos de la administración pública y los mecanismos de licitación, contratación y adjudicación de bienes y servicios que era una constante en la estructura paralela con la que el INEHRM operó el proyecto.

Esa incapacidad de vigilar y supervisar propició que, al encomendar el proyecto del monumento a III Servicios, ocurrieran irregularidades de las que, hasta la fecha, el entonces director del INEHRM y coordinador ejecutivo de las celebraciones, el abogado e historiador José Manuel Villalpando, no se considera responsable, a pesar de que los informes de cuenta pública 2009, 2010, 2011 y 2012 de la ASF, señalan la responsabilidad que el exfuncionario tuvo en el proceso.

La ASF destacó, aparte de la irregular adjudicación de la obra a Gutsa Infraestructura –empresa inhabilitada por fallas en otras contrataciones– en alianza con la firma Proyectos y Desarrollos de Infraestructura, hubo notorios sobreprecios en la compra del acero inoxidable y en el corte y acabado de las placas de cuarzo con que se armó la Estela.

Las pesquisas de la ASF demostraron que, a pesar de su poca pericia técnica, el arquitecto Pérez Becerril tenía razón cuando denunció actos de corrupción en las operaciones de III Servicios: con un presupuesto inicial estimado en 393.4 millones de pesos (irreal, demás, en tanto que Pérez Becerril no había terminado el proyecto), cuando se acabó la obra, en enero de 2012, se documentó un sobreprecio de 192%: el arco que se volvió estela terminó costando mil 35 mllones 880 mil pesos.

Paradoja técnica

Si algún día la Estela de Luz lograra sacudirse la etiqueta de resultado de la corrupción, los estudiosos de la ingeniería mexicana deberán considerarla como una de las obras notables del siglo XXI. De planos y proyectos inviables, los funcionarios de III Servicios que sobrevivieron a las auditorías y a unas cuantas denuncias penales, lograron levantar una pieza de 104 metros de altura que fue llamado “pequeño monstruo” por Pérez Becerril, pero que, si se piensa desde la perspectiva técnica, tiene la mayor parte del dinero invertido en ella, puesto bajo tierra “Uno de los grandes arquitectos del siglo XX mexicano, Pedro Ramírez Vázquez, señaló la incongruencia entre lo pedido y lo premiado”.

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