Dedicado a la Belleza
Los rincones en el olvido hacen las delicias de la artista Naturaleza. (“La Naturaleza será tu única diosa”, reza para sus discípulos el Testamento de Auguste Rodin). Ahí ella juega, y se mece, lejos de cualquier intervención humana: todo es pretexto y alarde para mostrar su belleza y el infinito natural. A veces puede uno encontrarla incluso en sí mismo, y verse existir como una flecha bien afilada lista para dar al blanco. Se mira a sí a través de mis ojos, y lo sé. ¿Será un ojo mío y el otro de ella? ¿Tendré algún ojo yo? ¿Los dos? ¿La cámara? ¿Ninguno? Tomar una fotografía es algo así como encestar esa pelota en la cubeta que está en el suelo (y sin tirarla), me digo, mientras me asomo al visor y escucho ladrar a las fieras que amenazan derrumbar una reja a mis espaldas. Viene a mi mente aquel momento de gran presión en el que una joven ella, como si fuéramos niñas otra vez (y nunca lo habíamos sido para jugar juntas), quiso hacerme fallar el tiro y ganar una absurda competencia en la que estábamos enredadas. Intentaba concentrarme con la pelota en las manos, midiendo la distancia hasta la cubeta, el reloj corriendo detrás. Ella se me acercó y empezó (y con gracia infinita) a soltar palabras cerca de mi oído. Quería escucharla, además, pero pude ser mi concentración, dirigir la mirada, sentir el peso de la pelota vívidamente, apuntar, y encestar el tiro perfecto que dio la victoria al equipo. Todo esto en segundos, como ahora, que el momento cabe también en otro momento. Los perros ladran detrás, el mundo puede acabarse. Disparo. Las pocas fotos podrían titularse “Perros rabiosos”. Y ahora que las contemplo, lejos del bosque, siento una enorme tranquilidad. ¿De dónde viene la calma ahí, es mi ojo, o el paisaje imperturbable?