viernes 19 abril 2024

En las nubes

por Ruth Esparza Carvajal

En sus últimos días de lucidez, mi padre decía que los recuerdos son lo único que al final de la vida se quedan con nosotros. Desgraciadamente con la vejez se pierde la memoria, y por ende los recuerdos, o sea la vida. Por ahora yo todavía los tengo a borbotones.

Soy nostálgica en muchos sentidos, mas no a contracorriente de las comodidades que hoy representa la tecnología. Desde el control remoto de los televisores, hasta volar la nube que nos permite almacenar la información. Cuántos cambios han tocado a nuestra generación, y se han presentado con tal rapidez que cómo nos cuesta adaptarnos. Apenas estábamos digiriendo el fax, por ejemplo, cuando ya estaban llegando los correos electrónicos, los teléfonos inalámbricos y los celulares todavía del tamaño de un ladrillo.

“Renovarse o morir”, nunca tan cierta esta frase en todos los ámbitos y del que hablo; si no nos adaptamos y aprendemos las nuevas tecnologías, corremos el riesgo de quedarnos al margen de lo que está sucediendo en el mundo en todos las esferas de la comunicación, las noticias, la cultura, el entretenimiento y, en general, la difusión y recreación del conocimiento, el trabajo diario y la vida cotidiana. Incluso, hasta para salir de un estacionamiento o tomar el metrobus, hay que saber pulsar los botones de una maquina.

A mí todavía me tocó la prehistoria aunque sin dinosaurios, me refiero al cambio de la letra manuscrita a la de molde, lo cual, en su momento, causó gran polémica. Que si se perdería la buena caligrafía, que si era mejor porque era afín a la tipografía de las máquinas de escribir y no generaba confusión entre las niñas y los niños. El caso es que en lo que a mi se refiere, tengo una terrible letra que no es ni de una ni de otra; afortunadamente cada vez es menos necesario tomar un lápiz y escribir. Aunque mis compañeros de edición me alucinan por mis garabatos a la hora de corregir los textos.

Qué digo del tránsito entre la máquina de escribir de cinta de seda a la máquina electrica con corrector integrado. Después las que tenían una pequeña pantallita, que pemitía la captura de uno o dos renglones antes de imprimirla en el papel, para revisar y asegurar su correcto tecleo.

Recuerdo que la primera computadora que yo manejé fue una Sharp por ahi de 1981, en su aspecto es muy parecida a las computadoras de ahora. Era una máquina muy pequeña que no tenía memoria; toda la información capturada se almacenaba en un disco que se insertaba en algo parecido a lo que hoy es el CPU. Se trataba de un procesador de textos, que a pesar de lo simple de su operacion representó una herramienta formidable en el trabajo que desarrollábamos en la empresa de seguros en la que yo trabajaba en mis años de estudiante.

Son los ochenta. Las oficinas estaban llenas de hileras de mecanógrafas que tecleaban cientos de largas pólizas, casi idénticas, con “sopotocientas” copias en papel carbón. Al terminar el día se quitaban con crema el carbón de las manos, porque las mangas quedaban limpias gracias a unos plásticos que las protegían. Todas tenían máquinas eléctricas, lo último de la tecnología y aún así era un trabajo monotono, repetitivo. Además, cada error había que corregirlo con goma y corrector, hoja por hoja. Ufff.

Nos cambió la vida

Yo, junto con otros dos compañeros, estaba en el departamento de traducción de aquella compañía de seguros y, aunque en mucho menor volumen, los escritos también se repetían una y otra vez, casi idénticos. Cuando llegó el procesador de palabras y pudimos capturar y guardar los textos completos para luego sólo agregarle o quitarle lo requerido, toda la dinámica de trabajo cambió. Las mecanógrafas se capacitaron para también hacer los cálculos y su trabajo pasó a ser mucho más interesante y variado. Claro, con la consecuente reducción de personal.

De esto hace más de treinta años, o sea que muchos de ustedes no habían nacido. Después llegaron unas máquinas gigantes mucho más complicadas pero con más capacidad, tenían que estar en un cuarto especial a una temperatura muy baja y sus “cerebros” eran muy grandes, era lo que más espacio ocupaba en ese cuarto, se parecían a las grandes consolas de los estudios de música.

Aún recuerdo cuando diez años después, en Notimex, formé parte del cambio tecnológico de la agencia; fue todo un acontecimiento. Los telex se sustituían por las computadoras, muy bien, pero ¿y ahora a qué se dedicarían “los cableros”?, como se les llamaba a los trabajadores que pasaban por el área de información nacional e internacional recortando los cables que llegaban de distintos puntos del país o del mundo para repartirlos entre los interesados de acuerdo al área. El suceso de sustitución de equipos (máquinas de escribir por computadoras), el diseño de programas para que la información tuviera una estructura útil para todos los usuarios de la red de información, fue una verdadera proeza de inversión financiera y capacitación que obviamente también llevó a la reestructuración de la agencia.

En esos tiempos, la información que difundían las agencias de noticias se transmitía vía satélite a los usuarios. Cada vez que se conseguía una nuevo cliente, es decir una medio de comunicación que compraba el servicio de la agencia, había que viajar con las antenas e instalarlas para poder bajar la señal. La primera vez que alguien mencionó Internet debe haber sido por ahí del 94 o 95. Cuando Ignacio Basauri, entonces Coordinador Regional para Norteamérica, intentó explicarnos el funcionamiento de la red de redes, a mi me parecía imposible de comprender. ¿Cómo que la información viaja y recorre distancias por una red gigantesca?, ¿y cómo se busca?, ¿cómo se llega a ella?

Hubo de pasar varios años antes de que la www se sofisticara a los niveles de hoy y quién sabe cuánto más evolucionará, pero de que seguirá avanzando, ni duda cabe.

En algunos talleres de comunicación que he tomado, todavía hay quien dice que para escribir es mejor siempre traer una libreta y una pluma, que cuando se escribe a mano se le imprime otra suerte de sentimiento a lo que se plasma. Para mi eso no opera, si me entretengo en que me salga la letra y luego en entender lo que escribí, pierdo el hilo; de plano para mi, nada mejor que el teclado y digamos que en lugar de la libretita en la bolsa, mejor traigo mi Blackberry, si una idea sale de mi mente, con su mini teclado me entiendo mejor que con el lápiz.

Pero hay otras cosas en las que la tecnología no ha cambiado mis hábitos. A diferencia de Arouet, pienso que una salsa de molcajete no tiene sustituto, aunque también preparo en la licuadora buenas mezclas, y me gusta mucho más cocinar en la estufa o en un asador que en el horno de micro hondas. Ahí sí, prefiero a la antigüita.

Con la música me pasa algo semejante, pero creo que tiene más que ver con mis hábitos, aficiones y manías. Yo soy radioescucha desde mis más añejos recuerdos. De manera que, sí, sí he sustituido los LP’s (aunque conservo una centena de acetatos) por los cds, y con mis hijos y amigos escucho música en el iPod o desde los teléfonos celulares, lo cual es una maravilla ya que te da infinidad de posibilidades y variedad. Pero mi radio de mañana, tarde y noche no lo cambio por nada y será que soy nostálgica de nacimiento, pero el aparato que uso tiene cuerda y lámpara, hasta parece viejito y qué creen: suena muy bien, sintoniza mis estaciones favoritas y lo llevo fácilmente por toda mi casa.

De hecho uno de los hábitos que no he podido adquirir a pesar de traer mi BlackBerry es el de escuchar música con mis audífonos mientras voy por el mundo. De plano, cuando me acuerdo de llevarlos, si es que me acuerdo, los dejos por ahí botados; cargar tantos aditamentos me resulta complicado. En mi casa mi radio potatil, en el carro, el del auto. Y el sonido ambiental el resto del día. Incluso recurro al canto a capela mientras camino en los campos del Club Hacienda por las mañanas o en tanto pedaleo el Ajusco en la ciclopista los domingos, para rematar, a la antiguita, con unas quecas de requesón con flor de calabaza o quintoniles tiradas al comal.

También te puede interesar