jueves 28 marzo 2024

El presidente Trump

por María Cristina Rosas

Cuando Donald John Trump fue nominado candidato a la presidencia de Estados Unidos por el Partido Republicano, muchos pensaban –y otros aún lo creen– que fue una mala decisión.


En la historia del Partido Republicano, fundado en 1854 por un grupo de políticos que buscaban abolir la esclavitud, su primer Presidente fue, nada más y nada menos, Abraham Lincoln. Tras su muerte, los republicanos gobernaron 48 años, entre 1865 y 1933 –tomando en cuenta que hubo en ese lapso, dos gobernantes demócratas, Grover Cleveland y Woodrow Wilson–. En esa etapa la economía se encontraba, casi en su totalidad, en manos privadas y además era protegida de la competencia internacional mediante una política basada en altos aranceles. La gran depresión capitalista fue determinante para que los republicanos cedieran el poder a los demócratas quienes desde entonces gobernaron 20 años hasta 1953. Luego, con Eisenhower, los republicanos volvieron al poder, pero enfrentaron entre los 60 y los 70 una debacle, sobre todo tras la renuncia de Nixon por corrupción, lo que derivaría en la “refundación” del partido en los 80, con Ronald Reagan al frente.


La “refundación” del Partido Republicano fue necesaria, dado que su perfil y sus principales consignas habían cambiado. Surgió ante la necesidad de abolir la esclavitud, lo que convertía a esta fuerza política en “progresista”. Los sureños, inconformes con los abolicionistas, encontraron en el Partido Demócrata una fuerza política conservadora que los arropó. Así, los demócratas eran conservadores en el siglo XIX, en tanto los republicanos se apreciaban más liberales. Por ello la base de apoyo de los republicanos estaba en el noreste,en tanto los demócratas eran especialmente fuertes en los estados sureños.


En el siglo XX, las cosas cambiaron. El liberalismo a ultranza postulado por los republicanos, fue identificado como el principal responsable de la crisis económica de 1929, por lo que los demócratas acuñaron agendas favorables a la intervención del Estado en la economía, a la promoción de la protección social y laboral y poco a poco se colocaron en el espectro liberal, dejando a los conservadores en la “cancha” del conservadurismo. Cuando Eisenhower ganó los comicios presidenciales en 1953, la agenda republicana reproducía buena parte de las políticas que habían llevado a cabo los demócratas. Los republicanos ya no “conectaban” con sus bases. En los 60, la lucha por los derechos civiles fue apoyada por los demócratas, de manera que los republicanos poco a poco perdían identidad. Los afroestadounidenses se integraron, así, al Partido Demócrata, mientras que los sureños blancos se unieron a las filas republicanas. El centro de gravedad de ambos partidos cambió, el sur se pintó de colores republicanos, en tanto el noreste se orientó por los demócratas.


Esto es importante para anotar que el Partido Republicano que postuló a Trump a la Presidencia, es muy distinto de aquel fundado en 1854. Hoy es una fuerza política conservadora, que reivindica la libertad del individuo y la no intromisión del Estado en sus asuntos y que goza de una fuerte base de apoyo entre la población masculina, los sectores más acaudalados, las pequeñas, medianas y grandes empresas, el complejo militar-industrial y los llamados WASP (–White Anglo-Saxon-Protestant). Claro que dentro del Partido Republicano se observan diversas tendencias, desde las más conservadoras hasta otras moderadas, pasando por la derecha cristiana, los conservadores fiscales, etcétera. Hasta antes de la llegada de Trump había militantes favorables al paleoconservadurismo, esto es, el proteccionismo y el aislacionismo, que representaban, apenas una minoría, pero que en la administración de Trump se posicionan con renovado vigor.


 


 


 


 


 


La victoria de Trump


Son muchos los factores que ayudan a explicar la victoria de Trump destacando el voto antisistema, estrechamente vinculado con Barack Obama. A pesar de su popularidad mundial, Obama es visto en Estados Unidos como el responsable de generar políticas que empobrecieron a amplios sectores de la población, en particular a los WASP de bajos ingresos, quienes en protesta dieron un apoyo decisivo a Trump. La sobreexposición pública de Hillary Rodham Clinton, es otro factor determinante, dado que, con una trayectoria política de tan larga data, como primera dama, luego como senadora, más tarde como secretaria de Estado y finalmente como candidata presidencial, era una cara poco “novedosa”. El hecho de que ella carece de carisma para “conectar” con la población, no es un tema menor. Tampoco lo es el “factor Bernie Sanders” quien, pese a su edad, apareció como “novedoso” a los ojos de los electores y reunió fondos para su campaña en tiempo récord entre quienes deseaban que su candidatura trascendiera. Al final, quedó fuera de la contienda, algo que generó frustración y que llevaría a que Hillary Rodham no pudiera hacerse del apoyo requerido entre los seguidores de Sanders. Asimismo, el hecho de que los Obama hicieran una fuerte campaña en favor de Clinton, puede haber sido un factor que operó contra ella dado que, a los ojos de los votantes, esto sugería continuidad respecto a lo hecho por la administración de Obama, que, hay que insistir, para muchos empeoró sus condiciones de vida.


El lema de la campaña de Trump: “Make America Great Again” (volver a hacer grande a Estados Unidos), es un enunciado atractivo para quienes querían cambio, no continuidad. Trump no es político pero como empresario pragmático encontró acomodo entre los republicanos, imponiéndose, contra todos los pronósticos, a sus correligionarios al igual que en la contienda presidencial frente a la candidata demócrata.


La agenda de Trump


Una palabra repetida insistentemente por Trump a lo largo de la contienda presidencial, fue “desastre”. Para él, todo lo hecho por Obama, al igual que la agenda propuesta por Hillary Rodham, constituyeron un “desastre” que él, evidentemente, modificaría. “Make America Great Again” significa, dentro del país, resolver los problemas más apremiantes de la población en aspectos como el empleo, la competitividad, la educación, el sistema de salud, etcétera. En el exterior, apela a recuperar el liderazgo, repudiando la doctrina Obama de seguridad, en la que éste planteaba que EU debía ser un “socio indispensable” pero no el líder absoluto en el mundo, sino “primero entre iguales”. Para muchos republicanos, Obama ha claudicado ante otros países y ha perdido espacios que es menester recuperar, siempre y cuando los aliados de EU cumplan con “su parte” del trato. En esa lógica también se inscriben el repudio al acuerdo de cooperación nuclear con Irán –que tantas protestas y críticas generó en Israel–, al igual que el proceso encaminado a revertir la normalización de las relaciones diplomáticas con Cuba –como parte de las promesas formuladas por Trump, en campaña, a la comunidad cubana de Miami.



Trump, un paleoconservador, se propone también denunciar –o bien, renegociar– todos los tratados de libre comercio que Estados Unidos ha suscrito; imponer altos aranceles a China; obligar a sus aliados a asumir el financiamiento de esquemas de seguridad colectiva como la OTAN o bien los acuerdos bilaterales de seguridad, como los existentes con Japón y Corea del Sur. Es decir, la premisa es ahorrar en política exterior, comercial y de seguridad con sus aliados y socios y emplear esos recursos para la seguridad interna y la promoción del empleo y el bienestar de los estadounidenses. No se sabe qué tan exitosa pueda ser una propuesta de este tipo en un mundo tan globalizado y donde las propias empresas estadounidenses manufacturan casi toda su producción fuera del territorio de EU. Si, por ejemplo, EU decide gravar con altos aranceles los productos chinos, ello repercutirá decisivamente en los costos y la competitividad de las empresas del vecino país del norte que manufacturan en el país asiático. Otro tanto se puede decir de las empresas estadounidenses que operan en México al amparo del TLCAN, en sectores tan estratégicos como, por ejemplo, el aeroespacial. No parece tan sencillo que Washington se pueda desdecir de compromisos comerciales que le han acarreado muchos beneficios y que podrían venirse abajo si las amenazas proteccionistas y aislacionistas de Trump se concretan.


En esta misma lógica estriba el polémico “muro” que, independientemente de que enfrenta varios obstáculos físico-topográficos casi insalvables, de ser construido –o al menos, si se edifican las partes faltantes, dado que hay muro y doble muro en al menos mil kilómetros de la frontera común– se buscaría que fuera facturado a México vía las remesas de sus migrantes. Claro que de producirse las deportaciones masivas de migrantes anunciadas, seguramente su administración no contará con tantos recursos –vía remesas– para financiar el “muro.”


El gabinete de Trump


Los colaboradores de Donald Trump incluyen a empresarios, líderes religiosos, personajes vinculados a los medios, supremacistas blancos y militares de línea dura. Entre los ya confirmados figuran el “perro loco” James Mattis (secretario de Defensa), con experiencia en combate en Afganistán tras los atentados terroristas del 11 de septiembre y también en 2003 en Irak, cuando esa nación fue invadida durante la administración Bush; Mike Pompeo (director de la Agencia Central de Inteligencia) exmilitar y quien fuera miembro del comité bipartisano que analizó el ataque a Bengasi para corroborar o deslindar la responsabilidad que en el mismo hubiera tenido Hillary Rodham Clinton; Jeff Sessions (Departamento de Justicia), senador por Alabama y fuerte opositor a la reforma migratoria; el general Mike Flynn (asesor de Seguridad), extitular de la Agencia de Inteligencia del Departamento de Defensa (DIA), cargo que abandonó luego de la polémica que generó su propuesta para reformar a dicha entidad. El supremacista blanco Steve Bannon fungirá como uno de los principales asesores en la nueva administración. Otro personaje ya confirmado como secretario de Comercio, es el llamado “rey de la bancarrota” Wilbur Ross, multimillonario que ha destacado por comprar empresas “quebradas” a las que rehabilita y más tarde vende muy caras. En el Departamento del Tesoro, otro multimillonario, Steven Mnuchin. El Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano estará a cargo del polémico cirujano Ben Carson, uno de los pocos afroestadounidenses en el gabinete de la nueva administración. El legislador Tom Price, quien criticó fuertemente el Obamacare, tendra a su cargo el Departamento de Salud y Servicios Humanos.


¿Qué hay de las mujeres? Al igual que en otros países, EU debe cubrir una cuota de género a todos los niveles, sólo que en esta oportunidad en la mayor parte de los casos, las mujeres se harán cargo de ministerios “menores” o de bajo perfil. De haber obtenido la victoria Hillary Clinton, claramente la composición de su gabinete habría promovido a diversas mujeres a importantes cargos. Pero el “hubiera” no existe. Con Trump, la taiwanesa Elaine Chao estará al frente del Departamento de Transporte; la hija de inmigrantes indios –sijs– Nikki Haley, gobernadora de Carolina del Sur, representará a EU ante Naciones Unidas; Betsy DeVos –esposa del heredero de Amway– será la titular del Departamento de Educación y Kathleen Troia McFarland, comentarista de Fox News, será viceconsejera de Seguridad Nacional, apoyando el trabajo que en la materia desarrollará Flynn.


 


México y Trump


La agenda bilateral entre México y Estados Unidos es compleja, y existe una gama amplia de temas que demandan la atención de ambos gobiernos, pero esto no necesariamente ocurre. Los temas prioritarios suelen ser propuestos por EU dado que si bien México y la Unión Americana son interdependientes el primero es más dependiente del segundo y, por lo mismo, más vulnerable. En este sentido, la agenda carece de integralidad y únicamente prevalecen aquellos aspectos que resultan prioritarios para Washington.


En la administración de Obama, por ejemplo, predominaron temas de seguridad y crecimiento económico. Otros tópicos como el desarrollo, la pobreza, los temas ambientales, salud, etcétera, fueron relegados. Pero incluso en temas prioritarios, como seguridad, México cargó con la peor parte, al ser el país que mayormente asumió en términos de recursos materiales y humanos, el combate de la delincuencia organizada sin que, por ejemplo, Washington contribuya de manera equivalente. Asimismo, al día de hoy el consumo de estupefacientes sigue siendo criminalizado en ambos países, pese a ser un creciente problema en materia de salud pública.


Conforme a la experiencia, es de esperar que bajo la presidencia de Trump, la agenda bilateral se mantenga centrada en un par de temas, muy posiblemente, migración y seguridad fronteriza –con el súper muro, ya referido–, y la renegociación del Tratado de Libre Comercio. Asuntos tabú, seguramente, serán el endurecimiento de las medidas en EU para prevenir el tráfico ilícito de armas pequeñas y ligeras con destino a México; el combate al lavado de dinero; la situación ambiental en la frontera; etcétera. Uno de los temas que se antoja controvertido es la legislación que posibilita el consumo de la marihuana en varios estados de la Unión Americana con fines medicinales o recreativos, puesto que ello generará jurisprudencia internamente, pero al mismo tiempo dará pie a conflictos entre EU y la comunidad internacional por el cariz punitivo de su política de combate al tráfico de estupefacientes –amén de lo cuestionable que será que internamente se pueda consumir, en cada vez más estados la marihuana, mientras que fuera de ese país se penaliza su tráfico y comercialización.


La gestión de la agenda bilateral deberá realizarse, por parte de México, con oficio político. Las cartas negociadoras del gobierno mexicano no son menores: es del interés de Estados Unidos que su vecino sureño se mantenga próspero y estable, de otra manera ello tendrá serias repercusiones en la propia economía y sociedad estadounidenses. La seguridad y la prosperidad de Estados Unidos pasa por las de México y viceversa. Las expectativas de crecimiento para ambos países en 2017 son cada vez más lúgubres y, a menos que cierren filas, se antoja muy difícil que de manera aislada cada nación pueda enfrentar los desafíos que se vislumbran en el horizonte. La cooperación entre México y Estados Unidos durante el gobierno de Donald Trump se antoja difícil, mas no imposible. Hay muchas comunidades empresariales y legisladores en Estados Unidos que son favorables a México y que pueden ayudar a sensibilizar a la administración Trump sobre la importancia de privilegiar la negociación sobre las políticas intimidatorias y punitivas. También, el arribo del gobierno de Trump es una oportunidad para que México se revalore a sí mismo, tanto en términos del importante capital humano que posee, como de los recursos materiales de que dispone, elementos a tomar en cuenta en una mirada al mercado interno y a su potencial.


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