viernes 29 marzo 2024

El mítico Excélsior de 1976

por Roberto Alarcon Garcia

La cooperativa


En ese Excélsior se había perdido todo espíritu cooperativista. La naturaleza de la sociedad de trabajadores creada en 1932 se había desvirtuado por completo. La cooperativa, sin embargo, funcionaba bien en lo económico. A pesar de los bajos sueldos, los ingresos de los socios se veían compensados tanto por la posibilidad de trabajar turnos extra como de beneficios como el reparto trimestral de dividendos, la obtención de participaciones accionarias y un aguinaldo de 100 días de salario. Adicionalmente, los cooperativistas disponían de cartas de crédito para la adquisición de bienes y servicios diversos –muebles, aparatos eléctricos, viajes, restaurantes, cursos– con cargo a los convenios de intercambio que la cooperativa tenía con anunciantes. Esas cartas llegaron a ser objeto de comercio, pues algunos socios las solicitaban para luego venderlas a menor precio y obtener un ingreso adicional. Por supuesto, esta práctica auspiciaba con frecuencia actos de corrupción.



En lo social, la cooperativa no respondía en absoluto a su esencia. Los trabajadores ingresaban a ella luego de una etapa de trabajo y previa aprobación del Consejo de Administración, sin conocer ni siquiera los principios cooperativos más elementales. No había ningún tipo de capacitación ni se aludía siquiera a principios como la igualdad de derechos o la solidaridad. Había intereses, no convicciones.


Las gacetilla


En el Excélsior de Julio Scherer se vendían espacios informativos, inclusive en primera plana. Prevalecía la práctica de publicar gacetillas (publicidad disfrazada de información) a tanto la línea ágata y debidamente facturadas. Scherer decidió suprimir definitivamente la venta de la cabeza principal del periódico, la de ocho; pero se vendían otras “notas” destacadas en la portada, incluido el cintillo, que era la cabeza enmarcada que se publicaba en la parte superior de la primera plana, segunda en importancia.


Ocurrió en una ocasión que habiéndose decidido por su importancia periodística dedicar la cabeza de ocho columnas a una noticia derivada de declaraciones del entonces director general del IMSS, Carlos Gálvez Betancourt, el jefe de prensa llamó a la dirección del periódico para pedir una inserción pagada. Scherer ordenó entonces a Becerra Acosta cambiar al cintillo la nota respectiva…


El retrato


Este es, para el recuerdo, un “retrato hablado” de la mesa de redacción del casi centenario Periódico de la Vida Nacional, a mediados de 1976. Ahí se cocinaba cada edición de aquel Excélsior. En la cabecera de la gran mesa conocida como “El guitarrón” por su forma, de espaldas a la ventana con balcón que daba al Paseo de la Reforma, el subdirector Manuel Becerra Acosta. A su izquierda, el jefe de Redacción, Arturo Sánchez Aussenac; a su derecha, el secretario de Redacción, Leopoldo Gutiérrez Ortega. Repartidos a lo largo de la mesa, los cabeceros Manuel Campos Díaz, El Vate, y Gonzalo Martínez Maestre, y los correctores Carlos Narváez y Antonio López, entre otros. De pie, a ambos lados de la mesa, los ayudantes de redacción Víctor Manuel Juárez y Fernando Belmont. Y junto a la puerta de cristal, el inolvidable oaxaco Senén Montero Crisanto.

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