viernes 29 marzo 2024

El intelecto de mi ex

por Miguelángel Díaz Monges

Esta broma que conoció en vida, para Susana,

in memoriam,

con mi inmortal cariño a seis meses de su muerte.

Entreteníame yo en contemplar el modo en que funciona mi intelecto cuando mi exmujer dio el golpe mortal a nuestro tortuoso matrimonio.

Mi cerebro es un remanso de imaginación y sabiduría compuesto por un torrente de ideas y entelequias que en su recorrido hacia la expresión escrita va librando las pulidas rocas del conocimiento. El cerebro de mi ex mujer es similar, con reservas: se trata de un fenómeno natural donde corren precipitadamente las aguas negras arreando en su ímpetu con cuanta muestra de erosión pueda existir.

Mi exmujer cocina bien, eso hay que admitirlo, no por justicia sino para explicar por qué duré casado casi diez años.

Así pues, yo pensaba y ella cocinaba. No en ese instante exclusivamente, sino toda la vida. Éramos desempleados los dos, pero Dios nos proveyó de paciencia y desvergüenza, virtudes muy apreciadas por los secretarios de Estado y ministros de todo el orbe.

Se puede creer que yo me dedicaba a pensar en lo fascinante que es mi modo de pensar, pero no es estrictamente cierto. Más de la mitad de mi tiempo lo dedicaba a la manera de no pensar de mi mujer, y el de apasionantes personajes periodísticos.

Todo iba bien y en santa paz hasta que un mal día, ¡oh, desdicha!, descubrió que tenía cerebro y que, con empeño y disciplina, esa cosa podría usarse para pensar. Cocina bien pero es muy majadera y desconsiderada. Optó por ensayar sus primeras ideítas para contradecirme en todo. Muy oronda de su hallazgo y de los primeros resultados llegó al punto de poner en la agenda de disertación la posibilidad de que yo trabajara. Después ligó los meses de renta vencidos, el teléfono cortado y el refrigerador hueco con lo que ella consideró mi haraganería. Pensar es más difícil y agotador de lo que se suele creer. Sobre todo es peligroso: tarde o temprano se llega a conclusiones.

No está bien que la gente muera de hambre, nadie quiere eso para mí. Hay dos posturas: los menos opinan que hay que ayudar a “ese muertodehambre”, los más dicen “sepárate de ese muertodehambre”. Así era la cosa. Entre ella y sus parientes lograron una idea y la conectaron con una decisión, así que se largó con todo y niños. Desde entonces me muero de hambre en santa paz, avocado a la admiración de cómo funciona mi intelecto. Estoy agradecido con los que opinaron lo uno, pero más con los que opinaron lo otro. Sobre todo creo de elemental gratitud consignar que nunca me llamaron muertodehambre en mi cara, cosa que hubiera sido muy desagradable y desconsiderada: dijeron que teníamos proyectos de vida distintos. Yo pensé que no tengo proyecto de vida y no sabía que ella lo tuviera, pero no se los dije porque yo sí soy considerado. Mis buenos modales y los que mi exmujer ha ido aprendiendo tras algunos años de ejercitar el encéfalo han permitido que mis hijos estén bien educados y sean considerados: no cocinan, no usan el cerebro, al menos no de forma presuntuosa, visible, evidente. En cuanto a eso de comer, digamos que tienen buen paladar, pero saben conformarse con lo poco que pepenan en casas de amigos, reclusorios y granjas para adictos.

Así, en una evaluación otoñal, debo decir que la combinación del intelecto de mi ex con el mío dio dos sabrosos frutos impecablemente dignos de la sociedad, el país y la época que les tocó vivir. Aunque, claro, no faltan parientes que opinan distinto. Los parientes siempre opinan otra cosa y sus opiniones nunca sirven para nada salvo echar a perder matrimonios y familias.

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