miércoles 27 marzo 2024

El desafío de Babel

por Alfonso Gumucio-Dagron

A fines de octubre tuvo lugar, en Roma, el Congreso Mundial de Comunicación para el Desarrollo (WCCD por sus siglas en inglés).

He estado en innumerables eventos internacionales sobre comunicación durante las dos últimas décadas, pero éste tuvo características especiales que lo hacen único: fue convocado por el Banco Mundial, por la FAO y por The Communication Initiative, organizaciones que tienen diferente naturaleza y poco en común en su enfoque sobre el desarrollo.

Entre los 700 participantes había funcionarios de gobierno, de organismos internacionales, de ONGs,

de redes de comunicación, de todas las regiones del mundo. El WCCD corría el riesgo de convertirse en una torre de Babel donde cada delegado hablaba su propia lengua y expresaba sus ideas sin importarle lo que dijeran los demás. De hecho, es lo que sucede en muchas reuniones internacionales, pero hubiera sido triste que sucediera lo mismo en un congreso sobre comunicación, donde el diálogo

tendría que ser central. Las experiencias inmediatamente anteriores de grandes eventos no eran muy alentadoras. Las dos “cumbres” de la llamada “sociedad de la información” que tuvieron lugar en Ginebra (2003) y en Túnez (2005) nos dejaron un sabor de frustración en la medida en que los gobiernos y las agencias multilaterales dominadas por los gobiernos poderosos, se concentraron en discusiones sobre nuevas tecnologías, evacuando el tema del derecho a la comunicación.1 Más positivas han sido las reuniones de la Mesa Redonda sobre Comunicación para el Desarrollo que cada dos años reúne a agencias de las Naciones Unidas, a fundaciones internacionales y a redes que se ocupan del tema. De hecho, este primer Congreso Mundial de Comunicación para el Desarrollo es sin duda una consecuencia de las nueve mesas redondas anteriores, y sobre todo de las más recientes, que permitieron abrir el espectro de participación a organizaciones y redes de la sociedad civil.

El congreso de Roma venía precedido de sombras e incertidumbre. Durante dos años las tres instituciones a cargo de la organización mantuvieron una difícil relación, mediada por los intereses de cada una de ellas, y por las altas expectativas de la comunidad de comunicadores, que tenían la esperanza de que este congreso rompiera de una vez por todas esa barrera de negación que afecta a la comunicación para el cambio social.

Tengo que decirlo con todas sus letras: el modelo de comunicación imperante en muchas agencias de cooperación y desarrollo, tanto multilaterales como bilaterales, está caracterizado por la verticalidad y el afán de figuración. Hay contadas excepciones: la Unesco ha realizado aportes importantes en la reflexión sobre la comunicación para el desarrollo y ha apoyado proyectos concretos en los países del Tercer Mundo, lo mismo que la FAO. Esta agencia mantuvo mal que bien la dirección que en los años 70 fue inspirada por Colin Fraser y Silvia Balit, pero una reestructuración institucional en 1995 colocó a la comunicación para el desarrollo a un rol secundario.

El prontuario de las otras agencias multilaterales y bilaterales es lamentable. La UNICEF se ha especializado en autopromocionarse para recaudar fondos, desvirtuando lo que en tiempos de James Grant, su ex director, se había avanzado en comunicación de apoyo a los programas. De las otras agencias de cooperación se puede decir casi nada: la comunicación no ha sido una prioridad en sus agendas.

La enorme ignorancia sobre la comunicación que existe en las agencias de desarrollo es uno de los factores que contribuyen al estancamiento y al retroceso perceptible en las últimas décadas. Lo dijo el propio Colin Fraser en una plenaria del WCCD en Roma: “Ahora se confunde comunicación con publicidad, con marketing y cualquier otra cosa” (cito de memoria). Y es cierto. La primera confusión es entre comunicación e información. Muchas agencias de desarrollo invierten en actividades de información, pero no de comunicación; priorizan la difusión a través de los medios masivos en lugar de los procesos de comunicación participativa que permiten a las comunidades apropiarse de la comunicación como un derecho, y de la misma manera participar en los programas y proyectos como sujetos, y no como simples objetos del desarrollo.

Lamentablemente, estos principios de la comunicación para el cambio social, basada en el diálogo y la participación, no son entendidos por las grandes agencias de desarrollo. Por ello era tan arriesgada la apuesta de reunirse en Roma, y poner a dialogar en las mismas salas a funcionarios del desarrollo, formados a la antigua en el concepto de uno puramente económico y vertical, y a activistas y promotores de una comunicación diferente: otra comunicación para otro desarrollo. En organizaciones como el Banco Mundial y la propia FAO, todavía subsisten profundas diferencias, que se hicieron evidentes en el proceso de organización del congreso, y durante el mismo evento. En el Banco

Mundial hay burócratas que no quieren escuchar la palabra “participación” a pesar de que el propio James Wolfensohn, quien fuera presidente del BM hasta el año pasado, colocó la participación como un tema central en la agenda de la institución. Por otra parte, hay funcionarios del Banco Mundial que mantienen empecinadamente una posición progresista y tratan de cambiar desde adentro a la organización, apoyando la comunicación para el cambio social y proyectos de participación como las radios comunitarias. En la FAO se producen desaveniencias similares, a pesar de una historia que honra a esa organización y la coloca en el campo progresista.

Por ello la presencia de la Iniciativa de Comunicación entre los tres organizadores del congreso fue un elemento de equilibrio y de apertura. Esta organización virtual mantiene el sitio Web más importante sobre el tema de comunicación para el desarrollo en el mundo, con miles y miles de páginas sobre experiencias, teoría, debates, información sectorializada (salud, medio ambiente, infancia, tecnologías, etcétera), The Communication Initiative genera boletines especializados y mantiene espacios de redes y debates que involucran a miles de lectores. Además del sitio global, está el sitio en castellano que cubre América Latina en prioridad, y el sitio africano, Soul Beat. La Iniciativa de Comunicación es el lugar de encuentro y de diálogo virtual de comunicadores para el desarrollo en el mundo entero. El aporte a la reflexión sobre el tema ha sido fundamental en años recientes.

El congreso estaba marcado por los aspectos señalados anteriormente, de ahí que las expectativas en algunos de los participantes –entre los que me cuento– no eran muy altas. Sin embargo, los tres días de trabajo demostraron que se pudo avanzar un buen trecho. Para empezar, la lista de 700 invitados y participantes fue una demostración de que –a diferencia de otras reuniones internacionales en las que se disputan espacios los gobiernos, las agencias de desarrollo y las organizaciones de la sociedad civil– aquí se produjo una participación equilibrada de las diferentes regiones del mundo, de una gran diversidad de organizaciones, y sobre todo, con una importante diversidad de puntos de vista. Ciertamente, no se trataba de reunir solamente a los ya convencidos, para autocongratularnos como solemos hacer en reuniones monotemáticas, sino de favorecer el diálogo y el debate entre los que tienen posiciones divergentes.

Es innegable que hubo espacio para el diálogo y para el debate, aunque algunas sesiones plenarias, como aquella que se transmitió directamente por la BBC, hayan dejado mucho en el tintero. La operación mediática era una concesión cuyo objetivo, sin duda, fue darle un perfil más alto al congreso, de manera que lo que se discutía entre las paredes de la FAO trascendiera a nivel internacional. No fui el único irritado por esa sesión mediática que desvió el tema de la comunicación para el desarrollo hacia los medios de difusión y la “libertad de prensa”, pero es indudable que reflejó la diversidad de opiniones dentro del congreso.

Como en todo congreso de estas dimensiones, hubo cierta frustración de no poder abarcar todo lo que podía ofrecer. Tres grandes temas de comunicación para el desarrollo estructuraron las sesiones: gobernabilidad, desarrollo sostenible y salud. Las mañanas estaban ocupadas con sesiones plenarias, y las tardes se dedicaron a discusiones más especializadas en sesiones paralelas que obligaban a elegir entre los múltples temas abordados. Seis o siete sesiones transcurrían al mismo tiempo, además de proyecciones de documentales en video, y las presentaciones de “pósters” sobre proyectos y programas.

En lo personal, tuve oportunidad de presentar por vez primera la Antología de comunicación para el cambio social, el libro de más de mil páginas que preparé durante tres años con Thomas Tufte, y el video documental Voces del Magdalena, que dirigí este año en Colombia con el apoyo, en la producción, de Amparo Cadavid. Hubo otros libros nuevos presentados, muchos proyectos interesantes, innumerables diálogos e intercambios de experiencias.

La delegación latinoamericana fue importante, con participantes de casi todos los países de nuestra región.

En suma, este primer Congreso Mundial de Comunicación para el Desarrollo, tuvo a mi juicio un saldo positivo, a pesar de las desaveniencias y disputas institucionales por el espacio y la visibilidad.

Creo que todos salimos ganando, y voy a explicar por qué en los siguientes párrafos.

En primer lugar, los conceptos de la comunicación para el cambio social pudieron avanzar un poco más en las agendas del desarrollo. En el congreso había funcionarios y tomadores de decisiones que por primera vez tuvieron la oportunidad de dialogar sobre un enfoque de comunicación para el desarrollo diferente al que estaban acostumbrados. Quizá eso permita que ahora tomen en cuenta esa nueva perspectiva en los programas y proyectos que están bajo su responsabilidad, aunque hay que señalar que muy pocos líderes de alto nivel del Banco Mundial estaban presentes.

Los tres organizadores del congreso avanzaron con su apuesta. Dentro del Banco Mundial se fortaleció la posición de aquellos que no tienen temor de hablar de participación democrática en la comunicación y en el desarrollo. Aunque las recomendaciones de los eventos muchas veces no pasan de ser un saludo a la bandera, es posible que cambien algunas cosas si el documento final se promueve como un instrumento de responsabilización (accountability). Para los colegas de la FAO, que mantienen con vida los principios de una comunicación para el desarrollo que procura dar voces a quienes no la tienen, el congreso se cerró con un saldo positivo, por las mismas razones anotadas antes. Finalmente, para The Communication Initiative, el WCCD es una especie de bautismo de fuego, una conversión exitosa:

la Iniciativa de Comunicación –hasta ahora una organización virtual, sin otro rostro que la pantalla de la computadora– se convierte rápidamente en una organización real, que tiene influencia en el mundo del desarrollo y que puede contribuir a facilitar el diálogo entre los grandes actores y tomadores de decisión.

Para los demás, es decir para nosotros, comunicadores y pensadores de la comunicación participativa, para nuestras organizaciones, redes y universidades, para nuestras prácticas y nuestras luchas en favor del derecho a la comunicación, este congreso tiene también un resultado positivo porque legitima nuestro trabajo y nos posiciona como actores en el desarrollo. Además, los tres días en el congreso fueron una oportunidad para conocernos o para reencontrarnos, para intercambiar ideas y para seguir diseñando la estrategia de comunicación que, esperamos, marcará la diferencia entre un desarrollo sin participación y un desarrollo donde la gente se apropia de su futuro y de su comunicación.

Las recomendaciones finales del evento son una prueba del camino que se ha avanzado. En ellas se menciona claramente la necesidad de que las grandes agencias de desarrollo y los gobiernos revisen sus posiciones sobre la comunicación como factor de desarrollo sostenible y tomen en cuenta el enfoque participativo. Se recomienda a los gobiernos y organizaciones de desarrollo dotarse de políticas y estrategias para que la comunicación –y no solamente la información y la visibilidad institucional– sea parte integrante de los programas que promueven.

Se les insta a contratar personal altamente especializado, con visión estratégica, y no solamente periodistas para elaborar boletines o convocar a conferencias de prensa. Finalmente, se menciona la necesidad de que la comunicación para el desarrollo sea parte de los presupuestos de los programas, y no un añadido simbólico y extemporáneo. En la última línea del documento de recomendaciones se recuerda que los procesos deben tener como eje el derecho a la comunicación, lo cual constituye un paso trascendental sobre los enfoques que solamente hablan de “información” para el desarrollo y de “acceso” a la información.

En resumidas cuentas, este congreso no fue una reunión entre convencidos, sino un diálogo para abrir puertas a un enfoque de estrategias de comunicación para el desarrollo basado en la participación, y eso se logró.

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