jueves 28 marzo 2024

El bicentenario de proceso

por Lucía Saad

Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos. Jorge Luis Borges

La ciencia histórica se ocupa de la investigación de las memorias sociales o, considerando al historiador francés Jacques Le Gof, la historia es la forma científica de la memoria colectiva.1 La memoria es una categoría compleja porque para formular su configuración específica se necesitan algunas coordenadas centrales: tiempo, espacio y sujeto, cuya definición, a su vez, requiere de una multiplicidad de factores que varían en cada cultura. Las magnitudes temporales y espaciales con las que trabaja el historiador cambian dependiendo del objeto de estudio. El tiempo es un concepto móvil que no se ajusta a límites precisos porque, desde una perspectiva diacrónica, un siglo es distinto para un mexica (52 años) que para un defeño (100 años como no es igual Tenochtitlán que La Plaza de la Constitución. El espacio adquiere características y significados peculiares no sólo a través de grandes lapsos de tiempo sino en el tiempo corto; pues si observamos a los coetáneos, notamos que no es la misma percepción de la parroquia la que tiene el cura, el feligrés o el visitante.

La memoria adquiere dimensiones culturales porque se forma y se expresa en un entorno; difiere entre individuos, como entre comunidades o poblaciones. Lo sabemos porque sus expresiones son de una gran diversidad. La memoria es presente porque es lo que permanece del pasado. Sería reduccionista afirmar que la memoria remite sólo a recuerdos y que supone siempre procesos racionales. Los actos y los objetos son expresiones y representaciones, respectivamente, de una memoria activa.

Conmemorar supone, entonces, un proceso de conocimiento y reconocimiento individual y social de aquellos rasgos que nos configuran. 2010 es un año doblemente emblemático para los mexicanos porque signa dos hechos históricos que convencionalmente el gobierno federal ha celebrado con bombo y platillo: la independencia (1810) y la revolución (1910 ahora que se cumplen dos y un siglo de celebraciones, respectivamente, el festejo se magnifica. Más allá de las políticas públicas en torno a la celebración de esos hechos emblemáticos —en 2006 el presidente Vicente Fox creó una comisión para la organización de los festejos—, la conmemoración se ha expresado en múltiples circuitos: políticos, académicos, comerciales, y en varias dimensiones: internacional, nacional o estatal. Cada quien entiende la conmemoración de acuerdo a sus intereses. En el abanico que ofrece el acto conmemorativo surgen viejas y nuevas convenciones sobre el discurso histórico.

nexos dedica al tema su ejemplar de septiembre del 2009. La línea editorial que da sentido a los ensayos parte de la pregunta: “En el bicentenario de la independencia de México ¿qué y cuándo celebrar?”. Llama la atención el título del artículo de la investigadora Erika Pani: “Las naciones no cumplen años”.

No sé si el concepto de nación es intemporal. Me gustaría agregar otra pregunta. ¿Conviene hacer un alto en la reflexión de nuestra historia o debemos realizar una celebración siempre en curso de la memoria social? Creo que conmemorar no implica necesariamente festejar; pero tampoco despreciar. Sin embargo, fijar un momento para esa reflexión es una convención necesaria, ya sea que lo adornemos con rosas o con cempasúchil. Habrá quien quiera sumarse a la “connacional” o a la “patrimonial” como bien explica el historiador francés Pierre Nora; quien prefiera seguir un “modelo memorial” y buscar la reconciliación social bajo la égida del discurso de alguna élite política; u otros que quieran ser la “voz crítica” de la nación y detenerse en el análisis de hechos trágicos y traumáticos; no importa.

Me detengo en una expresión en particular del fenómeno conmemorativo que corresponde a los fascículos coleccionables del Bicentenario de la revista Proceso que empezaron a circular mensualmente, en todo el país, en abril del 2009.

La línea editorial de Proceso es antigubernamental. Desde su creación (1976) denuncia escándalos políticos generalmente relacionados con corrupción, narcotráfico y da relieve a movimientos políticos de oposición.

La presentación de la colección conmemorativa fue el 20 de septiembre del 2009, en el marco de la XXI Feria del libro de Antropología e Historia, auspiciada por el INAH, y corrió a cargo del director de la revista, Rafael Rodríguez Castañeda, de Fabrizio Mejía Madrid (coordinador) y Marcela Dávalos. El reseñista de la presentación, Alejandro Saldivar, destacó en primer término el mensaje del director, y en seguida el del coordinador:

Con cada número de la colección: “Queremos lanzar nuestro grito de independencia”. En un repaso histórico, el coordinador de las ediciones mensuales, Mejía Madrid, dijo que la derecha le está dando la vuelta al debate de un país que nunca se ha puesto de acuerdo con su propia historia. “Hacer un elogio de la revolución significa hacer un elogio del PRI y PRD”, consideró.2

Director y coordinador asumen la festividad del hecho histórico; el primero se apropia de la celebración; el segundo propone ser la “voz crítica” y restarle alabanza o mérito a la revolución, a quien, sin mediar explicación, identifica con el PRI y el PRD. Mejía califica a la derecha (PAN) como incapaz de generar un debate sobre la historia de México y, tratando de colocarse por encima de ella, invita al debate y adelanta los nombres de varios colaboradores: Elena Poniatwoska, Carmen Boullosa, Margo Glantz, Jordi Soler, Vicente Leñero y Christopher Domínguez. Por su parte, Marcela Dávalos habla de sus miedos: “La función de la historia nos deja reflexionar cómo podemos tener claro hacia donde sería la reconstrucción de la historia. Suena atemorizante”.3

Los fascículos inician con la misma pregunta que hizo nexos: “¿Qué celebramos?”

Ni historia ni cronología, periodismo histórico

La responsabilidad principal de los fascículos corresponde al escritor Fabrizio Mejía Madrid, egresado de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Se ha mantenido cerca de círculos intelectuales de izquierda dentro del PRD. Su estilo literario es irreverente (recuerda el estilo sarcástico de Carlos Monsiváis) y pretende escapar de las convenciones sociales.

Marcela Dávalos López, quien fuera investigadora del INAH, es la asesora en historia de los fascículos. Dávalos ha realizado estudios sobre comunidades indígenas en la ciudad de México y actualmente es docente de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. La oferta fotográfica está a cargo de Marco Antonio Cruz, la edición de Alejandro Pérez y el diseño de Alejandro Valdés Kuri.

Los fascículos son delgados (34 páginas), contienen dos o, máximo, tres artículos, y su estructura es sencilla. Sus portadas son vistosas y muestran un encabezado corto el tema central. Cuentan con una breve entrada en la que Mejía intenta, en dos o tres líneas, rescatar la tesis central de los ensayos. Si bien en algunos casos se resalta efectivamente la idea principal, veremos cómo esto no ocurre así en otros. Su visión intenta ser crítica y colocarse a la izquierda, pero resulta simplificadora y tendenciosa. Las páginas se encuentran impresas a color y tienen suficiente aire como para observar el comentario de presentación de los colaboradores, el texto, una muestra de fotografías e imágenes emblemáticas, corridos, poesías e información estadística. Su precio es accesible ($20), es de fácil manejo y se expende en los puestos de periódicos. Aunque el público de la edición semanal de Proceso es cautivo, no ocurre lo mismo con los fascículos mensuales porque su temática es la historia y no atrae, necesariamente, a la clientela del periodismo sensacionalista, aunque, por supuesto, tampoco la excluye. Todas las contraportadas incluyen sólo una página de publicidad de la Facultad de Derecho de la Barra Nacional de Abogados.

Los colaboradores fueron seleccionados, en algunos casos, en función de la temática. Se observa que se buscó incluir a un número equitativo de hombres y mujeres, así como que su procedencia fuera representativa de las instituciones académicas más importantes de la zona metropolitana de la ciudad de México: UNAM, Instituto Mora, COLMEX, UAM, CIESAS, ENAH, IPN. Resalta el Instituto Nacional de Antropología e Historia con un mayor número de colaboraciones (seis) y en segundo lugar el Instituto Mora (cuatro). El criterio de selección se centró en la ciudad de México y casi no se consideró el resto de la República, como si los investigadores se concentraran en la zona metropolitana y se distribuyeran entre las instituciones por especialidad equitativamente.

La mayoría de las colaboraciones son de historiadores, participan algunos literatos y un par de caricaturistas. El contenido de los ensayos no muestra equilibrio porque sobre el centenario se incluyen casi el doble de artículos que sobre el bicentenario, sólo tres atienden ambos procesos de manera integral y otros tantos lo hacen sobre hechos que ocurrieron entre guerras.

Con esta propuesta editorial la pregunta es cómo responde Proceso Bicentenario a la cuestión inicial, ¿qué celebramos? Ellos son categoricos: “Las grandes luchas de liberación mexicana: Independencia y Revolución”. ¿Con qué pretensión? “No pretendemos hacer historia y tampoco cronología, sino periodismo histórico”.

“Queremos superar la historia de estampitas”, “asomarnos a estudios recientes”, “mirar desde el presente”. La portada del primer fascículo es elocuente: No celebran la estampa de la tradicional familia mexicana, fervorosa y solemne. O lo que es igual, no pretenden hacer eco a la historia oficial. Se comprometen a un esfuerzo crítico de divulgación de la historia, ven al periodismo como el espacio por excelencia del presente.

La edición abre con un ensayo del escritor Juan Villoro que titula “Revolución estate quieta ya te van a retratar”. Es prometedor. Analiza imágenes del archivo de Agustín Víctor Casasola consideradas iconos de la revolución mexicana. Las fotos -a las que califica como memoria de la revolución- son atractivas y su explicación es irreverente con la imagen clásica de los caudillos. Describe otros rostros y atribuye otros significados, digamos, más humanos; muestra a Zapata “como charro de feria que se ríe” en contraposición con el arquetipo adusto, trágico, solemne, con que generalmente lo vemos en las fotos; también observa a Venustiano Carranza como ranchero, pero con otra etiqueta. Su tesis sobre la propuesta iconográfica es que…

El esplendor visual de la revolución pertenece a un código rural, la última oportunidad del campo mexicano. […] la revolución no consiguió sus fines de justicia social, y el campo, motivo de la querella, se convirtió en un erial donde no vale la pena reclamar un palmo de tierra”.4

Aborda la representación de la familia y considera que la revolución “puso en disputa su núcleo básico” La descripción es irreverente, encuentra más que parientes clones, e identifica que los hermanos Madero, Zapata, o Carranza envían un mensaje de confianza al observador; ese sería otro legado de las fotografías de la época. Si bien el archivo Casasola ha sido revisado en múltiples trabajos de investigación histórica, me parece muy oportuna su difusión para un tipo de lectores que buscan acercarse a la historia y que no es su vocación, además de que la escritura de Villoro resulta muy atractiva.

En un fascículo posterior se incluyen dos observaciones de un lector que señala errores de precisión en los datos que maneja Villoro. El lector dice que confunde el parentesco de Félix Díaz con Porfirio Díaz, pues los relaciona en un retrato en el que aparecen juntos como padre e hijo y no como tío y sobrino. Si bien el dato no tiene relevancia en el desarrollo de las tesis centrales del escritor, da cuenta de un dejo de autonomía en el uso de recursos metodológicos propios del historiador.

Fabrizio Mejia se presenta, junto con Villoro, como escritor de la casa. Realiza un ejercicio de análisis sobre los mismos objetos (el retrato, la imagen, el héroe), pero con otro resultado. “Ahí van mis restos”: Los cuerpos del héroe”, es el título que expresa en un juego de palabras el tema a desarrollar: el uso que el régimen a dado a los restos de los “héroes”. A diferencia de Villoro, Mejía elige imágenes de los cadáveres de Villa y Zapata; el hecho trágico, sensacionalista. Realiza una crónica en la que salta de una época a otra. Narra detalles curiosos del manejo de los cadáveres de los líderes de la independencia. Enuncia una serie de hechos sin mediar explicación. Le gustan las afirmaciones tajantes que no fundamenta, por ejemplo, “[…] los liberales necesitaban a unos padres fundadores de un país que existía sólo en sus cabezas”, o esta otra:

“Para Calles, como antes para los liberales, los huesos son una fuente de continuidad en la historia, lo que los justifica en el tiempo, el hueso que se avienta al aire y se transforma, con el pasar de los siglos en nave espacial”.5

La metáfora de los huesos me parece una parodia grotesca si la comparamos con el análisis de Villoro. Para Mejía los huesos son lo mismo que las estampitas. Abusa de la retórica. Se burla de los héroes patrios y no se entiende cuando al final termina admitiendo como un rasgo cultural que la “gente sigue comprando camisetas de Zapata”. Bueno, sí se entiende, todos son ridículos menos Zapata. Entre las imágenes y los héroes no encontré una respuesta precisa sobre el sentido de la celebración. En el fascículo once, dedicado a América Latina, vuelve a incluir la pregunta con la intención de mostrar continuidad en el eje temático; pero ni la temática corresponde a la región que se menciona, puesto que los ensayos tratan sobre Chile, Argentina y Colombia, ni se da respuesta a la pregunta, que resulta del todo demagógica.

La siguiente portada corresponde al Zapata taciturno que, comentó Villoro, era su imagen estereotipada. O sea, su inclusión acepta la historia de “huesos” o “estampitas” con la que tanto se divierte Mejía. La tesis editorial es que todos los bandos ideológicos se han visto representados por Zapata, el rebelde y el icono, como baluarte de la revolución. Lo mismo hace Proceso cuando inicia el abecedario por la Z de Zapata.

Felipe Ávila, investigador de la UNAM, construye los giros en el discurso oficial sobre el homenaje luctuoso a Emiliano Zapata y la apropiación y adecuación de su imagen de acuerdo a las necesidades del discurso político relativo a la reforma agraria. Su ensayo se titula “El ritual de Zapata”. Ávila toma como eje de investigación el ceremonial público para reconstruir la imagen memorial de Zapata muerto que la clase política posrevolucionaria ritualizó. Zapata como símbolo del principio de unidad e identidad nacional ante la diversidad de la política de facciones. La imagen de Zapata que generó el régimen priísta, sexenio tras sexenio, fue disputada por organizaciones independientes, haciéndola cada vez más incómoda, de acuerdo a la tesis central de Ávila, para los últimos tres sexenios.

El historiador texano Samuel Brunk intenta mostrar la otra cara de la moneda de lo que denomina el culto a Zapata: la construcción popular del mito. Así como el pueblo rinde culto a Zapata, el historiador rinde culto al pueblo al considerar sus representaciones como auténticas y no someterlas a la crítica. Documenta que el pueblo creía que Zapata no había muerto porque así se decía en un corrido, si bien los corridos son un fin y un medio cultural, requieren un estudio donde se valore su construcción social, no basta enunciarlos. Brunk afirma, como Ávila, que el discurso oficial se apropió de la imagen del caudillo del sur para fomentar el nacionalismo revolucionario y para simbolizar el Estado revolucionario. Sostiene que a partir de 1969 surgieron organizaciones políticas de oposición (y guerrilleras) que expresaron un nuevo culto al zapatismo y que señalaron las incongruencias del discurso oficial. Principios contradictorios. Independientemente del enfoque ideológico, me parece acertado que se incluyan estudios que recuperen el ceremonial en el espacio público propio de la conmemoración política gubernamental porque es el tema central de los fascículos.

El siguiente tema que abordan los fascículos corresponde a la mujer vista desde tres perspectivas básicas: activista, pensadora y propagandista. El énfasis editorial es sobre las mujeres que fundaron un pensamiento crítico radical. Sin embargo, esa presunción no se afirma en el ensayo de la investigadora de la UAM, Ana Lau, “Todas contra la dictadura: Las precursoras”; pues más bien habla de la condición social y económica en que se encontraban las mujeres en el periodo pre revolucionario y de su activismo político. Todas las referencias a la participación política de las mujeres la realiza en función de redes de parentesco, no señala algún principio que les sea específico y significativo de la fundación de un pensamiento crítico; si acaso la participación de María Talavera en la distribución de los escritos de su pareja Ricardo Flores Magón.

Con una intención más abarcadora, y considerando dentro de su marco explicativo el centenario de la independencia, Martha Rocha, investigadora del INAH, describe diferentes perspectivas de participación política femenina en función de lo que denomina un entramado de relaciones sociales y de parentesco. Su ensayo se titula “Propagandistas, soldaderas y soldados en la Revolución Mexicana”. Le interesa” sacar del anonimato” a las mujeres que participaron en la revolución. La historia de género, de la que Rocha, Ana Lau y Enriqueta Tuñón son deudoras, se ha preocupado por resaltar la personalidad de las mujeres como parte de los procesos históricos, sin embargo, aún falta mucho camino por recorrer. Resulta inconveniente incluir en un ensayo de divulgación una relación de 20 o más nombres porque satura al lector de datos sin significación propia. Aunque se resalta la participación de algunas mujeres en particular, no se ofrece información concreta sino vaga y general. Al parecer la historia gráfica, ya épica, de la Revolución Mexicana, ha encontrado eco en las historiadoras de género quienes están creando un nuevo cartabón sobre el perfil de las mujeres revolucionarias. En el ensayo de Rocha se reitera un mismo principio hasta por tres ocasiones. Veamos. Las mujeres realizan…

[…] tareas de guerra: aprovisionamiento de armas y pertrechos, disposición de espías y mensajeras, así como de reclutamiento.6

Además de la propaganda, las mujeres realizaron servicios de espionaje; concentran información sobre acciones de guerra de los enemigos; intercambian correspondencia y transportan pertrechos de guerra.7

Además de encargarse del aseo y los alimentos en improvisados campamentos, fungían como correos, espías, contrabandistas […]8

Al observar las imágenes que acompañan al ensayo, interesantes y significativas, podemos notar, no obstante, la mano del fotógrafo diseñando las posturas, la indumentaria, los sitios; de tal suerte que surge un estereotipo que se refrenda en la construcción verbal. La mujer revolucionaria aparece bien plantada en el piso, “La auténtica soldadera es la que va en las columnas pesadas, sin perder su carácter de mujer, de esposa, de madre y hasta de víctima”9 Si bien se admite la existencia de grupos de mujeres trashumantes que eran violentas, se sigue potenciando una imagen idílica de la mujer revolucionaria como rebelde e intrépida. No dudo que existieron mujeres con esas características, pero qué trascendencia puede tener -para la comprensión del proceso revolucionario- saber si la duranguense Valentina Ramírez no es la que inspiró el corrido de Vicente T. Mendoza que lleva su nombre. La suma de nombres, de funciones y estereotipos, ya sean verbales, gráficos, o icónicos, inhibe la importancia de datos relevantes que forman parte del discurso de Rocha: mujeres redactando y firmando planes políticos por iniciativa propia y con autonomía, por poner un ejemplo.

Enriqueta Tuñón, también investigadora del INAH, se ocupa del movimiento feminista mexicano desde el porfiriato y hasta la revolución, como expresión de mujeres de clase media, educadas; menciona su función como editoras de revistas, militantes de clubes, promotoras de congresos, etcétera. Rebasa la explicación de la participación política femenina en función de vínculos familiares, sin obviarla, y suscribe un referente de análisis más global. Es relevante la referencia a la negativa de los constituyentes de 1917 a reconocer el derecho al voto de las mujeres porque atentaba contra la unidad familiar; y el caso emblemático de Hermila Galindo, quien fue candidata a diputada en 1918, cuyo triunfo el Colegio Electoral desconoció. Tuñón resalta como logro del Estado revolucionario que la Constitución de 1917 fue reformada por Carranza en lo relativo a la Ley sobre Relaciones Familiares y finalmente se reconoció la personalidad legal de las mujeres casadas sobre sus bienes y sus hijos, pero se seguía afirmando la tutela del marido sobre las decisiones.

En el fascículo cuatro, que preside una imagen de la patria, se aborda lo que su coordinador define como batallas culturales en torno a las imágenes de la mexicanidad, concentradas en tres símbolos: el Pueblo, la Virgen y la Revolución. Los títulos que impone a los ensayos son arbitrarios lo mismo que las imágenes. No ocurrió así en el primer fascículo con “los autores de casa”. El abuso editorial resultó en una queja que la doctora Verónica Zarate Toscano, investigadora del Instituto Mora, hizo llegar a Rafael Rodríguez Castañeda. La médula de su disgusto es la siguiente:

El recuento de instituciones donde laboran los autores que han colaborado con la revista, podría ser una garantía de calidad de lo publicado. Pero desafortunadamente, esto no ha sido así. Los editores responsables han intervenido de tal manera en los textos, que han tergiversado su sentido original y lo han manipulado a su antojo, creando una historia amarillista, y sensacionalista a la cual los historiadores profesionales hemos combatido en cuanto foro se nos ha presentado. La supresión de párrafos, la modificación inexplicable de los títulos originales, la ignorancia supina de los correctores que buscan palabras que suenen bien pero no tienen que ver con el contenido puesto por el autor y rompen el hilo de la narración, son sólo algunos de los problemas que, como autores, nos han expuesto ante el público en menoscabo de nuestra seriedad profesional.10

En el fascículo Retratos de la patria, los títulos son: “El valiente pueblo mexicano”, “La madre del Bicentenario: La Guadalupe”. Y en el fascículo cinco, La ciudad de México frente a la tempestad, el trabajo de investigación de la doctora Verónica Zarate lleva por título “Los pobres en el centenario”. Como se puede observar existe un afán por trivializar el discurso en función de una visión de la historia en blanco y negro: pobres contra ricos. La vieja fórmula de la historia patria de la que se burla en la editorial del fascículo uno el coordinador. Así entiende el periodismo histórico. Poner titulares que atraigan el interés del lector en menosprecio del contenido, una fórmula que vende, como dice la investigadora del Instituto Mora, la prensa amarillista. La queja de la doctora Zarate no apareció publicada en los fascículos y desconozco la respuesta que recibió. Se le negó el derecho de replica sobre el manejo tendencioso que se hizo de su ensayo, no se consideró un principio básico del periodismo.

Antes de continuar es necesario que se reflexione sobre la pertinencia de ver a la historia y a la comunicación (periodismo) como ciencias enfrentadas en sus fines y en sus medios. Comparto la tesis de Timothy Garton Ash, historiador y periodista inglés, sobre que la distancia entre el pasado y el presente sólo es una “fina línea de apenas un milisegundo de longitud”. Su argumentación es sugerente:

“La frontera entre periodismo e historia […] es la más tensa y discutida […] En periodismo, decir que un relato es academicista —con lo que se pretende decir es aburrido, lleno de jerga e ilegible— es la forma más segura de acabar con él. En el mundo académico, decir que el trabajo de alguien es periodístico —es decir, superficial, frívolo y, en general, nada riguroso— es menospreciarlo. […]

“Es cierto que las características del mal periodismo y la mala historiografía son muy diferentes […] Pero las virtudes son muy parecidas: la investigación exhaustiva y escrupulosa; la aproximación compleja y crítica a las fuentes; el firme sentido del tiempo y del lugar; la imaginación suficiente para simpatizar con todas las partes; la capacidad de argumentación lógica; la prosa clara y llena de vida […]”11

La edición y los encabezados son responsabilidad de los editores y su trabajo contiene el prejuicio del periodista, explica Garton, pretenden quitar la jerga, pero quitan los conceptos más comprensivos del tema; pretenden hacerlo divertido e incluyen imágenes atractivas, pero que no explican el texto o que lo cotradicen. Eso es para ellos periodismo histórico aunque en realidad ni hacen historia ni hacen periodismo.

Continúo con el análisis de los ensayos. El trabajo de María Esther Pérez Salas describe los motivos de representación de la gesta independentista en las imágenes que circularon en México en el Siglo XIX.

El ensayo de Ariel Arnal no fue escrito expresamente para la revista, no es el único caso, porque el presente narrativo corresponde al sexenio del presidente Fox. Su propuesta historiográfica es buena, explica el sincretismo u oposición de significados entre dos advocaciones de la virgen María: la Guadalupana, y la de los Remedios. Relaciona las imágenes de las vírgenes con la devoción de las distintas facciones políticas o étnicas en México y explica cómo ha ido cambiando hasta la actualidad. Alberto del Castillo Troncoso se ocupa de la historia de los archivos fotográficos de Agustín Víctor Casasola que, dice, han generado un imaginario sobre la revolución. Menciona la propagación del arquetipo de la participación de las mujeres; ya habíamos comentado en un fascículo anterior. En general en la revista se le da mucho peso a las fotografías de ese archivo, así como a los ensayos que lo mencionan. Aparecen insertos en temáticas que no corresponden. Eso ocurre en el número dedicado al cine. La investigación de Rebeca Monroy trata sobre la evolución de las técnicas y equipos fotográficos que corrieron al ritmo de la revolución, su estudio es interesante porque explica la historia del fotoperiodismo como parte de la revolución; pero su tema, definitivamente, no es el cine.

En el fascículo cinco, la asesora sobre historia de la revista, Marcela Dávalos, elabora una cronología mínima, menciona acontecimientos relacionados con la detención del virrey José Iturrigaray en 1808. El título es un sarcasmo: “1808: el año que casi fuimos libres”. Existe un párrafo en el artículo de Regina Hernández Franyuti, investigadora del Instituto Mora, que pretende ser la justificación del encabezado de la portada: “La ciudad de México bajo la tempestad”. El editorial menciona a la ciudad como actor de decisión final. La pinta temerosa y obcecada en la esperanza. Hernández también se ocupa de la historia del Ayuntamiento de la Ciudad y se detiene en 1810, menciona que el 2 de noviembre Hidalgo no se decidió a invadir la Ciudad con sus tropas; pero no explica las razones por las que lo hizo ni cómo la ciudad fue factor de decisión final; pero este reclamo no se le puede hacer a su autora sino al editor que prometió una reflexión que no se hace.

El fascículo seis, “La fiesta interrumpida”, tiene como tema central los festejos del centenario de la independencia. La propuesta editorial de nuevo polariza: festejo-revolución, pobreza-modernidad industrial. El artículo ya mencionado de la doctora Zárate, trata de la crónica del desfile que organizó el régimen porfirista; menciona que la conmemoración se ocupa de exaltar la imagen del”indio muerto” y de negar al “indio vivo”; comenta la prohibición a los indígenas de asistir con su ropa habitual y la exigencia de “pantalonización”. El ensayo es interesante, con todo y la intromisión de los editores. La investigadora Delia Salazar Anaya (INAH) se ocupa, básicamente, de la descripción del álbum oficial del Comité Nacional de Comercio. Le interesa resaltar el uso que los comerciantes de la ciudad de México hicieron del festejo y cómo lograron colocarse en la cabeza del desfile a favor de sus intereses económicos.

En el fascículo siete, “Los combates por la educación”, se eligen los temas la instrucción laica y los libros de texto como recurso de identidad y patriotismo. El tema del primer y tercer artículo es la relación entre la educación y la Iglesia; y los textos fundamentales en la educación, respectivamente.

Carlos Monsiváis, revisa el proyecto educativo clerical de la derecha mexicana, no se detiene en acontecimientos precisos, no es un estudio académico. Su tesis principal es que derecha y religión comparten identidad en México y niegan la modernidad. Reconoce que no toda la derecha es beligerante y que en el siglo XIX existieron personajes eruditos que favorecieron la pluralidad del país. Me hubiera gustado que mencionara un nombre por lo menos. Introduce, como fue habitual en él, la sátira: el “Estado convierte a la ciudadanía en orfelinato”. La mención es a propósito del discurso del presidente Calderón que sostiene que el Estado es el responsable de tutelar la familia. Esta frase dio lugar al título que Mejía pone al ensayo: “La ciudadanía como orfelinato”. ¡Por fin un título que rescata la posición del autor! El ensayo de Verónica Arellano y Claudia Garay (Centro de Estudios Avanzados IPN) trata de los materiales de lectura que se han utilizado en la enseñanza. Me parece que su trabajo es una fuente de consulta de los textos fundamentales que han sido producto de las políticas educativas en diferentes épocas. La investigadora Lucía Martínez Moctezuma (UAEM) sigue la pista de las instituciones y los eventos importantes sobre educación que influyeron en el “modelo” del libro de texto.

El fascículo ocho, “Héroes de novela”, incluye las invectivas del editor -no las exhortaciones ni las excitativas que prometió Fabrizio Mejía. Propone un “relato de acontecimientos”, “nunca la historia inamovible”. Que él se entienda. Los temas son de corte biográfico. Vicente Leñero se ocupa de Morelos, Christopher Domínguez Michael, de Fray Servando, y Jordi Soler, de Mina. Al parecer el editor consideró que los nombres hablaban por sí mismos. Una de las críticas que se hacía al positivismo era la preeminencia de las grandes figuras en el análisis histórico y el olvido del conjunto de la sociedad. Pero con burla o sin burla, la historia de los grandes personajes es una constante en los fascículos. Vicente Leñero corresponde al editor con el título de su ensayo: “Morelos, nomenclaturas y mujeres, religión y patria”. La revisión de Morelos, desde un supuesto enfoque de literato, es una burla. Hace escarnio de su vida privada, utiliza chismes y anécdotas, al estilo de la vieja historia. Voy a destacar un par de bufonadas. Para Leñero la representación del Martirio de Morelos fue para complacer las “mariconerías del presidente Miguel de la Madrid”. Y para referir la tierra natal de Morelos menciona a “Michoacán narco, cuna de Felipe Calderón”. (Ríase quien pueda).

El fascículo nueve , “Heroínas de novela”, sugiere que la revista intenta rescatar a la mujer del olvido. Ir de la represión a la búsqueda de la igualdad. No menciona ni por error a las soldaderas aunque es el tema central de la revista. Elena Poniatowska narra la epopeya de la lucha de la mujer, siempre sacrificada, solidaria y heroica. Es una apología de la mujer con el lenguaje cursi al que nos tiene acostumbrados. Menciona masacres de mujeres en la revolución y destaca la participación de Villa en una de ellas, cita a Fiedrich Katz para darle valor argumental; pero olvida o ignora que uno de los pocos generales de la revolución que otorgaba perdón a los prisioneros era Villa. Katz lo explica con detenimiento. ¿Los revolucionarios preferían matar a mujeres sobre hombres? Sí así es, que lo demuestre Poniatowska. Siguiendo la línea editorial de Proceso, intenta consagrar la imagen de Zapata como un caballero cortés: “Cuando el general Zapata supo que los carrancistas estaban en Chilpancingo, les avisó que él mismo iría a devolverlas”. El único general considerado era Zapata; puesto que era capaz de dejar la revolución en un segundo plano para salvaguardar, él sólo, a las mujeres del ejército rival. El artículo de Margo Glantz es un elogio a Nellie Campobello. No hay crítica ni análisis de su vida y obra. El artículo de Carmen Boullosa, “Las insurgentas” es toda una epopeya. En síntesis: las guerreras mesoamericanas son el prototipo de las revolucionarias: María Josefa Martínez es la princesa Nahuani. Ofrece una lista de princesas guerreras revolucionarias.

El fascículo diez es “El arte de la Revolución”, en canciones, fotografías, y leyendas, legado de la cultura popular revolucionaria. El desarrolo del tema es por demás limitado. No es, por cierto, la explicación de Ricardo Pérez Monfort (CIESAS), “aproximaciones a la revolución de 1910 y su cultura”. Monfort ofrece una guía de personajes importantes en la construcción de la cultura mexicana en la revolución. Destaca la función del Ateneo de la Juventud. Liga el tema de los intelectuales con expresiones de cultura popular en el muralismo, la música y el cine. Alejandro Pinet (ENAH), “De corridos censurados y corridos migrantes”, deifica y canoniza al corrido de la independencia y la revolución.

El fascículo once, “Las independencias de América Latina”, pretende ser una muestra de obsesiones, alegrías y decepciones. Pilar Quintana, novelista, “Colombia: Todo por un florero”, elabora una cronología con detalles picarescos sobre el ambiente de rebelión que imperaba en el nuevo reino de Granada en 1808. No incluye una sola fecha. Si ya es difícil adivinar el tema a través de los títulos de los ensayos y si además se suma que Quintana no incluye referencias temporales no se puede esperar mucha comprensión del lector. La pretensión de literatura e historia no resultó. En el texto de Pedro Mairal: “Argentina: La antigûedad del presente”, su discurso literario e histórico resulta enigmático. Dice que si alguien independizó la región, ese fue Borges. Su escrito tiene como contexto los festejos del centenario de la independencia. Osea que en esta época de usos y abusos del acto conmemorativo, hasta Borges salió bailando.

En el fascículo doce, “Caricatura y rebelión”, la oferta del análisis editorial es que la caricatura ha sido un medio de crítica social,reflexión, indignación, sátira, opinión. La historiadora Hel ia Boni l la, “Caricatura e Independencia en México”, se ocupa de panfletos que circularon en el Ayuntamiento de la ciudad de México. Podemos observar la preeminencia de un espacio geográfico, la ciudad de México. Rafael Barajas “El Fisgón”, caricaturista, “De los panfletos con monitos a la Carta Magna”, menciona sobre todo la caricatura en “El hijo del Ahuizote”, de Daniel Cabrera. La propuesta de Barajas es la misma que ha expresado en otros espacios.

El fascículo trece, “El cine que nos dio patria”, ofrece la misma fórmula en la presentación de los ensayos. El cine artífice de la construcción colectiva de la historia patria. Julia Tuñón, (INAH), “Los gigantes que nos dieron patria”, menciona algunos títulos de películas emblemáticas de la independencia y la revolución y hace un paralelo con la interpretación que ofrece la historiografía emblemática. Resalta como referencia historiográfica la obra de México a través de los siglos, coordinada por Vicente Riva Palacios, durante el porfiriato. Advierte de las ambigûedades del discurso fílmico, pero admite que son un medio para conocer la historia. El historiador Álvaro Vázquez Mantecón, (UAM), “Encuadre a la Revolución Mexicana”, analiza la forma en que los camarógrafos registraron las transformaciones que sufrió el país durante la revolución, al mismo tiempo que se fue transformando el encuadre y el movimiento de la cámara. Explica cómo fue cambiando el enfoque temático de las películas y menciona algunos cineastas importantes. Comenta que durante la presidencia de Ávila Camacho las películas sobre la revolución pierden su carácter crítico. Mete a todas las películas en el mismo saco. Menciona que el presidente Echeverría fue el promotor de la película Reed, México insurgente, y, sin decirlo directamente, siembra la duda sobre la independencia de esa producción. Nada dice sobre el contenido del filme. Continúa con una larga lista de películas y asume que la producción de una época puede corresponder completamente al discurso oficial.

El último fascículo revisado es el catorce, El laberinto de Pancho Villa. En la presentación de los ensayos se habla de Villa como reflejo de Zapata: el malo y el bueno, ya conocemos la fórmula. Pero, a diferencia del enfoque sobre los personajes anteriores, prometen extender el análisis al conjunto del movimiento revolucionario que él comandaba. Casi al final se deja abierta una pregunta. ¿Existe un villismo como existe un zapatismo? El investigador Carlos Herrera (Colegio de Chihuahua), “Villa y su Norte”, hace una relación de acontecimientos relevantes en la ruta que fue siguiendo el ejército de Villa. Menciona a los hombres, derrotas y triunfos importantes de la División del Norte. Ofrece una cronología mínima y documentada del proceso que vivieron los revolucionarios. Considero es un buen material para el público a quien se dirige y me parece conveniente que la institución en la que se origina esta investigación se encuentre en Chihuahua. Veamos el ensayo del historiador Pedro Salmerón, “Los carrancistas”.

La historia nunca contada del victorioso Ejército del noroeste, en 2009, ya se había publicado antes, como advierte el editor. No aparece la ficha completa. La entrada del ensayo promete que Salmerón, va a contestar la pregunta de inicio. La fórmula del autor consiste en hablar del proceso revolucionario “sin recordar a Pancho Villa”, el ladrón de ganado, el iletrado. El artículo es tendencioso en la selección de los acontecimientos sobre la vida de Villa, y cuenta la historia conocida del general. El tema no tiene nada que ver con su imagen mítica o legendaria. Si acaso una sentencia que aparece al final: “Pancho Villa y la División del Norte permanecen en la imaginación y el mito popular como el gran ejército de los desposeídos”. Quizá es sátira, quizá lo puso el editor, a saber. El último ensayo, del investigador estadounidense, John Mraz, “Villistas y zapatistas de película”, se examina el cine sobre la revolución. Elige algunos títulos para expresar su posición sobre la propuesta de sus directores. Todos los ensayos que se han ocupado del tema mencionan la película ¡Vámonos con Pancho Villa!, del director Fernando de Fuentes, entre la principales producciones cinematográficas. Pero el tema central no son las películas sobre Villa. La sección “dato encerrado” que en algunos fascículos ocupa apenas media página, en el fascículo catorce, ocupa el equivalente a tres páginas. Los datos no muestran una determinada intención, pudieron ser sustraídos de cualquier cronología. Incluyen información que, incluso, se contradice con los ensayos. En la página 15 aparece el dato sobre el máximo que alcanzó el ejército de Villa: 32 mil efectivos. Y en el ensayo del investigador del Colegio de Chihuahua se menciona que en 1914, la División del Norte estaba constituida por más de 50 mil hombres.

En suma, los fascículos ofrecen una línea editorial que no corresponde al contenido, ni por la intención de los autores, ni por la clasificación de las temáticas, ni por la correspondencia con las imágenes. Nunca explican qué están celebrando en esta conmemoración del bicentenario y centenario de la independencia y la revolución mexicana. Magnifican el estudio histórico de las personalidades (el caudillo, la mujer, el pueblo, la virgen), particularmente la de Zapata. No existe en ningún artículo reflexión sobre el presente, que es lo que prometen. Ponderan a la insurgencia como rebeldía social legítima. Sus temas se relacionan de manera recurrente, con la fotografía, el cine, la identidad y el simbolismo de las imágenes. Pretenden desacralizar a la historia pero sólo logran burlarse de los héroes. Finalmente, suponen que la literatura y el periodismo tienen supremacía sobre la historia.

Hemerografía

Garton Ash, Timothy, “El presente como historia”, en Claves de razón Práctica, N° 102, Barcelona, 2000.

Mejía Madrid, Fabrizio, coord., proceso, BI-CENTENARIO, México, Nos. 1- 14, de abril del 2009 a mayo del 2010.

Pani, Erika, “Las naciones no cumplen años”, nexos, Bicentenario de la Independencia ¿Qué celebramos?, México, número 381, septiembre 2009.

Bibliografía

Le Goff, Jacques, “El orden de la memoria. El tiempo como imaginario”, Barcelona, Paidós Básica, 1991: 216.

Pierre, Nora, “La era de la conmemoración”, en Pierre Nora y Lawrence D. Kritzman, Montevideo, Trilce, 2008: 167-199.

Digigrafía

Saldivar, Alejandro, Presenta proceso edición conmemorativa del Bicentenario, en http://www.proceso.com.mx/rv/modHome/pdfExclusiva/72488

Zárate Toscano, Verónica, “Sobre proceso, bi-centenario”, carta dirigida a Rafael Rodríguez Castañeda, México, 4 de septiembre del 2009, en http://historia-mex.blogspot.com/2009/09/procesobi-centenario.html

Notas

1Jacques Le Goff, El orden de la memoria. El tiempo como imaginario, Barcelona, Paidós Básica, 1991: 216.

2Alejandro, Saldivar, Presenta proceso edición conmemorativa del Bicentenario, en http://www.proceso.com.mx/rv/modHome/pdfExclusiva/72488

3 Ídem.

4 Juan Villoro, “Revolución estate quieta ya te van a retratar”, en proceso, BI-CENTENARIO, México, N° 1, abril de 2009, p. 19.

5 Fabrizio Mejia, “Ahí van mis restos”: Los cuerpos del héroe”, en proceso, BI-CENTENARIO, México, N° 1, abril de 2009, p.27.

6 Martha Rocha, “Propagandistas, soldaderas y soldados en la Revolución Mexicana”, en proceso, BI-CENTENARIO, México, N° 3, junio de 2009 p 16.

7 Ibídem, p.18

8 Ibídem, p. 21

9 Ídem

10 Verónica Zárate Toscano, “Sobre proceso, bi-centenario”, carta dirigida a Rafael Rodríguez Castañeda, México, 4 de septiembre del 2009, en http://historia-mex.blogspot.com/2009/09/procesobi-centenario.html

11 Timothy Garton Ash, “El presente como historia”, en Claves de razón práctica, N° 102, Barcelona, 2000.

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